Por Santiago Rivas
En tiempos en los que las invasiones de un país a otro fueron algo poco probable (hasta que Rusia lanzó su invasión a Ucrania con el fin de ocuparla) la defensa parecía ser un concepto bastante abstracto, donde era difícil medir qué capacidades se necesitaban si no se podía determinar qué es lo que se iba a enfrentar. La falsa ilusión de que se vive en un mundo sin conflictos ha llevado a muchos políticos a repetir hasta el cansancio el concepto erróneo de que “no hay hipótesis de conflicto” y que, por ende, la capacidad de defensa es algo secundario, por no decir irrelevante.
Esto ha llevado, en casi toda Latinoamérica, a que la inversión en defensa mengüe hasta volverse algo ínfimo, en detrimento de las capacidades de las naciones por defenderse, en donde casi todo el gasto que el estado hace en sus Fuerzas Armadas se va en pagar salarios de un personal que cada vez más es visto solo como mano de obra para hacer trabajos de todo tipo, desde asistir en emergencias hasta construir calles.
Esto se debe a varios factores, el primero de ellos es la existencia de una clase política, se puede decir que prácticamente en toda América Latina, con un bajo nivel intelectual y una pobrísima preparación para los cargos que ocupan. A ello se suma que, para la gran mayoría de los políticos, su objetivo en la política no es el bien común y el desarrollo de su país, sino alcanzar poder y poder disfrutar de sus beneficios, por lo que buscan ser elegidos a través de consignas populistas, promesas vacías o que no saben cómo cumplir, buscando solo decirle a la gente lo que ésta quiere escuchar, pero sin desarrollar planes sostenibles para poder hacer crecer los estados.
Esto lleva a un tercer factor que es la inexistencia de proyectos de país, la falta de una mirada de largo plazo y un objetivo claro de adónde se quiere llegar. Y esa falta de proyecto se justifica planteando que hay problemas más urgentes y que solo hay que enfocarse en ellos. En otras palabras, ante una gotera los políticos solo plantean poner un balde para contener el agua, pero no en arreglar el techo.
En la Argentina estamos en plena campaña presidencial y las promesas están en bajar la inflación, combatir la inseguridad y unos muy pocos temas más, todos sostenidos por planes que son la nada misma, ya que ningún candidato ha mostrado tener un plan concreto sobre cómo piensa cumplir sus promesas, o solo muestran planes que no ocupan más que una carilla y contienen premisas vagas. Ninguno plantea generar las condiciones para que no haya riesgo de inflación ni combatir las causas de la inseguridad. Las justificaciones son que un pensamiento de largo plazo “no vende/ no genera votos” y que hay que enfocarse en lo urgente, en poner el balde… Y así, la Argentina hace 70 años que vive de crisis en crisis.
Un proyecto de país
En la vida, si queremos tener éxito, primero debemos fijarnos un objetivo de largo plazo, “qué queremos llegar a ser”, y sobre eso iremos armando planes para ir dando pasos hasta intentar llegar a nuestro objetivo. Si no sabemos adónde queremos llegar, no tenemos forma de trazar un camino y siempre estaremos yendo sin rumbo, por lo que difícilmente tengamos éxito. En los estados ocurre algo similar, si solo pensamos en planes de corto plazo para resolver cuestiones coyunturales, como la inflación, sin tener claro hacia dónde queremos ir, siempre estaremos cayendo en los mismos problemas.
Por eso es fundamental tener claro un objetivo, un proyecto de país, que nos permita fijar qué queremos lograr y entonces empezar a hacer planes para lograrlo. Esto no implica cuestiones ideológicas, como si queremos un estado socialista o una república liberal, sino en algo más “terrenal”, como es el bienestar de la población y que la mayor cantidad de gente tenga dadas las condiciones para cumplir sus sueños y desarrollarse.
Ese proyecto debe ser algo alcanzable según las posibilidades de la nación, en donde se deben tener en cuenta factores como los recursos naturales, la realidad de la población en cuanto a su cultura y educación, y el entorno en el que está dicha nación, ya que determinará oportunidades y amenazas, donde la seguridad, en todos sus aspectos, jugará un rol esencial.
Así, podemos ver que mientras hay países de la región que tienen grandes recursos naturales, su población carece de los niveles educativos o de una cultura propicia para alcanzar un pleno desarrollo económico y en otros se da el caso inverso, mientras que el entorno de creciente inseguridad que vive la región reduce las oportunidades y aumenta las amenazas.
Al determinar un proyecto de país comenzarán a determinarse muchos factores necesarios para alcanzar ese objetivo, donde uno de los fundamentales será la necesidad de brindar seguridad y estabilidad, no solo fronteras adentro, sino en la región y, en un largo plazo, colaborar en generar seguridad y estabilidad globales.
La primera pregunta a hacerse es “¿nuestro país tiene condiciones para darle bienestar y oportunidades de crecimiento a sus habitantes?” En el caso de la Argentina, el país cuenta con recursos naturales en abundancia, una población culturalmente desarrollada y educada, grandes oportunidades de crecimiento y relativamente pocas amenazas (aunque éstas no son inexistentes), por lo que es posible desarrollar un proyecto de largo plazo para alcanzar de una manera relativamente simple un estado de desarrollo que permita a sus habitantes vivir bien.
Para alcanzar eso, hay tres factores fundamentales: condiciones económicas con reglas claras y simples que permitan el desarrollo de empresas y atraigan la inversión, una educación avanzada que genere mano de obra calificada para cubrir puestos de trabajo que demanda un mundo cada vez más avanzado tecnológicamente, y demostrar la voluntad de proteger todo aquello que hace que el país crezca.
Proteger lo que nos hace crecer
Nadie invierte donde no hay seguridad, y la seguridad, en un mundo cada vez más inestable y polarizado, no está solo en el policía que evita que nos roben ni en combatir al narcotráfico, sino que va mucho más allá.
La capacidad de defensa tiene primero un pilar que parece abstracto, pero no lo es, el cual es la imagen que proyecta un estado. Cuando tenemos una capacidad de defensa desarrollada estamos mostrándole al mundo que nos cuidamos y eso demuestra que sabemos quiénes somos y hacia dónde queremos ir, así como el cuidado personal le dice al mundo nuestro estado anímico y lo que queremos ser.
Las potencias buscan en sus aliados que estos puedan estar a su lado no solo en las buenas, sino también en las malas, por lo que, a la hora de elegir con quienes van a comerciar y relacionarse, tendrán en cuenta su capacidad de defensa para determinar qué valor le darán a la asociación con cada estado. Aquel que no tiene la capacidad para participar cuando las cosas se ponen feas, tendrá un estatus inferior que el que estará codo a codo peleando. Un ejemplo de ello fue el estatus que Estados Unidos dio a Brasil y la Argentina luego de la Segunda Guerra Mundial, o el que la Argentina obtuvo en los años ’90 luego de enviar buques al Golfo Pérsico en 1991. En un futuro cercano lo veremos en los estados que brindaron su apoyo en la guerra en Ucrania y los que se mantuvieron al margen. También lo vemos en la lucha contra la piratería u otras acciones internacionales. Así, la defensa va perdiendo su lado abstracto para pasar a tener peso en la manera en que los estados se relacionan.
Como planteé en columnas anteriores, la defensa es un brazo de la política exterior de una nación, por lo que primero debemos definir qué rol queremos tener en el mundo. Si queremos vivir aislados (lo cual la Argentina viene haciendo en gran medida desde hace 80 años, con pésimos resultados), si queremos ser un actor regional o si queremos jugar globalmente. Esto dependerá en gran parte de las posibilidades que tenga el país, de aquellos tres aspectos que planteé más arriba, como los recursos, la cultura y educación y la capacidad de dar seguridad. Como ejemplo, Brasil se ha planteado desde hace tiempo ser un jugador global, a la vez que apunta a liderar la región latinoamericana, aunque no ha logrado ninguno de los dos objetivos por varias razones.
La Argentina tiene condiciones de ser un actor regional relevante, trabajando en conjunto con todos sus vecinos para mejorar la seguridad, para proteger los recursos naturales, proyectar la región hacia la Antártida (por ejemplo, trabajando en conjunto con Chile con un foco en el Atlántico y Pacífico, el Pasaje de Drake y la proyección antártica) y hacer crecer el peso global de América Latina.
También, el país en un mediano a largo plazo podría ser un actor de importancia en el mundo, dado su tamaño, la cantidad de recursos naturales que posee, su ubicación estratégica frente a la Antártida y el pasaje entre los océanos Atlántico y Pacífico, y a poseer mano de obra calificada que puede ser un proveedor de tecnologías a escala internacional.
Por otro lado, la capacidad de defensa de un estado que tiene importantes recursos naturales, les dice a los posibles inversores qué voluntad tiene ese estado de proteger los recursos y de proteger a aquellos que invierten en su explotación. Nadie invertirá en una empresa pesquera legal en un país que no protege sus mares de la depredación ilegal. Nadie invertirá demasiado en la explotación de otros recursos si existe la posibilidad de que estos sean entregados a estados (o sus empresas) que presionan militarmente.
Aunque no está en la función de las Fuerzas Armadas, hay dos factores donde la defensa contribuye al desarrollo nacional, los cuales están ligados a la Industria de Defensa.
Si bien este tema da para un artículo aparte, brevemente se puede decir que la Industria de Defensa es la mayor generadora de nuevas tecnologías en el mundo, debido a que demanda desarrollos muy avanzados sin tener en cuenta el retorno económico, lo que permite explorar nuevas tecnologías que no serían rentables si se las orientara para el mercado civil. Así, por ejemplo, la totalidad de las tecnologías que hoy tienen desde un teléfono celular hasta un horno microondas o un auto, nacieron para la industria de defensa y cuando fueron económicamente viables pasaron al sector civil.
Así, una industria de defensa es una fuente de conocimientos y tecnologías que no solo generan ingresos genuinos al país, sino que derraman esos conocimientos y tecnologías al sector civil, potenciando así todo el desarrollo industrial y mejorando la calidad de vida. La Argentina supo tener una industria de defensa desarrollada, que fue el pilar del desarrollo industrial de la Argentina, ya que llevó al desarrollo metalúrgico, el establecimiento de astilleros, fábricas de aviones y hasta de la industria automotriz, entre muchas otras. Hoy lo vemos en Brasil, pero también se puede ver en otros países con economías en desarrollo, como India, Turquía, Corea del Sur y muchos otros. Y, como demuestran los casos de Suecia y Suiza, la industria de defensa no está directamente ligada a la participación de los estados en conflictos.
Por otro lado, ese desarrollo tecnológico tiene un impacto directo en el sistema educativo, ya que aumenta la demanda de profesionales calificados y, por ende, potencia el crecimiento de centros de estudios de alto nivel, lo cual repercute en una sociedad mejor preparada para desarrollarse y tener éxito profesional y económicamente.
Todas estas cuestiones hacen que la capacidad de defensa vaya mucho más allá de la posibilidad de hacer frente a un ataque exterior, o de la existencia de “hipótesis de conflicto”, así como también de las misiones secundarias de las Fuerzas Armadas, como son la asistencia en casos de desastres o emergencias, el apoyo a las Fuerzas de Seguridad u otras.
Si bien su efecto inmediato es más difícil de medir, son cuestiones fundamentales para el desarrollo de una nación en el largo plazo, el cual es imprescindible para resolver los problemas de corto plazo.
Comments