¿Puede haber un cambio de régimen en Irán?: los escenarios que podrían surgir el día después
- Ignacio Montes de Oca
- 25 jun
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Por Ignacio Montes de Oca
Israel busca la caída del régimen teocrático iraní y comienzan las apuestas para saber si lo logrará. Pero también las especulaciones sobre qué podría suceder en ese caso. Vamos a explorar posibilidades y describir cuales son los escenarios que se abren.
Lo primero que hay que comprender es cómo llegamos al presente. Todo comenzó con el derrocamiento del Sha de Persia en 1979. Quienes lo derrocaron no fueron solo los seguidores del Ayatola Ruhollah Joemini, también había republicanos, liberales e izquierda.
Pero los seguidores de Jomeini prevalecieron y tomaron medidas para obturar la llegada del resto de las fuerzas políticas al poder. Expliquemos cómo funciona para explicar hasta qué punto existen fuerzas opositoras organizadas dentro de Irán y su alcance.
El régimen islamista creó un sistema teocrático que depende del ayatola, hoy ese cargo lo tiene Ali Jamenei, sucesor de Jomeini. Por debajo hay dos órganos que controlan toda la vida económica, personal, cultural y por supuesto rigen sobre el escenario político. El primero es el Consejo de Guardianes, compuesto por doce miembros que asesoran al ayatola y luego hay un Consejo de Discernimiento de Conveniencia del Sistema que vendría a ser como una especie de Corte suprema integrada por otros 48 miembros. El sistema de designación de sus miembros está dominado por el Ayatola, que además conserva el poder de veto para sus decisiones y las que toma la Asamblea nacional. Es difícil que quienes son elegidos por el ayatola contradigan a quien los nombró. Por tratarse de religiosos leales a la revolución islámica, es improbable que se aparten de la línea teocrática. Y dado que eligen al nuevo ayatola supremo, la muerte de Jamenei es una eventualidad que abre dudas sobre la creencia de su eliminación como medida determinante.
A su vez, estos cuerpos y el ayatola tienen la potestad de aprobar a quienes se postulan como candidatos en las elecciones en las que votan los iraníes. Es por eso que no hay figuras fuertes, ni mujeres, ni partidos de la oposición con capacidad de influir en el gobierno. Y esa es la razón porque la llegada de Masoud Pezeshkian en julio de 2024 no implicó un cambio real pese a que era definido como un reformista. Es poco lo que puede reformar algo sin un acuerdo de los líderes religiosos. Ahora entendemos que “oposición” hay en Irán.

Hay otra línea de mando y es la Guardia Islámica, el brazo armado del régimen. Sus miembros se repartieron el manejo diario de las fábricas, los cargos clave en los ministerios, las comunicaciones y en general de todos los sitios de poder económico.
También tienen mejores armas que el ejército, lo cual aleja la posibilidad de un alzamiento. Para apuntalar su poder, manejan la Policía Moral y la Policía Disciplinaria, la NAJA, que vigila y castiga cualquier conato o intento de organización de disidencia.
La NAJA combina las tareas policiales de sus 260.000 miembros con una red de informantes entre los que se encuentran los que apoyan al régimen, que de acuerdo a las estimaciones abarcan a entre el 30% y el 40% de los 90 millones de habitantes de Irán.
En 2009 hubo un intento de organizar una oposición. Los grupos más liberales se convocaron en torno al alcalde de Teherán, Mir Hossein Mousavi, en lo que se conoce como Movimiento Verde y fue la expresión de la Primavera Árabe en Irán. Pedían relajar las normas religiosas. Pero también denunciaban que el candidato oficial, Mahmoud Ahmadinejad, había ganado por medio del fraude. En consecuencia, pedían repetir las elecciones. La respuesta a las manifestaciones masivas de los verdes fue una represión brutal y el arresto de Mousavi.

La revolución de los velos de septiembre de 2022, provocada por el asesinato de Mahsa Amini a manos de la policía Moral trajo nuevas manifestaciones y hasta se habló del fin de los ayatolas. También se aplicó una respuesta represiva brutal que limitó el alcance de las protestas.
Es cierto que la población iraní está dominada por el descontento. El ingreso per cápita cayó a menos de la mitad desde 1979 y las restricciones religiosas son asfixiantes. Pero hasta hoy todos los intentos para crear una masa crítica que cambie el sistema, resultaron fallidos. Existen partidos locales como el Partido Democrático del Kurdistán Iraní, el Komala o el Partido Popular de Baluchistán, pero son fuerzas regionales sin peso para influir más allá de las zonas de su etnia. Para hallar más opositores, hay que salir de Irán. La oposición más organizada está en el extranjero. El principal es el Consejo Nacional de la Resistencia de Irán (CNRI), que reúne a la mayoría de los activistas dentro de los 4 millones de iraníes que forman la diáspora, en particular entre los que viven en Occidente. La fuerza más dinámica dentro del CNRI son los Muyahidines del Pueblo de Irán, un grupo que participó en la revolución de 1979 y que buscaba combinar islamismo y marxismo. Fueron masacrados en 1981 al intentar un alzamiento y los sobrevivientes se exiliaron. El CNRI reúne a 540 miembros que dictan leyes y trabajan en un plan para revertir los cambios que se hicieron en Irán desde que se impusieron los ayatolas. Entre ellos hay desde liberales, conservadores y socialistas, hasta activistas LGBT que heredaron la lucha del Movimiento Verde.

El otro movimiento es el que propone el retorno de la monarquía bajo el mando del Sha Reza Pehlevi II y que opera desde los EEUU. Tiene el apoyo de los partidos conservadores occidentales y lanzaron una campaña en las redes y un llamado al alzamiento en Irán que no tuvo respuesta. Los monárquicos tienen en su contra el recuerdo de la corrupción rampante de la era del Sha y las atrocidades cometidas por su policía política, el SAVAK. Encuentran una oposición tanto dentro de Irán como entre los exiliados, que incluyen entre ellos a los que huyeron en tiempos del Sha.

Hasta aquí tenemos a la oposición política, que maniobra para posicionarse ante la posibilidad de la caída del régimen teocrático. Hay otra oposición, pero que se expresa por medio de las armas. Es aquí en donde el panorama se vuelve más complejo y aciago.
En el noreste y el noroeste operan las guerrillas del Partido de la Libertad del Kurdistán. En la provincia suroriental de Sistán y Baluchistán el Jaish ul-Adl integrada por separatistas beluchíes. Y en el oeste el Al-Ahvaziya, integrado por los árabes de la provincia de Juzestán. Hay otro grupo armado, pero luego lo voy a nombrar. Quedémonos en estos tres grupos porque abren un escenario de disgregación territorial si cae el régimen teocrático. O uno en donde un nuevo gobierno podría perder el control de partes del territorio a manos de las autonomías étnicas.
Los beluchíes del Jaish ul-Adl buscan separarse de Irán, tanto como sus pares de Pakistán que acaban de declarar la independencia del Khalistán, la región sur pakistaní y ambos podrían unir fuerzas, en particular las de sus milicias, para aprovechar la oportunidad en caso de un colapso político. Es por eso que Pakistán se apuró a apuntalar al régimen iraní a pesar de que en julio del año pasado se intercambiaron bombardeos tras acusarse mutuamente de apoyar al separatismo baluchí. La alianza entre India e Israel es el otro motivo del acercamiento, además de la identidad musulmana frente a otros actores religiosos.

Lo mismo puede suponerse de los kurdos, que podrían aprovechar las circunstancias para unir fuerzas con sus similares en Siria e Irak. Esto puede generar una zona autónoma como la de Rojava y complicar al presente o al futuro gobierno en Irán. Además, extendería la crisis en otras direcciones. Esto podría afectar los planes de Turquía para contener el avance de zonas libres kurdas, habida cuenta de que podrían estimular a los 20 millones de integrantes de esa etnia que viven en su territorio a redoblar sus pedidos independentistas. El problema, como vemos, dista de involucrar solo a Irán.

Otros grupos que podrían sacar provecho del integrismo étnico son los 20 millones de azeríes iraníes, la segunda minoría del país y que, curiosamente, es más numerosa que los 10 millones de azeríes que viven en Azerbaiyán. Aunque no hay signos de separatismo, puede haber incentivos. Es un dato importante que Azerbaiyán sea el país musulmán más cercano a Israel y, de hecho, en la guerra con Armenia en 2020 la mayor cantidad de armas que recibieron los azeríes provinieron de las fábricas israelíes.

Quebrar la extensión iraní podría ser tentador para Israel usando esa circunstancia. Azerbaiyán es el principal proveedor de petróleo de Israel, pero al mismo tiempo un territorio que, de incorporarse por afinidad étnica con Azerbaiyán, le permitiría a Turquía tener un camino para evitar la ruta a través de Armenia para llevar su gas hacia Europa. Es otro incentivo para explorar esa posibilidad. Los azeríes pertenecen a la esfera étnica turca y quizás entre los cálculos de Ankara haya una previsión para extender su presencia en el Cáucaso en caso de que Irán entre en un proceso de descomposición. Sería otro escenario de choque con Israel en el futuro si se disputan la influencia sobre los azeríes de Irán.
Estamos describiendo un ambiente de confrontación potencial similar al que vivió Irak tras la caída de Sadam Hussein en 2003, que también fue sorpresivo, y la división de su territorio en un mosaico de etnias, facciones religiosas y grupos locales apoyados por estados extranjeros.

Si hablamos de escenarios similares, mencionemos al ISIS. El grupo está activo dentro de Irán y fue el responsable del mayor ataque terrorista de los últimos años, el 4 de enero de 2024, cuando dos suicidas mataron a un centenar de personas en una ceremonia en la tumba de Soleimani. Para el ISIS y sus ideas salafistas el caldo de cultivo de una guerra civil como la que transcurrió en Iraq y Siria es el ambiente ideal para ganar adeptos. Caído el régimen teocrático, la radicalización ofrecería una cantera de potenciales reclutas dentro del 10% de los iraníes sunitas.
La destrucción de la capacidad industrial iraní durante esta etapa de la crisis y la pérdida de cohesión social, sumadas a la potenciación de las tensiones étnicas y religiosas abren un panorama con grandes similitudes al escenario caótico posterior a la invasión a Irak de 2003. La existencia de apoyos externos a los grupos que podrían entrar en disputa para sacar una ventaja del escenario de redistribución del poder son un riesgo si derrapan en un enfrentamiento abierto entre facciones o entre el nuevo gobierno y quienes no lo acepten. O puede que el régimen sobreviva en un marco represivo exacerbado. Ese panorama puede resultar tan letal como los anteriores. Y luego está la cuestión del liderazgo. El sistema de ayatolas tiene un mecanismo de reemplazo de líderes bien aceitado.
En la oposición no hay una figura que represente a la variedad política dentro y fuera de Irán. Pahleví carga con el estigma del gobierno de su padre. Maryam Rajavi, la presidente del CNRI, está ausente desde su exilio en 1982 y se desconoce si convoca un respaldo local suficiente. Luego hay que ver si, en caso de terminarse el régimen teocrático, vendrá un gobierno republicano o monárquico. O si prevalecerán la corriente conservadora, la liberal o el rol que tendrán laicos y religiosos tras 46 años de adoctrinamiento religioso.
Es por eso que plantear el fin del régimen actual en Irán da lugar a escenarios tan complejos como diferentes. Evitar que Irán recorra el mismo camino que su vecino iraquí es uno de los dilemas que surgen luego de plantear el rumbo de provocar su desalojo. Irán tiene la 3° reserva de petróleo más grande del mundo, 1,64 millones de km2 y 90 millones de habitantes. Irak tiene la 4° reserva de crudo mundial, 438.314 km2, 45 millones de habitantes. Si Irak es aún un dolor de cabeza para el mundo, Irán sería el doble de problemático.
Además, más allá de lo que disputan Irán e Israel, las potencias no dejarán de intervenir en el futuro de ese país. Todos tienen alguna clase de interés en hacerlo. Rusia querrá proteger su último rastro de presencia en Medio Oriente tras su caída en Siria. China obtiene el 18% de su petróleo de Irán y el mismo recurso es ambicionado por EEUU y los países europeos. Las coronas petroleras sunitas no desean otro foco de inestabilidad en la región. Israel trabajará para evitar que resurja otro riesgo para su seguridad. Al plantear las hipótesis de la permanencia o caída del régimen de los ayatolas, hay que analizar además cuán posible es y qué puede venir en el día después. Luego de planificar el brindis, no importa el motivo del festejo, hay que pensar qué hacer cuando llega la resaca.