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Esteban Gómez

Oriente Medio: la religión como estrategia

 

 

El conflicto actual entre palestinos e israelíes lleva décadas y su análisis exige tener en cuenta múltiples variables. La mayoría de ellas se ven afectadas por cuestiones de época, ya sea a nivel político, ideológico o de influencias de actores que emergen o desaparecen en el escenario geopolítico internacional. Aquí trataremos de pensar quizás a una de las variables más antiguas y de raíz cultural en este conflicto: La cosmovisión religiosa y su vinculación con las potencias globales que intervienen en la región.

 

Por: Lic. Esteban Gómez, Psicoanalista UBA MN 25591, MP 25668

 

Tierra Prometida

La idea de “tierra prometida”, de “tierra ancestral” o de “tierra santa” es un hilo conductor que enlaza a las religiones Abrahámicas, es decir al monoteísmo en sus tres grandes vertientes: judaísmo, cristianismo e islam. Para ellos esa pequeña porción de tierra es mucho más que un territorio, ya que se manifiestan en ella cuestiones religiosas, espirituales, morales, ideológicas, históricas y políticas, es decir casi todo su acervo simbólico-cultural.

Los pueblos y las naciones se perciben a sí mismos por medio de un entramado simbólico formado por la cultura, la lengua común, su historia y sus mitos de origen compartidos. Es desde allí que la cuestión religiosa debe ser tenida muy en cuenta para poder comprender lo que sucedió y sucede en la región. Esa cosmovisión, que se erige en la idea de ser el pueblo heredero exclusivo por designio divino de aquella tierra y más precisamente de la Ciudad Santa de Jerusalén, no sería un problema geopolítico si no fuera porque es reclamada por varios pueblos que se consideran legítimos herederos o la veneran por los hechos importantes sucedidos en ella.

La cuestión profética también entra en juego ya que el advenimiento del Mesías (Mashiaj – Christus – Al Mahdi, para cada una de esas religiones respectivamente) en la ciudad santa, es una idea motorizada por una fe milenaria que hace que las reflexiones y análisis políticos, económicos, sociales y geopolíticos pasen muchas veces a un segundo plano.

 

Región Estratégica

Las rutas comerciales, los puertos con salida al mar mediterráneo y el acceso al agua en una zona semidesértica hicieron que los conflictos se remonten desde hace milenios en la región. Diferentes pueblos y civilizaciones pugnaron por su hegemonía, desde Caldeos, Babilónicos, Hebreos, Filisteos hasta Persas, Griegos y Romanos son algunos de los más destacados por la historia humana.

Con el correr de los siglos la civilización evolucionó tecnológica y económicamente, incluso con la división territorial y la aparición de Estados Nación, pero las disputas geopolíticas y estratégicas se mantuvieron, lógicamente con nuevos actores, nuevos intereses y recursos económicos, políticos y militares.

El descubrimiento de petróleo como recurso energético por parte de la Anglo-Persian Oil Company en las montañas del noroeste de Irán en 1908 transformó para siempre a la región en los últimos 100 años, generando que emerjan nuevas realidades y reactivando viejas tensiones.

La aparición de “Estados petroleros” y los llamados “Petrodolares” reflejaban cabalmente que la región pasaba a ser de gran interés para las principales potencias mundiales de la época. Las grandes inversiones estratégicas y el crecimiento económico ligado a la explotación petrolera durante los ´60 y ´70 hicieron que algunos países de la región experimentaran una mejora en su calidad de vida favoreciendo un desarrollo económico concentrado en pocas manos, y un derrame social y cultural dispar entre países vecinos. Por último, otro elemento a considerar es el canal de Suez y su ruta de acceso al mar facilitando enormemente el comercio internacional. Su importancia estratégica en cuanto a su control y administración interesó a las potencias extranjeras desde siempre.




 

La posibilidad de los dos estados

El siglo XX fue testigo de varios intentos internacionales para clarificar y relajar tensiones entre las distintas facciones en disputa, pero la mayoría de las oportunidades fueron de difícil implementación. Luego de la segunda guerra mundial y frente a los horrores recién descubiertos del nazismo, la constitución de un estado para el pueblo judío fue una idea-fuerza abrazada por la mayoría de los países del mundo.

Así las cosas y ante el incremento de la violencia, la ONU decide la partición del territorio un 29 de noviembre de 1947 en su resolución 181/47 y daba una partida de nacimiento para el estado palestino e israelí, pero como sabemos lo escrito en una oficina no siempre se plasma fácilmente en el territorio. Israel aceptó la propuesta, pero no así la otra parte interesada.

Una creciente migración del pueblo judío disperso en toda Europa y parte de Asia desbalancearon el precario equilibrio de convivencia pacífica entre cristianos, poblaciones árabes y judías. Fundamentalmente entre estos últimos las disputas y recelos se transformaron en violencia y fueron desde entonces creciendo en magnitud e intensidad, incluso con la participación de pueblos vecinos.

En 1948 estalla la llamada guerra por la independencia en lo que hoy conocemos como territorio israelí, en 1956 se desata la crisis por el canal de Suez, en 1967 la guerra de los 6 días y en 1973 la guerra del Yom Kippur. Estos conflictos bélicos marcaron una hoja de ruta en donde el recién establecido estado de Israel se enfrentaba no solo a palestinos cohabitantes del territorio, sino que marca la aparición de países rivales como Egipto, Siria, Líbano y Jordania y de países aliados como EEUU, Francia e Inglaterra. La Guerra fría fue sin dudas un telón de fondo para estos acontecimientos.

En los últimos 40 años nuevos actores aparecen en escena en forma de grupos independentistas, grupos rebeldes y grupos terroristas con financiamiento externo, todos ellos generando incontables actos de sabotaje, movilizaciones sociales y terrorismo, afectando a intereses y población dentro y fuera de Israel.

 



Imperativos estratégicos contrapuestos

La diáspora judía de finales del siglo XIX y principios del XX encontró a EEUU como un país receptor de miles de familias de origen judío quienes se fueron afianzando económica y culturalmente décadas tras décadas. Esta situación generó que lenta pero sostenidamente su influencia política, cultural y económica fuera en aumento.

En la política norteamericana esa influencia fue permeando en una intención política cada vez más fuerte de reconocer en el pueblo judío en general y a Israel en particular como socios estratégicos. Esa alianza económica, industrial, tecnológica y militar está incólume por lo menos en los últimos 60 años, en donde ambos países obtuvieron y obtienen beneficios geopolíticos.

El mundo árabe sabe lo que significó esta alianza para sostener y proteger en las últimas décadas a aquel pequeño pero poderoso país rodeado de extensos países con siglos de resentimiento y desconfianzas mutuas.

Por otro lado, en los últimos años la influencia de Irán como actor de peso en la región marca un nuevo escenario de disputa de poder militar, político e ideológico.

Estas son las razones por las cuales la contraposición de intereses se tensiona año a año, haciendo del conflicto palestino israelí un conflicto geopolítico en donde lo religioso ha recobrado peso no tanto por su valor cultural intrínseco sino más bien por su utilización como herramienta de manipulación sociopolítica.

 



La utilización de lo religioso como argumento geopolítico

En la historia de la humanidad son innumerables las veces que se utilizó el nombre de Dios para realizar desde las empresas más loables hasta las guerras más oscuras. Tanto Israel como Irán ven atravesadas sus posturas diplomáticas y estratégicas por lo religioso. Desde esta realidad los sectores más radicales y ortodoxos dan un sentido cultural a su accionar, imponiendo lingüística y narrativamente el concepto espiritual de “guerra santa”, “Milkhemet Mitzvah” o “Yihad” como objetivo licito, obligatorio y agradable a Dios.

Tenemos, por un lado, al sionismo como movimiento político secular nacionalista, que fue fundado a finales del siglo XIX por las ideas de Theodor Herzl (1860-1904) como respuesta a la ola de antisemitismo desatada en Europa por esos años. Los primeros flujos migratorios hacia “la tierra prometida” comenzaron en 1881 y la primera oleada a gran escala fue en 1930 durante el mandato británico en la zona, y fueron motorizadas como consecuencia de las primeras persecuciones y encarcelamientos Nazis.

Según muchos historiadores aquellas ideas movilizaron políticamente a los jóvenes nacionalistas liderados por David Ben Gurión (1886-1973) en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Este último declara el nacimiento del estado judío el 14 de mayo de 1948, nombrándoselo primer ministro de la historia de Israel.

Si bien el sionismo no es un movimiento que nace claramente religioso (existen varias corrientes: Revisionista, política, socialista y religiosa, incluso existe el anti-sionismo dentro del judaísmo) su acercamiento estratégico con sectores practicantes ortodoxos y radicales del judaísmo se fue reforzando con el correr de las décadas. En la actualidad, la coalición gobernante en Israel basa su poder en una alianza entre tres partidos representando a sectores nacionalistas laicos, practicantes y los ultraortodoxos religiosos (Likud + Sionismo Religioso + Religiosos Ultraortodoxos).

Por otro lado, tenemos a la República Islámica de Irán, heredera cultural de más de 4.000 años de civilización. Tras la victoria de la revolución islámica en 1979 liderada por el Ayatollah Jomeini (1902-1989), pasó a ser República Islámica de Irán. La influencia británica y norteamericana que acompañaban al gobierno anterior del Shah Reza Pahlavi (1919-1980) desapareció abruptamente. Inicialmente fue una revolución más bien secular, pensada y organizada desde el exilio en Paris y sostenida por grupos de izquierda, estudiantes y religiosos. Pero en este caso, nuevamente vemos como década tras década el poder y la influencia religiosa del islamismo chiita en la república fue cobrando más fuerza e injerencia en asuntos estratégicos.

En la actualidad, la religión como expresión cultural e idiosincrática de ambos países, atraviesa la política y, por ende, los imperativos geoestratégicos de cada gobierno y van permeando en los diferentes países de la región. Esta realidad es palpable en las declaraciones políticas, en los gestos diarios y en los últimos tiempos hasta en actos bélicos directos entre ambas naciones.

El elemento “Mesiánico” en estos conflictos está agravando las tensiones y el nivel de violencia, ya que las ideas extremistas se basan en escrituras religiosas que confirman “per se” la idea y destino profético de una Gran Guerra Santa. Cada agravamiento los acerca al escenario apocalíptico y confirma como “profecía autocumplida” el advenimiento del Mesías. Es decir que toda violencia social o en el campo de batalla coadyuva a la idea de acercamiento de la batalla final entre el Bien y el Mal. Cada bando se percibe ética, moral y espiritualmente del lado del verdadero Dios.

 



Lo religioso en otros actores no estatales

Si bien no nos vamos a adentrar en este trabajo sobre la cuestión del terrorismo, su identificación con ciertos grupos ni su atravesamiento político e ideológico, por ser este un tema vasto y complejo que excede a este análisis, solamente plantearemos que, según la ONU, al terrorismo se lo define como actos criminales con fines políticos concebidos o planeados para provocar un estado de terror en las poblaciones civiles afectadas o en un grupo de personas determinadas.

En las últimas décadas aparecen nuevos actores con nuevas características, modalidades e intereses. En esta realidad, el factor del extremismo religioso y mesiánico también cobró más relevancia.

Uno de los actores activos en la región es el grupo “Hezbollah”. Surgido en el sur del Líbano como resistencia a la invasión de Israel en 1982, es un grupo islamista chiita, cuyo nombre significa “Partido de Dios”. Cuenta con un brazo armado paramilitar y es respaldado por la República Islámica de Irán, que viene creciendo en influencia y poder en toda la región. Hezbollah desarrolla una creciente participación política, social e institucional en el gobierno del Líbano desde 1992.

El otro actor relevante es el grupo “Hamas” cuyo nombre es un acrónimo de “Movimiento de Resistencia Islámica”. Es una organización política y militar palestina, islamista sunita. Se formó en 1987 durante la primer Intifada y su objetivo declarado es la liberación de Palestina, la creación de un estado soberano con capital en Jerusalén y la expulsión de los israelíes de todo su territorio.

Ambos grupos mantienen décadas de tensiones y conflictos armados con Israel en las fronteras, por el norte Hezbollah y por el sur Hamas. La espiral de violencia manifestada en acciones y reacciones de cada bando no hace más que crecer en intensidad y horror. El esquema de pensamiento argumental es el mismo: Dios nos llama a luchar por nuestra tierra santa y nuestros derechos ancestrales y la desaparición de los enemigos de nuestro Dios justifica cualquier medio. La idea simbólico-cultural de la expresión “Guerra Santa” lo sintetiza cabalmente.

 



El retorno de la palabra y el sentido común

Los intereses de los imperios y las naciones acompañan al ser humano desde hace miles de años, la mayoría de las veces aquellas contraposiciones concluían con invasiones, miles de muertos y destrucción en los campos de batalla. Pero la noción de Política y Diplomacia Internacional de alguna manera son creaciones culturales y civilizatorias más recientes. Con ellas se obtuvieron resultados variables en la historia moderna, resolviendo conflictos, relajando tensiones y evitando o minimizando conflictos armados. Pero Política y Diplomacia necesitan un lenguaje común que articule lógica, sentido común, diálogo, respeto por el otro y consenso. Sin estos, los acuerdos pacíficos son imposibles.

En este conflicto irresuelto vemos que los actores estatales y no estatales se están apoyando cada vez más en lógicas religiosas, sus estructuras discursivas han sido cada vez más permeables a lo intangible de la Fe y de la Palabra Sagrada. Por lo tanto, sus narrativas políticas, sociales e incluso las geopolíticas en torno al derecho territorial y a la propia existencia como estado-nación pasan a ser cosmovisiones espirituales y religiosas.

Por el lado de los países islámicos de la región, la caída y el fracaso político de lo que se llamaba nacionalismo panárabe secular, no religioso, favoreció el ascenso del integrismo islámico y hoy crece en influencia y prédica en sectores sociales desencantados que ven en la salida religiosa una posibilidad subjetivante y de sentido social.

Por el lado de Israel, su tradición política secular está sometida a presiones en ascenso de grupos religiosos ortodoxos y ultraortodoxos guiados por lecturas de la realidad alejadas del sentido común y de la búsqueda de la coexistencia pacífica.

Lo religioso termina encarnando en la justificación última, más allá de toda lógica, de toda soberanía e incluso haciendo a un lado las disputas por recursos naturales, ideologías políticas o necesidades de más territorio. Estas decisiones políticas se apoyan en un mundo global incierto, autodestructivo y atravesado por múltiples amenazas y carencias que hacen que el ser humano sea permeable a discursos y narrativas mesiánicas de justicia, salvación y redención.

Mientras lo religioso funcione como recurso único, incontrastable, infalible y por lo tanto inconmovible, cada jugador se sentirá con el derecho divino de seguir peleando su Guerra Santa hasta el final de los tiempos, transformándose finalmente en teocracias rígidas y autorreferenciales.

Los esfuerzos internacionales deben hacer foco en fortalecer la política secular, el acceso a la información y los resortes de igualdad de oportunidades ciudadanas en cada una de las naciones de la región, dejando lo religioso como instrumento geopolítico y solo reconociéndolo como pilar del desarrollo espiritual en la esfera individual, social y comunitaria de cada pueblo.

 

 

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