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La guerra civil en Siria está lejos de terminar, solo entra en una etapa mas complicada

Ignacio Montes de Oca


Por Ignacio Montes de Oca

 

La guerra en Siria está lejos de terminar con la caída de Al Assad. Ahora va a entrar en otra fase diferente y para comprenderlo hay que entender la complejidad étnica y religiosa de su sociedad, los factores económicos y la injerencia de muchos actores externos. Vamos a explicarlo.


Lo primero que hay que comprender es que la facción que ocupó Damasco no controla el total del territorio sirio, que representan a un sector, el de los árabes de la facción salafista del sunismo y que por sus objetivos amplios nace con limitaciones para lograr la hegemonía. En Siria, tras 13 años de guerra interna las diferencias son bastante importantes y en particular porque hay un vacío de poder y las facciones tienen muchos hombres armados y cuentas pendientes con otros grupos que son de casi imposible resolución.

Empecemos por describir el mosaico étnico sirio, porque la identidad es uno de los factores que define alianzas y oposiciones. Sabemos que en teoría el 90% de los sirios son de origen árabe y eso representa un factor común. Pero deja de serlo al analizarlo en detalles. Sobre una población de 23 millones de personas, esos casi 20 millones contienen a 900.000 drusos, y cerca de 1,5 millones de levantinos. Hasta aquí no parece haber problemas porque aparenta ser una mayoría consistente. Pero, mencionemos a las minorías.

La primeros minoría son los 2,5 millones de kurdos que se concentran en Rojava, la zona autónoma del noreste del país respaldados por una fuerza de 40.000 milicianos que, hasta hoy, fue capaz de derrotar a los ejércitos sirio y turco, al ISIS y resistió con éxito a las milicias de otras etnias. Las milicias kurdas son mayoría dentro de las Fuerzas Democráticas de Siria, que también cuentan con grupos provenientes de la comunidad siria de 40.000 yazidíes, los 100.000 circasianos, y los 600.000 arameos. En su conjunto, estas etnias representan cerca del 15% de la población siria.



Y hay otro grupo étnico que es igual de importante, los 635.000 palestinos que además están respaldados por el poderío de Hezbollah que, aun luego de los golpes recibidos en El Líbano, siguen contando con una fuerza capaz de presentarle batalla a otros grupos.

Los drusos son étnicamente cercanos a los integrantes del HTS pero tienen una cultura muy diferente y pertenecen a una facción religiosa que no tiene nada que ver con el conservadurismo islámico de los salafistas. Y al analizar por grupos religiosos, esas diferencias se profundizan.

Al describir los grupos religiosos vamos a ver cómo se rompe esa aparente hegemonía del 90% árabe. Ya sabemos que el HTS es salafista, es decir sunitas, que representan a su vez el 58% del total de la población. Ya empieza a verse que etnia y religión no necesariamente son iguales. Dentro del sunismo sirio hay facciones minoritarias. La más importante es la de los kurdos, que, como vimos, son una etnia separada y a su vez profesan otra variante del sunismo denominada tafiismo. Tampoco son salafistas los 100.000 sunitas turcomanos.

Aquí hay que entender el significado de “tafrikismo”, que es el término usado dentro de los grupos islámicos de la zona para acusar a otras facciones de no ser parte del credo musulmán por una variación en las creencias y los ritos. Vamos a explicar porqué. El salafismo domina al HTS y en su programa político desde la era en que muchos de los líderes y milicianos actuales respondían a Al Qaeda se centraba en el objetivo de instalar un régimen islámico regido por la Sharia aplicada desde una postura radical extrema. Acá surge un problema, porque por más que su líder Abu Mohamed Al Golani haya prometido un gobierno en el que se van a tolerar las diferencias, por definición eso es imposible por sus preceptos de origen y la necesidad de hacer algo con los “tafrikis” de otras corrientes islámicas.



Entonces veamos cuantos sirios hay dentro de esos otros grupos mahometanos y de otras religiones. Empecemos por el otro gran grupo del mundo musulmán, los alauitas, una facción que reúne al 13% de la población siria a la que pertenece el clan Al Assad. Los alauitas no se consideran chiitas y son una fuerza importante en la zona costera de Latakia y en Hama y Alepo. Entre 1920 y 1946 tuvieron su estado, el Dawalat Jabal Al Alawiyyih. Nunca renunciaron a esa aspiración autonómica y ahora puede que vean la oportunidad de lograrla.

Lo mismo sucede con los 800.000 drusos sirios que también tuvieron su propio estado entre 1921 y 1946, el Yabal Al Druz. Los drusos no se consideran musulmanes ni son considerados como tales por otros grupos islamistas. Los 40.000 yazidies están en la misma condición.

Dentro de los grupos chiitas sirios están los 200.000 ismaelitas o nizarís. Y luego los 25.000 Imamíes o duodecimanos. No es un ejercicio inútil aprender estas diferencias porque queda por ver si se impone un régimen que busque homogeneizar a los musulmanes sirios. Para pensarlo de otro modo: si se va a imponer la Sharía por sobre un código judicial laico, debe haber una autoridad que la aplique. Si las minorías no reconocen a esa autoridad entonces la ejecución será por la fuerza, lo que puede conducir a una resistencia.



Si la autoridad procede de lo religioso entonces los “tafrikis” e “infieles” van a ser objeto de presiones y castigos. Con Al Assad recién fugado y la idea de la justicia de la rebelión, esa resistencia puede dar lugar a más violencia. Hablamos de Siria y sus armas desperdigadas. Porque, así como existe la experiencia del derrocamiento de Al Assad, también está el aviso de lo sucedido con los talibanes en Afganistán, que hicieron idénticas promesa de tolerancia antes de convertir a sus mujeres en cortinados y al país en una madraza.

Y tampoco hay que ir tan lejos. El avance del integrismo en el Líbano acabó con la representación cristina y de otros grupos religiosos en un proceso que hizo desaparecer a la mitad de los edificios y a casi todos los bikinis. El integrismo no es moderado nunca, por definición. Además, Siria estuvo regida por el baazismo que es una idea laica. Convertir a un país en un estado islámico puede generar resistencias muy violentas considerando que más del 50% de sus habitantes no pertenece al grupo que aspira a lograrlo.

Ya vimos que el islamismo reúne a un aproximado del 74% de la población de siria entre los distintos formatos coránicos. Ahora hay que ver las otras minorías. Los cristianos sirios eran 2,5 millones hace una década, es posible que hoy queden unos 680.000. Los cristianos se dividen entre las iglesias ortodoxas siria, rusa y, la más numerosa, la griega con unos 180.000 fieles. También hay cristianos asirios, unos 400.000, y otros grupos menores. Entre cristianos y ateos posiblemente haya otro 10% de la población siria.



Estas comunidades tienen vínculos más allá de las fronteras. Los territorios alauitas continúan en el norte de El Líbano. Y el de los kurdos en Turquía, Irán e Irak. Los turcomanos sirios son 100.000, pero hay otros 16,8 millones que viven principalmente en Turkmenistán e Irán. Hay 10 millones de palestinos repartidos en varios países de la región. Hay otros 120.000 ismaelitas en El Líbano. Los imamíes sirios son 25.000, pero hay otros 200 millones en India, Pakistán, Qatar y el Líbano. Este vínculo es importante por cuestiones prácticas.

En caso de persecución, esas comunidades en el extranjero pueden ser un soporte o involucrar a los países en los que esos grupos religiosos o étnicos tienen un peso político suficiente. Ya sucedió con los kurdos, los cristianos y los turkmenos, por dar algunos ejemplos. Esto puede hacer que la resistencia armada se perpetúe en caso de un conflicto abierto. Pero también resistir la igualación que viene con la instalación de un sistema integrista. O darle entidad a un movimientos separatista o autonomista. Siria es un hervidero de posibilidades. También puede suceder que la asistencia internacional se condicione al respeto de estas minorías por parte de los estados involucrados con ellas. Considerando la devastación que hay en Siria, este es un factor que le interesa al HTS o a cualquiera que quiera construir poder.



De los 23,2 millones de personas que habitan en Siria, 17,6 millones dependen de la asistencia humanitaria para sobrevivir. El acceso a este recurso y su administración puede ser una fuente importante de futuros conflictos internos. El motivo es sencillo de explicar. El control de las zonas depende de satisfacer las necesidades inmediatas de sus habitantes. De ese respaldo se deriva el apoyo político y la capacidad de reclutar adherentes. El control territorial no solo se construye con armas y el poder, necesita tener una base económica.

De acuerdo con cifras del Banco Mundial el PBI sirio cayó de U$S 67.540 millones en 2011 a U$S 8.980 en la actualidad. La guerra civil provocó daños por U$S 250.000 millones y con estos números se puede dar una idea el panorama. En Siria cada vez hay menos para repartir. Allí hay otro motivo para pensar que el conflicto aún está lejos de ser solucionado. El HTS y el resto de los grupos en pugna deben acceder a los pocos recursos que aun generan riqueza para imponerse a sus adversarios. Los más importantes son: petróleo, gas, fosfatos y alimentos.



Empecemos por el petróleo. Siria tiene 2,5 billones de barriles de reservas verificadas. Las principales cuencas son las de Hasaka, Raqqa y Sweida. El 70% de la producción petrolera está en zonas controladas por los kurdos. Ya tenemos un indicio de conflicto. Para los kurdos, conservar esos yacimientos es vital para sostener la existencia de su zona en Rojava. Además, la producción de 150.000 barriles diarios se combina con el control de los kurdos iraquíes de la producción en Tikrit, una reserva de 45 billones de barriles de crudo. En total, la comercialización de los yacimientos sirios e iraquíes le reportan al menos U$S 2.600 millones anuales. Turquía sabe que debe desalojarlos de allí para debilitar la resistencia kurda. El HTS necesita acceder a esos recursos si quiere controlar esos ingresos.



El retiro de los rusos de Palmira, en el centro del país, fue aprovechado por los kurdos para tomar esa región. Y allí están los yacimientos de petróleo y gas de Jabal Shaer, por lo que la porción kurda de riquezas se incrementó. Hasta hoy esos recursos eran explotados por empresas rusas. Esas empresas rusas eran parte del emporio de Prigozhin y fueron utilizados para financiar el crecimiento y el funcionamiento de Wagner. Tal era su importancia y además es donde se encuentra el 45% de la riqueza del otro gran componente de la economía siria, el gas.

El resto de las zonas con potencial gasífero se reparten entre las regiones controladas por los kurdos, por el HTS y por las milicias pro-turcas. El potencial económico de ese recurso depende de garantizar su explotación y ello de quien controle cada área. Se estima que las reservas de gas de Siria ascienden a 240,7 billones de m3. En 2015 los yacimientos sirios producían 218.953 millones de m3 anuales. La producción actual es de 10 millones de m3 anuales. Siria necesita 18 millones de m3 anuales para su consumo interno. Tanto el gas como el petróleo son cruciales para abastecer a las centrales eléctricas como para alimentar a las pocas refinerías que quedan para producir combustible, un bien escaso que Siria debe importar como consecuencia de la devastación del conflicto.



Como se ve, en el control del petróleo y el gas no solo se juega la capacidad de sostenerse económicamente, sino que además quien se haría con las divisas que generaría su exportación. Y la misma lógica nos obliga a volver a Palmira para hablar de los fosfatos. Los fosfatos son el insumo clave para producir fertilizantes. Los yacimientos de Al Sharquia y Khneifis en la zona de Palmira eran controladas por empresas del oligarca ruso Gennady Timochenko, señalado por la prensa opositora rusa como el guardián oculto de la fortuna e Putin. Bajo la cobertura de la compañía Srtoytransgaz, Timochenko manejaba el 70% del fosfato sirio que era exportado luego de ser procesado en las tres plantas construidas en Siria para ese fin. En 2022 se exportaron 43,8 millones de derivados del fosfato. Los fertilizantes son esenciales para la cuarta pata de la economía siria: la producción alimentaria. Antes de la guerra civil, Siria llegó a exportar hasta el 25% del excedente de su producción alimentaria. De hecho, es su principal producto de exportación. De acuerdo con las cifras de 2022 de la OCDE, la principal exportación de Siria fueron el aceite de oliva (U$S 140 millones), los frutos secos (U$S 43,8 millones) y en cuarto lugar el algodón (U$S 34,2 millones). El tercer lugar le corresponde al fosfato.



De los 771 millones que exportó Siria en 2022, 505 millones son productos alimenticios o derivados. 149 millones son fosfatos y otros productos minerales. De la exportación depende el ingreso de divisas y el 43,59% del movimiento económico. Volvamos por un momento a la cifra que mueven los kurdos con la exportación de crudo: al menos U$S 2.600 millones anuales. Las exportaciones anuales de Siria 2022 totalizaron 771 millones. Lo kurdos de Rojava son 2 millones del total de 23 millones de sirios.

Allí hay un punto de confrontación porque los kurdos fueron atacados por Turquía mientras el HTS avanzaba sobre Alepo, Hama y Homs. La ofensiva desalojó al FDS y a parte de la población kurda de las regiones de Anfin y Tell Rifaat y ahora busca desalojarlos de la zona de Manjib. Los turcos pretenden empujar a los kurdos al otro lado del Éufrates y esto tiene mucho que ver con el control de las dos cuencas alimentarias: la que es regada por ese río y la de mayor productividad situada en la zona costera en la que ahora conviven pro-turcos y salafistas. La cuenca costera está habitada en gran parte por minorías, particularmente por los alauitas, pero también por cristianos e islámicos de facciones minoritarias. Aquí es donde comienza a entender la importancia de entender el mosaico étnico y religioso sirio.



Turquía invadió el norte sirio por “motivos de seguridad” y amenaza a ampliar esa zona por medio de sus milicias, lo que le daría el poder de condicionar a quien resida en los palacios de Al Assad en Damasco y otras ciudades al controlar la válvula del hambre. Pero además Turquía tiene el manejo de otra llave que nos devuelve a la otra cuenca alimentaria. Turquía maneja el curso superior del Éufrates y con ello su capacidad de riego y de producción. De hecho, el secar ésta fue una fuente constante de disputa entre Al Assad y Erdogán. El manejo del agua en el curso sirio del Éufrates se logra mediante la mayor represa de Siria, la de Taqba. Con el colapso del ejército sirio los kurdos controlan esta presa, que además tiene el potencial de generar 824 megavatios de energía, recurso que no se aprovecha por el faltante de agua.



Turquía retiene el agua del Éufrates como medio de presión y la situación se volvió tan crónica que el gobierno sirio no se molestó el reparar las usinas para producir energía. Ahora, las milicias pro-turcas atacan a los kurdos en Raqa para hacerse con la represa de Taqba.



Si el HTS pretende hacerse con el gobierno sirio deberá entonces resolver un doble dilema: como hacerse con las riquezas en manos de los kurdos y encontrarle una salida al avance de Turquía y sus milicias que amenazan con el control de esas zonas. Y, al mismo tiempo, encontrar el modo de evitar el condicionante que implica que Turquía amenace con tomar el control absoluto de la cuenca alimentaria de la costa. O que sea el rector de la zona costera por donde llega el grueso de la asistencia humanitaria.

Aquí surge ora fuente de problemas y está en el discurso de victoria de Abu Mohamed Al Golani. Además de una promesa religiosa, apenas asumió el poder en Damasco apeló a la unidad siria bajo un paraguas nacionalista. Allí hay una fuente de conflicto profundo. Para restaurar el estado sirio bajo la Sharia o los símbolos nacionales debe tomar el control del total del territorio. Pero Siria está invadida por el norte por Turquía que controla unos 5.000 km2 de su territorio y también por Israel, que amplió su invasión en la zona del Golán. Erdogán y Netanyahu invocaron idénticas necesidades de “seguridad” para tomar porciones adicionales del territorio sirio. Israel destruyó todo el potencial de poder militar que podría usar el HTS para pasar de ser una milicia a un ejército nacional. Fue un llamado a confrontar. Si recordamos que además los kurdos controlan cerca del 40% del territorio sirio y que además hay tres bases de EEUU en el noreste y el sureste de Siria, entendemos que el discurso de restauración nacional del HTS va directo a una pelea feroz con varios actores.



Luego hay que sumarle la presencia rusa en Lataika y Tartús y el control de hecho que aun ejerce Irán por medio de Hezbollah de una región muy amplia de la zona aledaña con el Líbano. Y luego las pretensiones renovadas de autonomía de los drusos, quizás patrocinadas por Israel. El encierro de Hezbollah por el corte de la ruta desde Irak e Irán realizado por los kurdos apoyados por EEUU anuncia un conflicto asegurado porque el HTS avisó que el chiismo de Teherán y sus proxies son un enemigo prioritario. Allí tenemos otro conflicto candente sin resolver.

En otras palabras, el HTS llega al poder con una serie formidable de desafíos y condicionantes que deberá asumir si quiere heredar el poder de los Al Assad y cumplir con las promesas que le permitieron ir de Alepo a Damasco. Si no cumple, habrá otra disputa por el poder. Asociarse a Turquía lleva el riego de convertirse en un títere de Ankara. Confrontarlos implica adentrarse en más batallas en el futuro cercano. Ir contra los kurdos implica un desgaste igual de ruinoso y acordar con ellos significa ir a la guerra contra Erdogán.

Salvo que Trump ordene un retiro total de sus tropas en Siria, ir contra los kurdos implica además enfrentar a los EEUU. De todos modos, va a confrontar; el FBI ofrece 10 millones de dólares por el líder del HTS y ese grupo tiene entre sus enemigos declarados a los EEUU. En realidad, como derivado de Al Qaeda, el HTS tiene por adversario a todo Occidente. Y por inercia, a la presencia de Israel pese a los discursos de oportunidad. Ahora Israel avisa que apoyará a los kurdos. Se avecina otra batalla en territorio sirio.



Dejar que los kurdos sean derrotados por los turcos dejaría a Erdogán con el control total de los recursos energéticos, alimentarios y minerales que el HTS necesita para gobernar y sostenerse en el poder. Buscar consensos para evitar la vía militar, lo enfrenta a su base fanática. El dejar que Israel se siga apoderando de su territorio en el sur implica favorecer otra pérdida territorial acrecentada con el surgimiento de un estado druso. Plantarse frente a Israel implica una locura militar y estratégica de proporciones. O quizás sea una alternativa política.

Enfrentados al asedio, los jefes de Hezbollah podrían encontrar en la coyuntura siria una salida para renovar sus alianzas. El nacionalismo sirio invocado por el HTS podría dejarlos hacer con la excusa de una etapa diferente en donde el nuevo adversario sería el “expansionismo” de Israel. Esta circunstancia podría neutralizar el riesgo para el HTS de Hezbollah en Siria y el Líbano y la posible oposición de los 635.000 palestinos en su territorio. Con Irán replegado y Turquía anhelando hacerse el rector de los palestinos, es una pieza para negociar con Ankara.

Es cierto que el HTS logró derrocar a al Assad en 12 días, pero aún está lejos de obtener el poder. Las demandas para hacerse con el control de Siria son demasiadas y todas ellas conducen a alguna confrontación. Y aún queda el factor final: el derrape. Si el HTS busca acuerdos con minorías o estados enfrentará una posible reacción interna dentro de la coalición de fuerzas integristas que lo conforman. Hay una promesa de estado islámico autónomo que se choca con la salida política que resuelva los nudos identitarios y económicos.



No hay que olvidar que el HTS tiene elementos que provienen de Al Qaeda y su rigidez dogmática. No importa con quien acuerde o si es un actor interno o externo, los grupos más radicalizados pueden interpretarlo como una concesión inaceptable. Tampoco hay que omitir que el ISIS surge de los sectores de Al Qaeda que pugnaban por un grado mayor de islamismo y en el rechazo a toda decisión que se apartara de la construcción de un estado mahometano en el que las diferencias debían resolverse de manera radical.

No vaya a ser que los problemas para resolver tantos desafíos hagan surgir de nuevo al ISIS, que se esconde en algunos pliegos del HTS, o que surja otra versión del mismo integrismo como salida frente al incumplimiento de las promesas hechas en la ruta hacia Damasco. Se sabe que una respuesta para los momentos de crisis irresolubles es buscar un enemigo que esconda las imposibilidades propias. El HTS enfrenta esa contingencia y las minorías sirias lo saben.  Llegar al poder demandó 12 días. Sostenerse es un asunto mucho más complicado.

El conflicto en Siria está muy lejos de ser resuelto. Hay demasiados actores e intereses cruzados dentro y fuera de sus fronteras. La nueva fruta prohibida es el damasco. Basta con morderlo para amanecer en una realidad muy distante al paraíso prometido durante la revuelta.


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