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Pakistán e India están en guerra: quiénes apoyan a cada lado y cuales son las lecciones que ya pueden aprenderse




Por Ignacio Montes de Oca

 

Comenzó la segunda ronda de combates entre India y Pakistán. Es hora de hacer un balance de los apoyos militares que recibe cada bando, sus arsenales y describir las alianzas que se fueron formando en torno a cada contendiente. Hay coaliciones sorpresivas. Sale nota urgente.


Para saber cómo se alinean los países se puede analizar quiénes les venden armas. India pareciera reunir el respaldo más sólido y variado. Además, de acuerdo con el SIPRI, es el segundo importador mundial de armas con el 8,3% de las compras globales desde 2020. Entre 2020 y 2024 Rusia representó el 36% de las compras de armas de la India. Le sigue Francia con un 33 %. Israel es la tercera fuente con un 13%. India fue el destino del 36% de las armas exportadas por Rusia, pero ese porcentaje decrece por la debacle en el frente ucraniano. Aunque Moscú no está en condiciones de cumplir los contratos de provisión de armas con India, aún hay un vínculo fuerte porque India le compra el 38% del crudo y el 18% del gas que exportó Rusia en 2024. En contraposición, Pakistán representa el 0,24% el comercio externo ruso.

Estados Unidos le está vendiendo crecientes cantidades de armas a India para aprovechar la caída de las ventas rusas y para competir con el avance francés. En tiempos reciente firmó contratos para venderle aviones de transporte C-130J y C-17, helicópteros MH-60R y obuses M777.



Francia le vendió 62 cazabombarderos Rafale, 36 para la fuerza aérea y 26 para la marina, además de misiles MICA para armarlos. La otra venta importante fueron los 9 submarinos clase Scorpéne que forman la columna vertebral de la flota de sumergibles de la India.

Israel le entregó misiles antiaéreos Barak 8 y Spike antibuque y drones Heron y Hermes, con acuerdos para fabricar parte de ellos en la India. Además, le vendió radares de vigilancia, un radar de alerta aérea temprana Phalcon, sistemas de guerra electrónica y armas portátiles.

Vamos a los apoyos políticos. En el momento de la masacre de Palaham en Cachemira, el vicepresidente de EEUU, JD Vance, realizaba una gira de cuatro días por la India junto a su esposa, Usha, cuyos padres nacieron en ese país. Hubo algo más que tradiciones familiares en esa gira. EEUU quiere asegurar la alianza de India ante una confrontación con China, que es un adversario común para ambos. La rivalidad entre los dos países más poblados del planeta es una oportunidad que Washington no va a dejar pasar y de allí la gira de Vance para confirmarla.



Pero además hay un componente económico. India está recibiendo parte de los capitales occidentales y en particular los de EEUU que salieron de China buscando escapar de las tensiones geopolíticas. Trump quiere asegurar además cadenas de suministro alejadas de China. Es por eso que la gira del vicepresidente de EEUU busca encontrarle una salida política a la situación generada por el arancel del 26% que le asignó Trump a la India, más alto que el promedio al resto del mundo, pero bastante menor que el 58% que le impuso a Pakistán.

Este acercamiento bilateral es urgente por la crisis en la alianza QUAD que formaron estos dos países en 2007 junto a Australia y Japón. La guerra arancelaria generó un acercamiento japonés con China y Australia mostró su enojo por su impacto en las exportaciones que hace a EEUU. India cuenta de todos modos con acuerdos firmes con Japón por su rivalidad histórica con China por el reclamo de las islas Diayou que hoy forman parte del territorio japonés. En el caso de Gran Bretaña, hay una relación económica más sólida con la India que con Pakistán.



Vamos a Pakistán. China es su mayor aliado y el proveedor del 81% de las armas que recibió desde 2020. Pakistán es el receptor de 2/3 de las armas exportadas por China. Entre ellas, los 150 aviones JF-17, Tanques VT-4, fragatas Tipo 54, submarinos Tipo Hangor y corbetas Clase Azmat. Además, Pakistán permitió que China instale una base permanente con hasta 4.500 efectivos en Gilgit-Baltistán, una zona de Cachemira reclamada por India y que pone en curso de colisión a las tres naciones si Nueva Delhi intenta tomar por la vía militar la región.

China invirtió 57.000 millones en Pakistán, en especial en el Corredor Económico China-Pakistán que pasa por Cachemira y llega a los puertos de Karachi y Dawar. En el segundo, China tiene una concesión para operar una base civil con potencial militar. China depende de la presencia de Pakistán en Cachemira para sostener ese proyecto que le permite atenuar los efectos de un bloqueo indio a las rutas marítimas que transitan por el estrecho de Malaca, por donde pasa el 80% del crudo que importa y el 60% de sus exportaciones.




Pakistán cuenta también con Turquía como aliado. De hecho, apenas estalló la última crisis se observaron aviones turcos en Pakistán descargando pertrechos militares enviados de urgencia. La armada pakistaní opera cuatro corbetas clase Jinnah diseñadas por Turquía. Además, le compró misiles de crucero Kemankesh Loitering y drones TB2, Akıncı y Anka. Hay un acuerdo para que Pakistán reciba cazas turcos Kaan con un posible contrato de fabricación conjunta. La identidad islámica es un factor crucial en la relación bilateral. Esa misma identidad islámica es la que acercó a Pakistán e Irán luego del enfrentamiento de enero de 2024. La causa común para afrontar el separatismo de los habitantes de Beluchistán fue el factor que limó asperezas, junto al acercamiento de la India con Israel y EEUU.

El separatismo beluchí es un problema para ambos países. Hubo manifestaciones independentistas masivas en esa región que ocupa tanto al suroeste de Pakistán como el sureste iraní luego de la masacre de Palaham y el gobierno pakistaní acusa a India de apoyar a ese movimiento.




El factor étnico religioso involucra a Afganistán como un aliado eventual. Si bien el vínculo con los talibanes tiene altibajos, hay una relación histórica entre los independentistas cachemires y los muyahidines afganos en los que el servicio secreto de Pakistán está implicado. La continuidad de los pastunes en Pakistán y Afganistán podría aportar milicianos a una resistencia contra una ofensiva india en Cachemira más allá del mal momento que atraviesan las relaciones con los talibanes pastunes por la deportación masiva desde Pakistán.

Sucede que la coincidencia musulmana y, en particular, en los grupos armados radicalizados, pareciera ser un factor que podría tener mayor peso si la disputa entre Pakistán e India adquiere un cariz más marcado de enfrentamiento entre hinduismo e islam. El vínculo entre Pakistán e Irán, que a su vez tiene por aliado en común a China, podría canalizar esta eventual yihad contra India como refuerzo a la posición pakistaní para atenuar su debilidad ante su adversario y prolongar la violencia incluso una vez logrado el cese el fuego.




Para corroborarlo hay un acercamiento entre los integristas musulmanes cachemires y el grupo terrorista proiraní Hamas. La prensa israelí reveló un video tomado en los días previos a la masacre de Palaham que demuestra que ese lazo es real y concreto. La reunión se produjo el 5 de febrero cuando se realizó la “Conferencia de Solidaridad con Cachemira y la Operación Inundación de Al Aqsa de Hamás", organizada por los grupos islamistas Jaish-e-Mohammed y Lashkar-e-Taiba y verificada en la zona pakistaní de Cachemira. El representante de Hamas fue Khalid Al-Qadoumi, representante de ese grupo terrorista en Irán. Dada la nueva cercanía entre Irán y Pakistán y el control del servicio secreto pakistaní en esa región, es de suponer que Islamabad no es ajena a ese encuentro.

Arabia Saudita ofreció su mediación a ambos países, pero, a diferencia de India, Pakistán es miembro de la Organización de Cooperación Islámica y existe una coincidencia sunita y un apoyo financiero saudita constante a los grupos islámicos salafistas que operan en Pakistán. El servicio secreto de Pakistán y los militares sauditas tienen una larga relación desde la invasión soviética a Afganistán. Este vínculo también existe con otros estados petroleros sunitas como Qatar y los EAU. Sin embargo, esto no significa que India sea su adversario.

India firmó acuerdos de cooperación con los países petroleros sunitas y es uno de los principales compradores de petróleo y gas de los emiratos sunitas. Esto explica el ofrecimiento de mediación saudita, pero el comercio no asegura una intervención exitosa.

En general Pakistán puede esperar más apoyo de la esfera musulmana si el conflicto se alarga y la religión comienza a tener peso en la disputa. Más aún si los 200 millones de musulmanes indios son objeto de las represalias hindúes o si Pakistán invoca la solidaridad islámica.

También hay un potencial de conflicto por el financiamiento que reciben los grupos musulmanes vinculados a Pakistán y Cachemira de parte de grupos basados en los emiratos petroleros, respaldo económico que podría terminar en grupos como el Lashkar-e-Taiba. Por ahora India no denunció con mucha firmeza esos aportes. En su afán por no sumarle aliados a su adversario, mantiene una discreción que no guardó para Irán al no aceptar su mediación ante Pakistán. Ya hay demasiados intereses cruzados en el conflicto.




Mas allá de lo que puedan disponer Arabia Saudita o Irán, también se involucró la red Al Qaeda, que el 7 de abril llamó a lanzar atentados contra la India. El ISIS también hizo un llamado similar expresado a través del imán Ahmad Musa Jibril asociado a ese grupo.

El conflicto indo pakistaní es un rompecabezas que no encaja con otras crisis. EEUU, Francia y Rusia coinciden con India, pero China y Rusia aparecen en lados opuestos del tablero. Turquía quedó en esta instancia enfrentado a sus socios de la OTAN. Israel y Turquía tienen un nuevo punto de colisión y hay un potencial enfrentamiento de India y Rusia con el radicalismo musulmán que incluye a Irán. Y otro riesgo latente en una insurrección de los grupos separatistas beluchíes, que podrían aprovechar la ocasión para rebelarse. Y junto al peligro de una guerra entre etnias está el riesgo de una represalia de Pakistán o de los grupos islámicos radicales contra la minoría hindú que habita la provincia sureña de Sindh, junto con una intervención india para afrontar esa circunstancia.

Desde el otro lado del mapa, aún hay que ver si una confrontación entre musulmanes e hindúes influye en la estabilidad de Bangladés, atravesada por la violencia entre ambas comunidades en los días posteriores al golpe de estado del 5 de agosto de 2024. En este entramado los aliados no son solo los países que aportan apoyo militar o político, también hay alianzas con grupos y vínculos que pueden aportar un respaldo militar o a pedidos de auxilio que podrían conducir a nuevos focos de conflicto.

Este es solo un esbozo de las fuerzas que influyen en el actual conflicto entre India y Pakistán. Si sumamos magnitudes involucradas, más de la mitad de la población y cerca del 60 del PBI mundial tienen algún rol dentro de esta crisis que rebalsa lo que sucede entre ambos países.



Y para cerrar, sabemos que hay unas 170 ojivas nucleares en cada uno de los países enfrentados. Puede que el riesgo de una conflagración nuclear sirva, paradójicamente, para calmar las apetencias militaristas y atenuar los nacionalismos e integrismos religiosos.

Aun así, viendo la complejidad de las alianzas, hay respaldos suficientes para que ambos países puedan involucrarse en una guerra de desgaste. India tiene 1,2 millones de soldados y 1.1 millones de reservistas. Pakistán 550.000 y 560.000 respectivamente. La existencia de aliados variados y poderosos puede también ayudar a prolongar el enfrentamiento porque el conflicto de base está lejos de resolverse. India reclama Cachemira y tanto Pakistán como China no están dispuestos a acceder a ese pedido.

Pakistán se juega tanto su extensión territorial como una nueva derrota frente a India. China necesita llegar al Índico y que India no la encierre en Malaca. El resto de los países y grupos tienen sus motivos geopolíticos o religiosos para sostener a sus favoritos. Aun si se firmara una tregua, las tensiones religiosas apoyadas por las disputas históricas y las revanchas acumuladas por la violencia en años anteriores y las que están en curso, suponen que la crisis seguirá por medios no tradicionales o híbridos. Sucede que lo que vemos hoy es la consecuencia de un proceso mucho más profundo y a una acumulación de intereses demasiado compleja. A la vez, será origen de futuras acciones en una Cinta de Moebius que ya lleva 78 años con dos países girando sin fin.

Cerremos con una pregunta clave ¿a quién le conviene este conflicto? Solo hay un beneficiario y es el nacionalismo y el integrismo religioso en India y Pakistán. Pero en términos económicos y humanos, el costo a pagar por esas narrativas es excesivamente ruinoso.




China podría ver alterado su esquema de proyección regional si debe apoyar directa o indirectamente a Pakistán y entrar en un conflicto con India. Esto pondría quizás en riesgo sus planes para Taiwán y el Pacifico en general por los montos numéricos implicados.

A EEUU podría convenirle este cambio en los planes chinos al debilitar sus planes estratégicos, pero también podría afectar sus cadenas de abastecimiento comercial y comprometerlo a corto o mediano plazo en un apoyo a India que aceleraría los tiempos de su colisión con China. Lo mismo sucede con la Unión Europea y los países petroleros. Los primeros por motivos comerciales en un momento en que necesitan asegurar mercados externos y los segundos porque entrarían en crisis dos de sus mayores clientes, China e India, y por ende sus ingresos.

El ambiente de recesión mundial y de crisis de deudas simultánea no es el mejor para sumar otra batalla. Este año, las guerras convencionales y comerciales ya hicieron caer las proyecciones de crecimiento global del 3,3% al 3% en abril y las de comercio del 2,7% al 0.2%.

Rusia se vería en la encrucijada al tener que optar por su gran socio comercial chino que apoya a Pakistán y su socio comercial y comprador de armas que es India en momentos en que atraviesa problemas económicos y militares por la eternización de su invasión a Ucrania.

Sin dudas el mercado de armas florecería cuanto más se prolongue el conflicto y mayor sea la necesidad de ambos lados de reemplazar y reforzar sus arsenales. India es ya el segundo comprador mundial y Pakistán el quinto. El gasto global en armas subió un 9,3% de 2023 a 2024. Otro conflicto adicional al de Ucrania y Medio Oriente incentivará el aumento del gasto militar en diversos países, debido a la ineficacia demostrada por los organismos multilaterales para prevenir o detener las escaladas. La ONU y sus similares regionales, pierden también. El discurso nacionalista y los errores cometidos por estos organismos contribuyen por igual a esta falta de efectividad. A su vez, la ineficacia y la falta de confianza descubre el otro ganador que son los grupos irregulares, tanto segregacionistas como terroristas.

En un ambiente en el que la salida militar pareciera imponerse, una moda que introdujo Putin en Ucrania sin castigo ni consecuencias suficientes se va esparciendo cada vez más en más puntos del planeta. Y con el militarismo, se refuerza la guerra hibrida. Caído el sistema de contención y resolución multilateral y desplegada la idea de la solución de los conflictos por medios militares, era previsible que cualquier medio usado para dirimir los conflictos se hayan legitimado. El tabú roto por Putin abrió la caja de Pandora.

Ahora Pakistán e India juegan idéntico juego que une a la guerra con el uso de argumentos que combinan revivir disputas territoriales, religiosas y de otro tipo con el uso de cualquier herramienta ajena a la negociación para buscar una salida por medio de la fuerza. Y en ese juego la protección o desprecio de grupos étnicos, religiosos o nacionales sirve para alentar un militarismo sin tabúes. Y la resultante es un nuevo foco de violencia que no resuelve el problema de fondo, pero sirve a los fines de consolidar a un grupo de poder.

Es lógico que los grupos armados y/o segregacionistas se estén multiplicando. Cada vez hay más descontrol y eso apoya sus planes y más sostenes disponibles de parte de países interesados en usarlos para embestir contra sus enemigos. No son algo nuevo, pero están de nuevo en auge. Si le sumamos el incremento de los choques entre ejércitos convencionales en diferentes puntos del globo, es posible colocar la guerra entre indios y pakistaníes como parte de una serie mucho más extensa y una tendencia que debería preocupar al mundo. Y en el caos de conflictos que se van encadenado, el llamado a las armas va creando motivos para que una crisis se encadene con otra por el cruce de intereses en juego y las disputas irresueltas. Siguen saliendo males de la Caja de Pandora.

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