Por Ignacio Montes de Oca
Vamos a explicar por qué es difícil que se produzca una intervención militar en Venezuela por parte de EEUU, una coalición similar a la que liberó a Kuwait o mediante la aplicación del TIAR. Es hora de hablar con datos en la mano y dejar de fantasear.
Primero una aclaración; no se trata de desalentar la lucha legítima de los venezolanos sino de lo contrario. La pelea que plantean es más realista que repetir que “las manifestaciones no sirven, hay que ir por la vía militar” y burlarse del modo que eligieron para buscar un cambio. Del otro lado hay cientos de miles de militares, policías y sicarios armados hasta los dientes y los venezolanos desarmados lo saben y lo sufren en este momento. También, tras 25 años de esperar una intervención militar externa, conocen muchos de los datos que contiene este artículo.
Empecemos por la posibilidad de una intervención de EEUU, que es la más reclamada por muchos. Entendamos antes de empezar a hablar que no hablamos de Rusia, en donde con un ademán Putin puede ordenar la invasión de territorio ajeno. Vamos al mecanismo de uso de la fuerza. En EEUU existe la Ley de Poderes de Guerra de 1973, creada para limitar el poder del presidente para declarar la guerra u ordenar acciones militares en guerras no declaradas. En su texto se determinan las condiciones para enviar tropas al extranjero de un modo muy preciso. Solo puede hacerlo bajo dos supuestos, que son la declaración de guerra por parte del Congreso a otro u otros estados. El presidente no puede declararla por sí mismo y por lo tanto Biden o su sucesor están atados a una decisión de los legisladores.
El segundo supuesto es que el país afronte “una emergencia nacional creada por un ataque hacia Estados Unidos, sus territorios, posesiones, o sus fuerzas armadas”. En el caso de Venezuela no existe esa condición, al menos por ahora. Maduro debería crear un motivo.
Vamos a la coyuntura política. EEUU está en periodo electoral. Los demócratas tienen mayoría en el Senado y los republicanos en la Cámara de Representantes. Deberían ponerse de acuerdo luego de encontrar un motivo de consenso para autorizar una acción en Venezuela. En la campaña quedó claro que MAGA, el ala republicana, enfatizó en que EEUU debe dedicarse a proteger sus fronteras y bajar el gasto en conflictos externos, lo cual condujo al bloqueo por 6 meses de la asistencia a Ucrania, Taiwán e Israel, un aliado prioritario y bajo ataque. Esta postura, que incluso llevó a confrontar con los socios de la OTAN, hace difícil que EEUU avance en un permiso para intervenir en Venezuela con todos los costos y complejidades políticas que implicaría involucrarse en un conflicto que no afecta directamente un interés nacional.
Puede argumentarse que se puede intervenir “bajo el escritorio” como se hizo en el pasado. No es tampoco tan sencillo y vamos a ir a la historia para explicarlo, dejando en claro que solo podemos referirnos al periodo posterior a 1973 cuando se puso un límite legal a esa práctica.
Vamos a los motivos. Cuando Washington lanzó la operación “Justa Causa” el 20 de diciembre de 1989, lo hizo con autorización del Congreso e invocando el riesgo que representaba Noriega para el control del Canal de Panamá, en ese entonces administrado por EEUU.
En el caso de Irán, hubo una invasión a la embajada de EEUU en Teherán el 4 de noviembre de 1979 y luego el secuestro de ciudadanos estadounidenses por parte de Hezbollah, además del bombardeo al cuartel de los marines en Beirut en 1983 como justificativo.
La invasión de Granada denominada “Furia Urgente” y concretada el 25 de octubre de 1983 se justificó en la protección de 600 estudiantes estadounidenses y 400 civiles de la misma nacionalidad presentes en la isla como excusa para derrocar además al pro soviético Hudson Austin.
La invasión de EEUU a Afganistán iniciada en octubre de 2001 fue consecuencia directa de los ataques de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001. Hubo un interés directo invocado al igual que en la invasión a Irak de 2003 por la presunta presencia de armas de destrucción masiva.
Cuando se apoyó y entrenó a los Contras nicaragüenses se invocó el riesgo de un avance soviético en una zona estratégica. De todos modos, el Congreso le impuso la “Enmienda Boland” en 1982 para que la asistencia no se dirija a derrocar al gobierno sandinista.
Ese antecedente es válido para entender por qué en ese mismo año el gobierno de Ronald Reagan decidió buscar otro modo de financiar esas operaciones con dinero obtenido de los carteles de la droga y la venta de armas a Irán, lo cual dio origen al escándalo “Irán-Contras”. El asunto terminó con una condena a prisión de uno de los ideólogos de la operación, el coronel Oliver North, y del asesor en seguridad John Poindexter. En Washington conocen la historia y es un impedimento adicional a tener en cuenta.
Este factor va directo a la reclamación para que se envíen armas a Venezuela o se armen guerrillas desde la oposición. Ni EEUU ni el resto de Occidente puede hacerlo con tanta facilidad. Y la CIA o el NSA tienen limites reales, no estamos dentro de un libro de Tom Clancy. Armar y entrenar a un grupo disidente requiere de cantidades importantes de presupuesto y de nuevo volvemos al Congreso, que es el que debe autorizar las partidas y revisa el gasto para evitar el desvío de fondos. De nuevo, no es Rusia o Cuba donde no se rinden cuentas.
También se preguntan por qué no se manda un dron o un misil para terminar de raíz con el problema. Una acción de esa naturaleza entra en la misma categoría que una intervención militar con soldados de a pie. Es así como funciona el sistema, no como nosotros deseamos.
El chavismo se cuidó de no atacar a intereses de EEUU y desde enero de 2019 no hay embajada ni personal diplomático por la expulsión ordenada por Maduro. Las empresas norteamericanas en Venezuela podrían ser un interés por proteger, pero hasta hoy no fueron motivo suficiente.
Explicado el tema de la intervención de EEUU, vamos al supuesto de una intervención internacional y esto nos remite a la coalición que se armó para sacar a las tropas de Saddam Hussein de Kuwait en 1991. Es un antecedente que muchos usan como referencia. Aquella operación militar contra Irak, que reunió a fuerzas de 34 países, surgió como consecuencia de la autorización de la ONU a través de la Resolución 660 respaldada por el Consejo de Seguridad y el apoyo de dos de sus miembros permanentes: China y Rusia. Moscú y Pekín reconocieron a Maduro como triunfador de las elecciones y son aliados del chavismo. Por lo tanto, podemos descartar un mandato de la ONU porque desde su lugar en el Consejo de Seguridad pueden vetar cualquier intento de repetir la experiencia de 1991.
El envío de una fuerza militar de Cascos Azules deberá ser aprobado por el Consejo de Seguridad y es imposible que China y Rusia ayuden a debilitar la autoridad y capacidad represora del chavismo, que en febrero expulsó al Alto Comisionado de la ONU por denunciar sus atrocidades.
Otra coalición armada para intervenir en el extranjero fue la organizada para bombardear a Yugoslava en 1999 que, aunque desautorizada por la ONU, se amparó en una demanda de la OTAN para intervenir en un conflicto regional que, en su opinión, afectaba su seguridad colectiva. En ese caso existió una base política en la Unión Europea y un brazo militar que era la OTAN, además de un entramado de acuerdos de defensa regional que no existen en América Latina. Esto nos lleva a la cuestión del Tratado Interamericano de Defensa Reciproca, el TIAR.
El TIAR fue creado en septiembre de 1947 en el marco del inicio de la Guerra Fría a instancias de EEUU para asegurarse el apoyo del continente en caso de un ataque soviético. Las posibilidades de usarlo para resolver la crisis venezolana son escasas y vamos a ver porqué. En primer lugar, porque es un Tratado que debe ser invocado en caso de una agresión externa a América y lo que sucede en Venezuela es un asunto interno. Denunciar la presencia de los rusos de Wagner en suelo venezolano no es suficiente para activar el TIAR.
Otro problema radica en que el mecanismo del TIAR supone que el país agredido debe solicitar su puesta en funcionamiento y, aunque Maduro no sea reconocido como autoridad, tampoco Edmundo González sería admitido por todos los integrantes del Tratado como presidente legítimo.
Sucede que el ámbito de aplicación del TIAR es la OEA como sucesora de la Unión Panamericana que creó el mecanismo y dentro de este organismo naciones como Brasil, México y Colombia ya mostraron no ser propensos a alinearse siquiera con un pedido de condena al fraude de Maduro.
El otro problema irresoluble es que Maduro retiró a Venezuela de la OEA en 2019 y por lo tanto ya no se puede aplicar por un reclamo de defensa. México, Bolivia, Cuba, Nicaragua y Ecuador se retiraron del TIAR en el pasado, lo que reduce aún más su alcance.
Otros países podrían invocar al TIAR en caso de alegar ser afectados por los efectos migratorios o del narcotráfico de la crisis venezolana a falta de razones más directas, pero aun así el balance de poder dentro de la OEA es una limitación política muy fuerte que no se resuelve. El TIAR ya demostró su ineficacia en la Guerra de Malvinas y fue solicitado 20 veces sin éxito hasta la caída del Muro de Berlín. En 2001 EEUU lo invocó para buscar apoyo ante el 9/11. En respuesta México se salió del Tratado alegando que era un instrumento obsoleto.
Hay otro motivo para que ni EEUU, ni Occidente ni la región apresuren una intervención militar en Venezuela. Desde hace dos años y medio el sustento político para enfrentar la invasión a Ucrania se fundamenta en dos principios: respeto a la soberanía y rechazo al uso de la fuerza. Si la región rompe la misma Caja de Pandora que destrozó Putin en Ucrania en 2014 y luego en 2023, todo el andamiaje sobre el cual se sustenta el rechazo a la agresión rusa se evaporaría. No es solo voluntarismo, sino una cuestión de práctica política.
Si se interviene militarmente en Venezuela, además de las consecuencias sobre su población, se habilitaría automáticamente el derecho de irrumpir en territorio ajeno para resolver una situación que, desde la perspectiva del que interviene, es la solución más eficiente. Puede alegarse que se trata de defensa de la democracia, pero el riesgo es que con el mismo argumento y considerándose autorizados de hecho, otros países, autocráticos o no, hagan invasiones similares en el futuro o se autorice para interferir con mayor impunidad en otros países.
Es cierto que algunos gobiernos interfieren políticamente en otros países, como es el caso de Cuba y del mismo chavismo. Pero al legitimar una invasión o el armado de disidentes, se haría destinatario potencial de una respuesta reciproca. Hay que pensar más allá de la furia. Si se rompe el sistema de pesos y contrapesos de poder y además se avala la pretensión de las autocracias de regresar a la era del uso de la fuerza para resolver las disputas, el problema va a exceder a Venezuela. Se trata de no matar cucarachas volando el barrio entero.
Por eso y más allá de las buenas intenciones de muchos exasperados por la represión brutal contra el pueblo venezolano a manos del chavismo, hay que entender que el mundo tiene reglas de funcionamiento y razones que escapan a nuestros deseos y fantasías.
A los que desprecian por “tibios” a los venezolanos por marchar y reclamar por la vía política en lugar de tomar las armas que solo existen en Netflix, decirles que desconocen todo lo que está en el hilo y lo corajudo que hay que ser para seguir resistiendo a pesar de ello. Les queda la opción de la iniciativa privada y nadie detiene a los que se consideren con el conocimiento y los cojones suficientes para ir a Venezuela a poner en práctica sus propuestas. Pero en el escenario de los países hay reglas, condicionantes y antecedentes que lo explican.
En su momento Juan Guaidó pidió la intervención internacional en Venezuela e incluso invocó el TIAR. Desde 2019 muchos dirigentes venezolanos entendieron las limitaciones que se describen en este hilo y decidieron dejar de esperar el maná de la ayuda militar. Con estos datos es más fácil entender el escenario y la estrategia de Machado, González y el resto de la oposición. También, porque usan las herramientas que tienen a mano y el motivo por el que no claman por marines, drones y portaviones. Conocen mejor que muchos el panorama.
No va a llegar tan fácilmente la ayuda externa. Los venezolanos están cruelmente expuestos ante las armas chavistas. Ahora conocen las razones por las cuales saben que dependen de ellos y su constancia. Respeto por los que están solos en una lucha desigual y, aun así, persisten.
PS: Venezuela está lejos de rendirse. Si tantos venezolanos siguen desafiando a un régimen bestial sabiéndose huérfanos de asistencia directa desde fuera, es porque ven algo poderoso en su horizonte que los sostiene y dejaron de esperar que llegue a salvarlos el 7° de caballería.
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