Cuando se inició la Segunda Guerra Mundial, pero especialmente con la entrada de Estados Unidos en la guerra, las naciones latinoamericanas debieron tomar la decisión sobre a qué bando apoyaban, si a los aliados o al eje. Todos los países optaron por apoyar a los aliados, excepto uno, la Argentina, que se mantuvo neutral casi hasta el final de la guerra. Aunque en los hechos esta neutralidad era relativa y, si bien generaba bronca en Estados Unidos, tenía el completo apoyo de Gran Bretaña, ya que los británicos habían comprendido que el aporte militar que la Argentina podía hacer, al igual que cualquier otro país latinoamericano, era de poca relevancia y no podía alterar el curso de la guerra, como se puede ver en lo que fueron las participaciones directas de Brasil y México, que no tuvieron un peso significativo en las acciones. Sin embargo, el abastecimiento de alimentos y otras materias primas desde la Argentina a Gran Bretaña, que se mantuvo en crecimiento y se volvió crucial para el sostenimiento de Gran Bretaña. La ventaja de la neutralidad argentina estaba en que los buques argentinos que llevaban granos y carne no eran atacados por los submarinos alemanes. Asi, mientras las exportaciones de productos agrícolas cayeron más de un 80 % entre 1939 y 1942, las de carne crecieron más de un 130 % entre 1939 y 1944, más que compensando la caída en el otro rubro (www.argentina-rree.com/10/10-013.htm).
Contrariamente a la creencia de muchos, la Argentina no se vio perjudicada por su neutralidad, ya que en los hechos había aportado al esfuerzo aliado (o británico solamente), más que muchos otros países de la región. Además, apenas terminada la guerra y surgida la guerra fría, si bien la Argentina intentó por un tiempo crear la idea de una “tercera posición”, esto no fue posible en los hechos, por un lado porque el gobierno del general Perón era profundamente anticomunista, lo que le llevaba a estar más cerca de occidente que de la Unión Soviética, y luego porque el mal manejo económico, más la falta de apoyo de cualquier país relevante a su idea de la tercera posición, le llevó a comienzos de los años 50 a alinearse completamente con Estados Unidos.
Pero, lo que quedó claro fue que, ante una puja global, ninguna nación, por más irrelevante que sea, puede evitar tomar partido y más tarde o más temprano, se termina alineando con alguno de los dos bandos.
Potencias occidentales fallidas
Es cierto que, en general, la actitud de las grandes potencias occidentales en los últimos dos siglos, especialmente Gran Bretaña y luego Estados Unidos, fue negativa en general para América Latina, interviniendo en asuntos internos, usando la corrupción para poder explotar recursos naturales a bajo costo, ocupando territorios y frenando muchas veces el desarrollo regional. No es menos cierto que esa ha sido la actitud que han llevado adelante todos los imperios y potencias a lo largo de la historia. En el siglo XX también fue la actitud soviética con su área de influencia y hoy ocurre con China en los países en donde ha puesto el pie, como ya se ve en muchos estados de África y comienza a verse en algunos de Asia.
Hoy, las potencias occidentales también carecen de estadistas y de líderes que puedan unir a sus países en pos de un objetivo común. El sistema democrático occidental ha entrado en una decadencia que lo está volviendo sumamente débil, lo cual está siendo explotado por potencias que no comulgan con los ideales democráticos y republicanos.
Potencias como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia desde hace algunos años tienen su poder siendo disputado entre reaccionarios de derecha con mucho discurso, pero pocas ideas y políticos de centroizquierda con discursos políticamente correctos, pero sin decisión y con ideas disgregadoras de aquello que conforma sus naciones. Ni en la derecha ni en la izquierda se pueden percibir planes de gobierno serios, grandes ideas ni líderes que tengan claro cómo resolver los problemas de sus naciones.
Falta de visión de largo plazo, políticas sociales erradas que han disparado los déficits, sociedades con menor productividad y un mal manejo de las relaciones internacionales ha llevado a las potencias europeas a ir perdiendo relevancia en el escenario internacional y volverlas temerosas de las actitudes de sus adversarios, como hoy son Rusia y China.
A la vez, Estados Unidos ha dejado el terreno libre a estos últimos dos países para que avancen en el mundo, con una política exterior incoherente con gran parte del mundo, dejando a la deriva a sus aliados y a los que podrían serlo. Los espacios vacíos dejados por ellos de a poco van siendo ocupados por China y, en menor medida, por Rusia.
Hoy, aunque Trump ha logrado mejoras en la economía de Estados Unidos, ha perdido terreno en las relaciones internacionales, mientras que su adversario en las nuevas elecciones carece de un plan superador y solo tiene a favor la corrección política de los demócratas (de la que Trump carece en absoluto). Que Estados Unidos hoy elija entre un Trump y un Biden, y que un socialista como Bernie Sanders haya llegado hasta donde llegó en la nación que creció gracias al capitalismo. Que Gran Bretaña haya optado entre un Boris Johnson y un Jeremy Corbyn. Que gran parte de Europa esté liderada por progresistas sin ideas pero bonitos discursos, demuestra qué tan faltos de líderes están y que sus votantes hoy poco y nada demandan en cuanto a planes de gobierno reales y qué poco reflexionan sobre lo que sucede en sus países y el mundo.
¿China es una opción?
Estados Unidos, como antes ocurría con Gran Bretaña, ha generado muchos resentimientos en los países periféricos y América Latina no es la excepción. Sus intervenciones constantes y sus medidas para frenar el crecimiento de dichos países generaron la bronca de una gran parte de las sociedades latinoamericanas. Eso hoy lleva a que muchos miren con buenos ojos a Rusia o China, que intentan mostrarse como los potenciales aliados que no actuarán igual a como hizo Estados Unidos en el siglo XX o Gran Bretaña en el siglo XIX.
Entonces, vale preguntarse si la tentación China, con sus grandes inversiones y sus discursos amistosos no son más que espejitos de colores. Como planteo en el inicio de la columna, la tercera opción, la neutralidad e intentar hacer negocios con los bandos, es insostenible en el tiempo y tarde o temprano hay que tomar partido, de una manera más o menos explícita.
Para eso, lo primero que hay que ver es qué ocurre en China y si eso es lo que queremos para nuestros países. El partido comunista chino alcanzó el poder en 1949 y lo mantiene desde entonces, sin que esté permitido que otro partido pueda gobernar la nación, por lo que todos son libres de pensar lo que quieran siempre que piensen como los comunistas. Toda expresión disidente está prohibida y el estado tiene el control absoluto de lo que hacen los habitantes, hoy con el apoyo de la tecnología, que permite controlar todo lo que sus habitantes expresan en redes sociales o cualquier medio electrónico, además de que internet y el acceso a medios de comunicación está completamente controlado. Como hoy ocurre en Hong Kong y hace 31 años pasó en Tiananmen, no hay espacio para la protesta.
Los deseos y sueños de las personas, las libertades y todas sus expresiones deben estar dentro de los parámetros determinados por el estado. ¿Puede haber manifestaciones feministas, del orgullo gay, para defender minorías étnicas o religiosas o cualquier otra que plantee derechos para algún grupo? No. Aquello a lo que hoy estamos acostumbrados en occidente no está permitido y puede pagarse hasta con la vida.
Ahora, se puede pensar que lo que haga China dentro de su territorio no necesariamente deberán hacerlo sus aliados, pero la realidad muestra que los países a los que China ha apoyado más fuertemente son todos gobernados por dictaduras y donde la falta de derechos puede llegar a ser total. Países como Venezuela o Nicaragua en América Latina, y otros como Irán, Angola, Myanmar, Nigeria o Egipto, son ejemplos de los estados donde China ha mostrado su mayor apoyo y donde no existen democracias que funcionen correctamente. En los últimos años, el gobierno de Xi Jinping ha tomado una postura más agresiva en su expansión hacia el mundo, empezando a cambiar la postura china de solo defenderse para empezar a proyectarse hacia el resto del mundo, a través ya no solo de presencia económica, sino también militar, con el uso de bases militares en otros países o la construcción de bases militares en arrecifes en el Mar del Sur de China.
La pandemia ha mostrado de una manera más abierta los dientes de China, con las amenazas a aquellos países que plantearon que se investigue la responsabilidad de dicho país en la enorme crisis global, como ha sido el caso de Australia. China ha comenzado a mostrar que puede ser un país agradable siempre que se les abran las puertas y no se les cuestionen sus políticas, aunque ellas hayan sido responsables de la peor crisis global en casi un siglo y causado cientos de miles de muertes.
Hoy vemos que China no es mejor que Estados Unidos ni que Gran Bretaña ni cualquier otra potencia imperialista. Pero hay otras cuestiones a tomar en cuenta. China no tiene interés en apoyar sistemas democráticos ni en promover ese tipo de ideas, sino todo lo contrario. Su sistema se basa en el control del estado sobre los individuos y en la restricción de libertades.
Por otro lado, nos guste o no, en América Latina hoy basamos nuestra cultura y nuestros valores en los occidentales. No solo aquellos que descendemos de europeos, sino también quienes tienen sangre indígena o de otras razas, han adoptado mayormente el sistema de valores occidental.
El comunismo chino, de la misma manera que alguna vez lo hicieron el comunismo soviético y el cubano, el nacionalsocialismo alemán o el fascismo italiano, como todo sistema extremista, parece atractivo para los incautos que solo ven lo que parece ser una sociedad organizada y donde cada engranaje está aceitado, todo exacerbado por un imponente aparato de propaganda, porque no profundizan para ver que el aceite de esos engranajes es el terror y la persecución a todo el que piensa distinto, y que la organización se alcanza restringiendo las libertades y acabando con la posibilidad de que las personas puedan decidir sobre sus vidas en función de sus deseos y sus sueños. Sus vidas ya no les pertenecen, sino que son del estado. Y ese estado se resume a un partido, que no es más que una pequeña aristocracia que vive de manera opuesta a la de su pueblo. Parafraseando a George Orwell, en el comunismo “todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
En otras palabras, alejarse de occidente para acercarse a China no es solo cambiar un imperialismo por otro, sino hacerlo por otro que no comparte los mismos valores y que no respeta muchos de los derechos que nosotros consideramos esenciales.
Un futuro sombrío
La creciente guerra fría con China, y en parte con Rusia, pero ahora con un occidente muy debilitado y fragmentado, mientras la pandemia destruirá la economía de casi todos los países, tensando aún más las relaciones e incentivando los extremismos, hace pensar que estamos llegando a una era muy sombría para la humanidad, en donde el sueño democrático y republicano puede estar llegando a su fin, al menos en la gran mayoría del mundo. De a poco surgen más gobiernos autocráticos y más sectores se apoyan en líderes fuertes que basan su poder en la destrucción de sus adversarios, con instituciones más débiles y con sociedades que alimentan ese debilitamiento de aquello que, bien o mal, es lo que sostiene sus derechos. Hoy son los sectores más liberales en lo social los que más están socavando los pilares de una sociedad que les ha dado la posibilidad de expresar esas ideas liberales, sin darse cuenta de que ellos serán los que más sufrirán las consecuencias de lo que se puede venir.
Entonces, queda preguntarse si es posible esperar una alianza con China sin que eso suponga poner en riesgo o directamente acabar con todos los valores democráticos y republicanos en los que se basa nuestra vida. La experiencia de otros estados hace creer que el riesgo es muy grande y bastante claro. No significa necesariamente que China sea un enemigo, pero sí que, de las dos visiones del mundo que hoy están en pugna, la de China es opuesta a la nuestra y hoy su postura agresiva está afectando los intereses de occidente.
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