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Myanmar, castigada por un terremoto, aranceles y una guerra civil que lleva ocho décadas y de la cual pocos se han enterado


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Myanmar fue noticia por un terremoto de 7,7 grados y luego por ser una de las naciones más aranceladas por EEUU. Pero detrás de estas novedades se esconde uno de los conflictos más persistentes y complejos del mundo. Vamos a explicarlo y a analizar sus causas.

 

Por Ignacio Montes de Oca


Apenas dejó de temblar la tierra, los 57,5 millones de habitantes de Myanmar descubrieron las dimensiones de la catástrofe; 4.390 muertos, 300 desaparecidos y 6.000 heridos. El gobierno y las fuerzas rebeldes anunciaron un alto el fuego, la guerra civil se suspendió por unas horas. Pocas horas después el gobierno reinició los bombardeos contra los grupos insurgentes y la violencia se reanudó en un conflicto iniciado en 1949 y que continua sin pausa desde entonces. 250.000 muertos y 2,9 millones de desplazados internos después, la guerra civil continúa.

Empecemos por explicar las causas del conflicto. En rigor, empezó en abril de 1948 cuando Birmania se independizó del Reino Unido. De entrada, aclaremos que no confundimos el país; desde 1989 Birmania pasó a llamarse Unión de Myanmar y acá tenemos la primera pista. Birmania les sonaba muy sectario a los militares porque se identifica con la etnia Bamar, que representa al 69% de sus habitantes. El país tiene en total 135 etnias y esa variedad fue siempre motivo de disputas aun antes del momento de declarar su independencia.


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En 1947, fue asesinado Aung San, el líder bamar de la independencia birmana que primero se opuso a la presencia británica, luego apoyó la ocupación japonesa en 1941 y más tarde a los aliados, lo que le valió firmar el acuerdo independencia de Panglong en Londres antes de morir. Aung San no logró resolver el problema primordial de la representación de las minorías. En particular de los Shan, que hoy son un 9% de la población y tienen vínculos con grupos étnicos de China y Tailandia. Atentos porque cada uno de esos datos va a ser importante más adelante.

La otra etnia son los Karen o “Kayin” con una representación del 6,7% de la población. Desde 1949 tienen su brazo armado, el Ejército de Liberación Nacional Karen (KNLA), que mantiene una disputa constante con la etnia bamar que tradicionalmente controla el poder nacional.

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Los Rahkinyá, también conocidos como “Rohinyá” o “Arkaneses”, son el 4% de la población, pero su número disminuyó por las matanzas y se expulsión hacia Bangladés. Tienen sus propias milicias, el Ejército de Liberación de Arakán (ALP) y el RNA, el Ejército de Liberación de Rohinyá. El Ejército Nacional de Chin (CNA) y la Fuerza de Defensa de Chinlandia (CDF) defienden a unos 2 millones de miembros de la etnia Chin. El Ejército de Liberación Nacional de Mon (MNLA) a los Mon de la zona oriental con un número similar de habitantes que los Chin. Los Kachin son unos 780.000, se conectan con grupos étnicos en China e India y su milicia es Ejército para la Independencia de Kachin (KIA). Hay otro grupo que es el Ejército Nacional Wa (WNA), pero en rigor no es insurgente ni étnico sino independentista, ya lo explicaremos.

Hay otras milicias menores que se identifican con algunos de los estados que forman Myanmar, pero con los que vimos ya nos podemos dar una idea sobre la cantidad de facciones a las que enfrenta el ejército birmano y porqué solo controla la mitad del territorio nacional.

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Hay otra división y es la religiosa, que también es un motivo de masacres y deportaciones masivas. La mayoría, el 88% de la población y en particular los Barama, los Shan y los Mon son budistas. El 6% son cristianos, el 4% son musulmanes y el resto son animistas. Hay cristianos entre los Kachin, Chin, Karen y en otras etnias menores como los Naga. Pero también hay Bamar y Karen que son musulmanes sunitas, como en la mayoría de los Rahkinyá. Cristianos e islámicos son objeto frecuente de persecuciones violentas de parte de los budistas. Este mosaico de etnias, religiones y orígenes se refleja en el mapa de las zonas ocupadas por cada milicia. Myanmar nunca pudo integrar tanta diversidad desde que se llamaba solamente “Birmania” y ahora volvemos a la historia para explicar el porqué de la violencia.

Cuando fue asesinado Aung San, se culpó a los Shan por su muerte. La mayoría Bamar controló los resortes económicos y políticos del país y de inmediato comenzaron las revueltas. Los Karen, lanzaron su movimiento separatista y los Shan siguieron el mismo camino. Para peor, el nuevo gobierno controlado por el partido fundado por Aung Sang, la Liga Antifascista para la Libertad del Pueblo (LALP), declaró al budismo religión oficial y generó la reacción de los musulmanes, en particular de los Rahkinyá y de los cristianos Shan, Chin y Kachin. Para hacer aún más complicado el asunto, en 1949 las tropas nacionalistas chinas dirigidas por el general Li Chi se instalaron en Birmania y desde allí comenzaron a lanzar ataques contra el gobierno comunista. Fueron enviados a Taiwán en 1954, pero no se fueron del todo.

En marzo de 1962 el LALP fue desplazado por un golpe militar y la nueva junta liderada por el general Ni Win adoptó un gobierno de corte socialista. La represión desde entonces se volvió brutal y Birmania fue uno de los países con cifras récord de denuncias de abusos contra los DDHH. Birmania se apoyó en el bloque soviético y aun así la insurgencia se mantuvo fuerte. Los grupos armados usaron sus vínculos étnicos con otros estados vecinos o la existencia de grandes grupos de desplazados para evitar la persecución y recolectar fondos y armas. Junto al antecedente del general chino Li Chi, estas vinculaciones hicieron que el conflicto dejara de ser un asunto interno y todos los países de la región comenzaron a ser involucrados. En particular Bangladés y Tailandia por la cantidad de refugiados que debieron alojar.



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En 1990, se organizaron elecciones en las que triunfó el partido Liga Nacional de la Democracia de Aung San Suu Kyi, la hija del líder independentista. Pero lo militares anularon los resultados. Birmania nunca dejó de ser una democracia tutelada por los militares. En 2008 la guerra civil que recrudeció, un ciclón y una hambruna provocaron 140.000 muertos y desaparecidos. Comenzó un proceso político que obligó, bajo presión internacional, a aprobar una nueva Constitución y a rehabilitar políticamente a Suu Kyi. En 2011 la junta accedió a ceder parte del poder a un gobierno civil y aceptó realizar elecciones en 2012. En 2015 y firmó un cese el fuego con 25 grupos rebeldes. Para simplificar la trama, los militares mantuvieron los ministerios clave y continuaron sus campañas contra los rebeldes.

En febrero de 2021 los militares dieron por terminado el experimento político y dieron otro golpe de estado contra Suu Kyi. El general Min Aung Hlaing fue puesto al frente de la junta que gobierna hasta el presente. Veamos los resultados de las turbulencias políticas constantes.

El 50% de la población de Myanmar vive bajo la línea de la pobreza. Ese índice era del 24,8% en 2017. Solo el 48% tiene acceso a la red eléctrica y el 43% a redes de agua potable. Su PBI se redujo en un 17,9% desde el año 2021, producto de la pandemia y la guerra civil. La cantidad de desplazados internos creció de 1,5 millones en 2022 a 2,9 millones y otros 1,3 millones huyeron a otros países. En Bangladés se crearon campos de refugiados para recibir al menos a 960.000 Rohinyá. El campo de Kutupalong que los alberga, es el mayor del mundo.

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La situación actual de Myanmar es muy complicada. Los militares están perdiendo gradualmente el control de más territorio y en los hechos el país es un archipiélago de estados de facto controlados por las minorías. Vamos a ver el caso más emblemático: la República de Wa. La etnia Wa formó un cantón autónomo con dos territorios apartados que, si bien admiten ser parte de Myanmar, funcionan de manera separada, utilizan la moneda y el comercio chino y organizan sus propias elecciones que, por supuesto, son ganadas por el Partido Único de Wa. Los Wa sobrevivieron por años gracias al tráfico de heroína y eran el grupo más poderoso de la región productora del Triángulo de Oro. Aunque se declaraban comunistas, durante la Guerra de Vietnam hicieron un acuerdo con la CIA norteamericana que les otorgó impunidad y fortuna.

Los pedidos a Myanmar para que los WA abandonen el tráfico de heroína fueron inútiles y solo cuando China los presionó abandonaron ese tráfico y apostaron por las anfetaminas, las estafas online, el tráfico de especies, la prostitución y algunas actividades agrícolas licitas. Los Wa comparten el control de partes del estado del noroeste con el Ejército del Estado Shan, (SSA), uno de los más antiguos y numerosos formado por separatistas Shan, y con el TNLA, la milicia Kachin. Es uno de los bastiones más fuertes de los rebeldes. De hecho, el TNLA es uno de los cuatro integrantes de la Alianza del Norte formada además por la milicia Rakhin del Ejército de Arakán (AA), las tropas de la etnia Kualong del MNDAA o Ejército Nacional Democrático de Myanmar y los independentistas Kachin del KIA.



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Hay otra alianza, la de “La Tres Hermandades” que opera más al sur con el AA, el MNDAA y el TNLA. No hace falta marearse, se los presenta para entender la cantidad de facciones activas contra las que opera el ejército y con ello las divisiones que explican la guerra civil.

Los Karen dominan gran parte del estado de Kayín y una parte de la frontera con Tailandia. Los Chin cerca de las tres cuartas partes del estado que lleva su nombre y la frontera con India. En ese estado opera también la Fuerza de Defensa del Pueblo (PDF). Y el PDF está aliado con el All Burma Students' Democratic Front (ABSDF) presentes en varios estados y que no responden a una etnia, sino que su propósito es combatir al gobierno militar. Hay más grupos, pero no los nombro porque ya quedó expuesta la complejidad del problema.

Se trata de al menos medio millón de insurgentes que se disputan el territorio a un número similar de soldados del ejército nacional y de las Milicias de Pyusawhti, un grupo paramilitar que le responde y que es acusado de las mismas atrocidades que a las tropas gubernamentales.

Ahora veamos cuales son los países que sostienen a la dictadura birmana. Durante los últimos años, los militares contaron con la asistencia militar de Rusia. De hecho, hasta 2022, Myanmar fue uno de los principales clientes de las armas vendidas por Rusia al exterior. India también le proveyó de armas, pero en la medida que Rusia perdió su capacidad exportadora fue reemplazada por China que desde 2023 cubrió el 75% de las compras que hizo la junta que gobierna el país. El pago de esas armas conduce a un dato estratégico. Con la asistencia, China busca que los militares recuperen el control de su territorio para concretar uno de sus proyectos más urgentes. Se trata de la ruta a través de Myanmar para conectar su provincia de Yunnan con el Índico a través del puerto de aguas profundas de Kyaukphyu. El proyecto se denomina Corredor Económico China-Myanmar y busca evitar el Paso de Malaca. Por ese paso se transporta el 60% del comercio marítimo global, el 80% del crudo que importa China y cerca del 90% de sus exportaciones e importaciones. Siempre fue la yugular china.

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Para lograr que Myanmar se mantenga dentro de la esfera china, Pekín aplicó el manual del uso de la deuda como instrumento político. Las armas y un ambicioso proyecto para ampliar el puerto de Yangón crearon una dependencia política que la junta no quiere ni puede evadir. La dictadura de Myanmar recibe además el apoyo chino para contener las acciones del gobierno en el exilio que formó la oposición tras el golpe de 2021. El denominado Gobierno de Unidad Nacional de Birmania ya fue reconocido por la Unión Europea y tiene vínculos con los EEUU. Ahora se entiende por qué Trump le impuso a Myanmar uno de los aranceles más altos, del 44%, en momentos en que aun había réplicas del sismo del 28 de marzo. Por tratarse de una baza de China, el golpe fue dirigido a debilitar aún más a la junta militar aliada de Pekín.

Francia, Australia, Malasia, Corea del Sur y el Reino Unido permitieron representaciones del gobierno exiliado. Pero la falta de respaldo de India les restó el apoyo tan necesario de una potencia regional adyacente. Junto a Rusia y China, están eternizando el conflicto. India prefirió alimentar con armas a la junta con la intención de competir con China por la influencia sobre Myanmar. Pero, además, Modi le quiere arruinar el paso hacia el Índico a Xi Jinping. De paso, controla la actividad insurgente de los Chin en el estado indio de Mizoram.



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La Junta militar tiene una relación pendular con India y China. Saben que el lugar que ocupan en el mapa regional es vital para ambos. Pero también que, si no recuperan el control de su territorio y siguen retrocediendo antes las milicias rebeldes, no habrá nada para negociar. Hay algo que se adivina entre el humo que dejan los combates y es que incluso con el fin de la guerra civil la existencia misma de Myanmar está en duda. Tras 77 años de lucha, los Bamar y las etnias enfrentadas con ellos ya llevan demasiado tiempo masacrándose. Incluso en tiempos de apertura democrática los grupos separatistas mantuvieron sus reclamos segregacionistas. Las tensiones y las venganzas pendientes son tan profundas y antiguas que, aun si cayese la Junta, una balcanización de Myanmar no parece un escenario tan errado. Lo único que mantiene cierta unidad entre las facciones es la presencia de un ejército nacional que se muestra impotente para derrotar a la insurgencia, pero al mismo tiempo es capaz de sostener a los militares en el poder y controlar zonas clave del país con apoyo externo.

Incluso si no hubiese un proceso formal de creación de nuevos estados como sucedió en Yugoslavia, es posible que el ejemplo de la autonomía de la República de Wu sea replicado en las zonas bajo el control de cada etnia. Hay armas suficientes en cada grupo para producir autonomía.



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El GNU en el exilio tiene por delante un desafío enorme: recuperar el poder y sostener la existencia de Myanmar. Pero del otro lado están China, Rusia e India sosteniendo una competencia que extiende la sobrevida de la dictadura militar y apaña sus excesos. En derredor, Tailandia y Laos son los más perjudicados, porque la continuidad étnica llevó el conflicto a sus territorios y los refugiados son una carga política cada vez más pesada. Se le suma Bangladés como territorio de disputa entre India y China a este coctel trágico.

Rusia sigue apoyando a la junta militar. Putin ordenó bloquear a la oposición en el exilio y en febrero de 2025 se firmó un pacto de cooperación para construir una zona económica especial en el puerto myanmarense de Dawei y un reactor nuclear de investigación de 10 MW. Las disputas dentro de Occidente y las diferencias entre EEUU y sus aliados disminuyen la posibilidad de aplicar presión sobre la junta militar. Las perspectivas no son buenas para los habitantes de Myanmar que además ahora cargan en su cuenta el costo del terremoto.


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La opinión pública internacional tampoco parece muy activa frente a hechos como la masacre y deportación de cientos de miles de Rahkinyá y las persecuciones contra las minorías religiosas cristiana y musulmana. Este conflicto no genera rating ni likes. El terremoto y los aranceles les dieron una visibilidad momentánea, suficiente para cubrir algunos telediarios y generar las predecibles interacciones en las redes sociales con el morbo de los edificios destruidos y los países alardeando el envío de ayuda. Pero en un tiempo la guerra civil en Myanmar volverá a caer en el olvido y su territorio a presenciar los combates entre un gobierno que no puede ganar y una multitud de grupos rebeldes que no se van a rendir. Camino a los 80 años de guerra civil, no hay paz a la vista. Con todos estos datos es más fácil comprender lo que sucede en Myanmar. O en Birmania, porque, así como el país no termina de decidir cuál es su nombre, hace 8 décadas no puede determinar si es un país o una ilusión fallida por intentar unir lo que lucha por permanecer separado.

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