Por Ignacio Montes de Oca
Se abre la posibilidad de una salida política para la crisis de Gaza. Hamas aceptaría dejar la zona, la entrega de los rehenes y la administración de la Franja apoyada por una alianza multinacional. Pero el principio de acuerdo está lleno de controversias y preguntas. Hamas dejaría que el partido Fatah, su rival dentro del mundo palestino, ocupe su espacio en Gaza, pero aun así mantendría su presencia en El Líbano y Cisjordania, por lo que su amenaza seguiría tan latente como su promesa de atacar a Israel en el futuro. Aquello no se resuelve. Tampoco ofrece una respuesta preventiva a la probable lucha intestina entre los clanes gazatíes que seguramente se disputarán en control de los recursos y los territorios. Abu Abbas, el jefe de la Autoridad Palestina ni siquiera logra controlar a los clanes de Cisjordania.
En el borrador que se negocia en Egipto, se prevé que Fatah se haga cargo de la administración de Gaza, de su reconstrucción y de una fuerza de seguridad financiada, equipada y monitoreada por un órgano integrado por EEUU, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Jordania. Esta propuesta implica que Hamas ya no podrá ser parte de ningún gobierno ni tener presencia militar, una idea que apunta a borrar la influencia de Irán y su yihad chiita para reemplazarla por una presencia sunita predominante. Hay que ver si Teherán acepta. En cualquier instancia, la propuesta implica que Israel no asuma el control de Gaza o de una parte de ella. Esta idea es apoyada por EEUU, egipcios, saudíes y jordanos que entienden que no pueden avanzar en un acuerdo que implique una forma de legalizar una ocupación militar. Pero, a su vez, esa exigencia plantea un problema para la aceptación por parte de Netanyahu, que es presionado por sus pocos aliados de la derecha más radical para que ejerza una presencia militar efectiva. El Primer Ministro israelí está sometido a varios frentes. En rigor, Netanhayu venía siendo cuestionado antes del 7 de octubre por su decisión de llevar adelante una reforma judicial que lo salvara de las causas en su contra. Antes de la masacre, las manifestaciones en su contra fueron multitudinarias y continuaron después.
El fracaso para prevenir el ataque de Hamas profundizó las críticas. Benny Gantz, líder del partido Azul y Blanco, le volvió a pedir en junio la renuncia de Netanhayu. Lo mismo hizo en noviembre Yair Lapid, jefe del Yesh Atid, el segundo bloque parlamentario luego del Likud. El 16 de mayo, el ministro de defensa Yoav Gallant le pidió públicamente a Netanyahu que aclare que no ocupará militarmente Gaza. El mensaje estaba respaldado por un grupo de generales contrarios a una presencia militar permanente por su dificultad y costo en bajas.
Gantz y Lapid le reclaman a Netanyahu que explique con claridad y tiempos específicos cuál es su plan para administrar el conflicto y hasta dónde planea llegar. Esa demanda tiene sentido mientras el gobierno confirma que una ofensiva contra Hezbollah es inevitable. En la realidad y más allá de las consignas, el conflicto ya comienza a hacerse sentir más allá de lo bélico. Israel ya sufrió un retroceso en su PBI del orden del 19,3% interanual en 2023 y la movilización de 256.000 reservistas tiene un costo mensual enorme. A la caída del 26,9% del consumo interno se le suma la del 67,8% de la inversión en capital, de las exportaciones un 5,9% entre octubre y diciembre, la escasez de mano de obra por el reclutamiento y el cierre de fronteras y la emisión de bonos de deuda por U$S 58.000 millones.
Los 100.000 refugiados en las zonas aledañas a Gaza y las frontera sirio-libanesa también son una carga política que se suma a las restricciones que se le impone a la sociedad por el bloqueo en el Mar Rojo y las obvias medidas de seguridad que se han exacerbado. Días atrás el Canal 12 de Israel realizó una encuesta que mostró que el 54% de los consultados creían que la guerra continuaría por el empeño de su Primer Ministro para alargarla. El 70%, que Israel está lejos de la victoria. Un 43% que era necesario realizar elecciones. Mas allá de las encuestas, una proporción importante de la población de Israel considera favorable encontrar una salida al conflicto y se opone a los discursos más radicalizados y belicistas. Esa cantidad se refleja en el decreciente apoyo desde los partidos a Netanyahu.
Para complicar aún más el panorama, en un intento por evadir su soledad política, Netanyahu cedió a las presiones de su ministro de finanzas, Bezalel Smotrich, y autorizó 6 nuevos asentamientos judíos en Cisjordania y la anexión de hecho de un territorio habitado por palestinos. El nuevo asentamiento implicaría una anexión por parte de Israel de 1.270 hectáreas para construir 5.295 viviendas en uno de los mayores avances sobre territorio que había sido asignado a los palestinos desde los Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995. Se estima que al menos 8.000 palestinos serán desplazados por esta medida y, además del problema humanitario, surgen complicaciones de otra naturaleza. Jordania y la Autoridad Palestina saben que deberán hacerse cargo de la población desplazada.
El anuncio trajo un rechazo de los países de la zona y en particular de Jordania y Arabia Saudita, que colaboraron en la defensa de Israel durante el ataque con misiles y drones de Irán en abril. También del G7, que emitió un duro comunicado en contra. Pero, además, dentro de Israel se critica esta medida por lo inoportuno y porque se sabe que enervará el ánimo de los 3,3 millones de palestinos que habitan Cisjordania, aumentando la posibilidad de un levantamiento o de ataques contra la población civil judía.
Esta decisión abre la posibilidad de un nuevo frente además del de Gaza, el sirio libanes con Hezbollah y el riesgo latente de otro ataque iraní, además del representado por el bloqueo de hecho que ejercen los hutíes a la navegación de buques de Israel por el Mar Rojo.
Cisjordania es administrada por la Autoridad Palestina liderada por Fatah, que ya advirtió que no aceptará nuevos asentamientos y nubla la idea de un acuerdo por Gaza. Agreguemos que en el área palestina residen muchos grupos armados palestinos además de facciones ligadas a Hamas. Además, hay grupos asociados a Hezbollah y la Yihad Islámica, como la Brigada Al Quds, la Brigada Tulkarem o el Tanzim, el grupo vinculado a Fatah y la Brigada de Mártires de Al Aqsa. Otros grupos, son milicias independientes, como el Batallón de Nablus o la Brigada de Yenin.
Desde el 7 de octubre, murieron 468 palestinos en Cisjordania. La mayor parte fueron militantes de grupos terroristas abatidos por las fuerzas de Israel, pero dentro de esa cifra hay también palestinos muertos por los colonos israelíes en disputas por las tierras.
Para Egipto y Arabia Saudita los nuevos asentamientos son un golpe político. Afectan una negociación por Gaza, porque un acuerdo en este momento implica darle entidad a Israel en el momento en que avanza en Cisjordania e incomoda su imagen como representantes del mundo árabe. Las coronas petroleras y los países seculares, como Egipto, están también atenazados por una población mayoritaria que no mira con buenos ojos a Israel y el riesgo de una revuelta es algo que todos los países de la región consideran desde la Primavera Árabe de 2010 a 2012. Las manifestaciones masivas que siguieron a la explosión cerca del Hospital Ali Ahil de Gaza el 19 de octubre pasado, indican que ese temor no es una especulación fantasiosa y que Irán se relame con la posibilidad de sacar provecho del descontento para avanzar en su Yihad.
Bastaría que Teherán moviera su aparato de propaganda para ligar el resultado de un avance militar en Gaza y de colonos en Cisjordania con un pacto entre las naciones árabes con Israel para desatar una tormenta política. Netanyahu no colabora para evitarlo. Pero Netanhayu parece no tener salida. Abandonado o cuestionado por la mayor parte de las fuerzas políticas, cedió ante las demandas de Smotrich, es el más radical entre los radicales de la derecha israelí. Este puede ser otro obstáculo para un acuerdo en Gaza. Otros partidos de la extrema derecha como el Otzma Yehudit de Amichai Eliyahu reclamaron la ocupación permanente de Gaza. Itamar Ben Gvir, líder del mismo partido y ministro de seguridad. pidió abiertamente expulsar a los palestinos de Gaza y reemplazarlos por población judía.
En respuesta, EEUU sancionó en abril a la organización judía Lehava y a su líder Ben Zion Gopstein por sus ataques a zonas palestinas en Cisjordania y la incluyó entre las entidades pasibles de ser embargadas. Es una señal muy dura para Netanyahu y su alianza de supervivencia.
Tanto EEUU como la Unión Europea se mostraron críticos por el modo en que Netanyahu condujo la respuesta al 7 de octubre. La demora o cancelación en la entrega de material militar durante la ofensiva de Gaza fueron acompañadas con retos públicos de sus dirigentes. La admisión de esa limitación se refuerza por la presión de EEUU y los europeos para frenar la expansión del conflicto expresada tanto por los anuncios de reconocimiento del estado palestino como por la limitación al envío de armas a Israel y el cuestionamiento público a Netanyayu.
Netanyahu no cede ante las presiones e incluso criticó al presidente Biden por la tardanza en la entrega de bombas para ser usadas en Gaza. El departamento de defensa debió contestarle con un listado de 27.100 proyectiles enviados a Israel desde el 7 de octubre en adelante. En esa postura confrontativa reside uno de los problemas del acuerdo en Gaza. La figura de Netanyahu resulta polémica dentro y fuera de Israel y supone un inconveniente para garantizar su implementación. Las circunstancias particulares no favorecen a las intenciones generales.
Los problemas para una aceptación de la propuesta no solo vienen del lado de Israel. Desde hace semanas que se rumorea sobre una ruptura entre la cúpula de Hamas y su comandante en Gaza, Yahya Sinwar. El motivo está en la situación militar del grupo terrorista. Sinwar sabe que cualquier arreglo implica la aniquilación definitiva de sus fuerzas antes de que entre en vigor un pacto. Aún quedan unos miles de hombres capaces de resistir incluso luego de recibir la orden de cese el fuego desde la suntuosidad y seguridad de Qatar. Pero, además, Sinwar tiene a los rehenes, o los que quedan vivos, por lo que es parte crucial del acuerdo. Sin ese factor de negociación incluso sus jefes no pueden sostener ningún arreglo. Si resiste hasta el final, el riesgo es que decida llevarse consigo esa carta.
El rol de Qatar quedó desdibujado luego de los sucesivos fracasos en su rol de negociador y las desautorizaciones de Irán al romper cada acuerdo. Detrás se agazapa el turco Erdogán que, para dificultar aún más el panorama, se ofrece como sustituto en la protección de Hamas. Erdogan fue dejado de lado en la negociación por ser parte interesada en su ambición por cumplir un rol protagónico y su animosidad contra Israel. También porque no queda clara la ventaja de empoderar a un integrante de la OTAN que últimamente suma más problemas que soluciones.
Irán, por su parte, no es mencionada en el acuerdo de manera directa, pero es la mano dentro de sus títeres. Por ahora solo transmitió que aspira a continuar el conflicto sosteniendo el bombardeo a Israel a través de Hamas desde Gaza y de Hezbollah desde el sur del Líbano.
Al momento de escribir este reporte, Hamas y Hezbollah siguen lanzando cohetes contra Israel, con un saldo creciente de muertos civiles. A su vez, Israel sigue descabezando a los grupos terroristas en Gaza, Líbano y Siria. No hay indicio de diplomacia alguna en el frente.
Teherán sabe que el acuerdo la expulsaría de momento de Gaza y obra en consecuencia, sosteniendo el ataque sobre Israel y haciendo silencio ante el posible acuerdo para quitarle entidad. Como hizo con los acuerdos de Abraham, habla con aliento a pólvora y calla lo evidente.
Las perspectivas de un acuerdo por Gaza tienen otras limitaciones en la cuestión de los rehenes. El gobierno de Israel ya avisó que ningún caso frenará en su objetivo de terminar con la amenaza de Hamas y la que representa Hezbollah para evitar otro 7 de octubre. Además, aclaró que incluso luego de lograrse la liberación de los rehenes restantes por la negociación o mediante acciones militares como la del 4 de junio, su objetivo de terminar con los grupos terroristas o frenar a su promotor no será alterado.
Tampoco Hamas ofrece garantías si acepta un cese de hostilidades. Ya rompió todos los compromisos previos y, de hecho, antes de la matanza de octubre, regía una tregua. Los acuerdos posteriores para la liberación de rehenes cayeron sistemáticamente por sus ataques a tropas israelíes.
Hay que sumarle un factor adicional y es la trágica asunción de que una parte de los cautivos fue asesinada durante el cautiverio y que, por lo tanto, la liberación de los restantes no saldará la cuestión de la represalia pendiente. Hamas ya admitió que una parte no están vivos.
El hecho de que parte de los clanes de Gaza participaron del asalto de otubre, del rapto de israelíes y, muy probablemente, de su cautiverio, hace aún más difícil la convivencia futura con un gobierno que a la fuerza deberá compartir el poder, pero también los amparará de una revancha. O lo que es peor, si Irán logra imponer otra vez la condición de la liberación masiva de terroristas presos en Israel, pasará poco tiempo antes de lograr reagruparlos y lanzarlos nuevamente bajo la bandera de Hamas o cualquier otra sigla que invente como sustituto.
Por esta suma de hechos, la propuesta para un acuerdo nacerá sujeta a muchos condicionantes incluso antes de que pudiera ser firmado. Hay demasiados factores en juego y la propuesta no contempla a muchos de ellos. Aun así, se buscará un camino político alternativo.
Para cerrar, queda claro que el rol previsto para saudíes, emiratíes, jordanos y egipcios en el acuerdo busca reemplazar a la Autoridad Palestina como contraparte única de Israel. No es un dato menor, porque somete el mando palestino a la esfera árabe de un modo evidente. Esa subordinación busca quizás resolver un hecho que no es tenido en cuenta por los que reclaman la solución de los “dos estados” y es la inexistencia de un liderazgo unificado y propio capaz de alojar a las demandas y tensiones cruzadas que recorren a los palestinos. Sin ese liderazgo, no existe contraparte que valide la firma de un acuerdo y supone que primero se debe poner en orden el universo palestino y despejar las influencias externas más violentas antes de darle entidad como actor con capacidad de cumplir lo acordado.
En la misma línea, la presión sobre Netanyahu apunta a definir si una salida política es posible bajo la actual administración o si la sumatoria de presiones internas y externas hacen valer la pena un esfuerzo diplomático para buscar una salida no militar al conflicto. Que la propuesta sea respaldada tanto por EEUU como por las potencias árabes y los vecinos más inclinados a un diálogo con Israel suma un apremio para que las fuerzas políticas israelíes definan el ambiente en el que se insertará el país en un entorno históricamente hostil. Más allá de su éxito o fracaso, el avance de las negociaciones servirá para purgar la postura de todos los actores de esta trama. Queda claro que es un intento apurado en la víspera de una posible expansión de la guerra al Líbano y Siria y una probable escalada en Cisjordania.
PS: En Medio Oriente el pesimismo es una regla cardinal, porque lo acordado se firma en la arena de un desierto en donde rara vez florece algo más que desencuentros, odios añejos y una pésima costumbre de comenzar a incumplir lo pactado desde antes de que la tinta se seque.
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