La pandemia de COVID-19 demostró la inexactitud del planteo que se ha venido haciendo desde diversos sectores y por muchos años sobre la poca necesidad de contar con Fuerzas Armadas bien preparadas. En todo el mundo han sido los militares uno de los pilares para asistir a la población de las más diversas maneras, desde traslados de personas, evacuación sanitaria, hospitales de campaña hasta entregar alimentos. En toda América Latina la situación reveló el resultado de años de falta de políticas de defensa y de presupuestos insuficientes, que obligaron a apelar a un esfuerzo inmenso por parte del personal para recuperar equipos y sacarle el máximo provecho a lo que se disponía. Afortunadamente, hasta ahora, 9 de junio, el impacto de la pandemia no ha sobrepasado la capacidad de las fuerzas para asistir a la población, pero esto no es más que una señal de alerta ante la evidencia de que este tipo de crisis, que por muchos años se creyó que nunca iban a pasar, efectivamente pueden ocurrir y podrían ser aún peores si aparecieran virus más letales aún.
A la vez, el mundo ha entrado desde hace un tiempo en una nueva escalada de tensión entre oriente y occidente, que se está acentuando con la pandemia, en donde la incertidumbre sobre el futuro es cada vez mayor. Los escenarios posibles son muy diversos, que pueden ir desde el mantenimiento de una situación similar a la anterior ante un relajamiento de la tensión, hasta la posibilidad de una guerra total entre las potencias de ambos bandos.
En defensa una premisa básica es la de preparar planes para enfrentar todos los posibles escenarios y aceptar la posibilidad de ocurrencia de todos ellos, incluso los peores. Es mejor estar preparado para el peor escenario y que este nunca ocurra antes que lamentar las consecuencias de no haberlo previsto y que termine sucediendo.
Ahora, ante esta realidad, toda la región se enfrenta, en mayor o menor medida, a las falencias para poder brindar seguridad a sus ciudadanos y sus intereses, no solo en su territorio, sino a escala regional y global. En un mundo globalizado, donde se comercia por todo el planeta y con ciudadanos de cada país dispersos por todo el globo, resulta un enorme desafío para las naciones poder brindarles la protección que corresponde.
Cuando se analizan necesidades, las listas suelen se largas y satisfacerlas demandarían un esfuerzo económico que ninguna nación latinoamericana está capacitada para enfrentar. Las discusiones por estos temas suelen ser eternas, sobre qué equipo es el mejor para cubrir cada necesidad. Especialmente se da a la hora de hablar de los aviones de combate, área que despierta las mayores pasiones desde los integrantes de las fuerzas hasta los entusiastas. Pero, en general, se da en todos los rubros del equipamiento para la defensa.
¿Nuevo o usado?
Mientras algunos plantean escenarios imposibles de alcanzar, otros apuntan a mantener chatarras ante la imposibilidad de comprar equipos nuevos. En estos puntos hay varios factores a tener en cuenta. Primero, hacer un esfuerzo gigante por comprar equipos ultra sofisticados no siempre puede ser una buena idea. Hay que evaluar otros factores como ¿se incorporan con sus sistemas asociados para que se puedan aprovechar todas sus capacidades? ¿esta inversión no implica desatender otras necesidades de las fuerzas? ¿Se contará con el presupuesto adecuado para su operación? En equipos con subsistemas de distinta procedencia ¿existen restricciones desde alguno de los países proveedores que puedan complicar la operación en el futuro? Y, otros más puntuales a países con desarrollo industrial, como ¿esa compra implica una transferencia de tecnología o se mantiene una completa dependencia del proveedor?
En el sentido opuesto, cuando se opta por mantener equipamientos viejos cabe preguntarse ¿hay un flujo de repuestos adecuado? ¿El nivel de fallas permite mantener una operatividad adecuada? ¿Los problemas para conseguir repuestos y las fallas cada vez más frecuentes aumentan el costo operativo hasta volverlo inaceptable? ¿Qué vida útil remanente le queda al equipo? ¿Permite mantener la capacidad pretendida de manera eficiente frente a las amenazas? ¿Permite mantener un entrenamiento y adiestramiento adecuado al personal?
En la realidad de todas las fuerzas de la región, el punto está siempre en encontrar soluciones de compromiso, que impliquen el mejor costo - beneficio en el largo plazo.
En el primer caso tenemos un ejemplo como el de Brasil, que a comienzos del siglo XXI desarrolló un enorme plan de reequipamiento de sus tres fuerzas, que los convertiría en la nación más poderosa del hemisferio sur. Pero los recortes presupuestarios, que se mantienen crecientes, generaron un problema muy grande. El compromiso y la decisión política de sostener ciertos programas, como el F-X/2 y el Prosub, obligaron a la reducción o cancelación de casi todos los demás programas, mientras que estos tampoco están alcanzando por ahora los objetivos finales propuestos, ya que no se ha firmado el segundo contrato por aviones de combate y el programa del submarino nuclear avanza a pasos lentísimos.
Pero, sobre todo, implica que Brasil contará en el futuro próximo con algunas capacidades muy desarrolladas y otras casi inexistentes, como será la flota de superficie, cuando solo las 4 fragatas Tamandaré deban proteger 7500 kilómetros de costas y el yacimiento petrolífero y gasífero del Presal.
En el otro extremo tenemos el ejemplo de la Argentina, que prácticamente ha cancelado todos sus programas importantes de adquisiciones y se ha dedicado a mantener operativo equipamiento que ya debería estar reemplazado hace muchos años, mientras que otras capacidades se han perdido. En algunos casos, la dificultad para conseguir repuestos y un mayor número de fallas implica bajos niveles operativos y a un alto costo. En otros casos, como es la aviación de combate o la fuerza de submarinos, no se logra alcanzar la pretendida capacidad, ya que el equipamiento con que se cuenta es inferior en calidad y cantidad al que poseen todas las potenciales amenazas.
Objetivos y capacidades
A la hora de resolver estas cuestiones, teniendo en cuenta que el presupuesto es limitado, en lo primero que hay que pensar es en los objetivos que se pretende alcanzar y qué capacidades se busca tener. Luego, tener en cuenta que las perspectivas de un incremento significativo en el corto plazo de los presupuestos son inexistentes prácticamente en toda América Latina. La crisis económica generada por la pandemia también atenta contra cualquier suba de presupuesto.
Ante eso, es fundamental tener una visión holística de la defensa y entender que son muchas las áreas en las que hay que invertir a la vez. Esto llevará a buscar, para cada caso, la mejor solución con el menor uso de recursos escasos, y que tenga en cuenta las preguntas realizadas arriba.
A la hora de comprar equipos sin demasiados recursos, la cantidad de aspectos a analizar es mucho mayor que cuando se compra lo último en el mercado. En otras palabras, si se compra lo que están incorporando las grandes potencias luego de un proceso de selección, hay premisas básicas que ya se suponen ciertas: es un equipo que brindará las capacidades buscadas, con alta tecnología, que tiene una larga vida útil por delante y habrá disponibilidad de repuestos, entre otras cosas.
En cambio, si se buscan soluciones más económicas tenemos otras cuestiones: Si el proveedor no es un país o una empresa con gran trayectoria, queda la duda de si el producto es de la calidad esperada y si tendrá soporte a lo largo de la vida útil. También, si la filosofía de empleo y de mantenimiento de esos sistemas es fácilmente adoptable por la fuerza y si ese nuevo equipo podrá trabajar fácilmente de manera integrada con los demás sistemas que ya se poseen.
Además, si las prestaciones son inferiores, es necesario ver si eso es determinante para la selección y si pueden compensarse con otros agregados. Por ejemplo, un avión de inferiores prestaciones, pero con buenos sistemas para la obtención y gestión de información (radar, datalink, computadora de misión, etc.), sistemas de autoprotección y armamento adecuado, puede ser más eficiente que un avión superior pero que no cuenta con alguno de esos sistemas o no tiene el adecuado.
Además, si se incorpora material usado, hay que tener en cuenta la vida útil remanente y el soporte logístico, para no tener que estar pensando en el reemplazo desde el mismo momento de la incorporación o que mantener el equipo operativo se vuelva una pesadilla.
En el caso del equipamiento usado, vale la pena tener en cuenta el precio que se paga. A veces, una compra de ocasión puede ser una buena decisión, como creo que han sido los F-16 MLU Fighting Falcon que compró Chile, los remolcadores oceánicos que la Argentina compró a Rusia o la compra por parte de El Salvador de los Cessna A-37B chilenos, ya que por muy poca inversión de obtuvo material con una buena vida útil por delante y que permitió potenciar o mantener capacidades a un bajo costo.
Otras veces, las adquisiciones de equipos usados fueron un fiasco, con poca vida útil, equipos en mal estado o dificultades para conseguir repuestos, como fueron los Mirage 50 donados a Ecuador por parte de Venezuela, el portaaviones NAe São Paulo comprado por Brasil o los Mirage IIIC que la Argentina compró a Israel.
Otro aspecto es la cantidad a adquirir. Muchas veces, por la imposibilidad de hacer presupuestos plurianuales, se compran equipos en muy pequeñas cantidades, esperándose ir comprando nuevos lotes a lo largo del tiempo. Esto genera tres problemas: Uno es que por cada nueva compra hay que hacer toda una negociación política para obtener los fondos y luego hacer una nueva licitación, con demoras en el tiempo y complicaciones, que en casi todos los casos llevan a que nunca se compre la cantidad total esperada. Otro problema es que, al ser cada compra por una cantidad muy pequeña, la posibilidad de negociar el precio total del sistema es limitada y en general el costo final es más alto. El último problema es que, al ser compras realizadas a lo largo de un tiempo, difícilmente todos los equipos sean iguales, ya que en general los fabricantes van introduciendo cambios a lo largo de su producción, lo que redundará en problemas logísticos y de operación.
A medida que las posibilidades de adquirir lo que se quiere o se necesita se van diluyendo y se termina viendo qué es lo que se puede comprar con los recursos disponibles, hay que analizar más si eso que se puede incorporar realmente sirve. En eso es fundamental ser pragmáticos a la hora de analizar la realidad y dejar de lado ideales, ver no solo la necesidad, sino qué es lo que se puede lograr desde la política y desde las circunstancias económicas que cada país vive en un momento determinado. No tiene sentido argumentar que se quiere un caza de superioridad aérea o submarinos nucleares, cuyo costo el sector político nunca va a aceptar en el corto o mediano plazo, porque se terminan haciendo esfuerzos en vano. Cuando el sector político no acepta realizar inversiones que desde la defensa se consideran esenciales o muy necesarias, primero se debe trabajar en cómo convencer a ese sector de la necesidad de asignar recursos para ello, los cuales se deberán quitar de otros sectores, ya que a ningún estado latinoamericano le sobra dinero. Ese ya es otro trabajo mucho más complejo que la definición de lo que se necesita para la defensa.
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