Irán atacó la base Al Asad en Siria en donde están estacionadas fuerzas de EEUU. Es un paso más en la escalada que propone Teherán en Medio Oriente y una oportunidad para analizar el panorama global. Vamos a enlazar algunos hechos para entender el panorama.
Por Ignacio Montes de Oca
El ataque iraní se da en paralelo con los que realizan EEUU y Gran Bretaña a las posiciones hutíes en el oeste de Yemen y la campaña de Israel en Gaza mientras se sostienen las embestidas mutuas con Hezbollah en la frontera con Líbano y Siria. Irán viene de atacar posiciones de grupos adversarios en Irak, en Siria y de otro incidente con Pakistán. La beligerancia iraní presiona a EEUU para devolver una respuesta proporcional, mientras la administración de Biden hace equilibrio para no entrar en una guerra abierta. Esta presión sobre EEUU se fundamenta en el hecho de que, salvo por Gran Bretaña y en menor medida por Francia, no existe en Occidente o en sus aliados una capacidad similar para hacerse cargo de una represalia contra Irán y las naciones del área evitan un enfrentamiento abierto.
Pero, al mismo tiempo, EEUU encontró un límite para su capacidad de intervención por cuestiones políticas internas. Los demócratas buscan la reelección y saben que una votación en tiempo de guerra puede disminuir sus probabilidades de ganarles a los republicanos. Si Biden ataca se agita la idea de la ausencia de guerras durante la era Trump; si no lo hace, es un presidente débil. Si envía apoyo se le reclama que el gasto hace falta en las fronteras; si no lo hace, lo acusan de abandono estratégico. La trampa de la Gata Flora es eficiente. Los iraníes y sus socios saben de este delicado equilibrio y que si arrastran a EEUU a una escalada la obligarán a volcar recursos militares y aumentar su gasto en momentos en que el uso del presupuesto público forma parte principal de la agenda electoral.
Parte de la exigencia a EEUU para que dé una respuesta que termine con la amenaza de Irán y sus hutíes se basa en una fantasía sobre la facilidad para completar la tarea. El territorio hutí no es la pequeña Gaza. Se trata de un escenario de batalla de miles de kilómetros cuadrados. La vastedad del territorio es usada por los hutíes para esconder sus lanzadores y evitar ataques. Para lograr una solución definitiva se debería montar una gran invasión que sería recibida por al menos 100.000 milicianos, lo que implica enfrascarse en una lucha larga y costosa. Pocos escenarios son tan favorables a Irán como el que presentaría a EEUU enfrascado en una lucha terrestre eterna contras las milicias hutíes y, más aún, si además debe hacerlo en territorio iraquí y sirio en medio de las turbulencias del proceso electoral de noviembre.
Para Rusia, ese escenario de intervención es igual de positivo porque obligaría de desatender aún mas el frente ucraniano y a repartir los recursos que se les entregan a los aliados. Y si no lo hace, tanto Moscú como Teherán ganan al ver debilitada la influencia exterior de EEUU.
Además, hay que considerar que, para lanzar una operación en tierra yemenita, a diferencia de lo que sucede con los ataques aéreos, Biden necesita un permiso del Congreso, el mismo que hoy está dominado por el grupo republicano conservador que obstaculiza su política exterior.
Estos son datos que forman parte del cálculo de Irán y explican por qué se dedica a ampliar los frentes de conflicto y a atacar a través de sus milicias a las bases de EEUU en Irak y Siria. La paradoja es que cuanto más comprometida sea la respuesta, más le conviene a sus planes. Por otra parte, queda claro que el avance de Israel en Gaza forma parte del cálculo. En una relación transitiva, si Israel es aliado de EEUU y a su vez EEUU entra en confrontación directa con Irán, entonces crecen las posibilidades de ganar adeptos dentro del mundo musulmán.
Pero hay que aclarar que ese apoyo no se refiere a los gobiernos, que en su mayoría ven con fastidio como Irán afecta sus intereses y aumenta la inestabilidad en la zona, sino a las mismas masas que en meses pasados salieron a las calles a expresar su furia contra Israel. Una confrontación abierta entre EEUU e Irán apela a los sentimientos de una masa musulmana educada durante décadas en una mirada de Occidente como la explicación a sus frustraciones y derrotas. Para los gobiernos de la zona, esas turbulencias son un peligro enorme. Ya sea que se trate de las coronas petroleras o gobiernos laicos como el de Egipto, la presión interna para tomar partido en una disputa presentada como una batalla entre Occidente y un Islam combativo puede condicionar sus respuestas y posicionamientos ante cada conflicto.
Aún está fresco el recuerdo de la Primavera Árabe. Esta vez, el pedido puede que no sea democracia y apertura, sino un alineamiento en un conflicto a favor del Islam. En un escenario externo convulso, es poco probable que los gobiernos quieran sumarle una revuelta interna. De a poco Irán fue llevando a Occidente e Israel a una nueva trampa estratégica. Al agregar al 95% de musulmanes de población de Pakistán al interrogante, no hacen más que cumplir con su objetivo de sumar frentes y a la población de otros países a su juego político. La otra parte de la jugada es económica: si se produce una confrontación con Irán, el flujo de petróleo de Medio Oriente disminuiría. Esto tendría varias consecuencias concatenadas. Por un lado, elevaría el precio del crudo y dejaría a EEUU como culpable de la situación. Por el otro, al verse cortada la fuente de provisión del 45% del crudo y el 16% del gas global, obligaría a buscar fuentes alternativas. EEUU es el primer productor de petróleo, pero está lejos de poder cubrir ese hueco en la demanda. Esto conduce a las sanciones. En un escenario de conflicto Putin podría presionar para que se disminuyen las sanciones para exportar hidrocarburos y el precio máximo de 60 dólares por barril que le fijó Occidente. Así, podría cubrir el déficit del 1,8% de su PBI en 2023 que le está provocando la guerra. En el caso de Irán, el octavo productor mundial, también podría colocar mayores porciones de crudo en el mercado o al menos tener las herramientas para negociar una calma a cambio de concesiones. Es el modelo norcoreano de extorsión que ya le funcionó en el pasado.
Pero, además, ante la posibilidad de un repliegue de EEUU desde enero de 2025 con la asunción de Trump, EEUU les transferiría a otros polos de poder su capacidad de intervención. Se necesitarían nuevos socios para cubrir el vacío que dejaría el aislacionismo en esa región. Dado que Europa apenas empieza la emancipación estratégica, habría que pensar en socios con poder actual o negociar con Irán las condiciones para atenuar el conflicto. En este escenario, Teherán vuelve a ganar. Es un tablero parecido al que le plantea Putin a Europa en Ucrania.
En un marco amplio, el riesgo de una mayor inflación provocada por el aumento en el precio de las materias primas y los costos de flete y el gasto no productivo de las carreras por rearmarse le daría más peso a Irán y Rusia a la hora de negociar un nuevo pacto de estabilidad.
También es una trampa para China. Pekín carece de capacidad militar para ser protagonista directo y su diplomacia pudo hacer poco para evitar la crisis actual, que le pega de lleno en momentos en que su economía está afectada por una crisis de costos y mercados externos. China no pudo hacer valer el hecho de ser el principal comprador de crudo iraní para conjurar la crisis del Mar Rojo que afecta sus exportaciones a Europa y también fracasó al intentar evitar una repuesta de Pakistán a Irán, aun cuando ambos estados son parte de su esfera. China diseñó la Ruta de la Seda evitando proféticamente el Medio Oriente. Aun así, un alza en los costos y una recesión global causada por la proliferación de conflictos le afecta aún más que a otras potencias. Sin EEUU y con Europa alejada, deberá negociar con Teherán y Moscú.
Lo hutíes ya aclararon que lo buques rusos y chinos no serán atacados. Es un mensaje un poco cínico de parte de los iraníes que saben que el aumento de costos globales de transportes y primas ya alcanzaron a las exportaciones e importaciones de China en el peor momento. Los hutíes ya lanzaron 43 ataques contra barcos civiles y militares en el Mar Rojo utilizando 133 misiles y drones. Es una parte ínfima de su arsenal. El daño no debe ser medido en la media docena de buques dañados o secuestrados sino en los miles que tomaron rutas más largas.
Visto desde el lado iraní, esta es otra ventaja que se suma y se potencia ante un retiro de EEUU provocado por el aislacionismo. Los persas solo tienen que apostar a un triunfo de Trump en noviembre y luego esperar que las piezas de su armado vayan cayendo por obra de la gravedad. Esta atenuación de la influencia de EEUU que ya se está produciendo por las perspectivas de un triunfo de MAGA y sus advertencias obstruccionistas en el Congreso, es un activo que el eje integrado por Irán y Rusia cuenta como una parte esencial de su estrategia exterior.
Limitado a la hora de aplicar el poderío militar para poder cumplir la promesa de dedicarse a la economía doméstica y al aluvión migratorio en la frontera sur, quienes vayan a negociar con Trump ya saben que cartas tiene en la mano e incluso el orden en las que las va a jugar. No sirve de nada el carisma o el conocimiento personal de los líderes que agita Trump si se sabe que EEUU no intervendrá o abandonará cualquier escalada que le propongan. El mundo está en guerra y las cartas valen ahora tanto como el revolver que tiene cada jugador en el cinto.
Si se tiene la certeza de que Trump no va a desenfundar porque el equilibrio de poder dentro de su propio partido y las fuerzas legislativas se lo impiden, EEUU negociaría en desventaja y con las cartas dadas vuelta sobre la mesa. Persia lleva cientos de años jugando ajedrez.
Lo mismo sucedería si Biden logra la reelección, pero en el Congreso los republicanos aislacionistas mantienen la capacidad de vetar las intervenciones exteriores. Esto vale tanto para el Medio Oriente e Israel, para Europa y Ucrania y para Taiwán y China.
Al ordenar los hechos de este modo, se explica por qué Irán ahora eleva aún más su apuesta y atacó con misiles balísticos la base de Al Asad y otros sitios en donde hay presencia de EEUU. Le está pidiendo casi a gritos a Washington que escale o que se asuma como eunuco. Confrontar con Irán, sin embargo, no es tan sencillo. Teherán desplegó una formidable alianza de milicias en Irán, Siria y El Líbano que se sumarán al medio millón de soldados regulares del ejército iraní y el arsenal que viene acumulando hace años para esta eventualidad.
Bombardear objetivos en Irán podría ser una tarea infinitamente más compleja que la que se plantea en Yemen. Se trata de miles de objetivos repartidos en 1,64 millones de km2 a los cuales solo podría neutralizarse de manera definitiva con una invasión a una escala imposible de calcular.
A ese objetivo habría que sumarle cientos de milicianos pro iraníes que controlan el tercio sur de los 438.000 km2 de Irak, la amenaza de Hezbollah desde Siria y Líbano y la posible intervención de fuerzas sirias con riesgo real de incidentes con las tropas rusas que las apoyan.
Estamos hablando de un territorio que sumado representan casi 2,5 millones de km2 – cuatro veces el tamaño de Ucrania - de zonas urbanas, desérticas, montañosas y dominadas por milicias y ejércitos nacionales que son veteranos en la lucha armada en esos entornos. Como se ve, entre pedir un desquite contra Irán y llevarlo a cabo hay un abismo de diferencia, la misma que existe entre las fantasías adolescentes y las realidades de la vida adulta en donde sí opera una comprensión madura de las consecuencias y costos de los actos.
De a poco y con paciencia, Irán se fue convirtiendo en una potencia imperialista con bases y grupos afines en cinco países. Como tal y apoyado por un aparato militar adecuado, se permite ahora una política de expansión regional que se acelera a fuerza de crear más conflictos. Esta realidad es conocida por todos los contendientes y en particular por Israel, que hasta ahora se cuidó de evitar una confrontación directa con Irán, que sin embargo se hace inevitable en el futuro y aun más si se confirma que Teherán puede producir ojivas nucleares.
Israel mantiene su tradición de enviar mensajes claros a sus oponentes antes de una escalada. Recientemente mató a tres oficiales de enlace de la Guardia Revolucionaria en Damasco. Es un modo de explicarle a Irán que sabe exactamente quienes están en cada lado de la correa del perro.
Lo curioso de este panorama es que mientras los centros de conflicto se multiplican y se hace más urgente actuar sobre ellos, todos están a la espera de lo que pueda suceder. Hay que ver cómo evoluciona la situación electoral de EEUU y como responde Biden al desafío de Irán. Luego tenemos que ver qué sucede al terminar la campaña para neutralizar a Hamas en Gaza, cómo se resuelve la cuestión de la autoridad en la Franja, si Israel e Irán van a protagonizar el siguiente round con una ofensiva de o contra Hezbollah y el rol de las potencias árabes.
Si bien Arabia Saudita aclaró que el proceso de acercamiento con Israel está suspendido y no muerto hasta que se supere la crisis en Gaza, la solución de ese frente se dificulta ante la postura antagónica respecto a la salida de los dos estados. Israel ya no acepta esa solución.
Por ahora están obturadas las soluciones para acomodar a la población de Gaza bajo un gobierno propio y eso es algo que los países árabes contemplan como una salida antes que alojar a los gazatíes en su territorio. Es otro conflicto que queda por resolver. Con Hamas acorralado en el sur de Gaza, Israel deberá resolver que sucederá en la Franja y al mismo tiempo hacerle frente a Hezbollah, que lo espera atrincherado en el sur de Siria y El Líbano. Ese conflicto lo vuelve a poner en rumbo de colisión con el universo musulmán.
Netanyahu está atado a hacerlo todo para represaliar el ataque del 7 de octubre e impedir que vuelva a suceder. Pero eso solo le permite ganar terreno perdido mientras la oposición se niega a formar un gobierno de coalición y asumir en conjunto las consecuencias de la actual crisis. El gobierno israelí debe hacer frente a su promesa de traer de regreso a los cautivos de Hamas mientras la economía cruje por el bloqueo del Mar Rojo por donde dale el 90% de sus exportaciones y la necesidad de emitir 50.000 millones en bonos para sostener el costo de la batalla. Incluso si Israel no actuara o atenuase su respuesta en la frontera norte, como dueño del Hezbollah es Irán quien decide si ese frente se encenderá aún más. Sabe que los israelíes están obligados a responder por presiones internas y recuerdos que aún están frescos. Los países árabes sunitas, tanto las coronas como los estados seculares, afrontan una decisión similar a la de Europa respecto a Ucrania. Si EEUU se sume en la hibernación política deberán encarar solos el futuro y los desafíos que les plantea Irán con sus bloqueos y grupos irregulares. El riesgo no es solo que aliente grupos internos para forzar un cambio de régimen en el área sunita, sino que además promueva ataques directos desde territorios hutíes o que, en un acto de mayor gravedad, corte el paso del estrecho de Ormuz como lo hizo con el Mar Rojo.
También habrá que observar si China aprovecha las elucubraciones de EEUU para hacer una movida en el Pacífico Sur o si su fragilidad económica la llevará a usar su influencia en los conflictos actuales para desactivarlos. Pekín también tiene cartas y un revolver en la cintura.
Por el lado de Moscú, todo depende de su suerte en la invasión a Ucrania y su efecto interno. Ya se sabe que las elecciones de marzo tendrán un resultado norcoreano, pero para Putin también el tiempo le corre en contra por su hemorragia en el frente y sus consecuencias. Al igual que en Irán, en Rusia se están agudizando los conflictos internos por el militarismo y su impacto en la vida cotidiana de sus ciudadanos, que a su vez comienzan a repercutir más en el descontento de las minorías afectadas por las respectivas políticas exteriores.
EEUU atraviesa un proceso de debate similar, pero sin tantas urgencias. Al igual que Europa, puede permitirse una discusión sobre su rol en el escenario global sin el apuro de una crisis terminal que evitó a pesar de las profecías del Oráculo de Vladimiros.
Todo indica entonces que estamos ante un capítulo inicial de una crisis que es global y de la cual ninguna de las potencias está ausente. A todos les alcanzan las consecuencias de sus decisiones, actos, silencios y omisiones. Por ahora hay que esperar, lo que implica un alargue. Esta espera está afectada por el riesgo de nuevos conflictos. Fue el mensaje implícito en el ataque a Pakistán y las amenazas rusas a los países bálticos y escandinavos. Las misiles y drones de largo alcance y el uso de armas de destrucción masiva, son parte del argumento. Todos saben que al igual que otros miembros de ese eje, como Corea del Norte, se sienten cómodos en estados de conflicto y que allí reside parte de la estrategia de supervivencia de sus líderes y su negociación externa. Es otro motivo para suponer que el 2024 no va a ser un año tranquilo.
El eje de países autócratas están aumentando la cantidad e intensidad de los conflictos. El resto del mundo carece de instrumentos o de una postura común para revertir el proceso. Hay riesgo de un retiro de EEUU y su ausencia puede potenciar la inestabilidad del sistema. Las autocracias generarán más conflictos para avanzar en sus planes de expansión y negociar desde una posición de fuerza concesiones y el relajamiento de sanciones. Con las defensas bajas y un diagnóstico de anemia aislacionista, las perspectivas del resto del mundo no son buenas.
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