La crisis desatada por el COVID-19 ha llevado a grandes discusiones en todos los ámbitos y con posturas más o menos extremistas por parte de mucha gente. No apunto a entrar en el ámbito de las teorías conspirativas, porque creo que no vale la pena. Sin embargo, muchas de las discusiones, al darse al nivel de los gobiernos o demás tomadores de decisiones, son importantes, sobre todo porque un buen número de quienes tienen el poder para determinar el futuro de las sociedades en muchos casos no se basan en el pragmatismo, sino en dogmas, opiniones, ideologías o en sus propias agendas.
Un virus letal
El primer tema que se ha venido discutiendo es si el virus es realmente tan importante y si su letalidad es para tener en cuenta. En este punto creo que lo más grave ha sido la postura de ciertos sectores, en general liberales y conservadores, en el sentido de que no se trata de una enfermedad seria y que, por lo tanto, las medidas adoptadas son exageradas o que solo tienen como fin una supresión de libertades. Más allá de que algunos gobiernos ven en esta crisis una oportunidad para avanzar sobre libertades, me parece que la idea de minimizar la importancia del virus es peligrosa e irresponsable.
Uno de los argumentos que se usa es comparar las cifras de muertos a nivel global entre enero y marzo, con los de otras enfermedades como la gripe, indicando que en ese período en el mundo murieron 43.000 personas por coronavirus y 113.000 por gripe. Pero esas cifras son tendenciosas, ya que el virus recién empezó a tener importancia en el mundo a partir de marzo, pero el impacto real se vivió en abril, mes en el que murieron más de 185.000 personas (tomo como fuente www.worldometers.info, por ser de las más confiables y actualizadas). Para medirlo de otra manera, durante abril han muerto unas 6000 personas por día por coronavirus, mientras que de gripe mueren en promedio entre 795 y 1,781 por día. También se puede decir que la cifra de abril duplica las muertes diarias por causas como la malaria o los suicidios, es más alta que las muertes por HIV o accidentes de tránsito, casi iguala a las muertes por alcoholismo y son un tercio de las muertes por cáncer (la mayor causa de mortandad en el mundo en la actualidad).
Y en esto hay que tener en cuenta un punto muy importante: sabemos que hay muchos países que ocultan la información real sobre la cantidad de infectados y muertos, a la vez que, en muchos casos, por no habérseles hecho el test de COVID-19 o no habérseles diagnosticado la enfermedad, no se los consideró como fallecidos a causa del virus. Algunas fuentes indican que la cifra de muertos en China superaría ampliamente los 120.000, mientras que hay muchas dudas sobre los datos provistos por países como Rusia, Irán, Corea del Norte, Turquía y, más cerca nuestro, Nicaragua, Venezuela y Cuba. Tampoco se sabe el real impacto del virus en zonas de Asia y África, por haber poca infraestructura sanitaria y capacidad de diagnosticar y tratar adecuadamente. Así, es posible creer que tal vez la mortandad real del virus esté más cerca del doble de lo informado.
Además, según un estudio realizado por el Financial Times sobre trece países europeos (https://www.ft.com/content/6bd88b7d-3386-4543-b2e9-0d5c6fac846c), se encontró que entre marzo y abril de este año esos países tuvieron 122.000 muertes por encima del promedio de los últimos cinco años, además de las informadas por coronavirus, lo que lleva a pensar que es posible que sean también causadas por el virus. Ese número indicaría que el número real, incluso en naciones con mucho acceso a la información y tecnología para diagnosticar el virus, puede llegar a ser hasta 60 % superior.
Es cierto que algunos países, como Suiza, Alemania, Australia, Nueva Zelanda, Austria o Israel, están teniendo éxito en reducir la cantidad de infectados y la mortandad en ellos es muy baja, pero esto es más bien atribuible a las medidas tomadas y a la responsabilidad de la población. A la vez, en otros países, como Estados Unidos o Brasil, el crecimiento sigue totalmente fuera de control, y también es atribuible a las medidas (o falta de ellas) que se tomaron.
Mientras algunos argumentan que las muertes en abril se deben a un pico de la infección, esto es imposible de determinar al día de hoy, cuando la cantidad de infectados sigue creciendo. Un punto positivo es que la cantidad de personas que se enferman y que mueren por día se viene manteniendo estable en cierta forma desde los primeros días de abril, a pesar del número alto, ya que mientras algunos países han podido achicarlas, en otros la enfermedad continúa creciendo. Eso genera optimismo en que, con la infraestructura y medidas adecuadas, en dos o tres meses los países más desarrollados podrían reducir el impacto del virus a un nivel manejable. Pero eso se ve más difícil en aquellos países de menores recursos, en la mayoría de los cuales el virus recién está empezando a impactar.
Ante esta realidad, por ahora no se puede minimizar el impacto del virus y habrá que esperar un tiempo para saber si hay solo un pico que se puede controlar inmunizando a la población o si habrá que mantener medidas de distanciamiento hasta que haya una vacuna y tratamientos efectivos. Pero, sin dudas, la historia nos ha enseñado muchas veces que relativizar un peligro puede ser muy grave, y que es mejor prepararse para el peor escenario que luego intentar actuar cuando ya es tarde. Lo que ha sucedido en Nueva York en abril nos demuestra una vez más esta realidad.
Sanidad y economía
Ahora, como indiqué en mi columna del 22 de marzo, el problema económico se vuelve creciente ante economías que se han detenido y en un contexto global que no era el más adecuado. Frenar toda la economía por un período prolongado de tiempo es catastrófico y puede generar tantos o más muertos que el virus. Por eso es fundamental pensar en la manera de ir manteniendo un equilibro entre la crisis sanitaria y la económica.
Mientras algunos gobernantes se han enfocado solo en el problema sanitario y minimizado el económico, empresarios y activistas liberales o conservadores insisten en que hay que abrir completamente la economía, alegando que el virus no es algo serio. Ambos demuestran ignorancia, irresponsabilidad y una actitud de anteponer sus propios intereses por sobre el resto, destruyendo la idea básica de que los derechos de uno se terminan donde comienzan los del resto. Ya que anteponer la libertad de uno a circular por sobre la salud de los demás, implica la posibilidad de contagiar a otras personas, lo que es violar sus derechos.
El mundo hoy enfrenta una realidad que no ocurrió nunca, por el alcance global de la enfermedad, y por primera vez en un siglo surge una epidemia tan importante en los países centrales. Y al efecto sanitario se suma el económico. Esto lleva a que todos los gobiernos e instituciones están actuando a prueba y error, con mayor o menor eficacia.
El punto central es tener en cuenta la necesidad de mantener un equilibrio en la gestión de ambos problemas, ya que poner el foco solo en uno de ellos implica automáticamente agrandar el otro. Así, los países que se enfocaron en lo económico hoy son los que peor llevan la epidemia, mientras que los que se enfocaron solo en lo sanitario están al borde del colapso económico.
Hay políticos que usan esto para restringir libertades y hay empresarios a los que no les importan los muertos si eso les permite mantener sus negocios. Creo que todos vamos a perder, tanto dinero como libertades, es inevitable. El punto es que ambas cosas se puedan recuperar apenas pase la pandemia. Si apuntamos a mantener el 100 % de una de las dos es donde, a la larga, vamos a perder más de ambas.
Sostener la economía a costa de lo sanitario está llevando a que esos gobiernos pierdan poder y credibilidad (Trump, Bolsonaro y AMLO, por ejemplo) y no evitan la caída de sus economías. Apuntar a ganar poder a costa de libertades tampoco ha tenido éxito y esos gobiernos (el caso de Argentina) están poco a poco abriendo la cuarentena y ven limitaciones en lo que han querido hacer (tuvieron que dar marcha atrás en muchas medidas que limitaban libertades). En general, los gobiernos que fueron por el término medio han sido los más exitosos (cuarentena limitada y analizar de manera constante la evolución del virus y la economía para ir compensando y así reducir al máximo el daño en ambos aspectos).
Que uno de los dos problemas se salga de control, tarde o temprano llevará a que el otro también lo haga. Una gran crisis económica obligará a la gente a salir a ganarse el sustento, al tiempo que el estado tendrá menos recursos para enfrentar el virus. Y una gran crisis sanitaria terminará llevando a la cuarentena total por un tiempo más prolongado y a un miedo mucho mayor por parte de la sociedad ante un número muy alto de muertos, afectando directamente a la economía.
Democracia o autoritarismo
Así como muchos se quejan de las medidas de cuarentena dictadas por algunos gobiernos, alegando el impacto en la economía, otros lo hacen por la restricción a las libertades que supone. Es cierto que es muy difícil que un gobierno devuelva libertades que ha logrado suprimir, raras veces eso ha sucedido por las buenas. A ningún gobernante le gusta la idea de respetar las libertades, porque eso implica que su poder esté limitado. Lo hacen cuando no les queda otra. Quien llega al poder casi siempre (o siempre) lo hace porque quiere el poder y el poder llega un punto en que se construye a costa de limitar el poder (y, por ende, las libertades) del resto.
La diferencia es que hay países en donde hay un poder judicial que es independiente del gobierno de turno y, para mostrar su "poder", limita el poder del gobernante. En otros países (la mayoría), el poder judicial y el legislativo (si existe) son solo apéndices del ejecutivo.
Así, es cierto que muchos gobiernos están pretendiendo usar el virus como excusa para avanzar contra la democracia, intentando, con mayor o menor éxito, avanzar sobre derechos individuales a la libertad o la propiedad. Es algo preocupante y sobre lo que hay que estar permanentemente atentos.
La difusión en muchos medios del supuesto éxito en oriente gracias al extremo control de la población es algo peligroso, ya que apunta a la idea de que un control total por parte del estado es algo que no solo debemos aceptar, sino que deberíamos desear para estar seguros. La realidad es que tampoco ha servido de mucho contra el virus. La supresión de libertades en nombre de controlar la pandemia y mejorar la vida de las personas es una contradicción, ya que la salud nunca mejora en sociedades oprimidas.
Pero la respuesta a eso no creo que sea atacar todas las medidas preventivas, de distanciamiento social o cuarentena que se han impuesto, ya que los hechos también han evidenciado que los países más exitosos son aquellos donde la sociedad, voluntariamente u obligatoriamente, ha tomado algún tipo de medidas. Acá es importante tener en cuenta un punto fundamental y es el cultural. Nos guste o no, los latinos somos hijos del rigor. Mientras en Japón alcanza con que el gobierno sugiera a la gente que se quede en sus casas (constitucionalmente tienen prohibido tomar medidas como la cuarentena) y en otros como Alemania y Suiza la gente actúa responsablemente, vemos que, por ejemplo, en la Argentina, al segundo día de decretada la cuarentena, decenas de miles de personas se fueron de vacaciones sin respetarla, o en España, apenas se autorizó la salida de niños, los espacios públicos colapsaron de gente.
Si bien, en países como la Argentina, se calcula que entre 90 y 95 % de la población respeta la cuarentena, hay un porcentaje que no, y eso significan varios millones de personas. Que uno se considere responsable no significa que los demás lo sean y hemos visto a muchos de los primeros realizar acciones irresponsables alegando su libertad para moverse. Hay que entender que, si todos argumentamos nuestra libertad como justificación para no cumplir las medidas de aislamiento, nadie lo hará y el virus crecerá exponencialmente. Lamentablemente, la cultura latina hace que una parte de la población sea poco responsable y el precio de eso lo paga la totalidad de la población. Sin medidas como éstas, seguramente el porcentaje de personas que no harían nada para evitar el contagio sería muchísimo mayor y el impacto de la enfermedad habría colapsado el sistema sanitario.
En este último punto hay que detenerse, ya que el objetivo de las medidas de cuarentena apunta principalmente a evitar que los hospitales colapsen, como ocurrió en Italia o España, lo que llevaría a un aumento significativo de la mortandad del virus (que en esos países está en un 12 a 13 % sobre el total de infectados oficialmente reconocidos) debido a la imposibilidad de atender debidamente a todos los enfermos graves. También dispara la mortandad de otras enfermedades, al estar colapsadas las salas de terapia intensiva.
Por eso creo que es fundamental en estos días ser pragmáticos, entender la gravedad del problema sanitario sin desatender el problema económico, observar con atención y actuar contra los intentos de avance sobre las libertades, pero sin dejar de tener en cuenta la necesidad de restringir temporalmente muchas de ellas para limitar el avance de la enfermedad, y tener en cuenta nuestra realidad social y cultural a la hora de compararnos con otros países que actuaron distinto. El pragmatismo es esencial para intentar mantener el equilibrio entre todos los problemas, dejar de lado los dogmas, las ideologías y las teorías conspirativas para actuar en función de hechos y datos.
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