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Foto del escritorLuis Briatore

Un colorido cuello bien cazador


Por Luis Briatore*


Cuando uno se encuentra frente a frente con un piloto de combate, lo primero que llama la atención es un pedazo de género de color, el que se encuentra muy prolijamente anudado y que rodea todo el cuello. Por lo general es de un color llamativo, el que se puede distinguir perfectamente a lo lejos.

Este atractivo y pintoresco detalle, que es parte constitutiva de un característico y tradicional atuendo operativo, resalta aún más cuando somos testigos privilegiados de una presentación, en la que participan un número importante de escuadrones, formando un arco iris de pañuelos.

En la toma fotográfica publicada podemos observar, ordenados cronológicamente, la sucesión de pañuelos de toda mi carrera, en la que tuve la fortuna de operar diferentes tipos de aviones. Se trata de distintas tonalidades de género, que tienen un factor común, en su mayoría fueron elegidos colores vivos, los que en muchos casos guardan una determinada justificación al momento de haber sido elegidos.



¿Cuándo se puede comenzar a lucirlo?

El pañuelo que portamos con orgullo no es un mero accesorio decorativo. Tener el derecho de lucirlo implica esfuerzo, estudio y horas de vuelo en un bólido guerrero al que debemos dominar. Recién superadas las exigencias de admisión para volar un determinado avión, y luego del “vuelo solo”, llega el momento oficial de entrega.

Todo sucede en una memorable ceremonia, donde el instructor, el mismo que nos enseñó los secretos de como domesticar a una potente fiera salvaje, le da una vuelta de pañuelo al desnudo cuello del joven piloto. Lo anuda con fuerza para luego colocar el escudo del escuadrón en una de las mangas de un buzo de vuelo lleno de cierres. En ese instante mágico comienzan a escucharse los acordes interpretados magistralmente por la Banda de Música de Guerra, de la marcha militar “Diana de gloria”. Este es un momento en el que es imposible contener la emoción, lapso de tiempo donde vienen muchos recuerdos a la cabeza, se pone la piel de gallina y un escalofrío invade la totalidad del cuerpo,

Ganarse este derecho implica haber domado a la poderosa máquina, llevando sus riendas con habilidad y destreza desde el rápido despegue hasta el suave aterrizaje.

A partir de este día, y gracias a un esfuerzo continuado por espacio de un año, alcanzaremos la Etapa III (Apto para el combate), logrando estar en capacidad para cumplir con la misión asignada por la superioridad, a riesgo de perder la vida por la celeste y blanca, si Dios y la Patria lo demandan.

El ejemplo más cabal del compromiso y el gran honor que tomamos al portarlo llega a su máxima expresión en el ejemplo que nos dieron los héroes alados que combatieron por nuestras Islas Malvinas, los que cayeron defendiendo nuestra soberanía, y lo hicieron portando con orgullo los gloriosos colores de sus respectivos escuadrones.



¿Cuál es el origen esta hermosa tradición?

Para ello debemos remontarnos a la época de los primeros épicos combates aéreos, los que tuvieron como protagonistas a los precursores en el arte de luchar como caballeros medievales en el cielo, buscando maniobrar para posicionarse y derribar al adversario.

En los tiempos de Manfred Von Richthofen, al comenzar el siglo XX, los pilotos de combate usaban un pañuelo bien ajustado al cuello, pero no lo hacían con un mero fin estético.

Como preparación ante una encarnizada contienda, ajustaban con mucha fuerza al cuello un pedazo de lienzo de ceda. Lo hacían con la intensión de mitigar los efectos de las altas “G”, las que eran generadas en cruces y persecuciones con bruscas y temerarias maniobras.

Todo sucedía en el fragor de un cruento y desafiante combate.

Era una manera rudimentaria e ingeniosa de impedir que la sangre se retire del cerebro con destino a las extremidades inferiores. Este ocurrente y novedoso artilugio buscaba evitar los efectos nocivos del combate cerrado, el que afectaba principalmente la disminución del sentido de la vista.

Desde aquellos años de gloria y honor, que marcaron el camino a las futuras generaciones de pilotos de combate, instauraron una tradición, que fue seguida por la mayoría de los escuadrones de combate del planeta. En su mayoría eligen un color de pañuelo que los representa. Entre estos coloridos lienzos muchos son de un solo color, los hay estampados y algunos con diferentes siluetas.

Acompaña a este adorno aeronáutico un escudo al que le asignan un lema. Estos son los distintivos que los identifican como miembros de ese grupo orgánico operativo que custodia los cielos soberanos de su patria.


¿Qué hay debajo de un colorido pañuelo?

Si bien lo que luce cubriendo el cuello es un pedazo de género que identifica el avión que volamos, los pilotos militares sabemos colgarnos alguna bijuterie aeronáutica más, algunas relacionadas al mundo operativo, y también, otras por cábala, tal como sucede con muchos protagonistas de actividades de alto riesgo.

Pensando en la supervivencia, llevamos en el cuello a la conocida informalmente como “chapa de perro” (en inglés dog tag), ya que recuerda a las chapas metálicas empleadas en los collares de las mascotas. Su uso principal es la identificación del piloto en caso de resultar muerto o herido en un accidente aéreo o luego de caer en paracaídas luego una eyección, al ser rescatado en territorio propio o enemigo. Es un registro que portamos, el que contiene los datos médicos genéricos más importantes que facilitan el tratamiento en caso de quedar mal herido o incapacitados para comunicarnos.

Por el lado de las cábalas, todas las mañanas luego de vestirme, antes de anudar el pañuelo, religiosamente colgaba en mi cuello la medalla de mi promoción, la 47, junto a la Virgen de Loreto, la celestial princesa que nos cuida incansablemente noche y día, además de un crucifijo de plata.



¿Que sentimos al lucir el pañuelo del escuadrón?

El atarnos ese pedazo de género colorido al cuello antes del inicio de la actividad aérea, tiene para el piloto un valor agregado. Implica un compromiso, en nuestro caso, relacionado íntimamente con el “lema” que identifica al nido cóndores que nos vio nacer en esta querida especialidad, el de la Escuela de Caza, lugar donde se forman los pilotos de combate de la gloriosa Fuerza Aérea Argentina.

Portar con orgullo el pañuelo significa: “Ser más”. Expresión que proviene de la Carta Encíclica Populorum Progressio del Papa Pablo VI, en Vocación al desarrollo, párrafo 15. Esta promueve el progreso y la superación de los hombres como forma de encontrar su verdadero destino, exhortándolos a potenciar sus aptitudes y cualidades a partir de la educación recibida y del esfuerzo personal, a hacer uso de su inteligencia y voluntad para “crecer en humanidad, valer más, ser más”.

Es la total disposición de cuerpo y mente a ser más instruido, a conocer, a investigar y a mejorar lo aprendido través de la instrucción, a adquirir la sabiduría necesaria para cumplir con las tareas y conducir a otros cuando sea necesario, a ser profesionales. Pero también, de honrar con la tarea diaria a quienes en la historia de la institución han entregado su vida en defensa de la soberanía nacional, marcando una trayectoria a seguir para las futuras generaciones.

“No hay quien pueda”

“Viva la patria”



* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.

Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).

A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.

En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.

Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.

Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.


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