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Esteban Gómez

Soberanía cultural o modelaje social




Los desafíos del siglo XXI en materia social encierran cientos de variantes y solemos palparlas en cada familia, en cada esquina o en cada pantalla. Pero algunos de aquellos desafíos son más esquivos para las miradas superficiales.

Cuando pensamos en la palabra Soberanía, imaginamos territorios, fronteras, montañas, mares y recursos naturales, pero esa significación es necesario ampliarla. Sabemos que toda Cultura es parte de nuestra historia como pueblos y como sujetos. La cultura es el principal andamiaje social por lo que, afectarla, transformarla o destruirla puede ser un objetivo estratégico para socavar a una nación.

Hoy propondré pensar lo que está sucediendo debajo de nuestros pies, aunque no lo sepamos.

 

Por: Lic. Esteban Gomez Psicoanalista UBA MN 25591 MP 25668

 

La Cultura como objetivo

Definir y ponernos de acuerdo en qué es Cultura es una tarea nada fácil. Al parecer existen más de 200 definiciones, pero para este sencillo escrito propongo pensar a la cultura como “todo saber, creencia, formas de entender la realidad, relaciones vinculares y expresiones de las mismas que todo pueblo, nación o región poseen y utilizan usualmente”.

Desde hace milenios los grandes imperios reconocieron a la Cultura como eje aglutinador de una sociedad y por ende su importancia y poder. Por ejemplo, Griegos, Persas, Romanos, Aztecas e Incas sabían que podían invadir un territorio, pero si no asimilaban o doblegaban al vencido en sus entrañas culturales (léase su lengua, su religión, su arte y su cosmovisión emocional y vincular), la victoria era pasajera y la resistencia emergía tarde o temprano haciendo que las campañas militares durasen años desangrando al invasor.

Ese aprendizaje milenario volvió a tomar impulso en los albores del siglo XX, cobijado esta vez por brillantes mentes en acomodados laboratorios y aulas europeas. En los pizarrones de madera del Wellington House, del Instituto Tavistock y de la Escuela de Pensamiento Social de Frankfurt se escribían palabras como Propaganda, Guerra Psicológica, Logomaquia y Control Mental por primera vez incluidas en el repertorio de arsenales secretos de las potencias. Más tarde, en los ’50 la CIA y la KGB pulieron y sofisticaron hasta el día de hoy aquel arsenal.

 



Modelaje Social

Ninguna cultura es estática. Una sociedad integral e integrada encierra en sí un dinamismo propio que hace que se instalen con el correr de las décadas cambios y transformaciones culturales. Por ejemplo, desde las modas, ciertos usos de la lengua, las expresiones musicales y artísticas hasta roles y funciones en las dinámicas vinculares y afectivas están sometidas a la fragua del tiempo.

Esto es así y vale para cualquier época y pueblo en la historia de la humanidad. Pero en pleno siglo XXI las tecnologías aplicadas a los medios de comunicación, internet y las redes sociales están acelerando estos procesos de manera asombrosa. Si en el siglo XX ya contábamos con la técnica para influir en personas, masas y sociedades, el gran desafío de hoy será cómo protegernos de cambios acelerados y capaces de ser impulsados a miles de km de distancia…

Aquí aparece el Modelaje Social entendido como toda acción deliberada y sistemática de cambiar total o parcialmente algún segmento cultural o manifestación social histórica y arraigada en una población determinada. Antonio Gramsci (1891-1937), periodista, sociólogo y pensador italiano, fue quizás el primero en identificarlo, comprenderlo e intentar utilizarlo.

La Intrusión Social podría ser definida como un complejo sistema perteneciente o dependiente de aquella mega estructura de Modelaje Social. Algunos de sus engranajes son las fake news, campañas de desinformación, saturación e influencia subliminal en medios de comunicación y redes sociales. Todas estas soportadas por una base de desarrollo tecno-comunicacional sin precedentes en la historia humana.

Si “la información es poder”, como se creía en los ’70, hoy en épocas de post-verdad la desinformación y el modelaje social son el nuevo poder. Los sistemas de intrusión social se diseñan, se estudian y desarrollan como un misil hipersónico o un cazabombardero. Ensayo y error, ajustes y mejoras. Horas y horas de sociólogos, neurólogos y psicólogos.

 



Cabezas de playa en nuestro cerebro 

La desinformación, la influencia y las fake news viajan en millones de videos cortos, reels o cualquier elemento audiovisual. Ellos contienen color, movimiento e instantaneidad, figuras y melodías simples y repetitivas para que nuestro cerebro pueda recordar fácilmente. Estos mecanismos de percepción cognitiva actúan como un dealer de Dopamina para nuestra química cerebral, haciéndonos adictos a ese tóxico audiovisual que aletarga, confunde o simplemente distrae…

Si bien las redes sociales atomizan las influencias o los ataques en micro-dosis diarias, también se atomizan los sistemas de defensa que tienen las poblaciones blanco. Por ejemplo, si ponemos el foco en los adolescentes, vemos como las problemáticas ligadas al uso compulsivo de pantallas y a lo fáciles que son de influir en esa etapa de su vida, y nos daremos cuenta de la dimensión del fenómeno social que estamos analizando. Según la facultad de medicina de la universidad de Connecticut (USA, 2020) las experiencias sensoriales excitantes aumentan la producción de dopamina, 35% aproximadamente en adultos y hasta un 60% en menores de 20 años y elevan notoriamente el nivel de cortisol en el cerebro.

En el 2018 la empresa Motorola realizó una encuesta online en Argentina, advirtiéndonos que el 50 % de los adolescentes están en promedio 12 hs/día frente a la pantalla del celular. Numerosos estudios en todo el mundo señalan que más del 25% de los jóvenes entre 18 y 25 años manifiesta tener conductas adictivas a las pantallas.

La intrusión social es silenciosa, lenta y efectiva. Externamente parece inofensiva porque sus métodos van de lo general a lo particular, de la superficie a lo profundo y de lo trivial a lo estructural.

 



Conquistar en silencio

El filósofo ruso Alexander Dugin (1962) en su libro “La cuarta Teoría Política” presenta una idea de continuidad en los conceptos de “comunidad-pueblo-nación”, engarzadas únicamente en lo cultural. El gran desafío que está teniendo “esa entidad orgánica” es el de preservar la cultura, la lengua, la idiosincrasia y la religión de las agresiones de los sistemas hegemónicos. Para él, no es casualidad que desde hace no menos de 30 años se ataca o se intenta transformar diariamente al concepto cultural de familia y a los sistemas educativos desde los medios de comunicación masivos, incluidas las redes sociales y los generadores de opinión. La modernidad “…intenta una y otra vez barrer con la historia de los pueblos”, con nuevos modelos identificatorios sociales, con nuevos valores culturales y espirituales.

En concordancia, pero desde otro marco conceptual, el filósofo surcoreano Byung Chul Han (1959) en su libro “En el Enjambre” se dedica a analizar cómo en la actualidad las “masas digitales” son mucho más permeables y casi sin resistencia se someten a modas, imperativos y formas de pensar inoculadas por la red. El enjambre es un entramado simbólico que conecta y sostiene a toda sociedad. Si bien por ahora no existe la posibilidad de controlarlo totalmente, hoy se lo influye y se lo modela de múltiples formas. Para Han, el haber entronizado al ser humano como medida de todas las cosas, terminó poniendo en el pedestal al ego y al narcisismo. Ambos “reinan en detrimento de los lazos sociales, solidarios, culturales y simbólicos, haciendo mucho más manipulable a un ser sin historia, sin cultura y sin espíritu.”

El modelaje social intentará convencernos de que lo tradicional sea significado como un pasado a superar o a destruir, pero como expresa Dugin “…las tradiciones no son lo pasado. Son lo eterno de cada comunidad cultural.” Así las cosas, resulta evidente que el Globalismo (liberal o marxista) intenta borrar lo simbólico de cada comunidad, generando un “espectro humano” sin su contenido espiritual, con una misma lengua, un mismo sistema político-económico y con mismos modelos identificatorios desde Ushuaia hasta Nueva Delhi, pasando por San Pablo hasta Hong Kong.

 



Soberanía Cultural

La realidad actual nos muestra que, por un lado, a nivel subjetivo los seres humanos nunca estuvimos tan estudiados, vigilados, anticipados y sometidos al rigor de las tecnologías del Big Data y el marketing como en estas últimas décadas

Por otro lado, la fotografía global nos muestra un planeta sin organismos internacionales que ordenen y marquen las reglas de juego, sin líneas rojas en el arte de la guerra, con la tecnología revolucionándose cada seis meses y en proceso de luchas hegemónicas de actores poderosos. En este contexto creo que deberíamos actualizar o ampliar los conceptos de nación, territorios, agresión, disuasión, intrusión e invasión.

Si un estado-nación o cualquier actor con la decisión y la tecnología suficiente pueden influir a una persona, pueden influir a su grupo y luego de semanas o meses influir a toda la opinión pública para finalmente acceder al tesoro soñado por Sun Tzú: El de influir y modificar a su favor y en secreto los destinos de una nación, sin espadas y sin enfrentamiento.

Desde hace algunos años se incluyó al ciber-espacio como un quinto dominio porque tomamos consciencia de las debilidades y amenazas externas de toda red informática. Frente a estas nuevas circunstancias, el espacio psicológico, social, familiar y cultural debe ser incluido y considerado como un sexto dominio, un nuevo territorio o recurso social que debemos defender estratégicamente.

Cada sociedad deberá incluir capacidades de prevención ante estas nuevas vulnerabilidades sociales. Fortalecer la resiliencia social, generar anticuerpos emocionales, vinculares y simbólicos es la tarea. Recuperando y defendiendo estratégicamente valores culturales, religiosos, espirituales, su propia “historia colectiva” y fundamentalmente la Lengua, médula espinal de todo desarrollo cultural ancestral.

Pensar en soberanía territorial sin tener en cuenta la defensa de las comunidades que lo habitan, es dejar la puerta abierta a la manipulación, la fragmentación y el control realizadas por fuerzas e intereses ajenos.

 

 

 

 

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