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Foto del escritorSantiago Rivas

Trump, Irán y el peso de saber negociar

Donald Trump es, tal vez, el presidente más criticado que ha tenido Estados Unidos a lo largo de su historia, y algunas de las razones que se aducen para hacerlo son válidas, en el sentido de que es una persona en el extremo opuesto de la corrección política y cuyas maneras a veces son chocantes. Pero no es para ser simpático ni políticamente correcto para lo que se elije un gobernante, sino para administrar bien los recursos y la seguridad de quienes lo eligen. Nos hemos acostumbrado, o nos han intentado acostumbrar, a que las maneras son más importantes que la eficacia, lo cual creo que es importante a la hora de hacer amigos, pero no tanto a la hora de trabajar. Por eso, acá no me voy a detener a analizar sus maneras de hacer las cosas, sino lo que realmente ha hecho en algunos temas de política internacional.

Trump no solo está mostrando resultados muy positivos en el manejo económico de su país, sino que, por sobre todas las cosas, tiene mejores resultados para mostrar en el manejo de la situación internacional y la neutralización de algunas de las mayores amenazas para occidente, al menos por un tiempo.

Y esto último lo ha hecho con una política totalmente distinta a la que Estados Unidos llevó a cabo a lo largo de la mayor parte de su historia (y que también llevaron adelante la mayoría de las potencias), ya que en ningún caso implicó atacar el territorio de su oponente, mucho menos invadirlo. La astucia y algunas acciones aisladas fueron necesarias para demostrarles que debían tirar la toalla y aceptar las reglas de juego que les impuso.

Trump creo que entendió muy bien algo que puede ser un nuevo cambio de reglas en un mundo donde los conflictos mutaron mucho. Podríamos decir que al menos desde 1980, todas las guerras convencionales se dividieron en dos tipos: Coaliciones que atacaron a un estado con una superioridad absolutamente abrumadora (Guerra del Golfo, Kosovo, etc.) o conflictos limitados, donde ninguno de los bandos empeñó todas sus fuerzas ni la guerra se extendió a la totalidad del territorio (Malvinas, Cénepa, India-Pakistán, Irán-Irak, etc.) y en muchos casos no pasaron de escaramuzas.

Esto último se debió en gran parte a que todos los gobernantes hoy entienden que los costos de una guerra total pueden ser muy altos y el siglo XX dejó un ejemplo claro en Japón y Alemania al finalizar la Segunda Guerra Mundial. También, que las grandes potencias no van a aceptar ese tipo de guerras, porque sus propios intereses en juego también se dañarían. Y, por último, está la disuasión nuclear.

En la actualidad, solo China y Rusia tienen la capacidad de intentar un ataque nuclear a gran escala contra territorio estadounidense, pero Estados Unidos sí tiene la capacidad para destruir a cualquier país de la tierra, sea de manera convencional como nuclear. Y aún en los casos de China y Rusia, saben que intentar un ataque a Estados Unidos implica también su propia destrucción, como ya planteaba la idea de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD por sus siglas en inglés) durante la guerra fría. Así, la guerra nuclear es hoy un imposible, así como una guerra convencional entre dos potencias nucleares, ya que ambos saben que el que esté perdiendo intentará inclinar la balanza usando armas nucleares y eso convertirá a ambos en perdedores.

Esto llevó al crecimiento de la guerra asimétrica y luego a la guerra híbrida, donde el atacante se enmascara detrás de organizaciones terroristas, a veces muy difíciles de rastrear hasta sus orígenes, o directamente actuando de manera que sea imposible determinar quién está detrás del ataque. El objetivo es ir destruyendo poco a poco la capacidad del oponente, pero atacándolo internamente por todos los medios posibles, incluyendo la destrucción de su cultura a través de la cooptación del sistema educativo y los medios de comunicación, entre otras cosas.

Inicialmente, la reacción de Estados Unidos ante ataques asimétricos fue siempre la respuesta militar directa a mediana o gran escala, doctrina seguida especialmente en los últimos años por gobiernos como el de Clinton, Bush Jr. y Obama. Pero esto no solo no logró los resultados esperados, ya que las organizaciones siguieron funcionando, sino que generó más odio contra Estados Unidos y más gente dispuesta a inmolarse contra ellos o a colaborar en combatirlos. Los gobiernos de los países enemigos se fortalecieron, al unir a su pueblo contra un enemigo común, y creció el fanatismo.

Trump parece haber cambiado totalmente el juego, buscando que sus oponentes cometan errores, quede evidenciada su debilidad o su incapacidad para seguir la escalada de la lucha y pierdan apoyo interno, para obligarlos a sentarse a negociar.

En el caso de Irán, pero también en el de Corea del Norte, el gobierno estadounidense supo que la amenaza convencional real de su oponente era muy limitada. Si bien son países que cuentan con una gran masa de combatientes, su equipamiento es anticuado y, por sobre todas las cosas, el entrenamiento del personal es muy pobre.

Lo mismo se puede decir en América Latina del caso de Venezuela, país al que Estados Unidos aún no le ha prestado demasiada atención, pero es probable que lo haga en el futuro.

Y tanto los gobernantes como las cúpulas militares de esos países saben que esa es su realidad, que sus fuerzas no pueden ir mucho más allá de los desfiles y que todo radica en la imagen y en una supuesta capacidad bélica para impresionar a los que no conocen del tema.

Y la prensa ayuda, mostrando supuestos listados de aviones, tanques y buques como supuestas muestras de poderío, aunque carecen de valor.

Estados Unidos comprendió que ni Corea del Norte ni Irán podían mantener una escalada que lleve a una guerra total, ya que ellos no tienen capacidad de realizar un ataque a gran escala en territorio estadounidense ni de derrotar a sus fuerzas armadas en un conflicto convencional, mientras que Estados Unidos sí puede hacer ambas cosas. Si bien una hipotética invasión a Irán generaría una situación de caos parecida a la de Irak o Siria, ese caos afectaría por sobre todas las cosas a los iraníes y eso su gobierno lo sabe. Ante una invasión estadounidense, el gobierno iraní sabe que sería derrotado y perderían el poder, además de que el país quedaría sumido en un caos por décadas.

Y el éxito de la estrategia de Trump fue demostrarles que esa era la alternativa a no negociar.

Trump comprendió que las decisiones de sus antecesores de voltear dictadores fueron erradas, ya que llevaron a estados anárquicos peores a lo que había antes. El punto no era destruir esos gobiernos, sino mantenerlos bajo control y domados.

Ante los ataques en la embajada estadounidense en Bagdad y otros contra fuerzas estadounidenses, más los ataques en Arabia Saudita, causados por los iraníes, esta vez no respondieron con bombardeos o misiles de crucero, como habrían hecho los antecesores de Trump, sino que directamente eliminaron a la cabeza de esos ataques y eso fue todo, sin daños colaterales, sin civiles muertos y sin tocar el territorio del oponente. Como decía un meme que compartieron en las redes en Brasil, la respuesta iraní a la muerte de Soleimani no pudo ir más allá que romper unas ventanas en una base estadounidense y, además, la ineficiencia completa de las defensas iraníes quedó en evidencia con el derribo del Boeing 737 ucraniano. Ese fue el golpe más fuerte (y un regalo inesperado para el gobierno estadounidense) contra Khamenei y todo su gobierno. Fue la demostración de que ellos no tenían ni siquiera la capacidad de operar eficientemente el armamento del que disponen y que todo su poder militar no es más que una pantomima.

Y la retórica del gobierno iraní por la muerte de Soleimani no pudo ir mucho más allá de algunas marchas de protesta, que no lograron contrarrestar por completo las protestas contra su gobierno luego del derribo del 737, que se suman al descontento de la población por los continuos errores cometidos en la economía del país, acentuados por la decisión de alejarse de los acuerdos nucleares que llevaron a sanciones por parte de Estados Unidos.

La estrategia de Trump llevó a Khamenei y su cúpula a un callejón sin salida, del cual solo les quedó dar marcha atrás y anunciar que desescalarían el conflicto si Estados Unidos no respondía a sus ataques, lo cual, en los hechos, fue una forma de implorar que no les devuelvan el fallido ataque con cohetes balísticos.

Creo que la estrategia estadounidense fue clara, por un lado una postura muy agresiva en el discurso, típica en Trump, por otro acciones concretas contra la cúpula del poder y a la vez una puerta abierta para negociar. Un punto importante en este cambio de estrategia es que, mientras antes quienes ponían el grueso de las víctimas eran los ciudadanos comunes, oprimidos por dictadores que continuaban sin mucho temor a perder su poder, ahora se ha puesto a esos dictadores y sus colaboradores cercanos en la mira, demostrándoles que serán ellos el blanco y que podrán perder todo su poder o hasta su vida sin que ellos puedan impedirlo ni causarle lo mismo a su enemigo. Y eso los obliga a sentarse a negociar.

Irán no tuvo opción más que aceptar la derrota y creo que esto puede ser algo muy positivo si Estados Unidos ahora sabe negociar con ellos, comenzando por llevarlos a retomar los acuerdos nucleares y a comenzar un giro en las políticas iraníes hacia occidente.

En otra escala y fuera de lo militar, creo que algo similar apostó a hacer con China, país cuya economía es gigante pero endeble, no solo porque depende absolutamente del mercado internacional, principalmente con occidente, para sostener su industria, sino porque también depende de éste mercado para poder darle de comer a los 1400 millones de chinos. Y los chinos, que en silencio venían ganando espacios con una economía cerrada, proteccionista y aprovechando las libertades de mercado de otros países, tuvieron que aceptar muchas condiciones impuestas por Trump y empezar a jugar con las reglas de juego del resto y no tanto las propias.


América Latina

En América Latina hasta ahora la administración de Trump ha decidido no actuar en gran escala, aunque sí lo hizo al frenar a fines de 2018 las aspiraciones rusas de contar con bases en Venezuela, declarando ilegítimo al gobierno de Maduro y abriendo las puertas a una intervención militar, lo que llevó a que los rusos dejen de lado esos planes. Si bien Venezuela, guiada por Cuba, sigue apostando a la guerra híbrida para sostenerse, favoreciendo a la guerrilla en Colombia y a los distintos grupos que generan desórdenes en Chile, Ecuador o Bolivia, la capacidad militar real de Venezuela es casi inexistente. No solo porque la mayor parte de su equipamiento está fuera de servicio, sino que la mayor parte de los oficiales bien capacitados ha desertado, al igual que lo hacen cada vez más suboficiales y soldados, quedando solo en las fuerzas el personal que no tiene otra salida debido a su bajo nivel o a que están inmersos en la corrupción del régimen.

Por ahora es evidente que el interés de Estados Unidos allí es muy poco y que no consideran la dictadura venezolana como una gran amenaza, a lo que se suma la certeza de que caído el chavismo vendrán años de mucho caos, sin que se pueda saber a ciencia cierta quién tomará el poder, ya que la oposición venezolana carece de liderazgo real y de control sobre los grupos de poder (fuerzas armadas y de seguridad, colectivos chavistas y bandas criminales). Pero creo que, si en algún momento Trump decide algún tipo de intervención, no será una invasión, sino la eliminación de algunos líderes del chavismo para forzar a los restantes a un cambio de rumbo, de manera de no llevar al país a la anarquía completa.

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