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Europa se está divorciando de Estados Unidos y el costo lo paga una de las partes


Por Ignacio Montes de Oca

 

Hay una polémica sobre si Trump es el artífice de una unidad europea por genialidad o torpeza. Como es un tema que toca la susceptibilidad de muchos, vamos a los números. Empecemos por una sorpresa: EEUU ya recibe un pago por proteger a Europa.

Polonia tiene un presupuesto anual de 130 millones para subsidiar la presencia militar norteamericana desde 2020. Se hace cargo del alojamiento de los 5.500 militares y de sus arsenales, además de eximirlos del pago de tasas y tarifas por el uso de los sistemas de transporte. Alemania pagó 982 millones anuales en la última década para alojar a los 35.000 soldados de EEUU en su territorio. Se desconoce cuánto pagan otros países como Italia y España por la presencia de 38 bases de EEUU, pero sí se sabe cuándo comenzó a cobrar EEUU por la protección.

Todo se originó en 2019 cuando Trump estaba en su primera presidencia y creó la idea de “Cost Plus 50”, un concepto que obligaba a los países a pagar el costo total de ese despliegue más un 50% adicional en concepto de “protección”. Europa no fue la única alcanzada. Corea del Sur reaccionó ante la amenaza de Trump de disminuir su presencia y decidió sumar otros U$S 60 millones a los U$S 920 millones, un 8,3% más de lo que pagaba para sostener la guarnición de 28,500 soldados de EEUU. La reunión de Trump con Kim Jung In fue una amenaza velada.

El ver a Trump sonriendo ante el dictador norcoreano fue también un mensaje a Japón, al que Trump le pidió que cuadruplique su pago por la presencia de 50.000 soldados y una flota naval y aérea en el territorio japones. Como se ve, la presión de Sherwood es antigua y constante.

Hasta donde informaron los respectivos ministros de defensa europeos, el Cost Plus 50 fracasó en casi toda Europa con el argumento de que los países ya estaban pagando la estructura militar a través de su aporte a la OTAN, en donde EEUU representa un 16% del soporte. Por otra parte, argumentaron que las facilidades impositivas y el costear la construcción, mantenimiento y pagar los servicios que consumen las tropas de EEUU eran un aporte suficiente del cual Washington obtenía un beneficio estratégico evidente.

EEUU tiene en Alemania su centro de despliegue para Europa y África. También, centros de monitoreo y espionaje electrónico apuntados hacia Rusia. Reemplazar esos centros implica invertir en bases y sistemas alternativos. El ahorro se disipa en invertir para el cambio.

El tercer argumento es que Europa ya estaba financiando a las empresas de EEUU con compras militares que a su vez trasladaban esas ganancias para amortizar el sistema de investigación, desarrollo y adquisición de su propio sistema militar. La polémica se consideraba saldada. Si se tiene en cuenta que EEUU vende unos U$S 200.000 millones de dólares al año en armamentos y que el 55% de sus ventas se dirigen a Europa, un nuevo entredicho por el costo de la presencia militar puede tener consecuencias económicas negativas para EEUU.



Trump ya avisó que quiere reducir la presencia de 100.000 soldados de EEUU en Europa en al menos un 20%. En cualquier caso, ese redespliegue va a resultar en un ahorro económico para Europa en términos del sostenimiento de los subsidios a ese despliegue. El problema de la mirada solo contable está en que además EEUU ya no negociará como el miembro más poderoso o el líder de una alianza occidental. En la medida que se acentúe el divorcio estratégico menor va a ser el peso final de sus planteos a escala global.

Vamos a poner unos ejemplos. Tras invocar el Articulo 5 de la OTAN por los ataques del 9-11, la única vez que fue aplicado, EEUU montó un despliegue internacional en Afganistán que multiplicó su fuerza y le ahorró recursos, que fueron distribuidos en una alianza. Gran Bretaña gastó en total 37.000 millones de libras y Alemania 12.500 millones de euros. El gasto prorrateado incluye, por citar un caso, el de Ucrania que desplegó un contingente de 5.000 soldados. Este es un ejemplo del valor económico del multilateralismo. Lo mismo vale para el caso de la coalición de 42 países que desalojó a Irak de Kuwait en 1991, liderada por EEUU pero cuyo costo se repartió entre los miembros de la alianza al igual que sucedió con la invasión que derrocó a Saddam Hussein en 2003.

Ese valor no monetario, quizás más importante en términos políticos, es el que debe asumir ahora EEUU. Quienes defienden hasta la demencia cada decisión de Trump sostienen que “ahora los europeos se van a hacer cargo”. Si, pero no, porque no es tan lineal. Es difícil de sostener tal astigmatismo de análisis porque ahora EEUU no puede garantizarse el ser respaldado en caso de un conflicto externo y sus costes, en consecuencia, se van a incrementar. No solo los económicos, también los del respaldo político. Para el caso específico de la guerra de Ucrania, esa expresión llega tarde porque desde abril de 2024, cuando se aprobó el paquete de asistencia de U$S 61.000 millones, ya no hubo más aprobaciones. Es decir, que hace más de 310 días que no aporta nada nuevo. Allí hay otro lucro cesante para EEUU, porque el 60% de esa asistencia militar se canalizaba hacia compañías locales para el reemplazo de equipos que eran sacados de los arsenales o para la compra de sistemas que luego eran enviados a Ucrania.



Expresado en dólares, solo el último paquete de asistencia significó un total de 37.210 millones de dólares inyectados al sistema de producción para la defensa de los EEUU. El 55% de las ventas que se dirigen a los europeos implican arriesgar otros 110.000 millones.

Y en la previa a una confrontación con China, EEUU va a tener que ajustar el costo de la obtención de información militar y de inteligencia si cesa la colaboración con sus aliados. Más aun con la presencia de Tulsi Gabbard como Directora de Inteligencia Nacional. Obtener información precisa y actualizada es lo que permite economizar recursos en tiempos de paz y de guerra. Gabbard, con sus contactos con Rusia y alguna polémica relación con el régimen sirio de al Assad, ya está provocando la merma de la colaboración.

Para ponerlo en cifras, lanzar cada misil Tomahawk con un costo de U$S 1,5 millones o hacer volar a un avión F-35 cuya hora de vuela cuesta U$S 42.000 significa apelar a la eficiencia para economizar costos. Y la información certera es la que permite ese ahorro.

Queda un punto más para hacer un balance informado del impacto que tiene la decisión de Trump en Europa. Tiene que ver con el origen de los últimos fondos europeos enviados a Ucrania. Hay que aclarar que es Putin quien ahora también financia al bando ucraniano. En junio de 2024 el G7 aprobó el uso de los U$S 260.000 millones en activos rusos embargados en favor de Ucrania. En consecuencia, se aprobó un préstamo en favor de Ucrania por U$S 50.000 millones que ya comenzó a fluir y que puede ser usado también para comprar armas. Esos fondos están retenidos en una proporción de 2/3 por la UE en Bruselas y sirven como garantía para el respaldo a Ucrania. Es decir que Europa usó fondos rusos para asistir a Ucrania por una cantidad que representa el 81% del total de asistencia militar de EEUU. Gran Bretaña, que desde el Brexit ya no es parte de la UE, usó también los activos embargados para un respaldo de U$S 3.300 millones de asistencia militar adicional y con esto se reduce la brecha con los 61.000 millones aportados por EEUU. Todo, a expensas de Putin.

Recién luego de esa aclaración se comienza a contabilizar la ayuda neta europea. La ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, informó que se trabaja en un paquete de ayuda a Ucrania y de asistencia para el rearme europeo por 700.000 millones de euros. Ese paquete representa once veces la asistencia militar de EEUU a Ucrania y equipara el gasto militar europeo con el gasto anual de defensa de Trump. Son cifras que revelan el costo del divorcio estratégico con Europa. Con las relaciones degradadas, no es un gasto conjunto.

Hay que aclarar que ese fondo complementa al gasto nacional y la idea es usarlo para construir una arquitectura de seguridad europea por fuera de la OTAN y de EEUU. En otras palabras, Europa paga el costo de emanciparse del peso que siente de parte de su socio.

Queda entonces por resolver el otro Triangulo de las Bermudas discursivo y es el que afirma que Trump empujó el gasto militar europeo. Aquí hay que decir otra vez “sí, pero no”. Si bien en su primer mandato Trump les pidió a sus socios a gastar más para defenderse, no fue el único estimulo. El estímulo principal fue Putin y su invasión a Ucrania en 2014. Vamos a las cifras: la UE gastaba en conjunto € 147.000 millones. Cuando asumió Trump en su primera presidencia pasó a gastar 155.000 millones. Al dejar la presidencia en 2020 gastaba 198.000 millones.



En la era Trump el gasto militar se incrementó un 27%. Pero en 2022, pasó de 214,000 millones a 326.000 millones en coincidencia con la segunda invasión a Ucrania. Es decir, que tuvo un incremento del 36% sin Trump en la presidencia. Son números, no hay quejas. Una parte importante de ese aumento se originó en la asistencia a Ucrania y el refuerzo de los arsenales en previsión de una agresión rusa y, hay que decirlo, a una posible defección de EEUU, que ya se anticipaba por la amenaza de perder la protección con el regreso de Trump.

Trump pedía en su primera presidencia que los socios de la OTAN gastaran más del 2% de su PBI en defensa y tenía motivos reales para hacer esa demanda. Pero hoy, 23 de los 27 países cumplieron ese requisito y esto no calmó el ánimo del presidente de EEUU. Alemania avisó que va a incrementar su gasto en defensa en 200.000 millones. Francia lo aumentará en un 40% hasta el 2028. El Reino Unido lo llevará al 2,5% de su PBI en 2027 y a un 2,6% en 2028. Estos anuncios no recibieron una respuesta favorable por parte de Trump.

Por el contrario, luego Trump elevó esa vara al 4% y más tarde al 5%, superando incluso la marca de los EEUU, que en 2025 gasta el 3,35% en defensa. Es evidente que en el reclamo hay algo más que pedidos porcentuales y no está negociando una meta fija. Ese constante correr las metas para satisfacer su enojo dice que Trump está decidido a romper su alianza con Europa por motivos que son ajenos a los presupuestos. Puede haber una excusa en el objetivo de ahorrar, pero los números indican lo contrario.

Entonces, si le sumamos el anuncio de aranceles para Europa del 25% y la ausencia de una escalada similar con los que se suponen adversarios comunes como China, Rusia o Irán, en esa desproporción se adivina que no hay una intención negociadora sino de ruptura. El caso contrario debería darse si tras la respuesta a sus pedidos, Trump buscase una conciliación con sus aliados y atendiera sus demandas legitimas de seguridad que, en el caso de Ucrania y la amenaza de Putin, están fundamentadas en hechos, no en elucubraciones.

Dado que Trump pareciera estar decidido a romper con Europa y asumir todas las pérdidas consecuentes que fuimos viendo -ingresos por alojamiento, por venta de armas, subsidios y ventajas estratégicas- hay que suponer que no busca presionar para obtener un logro. Incluso en el campo económico, la agresividad de Trump tampoco estimula a Europa a reducir el déficit a su favor que solo en 2024 fue de U$S 235.571 millones. Si EEUU no colabora para reducir el riesgo que supone Putin, Europa no tiene motivos para colaborar. Las relaciones estratégicas son solo una de las caras del vínculo total. El declararle la guerra comercial con aranceles y amenazarla con dejarla a merced de Rusia no funcionó en su primera presidencia. Tratar de venderle el mismo auto usado no parece muy astuto. Entonces, tampoco se sostiene, con las cifras a la vista, que haya un ajedrez 10D o 15D. No hay ganancia posible porque la autonomía europea no puede ser capitalizada si el escenario resultante encuentra a EEUU y a Europa con urgencias estratégicas diferentes o enfrentadas.

Explicado de un modo más mundano: divorciarse de Europa por acostarse con Rusia no puede ser visto como un logro de EEUU. Menos aún si, una vez divorciada, Europa se pone bonita e inicia un romance con un galán chino o turco. El despecho nunca es una ganancia para el que lo sufre. Por supuesto que siempre van a existir fanáticos que desprecian las cifras de la realidad y, por ende, son capaces de pintar a un burro y estirarle el cuello hasta convencerse que tienen una jirafa. Y en estos tiempos sobran fanáticos y, por, sobre todo, abundan los burros.

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