Por Gonzalo Mary
Dialogamos con Rubén Francisco Otero, un sobreviviente del ataque al crucero ARA General Belgrano. Nos cuenta cómo llegó a la Armada, sus tareas en el crucero, el momento el ataque y sus vivencias hasta regresar al continente.
Pucará Defensa: ¿Cómo fue su incorporación a la Armada? ¿Cómo llegó al Belgrano?
Rubén Otero: En 1981, con 19 años, salgo sorteado para hacer el servicio militar. Me toca el número 935, lo que significó hacer mi servicio militar en la Armada Argentina. Al entrar teníamos dos meses de instrucción, a mi que me tocó en Puerto Belgrano, lo hicimos en Campo Sarmiento. Ingrese el 1º de octubre de 1981 y el 1º de diciembre de ese año es cuando llego al Crucero ARA General Belgrano.
PD: ¿Cómo era la vida a bordo del Belgrano? ¿Cuál era su tarea?
RO: A bordo del General Belgrano estaba destinado en el departamento de motores en la división Alfa, éramos maquinistas. Mi trabajo habitual en puerto era limpiar las sentinas de las motobombas de incendio de los grupos generadores de emergencia de electricidad y mantener los motores de la lancha que teníamos a bordo del crucero. En navegación yo tenía otra función. Hacía guardia de 4am a 8am y de 4pm a 8pm en el cuarto de agua dulce que quedaba en la proa del buque, donde tenía que controlar los niveles de los tanques de agua potable.
PD: ¿Cómo se enteró que había estallado el conflicto de Malvinas?
RO: En enero de 1981 habíamos hecho una navegación, salimos de Puerto Belgrano, y visitamos Puerto Madryn, Ushuaia y Punta del Este antes de volver a Puerto Belgrano a mediados de febrero. El 2 de abril estábamos realizando tareas de mantenimiento cuando nos hacen desembarcar y formar en el muelle, donde nos informan que la bandera argentina volvió a flamear en Malvinas.
PD: ¿Cuál era la misión del buque?
RO: Nosotros zarpamos de Puerto Belgrano el 16 de abril, navegamos unos días hasta el puerto de Ushuaia. Ahí hicimos reaprovisionamiento de víveres, combustible y municiones. Zarpamos y nos ubicamos al sur de la Isla de los Estados donde era nuestra zona de control con la patrulla sur junto a los destructores ARA Bouchard y ARA Piedrabuena. Según entendí después, la misión era controlar el pasaje, evitar que nadie pase del Atlántico al Pacifico y viceversa.
El 1º de Mayo recibimos la orden de atacar a la flota inglesa, que estaba al este de las islas mar adentro. La misión era hacer un ataque en pinza entre nosotros desde el sur, y el portaaviones ARA 25 de Mayo junto a las fragatas ARA Santísima Trinidad y ARA Hércules por el norte. Pero el 2 de mayo por la madrugada se aborta la misión porque donde estaba el portaaviones no había suficiente intensidad del viento, lo cual no permitía el despegue de los aviones. Es por esto por lo que se aborta la misión y nos dicen que nos repleguemos, que viremos y que pongamos proa al continente.
PD: ¿Recuerda el momento del ataque? ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo fueron esos primeros instantes?
RO: Estaba en el comedor tomando la merienda para ir a tomar la guardia a las cuatro. Cuando salgo del comedor me cruzo con mi compañero al que tenía que ir a relevar y me dice que vaya tranquilo porque estaba todo en orden en la guardia, que no había ningún problema y ni apuro para que vaya. Sigo camino hacia proa y me doy cuenta de que tenía un poco de barba, entonces decido irme a afeitar primero. Fui a mi dormitorio a buscar la máquina afeitar, abro la taquilla, saco las cosas para ir al baño, y es en ese momento cuando pega el primer torpedo.
Yo siempre digo que es como si el crucero hubiese chocado con una montaña. Se escuchó la explosión, un ruido a chapa retorcida y el buque inmediatamente se detuvo y se inclinó. Quedó totalmente a oscuras, silencio total, no volaba una mosca dentro del crucero. Todos estábamos sorprendidos porque no sabíamos que había pasado. Unos segundos después pega el segundo torpedo. Ahí se empieza a correr la voz de que nos habían atacado los ingleses.
PD: ¿Cómo fue abandonar el buque?
RO: Después del segundo impacto vuelvo a abrir la taquilla, saco el salvavidas, me lo pongo y empiezo a caminar hacia las escaleras para salir del sollado donde dormía. A todo esto, no sabía dónde había sido impactado el buque. En el interior había un humo terrible, no se veía casi nada, no se podía casi respirar porque el humo era muy espeso. El buque tiene muchas cosas muy combustibles. Como pude salir a cubierta empecé a caminar hacia la popa, donde tenía mi balsa de abandono. Mientras iba caminando iba recibiendo órdenes. Por ejemplo, tiramos al agua los tambores de combustible que eran del helicóptero que teníamos en el buque, pero quedó en el hangar, no se pudo sacar. Tiramos también las municiones de los cañones de 5 pulgadas que también estaban en cubierta. Después nos dicen que vayamos todos a la banda de estribor, que era la más alta.
A las 16:23 nos dan la orden de abandonar. Tiramos la balsa al agua, se empieza a inflar, pero al revés. En ese momento había olas muy altas. Desde el buque con una soga que tiene la balsa, aprovechamos el movimiento de las olas y logramos dar vuelta la balsa. Una vez en posición nos empezamos a tirar adentro, estaba pegada al crucero. Algunos empujábamos contra el casco, otros remaban del otro lado, pero la balsa se iba corriendo hacia la proa del buque, donde había impactado el segundo torpedo. Había sacado entre 10 y 15 metros de proa, con todas las chapas abiertas. Cuando veo que la balsa se acerca a las chapas, y no nos podíamos separar, veo que se va a romper; doy la voz de alerta y salto a una balsa que estaba al lado. De esa, salto a una tercera balsa. Ahí me siguen el suboficial Néstor José Cudina, y el cabo segundo Mario Ernesto Vilarez. Pero cuando el cabo segundo salta, se resbala y no llega y cae al agua. Desde el agua me pide ayuda para subir. La balsa es alta tiene como 50 o 60 centímetros sobre el nivel del agua. Imposible subirse solo. Para colmo, el petróleo que había hacía que todo sea muy resbaladizo. Yo lo agarraba del brazo para levantarlo y se me resbalaba. Le pido ayuda a otros dos compañeros, llegue a meter la cabeza bajo el agua, lo agarre del cinturón y lo pudimos subir.
La balsa dio un giro y vuelve a estar al lado del Belgrano. Pero ya no había casco para empujarlos porque estaba mucho más hundido. El agua subía sobre la cubierta y cuando bajaba caía como una cascada encima de nosotros. Solamente estábamos remando con las manos para tratar de separarnos del buque, porque teníamos miedo de que nos trague. De repente aparece una burbuja gigante de abajo del Belgrano. Se ve que fue comprimiendo aire de popa hacia proa y en un momento o se abrió una puerta o algo pasó que salió y formó como una ola, nos empujó y nos empezó a separar. Cuando estaríamos a unos 60 metros vi como la última partecita del casco del Belgrano desaparecía bajo la superficie del mar.
PD: ¿Cómo es sobrevivir en el mar? ¿Qué condiciones había? ¿Qué papel tuvo el apoyo de sus camaradas hasta que los rescataran?
RO: En un principio, la verdad no me acuerdo si llovía, si llovía no lo tuve en cuenta. Y si tenía frío tampoco me acuerdo, no reparaba en eso. Era superar una cosa tras la otra. Lo que menos te importaba era mojarte o tener frío.
Cuando ya nos acomodamos en la balsa éramos 22 tripulantes y pasamos la primera noche, con la mente puesta en el rescate, ahí sí, ya tenía frío y empecé a sentir un montón de cosas que antes, en la vorágine del momento, no sentía.
Pasamos 41 horas en la balsa hasta ser rescatados. Estábamos muy apretados, uno arriba del otro. Esto era bueno porque nos hacía mantener el calor. Hablábamos, no me acuerdo de qué. Rezábamos un montón. También había mucho tiempo de silencio, muchos piensan en cada uno, en su familia. Siempre había un apoyo constante entre todos. Si alguno estaba serio o algo caído, se le daba ánimo, “Vamos, que vamos a llegar, vamos a salir, nos van a venir a rescatar” esas cosas pasaban también.
Hacíamos guardia y por las puertas que tenía la balsa, nos asomábamos a ver si veíamos a alguien. De noche veíamos luces en el mar, eran los buques que estaba rescatando balsas. El teniente Hugo Morris Daly, que era el jefe de la balsa, nos hacía gritar todos juntos, prendíamos luces de bengala a ver si alguien nos veía. Al segundo día escuchamos el ruido de un motor y vimos un avión que pasaba sobre nosotros. Desde la cabina nos hacían señas con una linterna, o sea que ya nos habían avistado. Después de 41 horas apareció el destructor Bouchard, que era uno de los buques que estaba de escolta, y nos rescata.
PD: ¿Cómo fue el momento del rescate?
RO: Cuando llega el Bouchard se estaciona al lado de la balsa. Hacía giros alrededor a unos 50 metros. En aquel momento se destruían las balsas. Después nos enteramos de que una de las balsas que habían rescatado anteriormente se hundió y la succionó una de las tomas de agua de refrigeración de las máquinas del buque. El buque tenía dos tomas, una por cada banda. Si una estaba tapada, tenía que entrar por la otra toma una cantidad de agua suficiente para refrigerar, por eso tenía que mantener una cierta velocidad para que el agua que entraba sea suficiente.
Del buque bajaba un gomón con dos buzos que venían hasta la balsa, nos hacían subir de a cuatro y nos pedían que nos acostemos en el piso del gomón. El gomón salía al cruce del Bouchard a toda velocidad, saltando, por eso nos habían dicho que nos acostemos para que no nos caigamos. Al llegar junto al buque recuerdo que el gomón golpeaba contra el casco.
Desde el Bouchard bajaban un aparejo con el que nos enganchaban de a dos y nos subían. Mientras nos subían, el rolar del buque hacia como un péndulo y nos golpeaba contra el casco. Desde arriba decían “se están golpeando, cuidado, cuidado”, y les decía “suban que no siento nada, no hay ningún problema”. Cuando me bajan en cubierta yo no sentía las piernas, tenía la mitad del cuerpo semi congelado, por eso no sentía nada.
Una vez a bordo ya sentí tranquilidad. Creo que éramos 65 los rescatados a bordo del Bouchard. Nos llevaron a dar un baño. Tomamos algo caliente, comimos, cada uno buscó un lugar donde poder descansar.
PD: ¿Cómo fue la vuelta al continente?
RO: Al mediodía nos dicen que el que quiere almorzar lo puede hacer en el comedor o si le avisaba a alguien de la tripulación para que le llevara la comida al lugar donde estaba, si no se podía levantar. Yo fui hasta el comedor, caminaba medio duro todavía, pero podía caminar, tenía las piernas muy rígidas. Cuando llego al comedor me entero de que hay pollo. La noche anterior, en un momento que me dormí en la balsa, vi a mi mamá que en un plato me traía una pata de pollo. En ese momento que me dicen que hay pollo de menú, me vino a la mente eso.
Después de comer me quedé en el comedor, estábamos mirando una película de Porcel, Olmedo, Moria Casán y Susana Giménez, y de repente suena la alarma de combate. Dicen cubrir zafarrancho antisubmarino. Lo primero que pensé: ¿Otra vez? No te puedo creer. Quise subir por la escalera para salir del comedor y un suboficial me dice que no, que primero sube la dotación del Bouchard que son los que cubren el combate.
Estaban los salvavidas que nos habían sacado cuando nos rescataron ahí abajo de la escalera del comedor. Agarré y me puse uno. Después de que subieron todos, subí por las escaleras y me ubiqué en un pasillo que iba de una banda a la otra. Me senté en el piso. Puse la espalda contra el mamparo, y cerré los ojos a esperar el impacto del torpedo. Estaba pendiente de ese momento. Después de un rato dan por finalizado el zafarrancho, que había sido una falsa alarma. El buque puso proa al puerto más cercano que era el de Ushuaia. Arribamos el miércoles 5 de mayo.
PD: ¿Cómo se enteró su familia del rescate? ¿Cómo fue el reencuentro?
RO: A medida que nos iban rescatando anotaban los nombres y mandaban la lista de los rescatados. Sobre los vidrios de las garitas de la Base Naval de Puerto Belgrano pegaban las listas de los que iban siendo rescatados. A mí me rescataron a media mañana, a la tarde ya había aparecido en las listas.
Yo tenía una familia amiga en Puerto Belgrano que cada 2 horas iba hasta la base a ver. En uno de esos viajes vieron mi nombre y ellos avisaron a mi casa.
Yo me pude comunicar el miércoles a la noche, avisé que nos hacían los documentos y salíamos, pero no sabía cuánto iba a pasar porque éramos muchos. Salimos de allá en un micro el jueves a la noche y llegué a mi casa el viernes a la mañana. Cuando llegué estaban todos los vecinos en la puerta esperándome. Se quedaron toda la noche despiertos, habían puesto luces, banderas argentinas, y una sábana pintada, que todavía la tengo, que dice “Bienvenido Rubencito, nuestro héroe del General Belgrano”.
PD: ¿Cómo lo ha afectado su experiencia en el Belgrano con el pasar de los años?
RO: Muchas veces pienso que no me pasó a mí. Como que le pasó a otra persona. Y yo soy otra persona ahora. Quizás después de haber pasado por lo que pasó uno se siente que es otra persona. Hoy en día estoy mucho más relajado, con algunos problemas, con algunas cosas que pasan. No estoy tan pendiente de problemas que pueden ser superficiales. Trato de vivir de la mejor forma posible y sin hacerme mucho problema por cosas que quizás tienen una solución mucho más fácil de la que yo pienso que puede llegar a tener.
PD: ¿Se ha reencontrado con sus camaradas? ¿Ha tenido la oportunidad de reunirse con excombatientes ingleses?
RO: Sí, nos juntamos un montón de veces. Con el que más relación tengo es con Marcelo Pozzo, que tiene un velero y salimos a navegar. Vamos hasta Uruguay, Mar del Plata.
Con ingleses también. Hacemos una obra de teatro que se llama “Campo Minado”. Somos tres veteranos argentinos y tres ingleses, Royal Marines, en la que cada uno cuenta su historia cronológicamente, hay música, se arma una banda entre los ingleses y nosotros y cantamos. Si bien Malvinas no es un hecho que discutimos mucho, en la obra hay un ida y vuelta de porqué nosotros decimos que son argentinas y ellos piensan que los isleños son ingleses. Estuvimos mucho tiempo conviviendo, hicimos muchas giras, visitamos 19 países, 36 ciudades, hicimos 193 funciones, así que imaginate todo el tiempo que vivimos juntos. El público se queda medio sorprendido porque nos ve como que nunca fuimos enemigos.
PD: ¿Qué recuerdo tiene del capitán Bonzo?
RO: Tengo el mejor de los recuerdos del comandante. Cuando llegamos a Ushuaia, el buque estaba amarrando, y venía una persona gritando por el muelle “Ahí vienen mis valientes. Esos son mis valientes”. No sabíamos quién era. Abordó el buque y era Bonzo, que había sido rescatado antes que nosotros. Vino a darnos un abrazo a cada uno y a felicitarnos. La verdad que venga el comandante, que te abrace y que te diga algo... Yo cada vez que me acuerdo me emociono. Fue muy importante para nosotros.
Después de Malvinas él armó un grupo de gente con quien salíamos a dar charlas sobre las vivencias de lo que fue el hundimiento del Belgrano, éramos como 8.
Yo llegué a tener una relación muy íntima con el comandante. Cuando nació mi primer hijo vino a visitarme con su familia. Muchas veces fui a su casa, conocí a su familia. Sigo en contacto con sus hijas, nos seguimos encontrando. La verdad que para mi fue un tipo bárbaro, muy centrado, muy buena persona.
PD: ¿Qué mensaje o lección cree que podemos extraer de su experiencia para las nuevas generaciones?
RO: Es difícil. El mensaje es que hay que tratar de no entrar en guerra bajo ningún punto de vista. La guerra debería ser la última opción. Siempre hay que tratar otra solución. Muere gente de un lado y del otro. No es como un partido de futbol que gana uno o gana el otro y después se vuelven todos a la casa. Acá hay gente que no vuelve, se pierden hijos, padres. Creo que la guerra es algo evitable, pero los que la declaran no son los que van a la guerra.
PD: ¿Qué representan la Malvinas para usted?
RO: Representan ese pedacito de patria argentina que tiene que ser nuestro. Que si uno quiere viajar para ir a las islas no tengamos que mostrar el pasaporte, que podamos viajar como a cualquier provincia argentina. Representa una parte nuestra que la tenemos perdida por el momento, pero con la fe y la esperanza de que vuelva a ser parte del territorio.
PD: ¿Algo más que quiera compartir?
RO: Todo esto lo cuento en mi obra de teatro, “Vivir a flote”. Me junté con un amigo, Diego Alcántara, que es quien hace la música, toca la guitarra y el bajo, mientras yo canto canciones que conectan con la historia que voy contando. Cuento todo lo que viví, mi vida después de la guerra: Tuve una banda Beatle, con esa banda ganamos un certamen como mejor banda latinoamericana, fuimos a tocar a Liverpool en el 2005. El sábado 11 fue la anteúltima función y dejamos la despedida del año para el 16 de diciembre, en el teatro Carlos Carella en Bartolomé Mitre 970.
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