Taiwán se niega a mudar su producción de chips a EEUU mientras China exhibe su músculo militar
- Ignacio Montes de Oca
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Por Ignacio Montes de Oca
Trump presiona a Taiwán y amenaza con quitarle la protección militar si no transfiere la mitad de su producción de Chips a los EEUU mientras negocia con China un nuevo acuerdo de aranceles. Se complica la relación entre Washington y Taipéi mientras Pekín da señales peligrosas. El secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, dice que Estados Unidos necesita que Taiwán traslade una mayor parte de su cadena de suministro de chips a Estados Unidos, a cambio de involucrarse en "proteger" a la isla. Esa demanda implica una apuesta riesgosa. Taiwán sabe que su mayor garantía de seguridad reside en el hecho de que es el mayor fabricante de los chips que abastecen a EEUU y al resto de Occidente. Sin ese factor, su vulnerabilidad ante un ataque de China aumenta a niveles imposibles. Pero, también, que necesita aliados.
Taiwán produce el 68% de los semiconductores del mundo y el 92% de los modelos más avanzados. TSMC suministra componentes esenciales a gigantes tecnológicos como Apple, NVIDIA, Qualcomm y Microsoft y es clave para la producción de dispositivos electrónicos y sistemas de IA. Pero también Washington sabe que perder ese recurso tecnológico crucial es una debilidad económica y estratégica. Esa interdependencia funcionó durante décadas, pero ahora Trump quiere resolverla en favor de EEUU. Por eso presiona a Taiwán y en particular al fabricante TMSC.

Hay un desacuerdo sobre las cifras. Lutnick dice que Taiwán le vende el 95% de los chips que consume la industria de EEUU. Los datos oficiales de la aduana de EEUU indican que Taiwán envía 44% de los chips lógicos y el 24% de los de memoria que consume el mercado estadounidense. No es una diferencia menor porque detrás está la validación del argumento de la dependencia y si Taiwán debe invertir los U$S 500.000 millones que demandaría mover esa proporción de la producción a los EEUU. La Casa Blanca insiste que es un asunto de seguridad nacional y que no está sujeto a debates.
Trump ya le impuso un arancel del 20% a todos los productos taiwaneses en agosto, pero las negociaciones se estancaron y el viceprimer ministro Cheng Li-chiun ya rechazó públicamente la demanda de EEUU. Es uno de los momentos más tensos de las relaciones entre los dos países. Trump insinuó en agosto que piensa imponerle además un arancel adicional del 100% a los chips taiwaneses, pero que iba a eximir a las empresas que los fabriquen en Estados Unidos. Esa no fue la única advertencia, hubo otra mucho más directa al recortar la ayuda militar a Taiwán. El 19 de septiembre EEUU suspendió la asistencia militar con Taiwán. Se trata de un fondo de U$S 400 millones que fueron requeridos de urgencia por los preparativos de invasión chinos cada vez más manifiestos. Ese mismo fondo había sido aprobado en julio y la suspensión fue ordenada por Trump.

En Taipéi hay preocupación porque pese a las señales de alarma, además se están retrasando las entregas de un contrato de compra por U$S 19.000 millones que incluyen aviones F-16, misiles antibuque Harpoon, lanzadores HIMARS y tanques M1A2T Abrams necesarios para su defensa. El motivo de esa demora va más allá de los chips. Trump está negociando un acuerdo de aranceles con China y Taiwán es uno de los temas de la conversación con Xi Jinping. Es cuestión de escalas: el comercio con China suma U$S 658.900 millones. Con Taiwán U$S 185.700 millones. Ese desequilibrio se compensa con la dependencia de EEUU hacia los chips taiwaneses. China lo sabe y presiona además con un pedido para que el acuerdo de aranceles incluya una declaración del gobierno de EEUU oponiéndose a la independencia de Taiwán. Allí hay un dilema.

EEUU nunca reconoció a Taiwán como nación independiente, pero la ambigüedad le permitió ser su mayor socio estratégico. Solo doce países y el Vaticano mantienen embajadas en la isla. China exige para comerciar que se considere a Taiwán una parte “rebelde” e indivisible de su territorio. El “vinculo de facto” mediante una representación, como en el caso de Instituto Americano en Taiwán por parte de EEUU, es la fórmula que encontraron ese país, la Unión Europa, Japón, Canadá, Reino Unido y un total de 50 países. Pekín quiere sacar a Washington de ese club ambiguo. EEUU siempre se negó a definir el estatus de Taiwán y eso le permitió prestarle asistencia militar y comerciar por fuera de las presiones de Pekín. Pero si Trump cede al pedido de Xi Jinping, cualquier intercambio con la isla de Formosa implicaría estar interactuando con una parte de China.
En otras palabras, si reconociera la pertenencia de Taiwán a China en cada entrega de armas estaría entregándole armas a un grupo insurgente y en cada intercambio comercial estaría infringiendo o poniendo a prueba normas propias, ajenas y multilaterales. China lo pide todo. Xi Jinping es astuto porque sabe que Trump quiere resolver el déficit con China que el año pasado fue de U$S 295.000 millones, su mayor fuente de desequilibrio. Hasta julio de este año acumuló otros U$S 124.900 millones y la tentación es querer resolverlo debilitando demasiado a Taiwán.
Esto ocurre en el peor momento porque las señales de una acción china se multiplican. Vamos a repasarlas para entender el contexto de la disputa por los chips, la cuestión del envío de armas y por qué China observa esas circunstancias con buenos ojos. Vamos con los eventos importantes.

Entre abril y mayo China realizó los ejercicios "Joint Sword" que involucraron al portaaviones Shandong, a 62 aviones y una escolta de 27 buques de guerra. Fue el mayor despliegue registrado en torno a Taiwán. El ejercicio incluyó prácticas de desembarco y bombardeo costero. En los ejercicios del 14 de octubre de 2024, China rompió los récords de ingreso a la Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ) con el envío de 153 aviones para tantear las defensas taiwanesas en un periodo de 25 horas. El 15 de septiembre hubo otro pico con 26 aviones. El 29 de septiembre se repitió el ingreso de aviones chinos, 23 de los 33 aparatos enviados en torno a Taiwan entraron en la ADIZ. En lo que va del año ya se registraron 2.700 intrusiones en la zona de seguridad taiwanesa. En agosto suman 140 y en septiembre hubo cerca de 400 casos.

Desde 2022 China uso 30 ferris civiles en maniobras militares y en 2026 debería finalizar el programa para construir 70 barcazas de asalto anfibio tipo Shuiqiao diseñadas para ensamblarse entre sí y formar tramos de 185 m para facilitar un desembarco en las costas taiwanesas.
Hay otros signos como la decisión del gobierno chino de acumular stocks de oro, petróleo y alimentos que podrían ser indicios de precaución ante posibles embargos y sanciones similares a las aplicadas contra Rusia. También el despeje del tráfico naval en el Estrecho de Formosa. Las señales se extienden a los cortes de los cables submarinos TPE (Trans-Pacific Express) el 3 de enero, de los dos cables que conectan las islas Penghu con Taiwán el 22 de ese mes y del cable TPKM-3 entre Taiwán y Penghu el 25 de febrero, todos atribuidos a buques de asociados a China.

Por último, China ensayó bloqueos a Taiwán en abril, mayo y agosto, actualizó el puerto de Fujián frente a Taiwán para que pueda ser usado con fines militares, vendió bonos de EEUU por U$S 800.000 millones en 2025 y aumentó la propaganda interna a favor de la reunificación. Esos signos se relacionan con el interés de EEUU por trasladar la mitad de la producción tecnológica taiwanesa a su territorio. TSMC invirtió U$S 165.000 millones para construir 3 fábricas en Arizona, pero la producción actual solo alcanza para cubrir un 7% de la demanda de EEUU. Al querer acelerar ese proceso y buscar un acuerdo comercial con China, Trump está debilitando la capacidad militar de Taiwán y esa actitud va en línea con el último dato que falta para entender el panorama político, la negativa de Taiwán y la aceleración de los preparativos chinos.

El secretario de guerra Peter Hegseth explicó que la nueva doctrina de EEUU va a privilegiar la defensa de los riesgos en los espacios inmediatos, es decir cuestiones migratorias, de drogas o problemas en el hemisferio como la disponibilidad del Canal de Panamá y las rutas árticas. En el discurso en Quántico el 30 de septiembre dijo que no tolerarán una invasión a Taiwán, pero también que van a privilegiar las estrategias diplomáticas y comerciales para no dispersar las fuerzas en patrullas en “fronteras ajenas”. Esto es coherente con lo visto hasta ahora. En marzo, durante una gira por Asia, Hegseth señaló que Taiwán debía aumentar su gasto militar al 5% del PBI cuando terminaba se subirlo al 3%. El condicionamiento simultáneo y similar a Europa, Japón, Corea del Sur para regular el compromiso de defensa, disparó las alarmas.
La réplica del presidente taiwanés Lai Ching-te fue llamar a "acelerar la autodefensa", es decir, la producción de misiles antibuque Hsiung Feng, los antiaéreos Tien Kung III, el supersónico Yun Feng -capaz de llegar a Pekín-, drones, submarinos, corbetas y sistemas electrónicos. Pero su escala de producción local de armas es ínfima frente a la de China, su presupuesto militar 11 veces menor y las entregas de EEUU sometidas a “revisiones” desde la llegada de Hegseth generan una respuesta igual de nerviosa que la que tuvo Ucrania ante idénticas demoras.
Quizás los preparativos militares de China conducen a un escenario que no se puede conjurar y Trump lo está confirmando al pedir que el principal activo de Taiwán sea preservado antes de que suceda lo inevitable. Esta proyección es quizás la que genera las reacciones taiwanesas. Desalentar una escalada con China y favorecer un acuerdo amplio para repartir áreas de influencia en cada región son concurrentes con la presión hacia Taiwán y con una medida para disminuir los motivos para involucrarse en una disputa a fondo por la defensa del bastión tecnológico.

Sin la dependencia de los chips, para Trump es más fácil encontrar un punto de convivencia con China en el que la disuasión reemplazaría a los despliegues y ayudas militares en zonas lejanas. Con China flexionado los músculos en público, hacerlo ahora es una apuesta arriesgada. Para China el regreso de la isla a su control es una cuestión política extraordinaria, tanto que es posible que valga una guerra futura. Pero además saben que es un sitio crucial por la dependencia que tienen EEUU y el resto de Occidente de los silicios que produce la isla. A Taiwán solo le queda armarse como pueda sin depender de las especulaciones de los negociadores chinos y norteamericanos. Entregar la carta tecnológica es un suicidio y lo que para Trump es un asunto comercial más, para los taiwaneses es una cuestión de supervivencia. Trump querría tener un escenario ya armado para su reunión prevista con Xi Jinping en noviembre. Debe llegar a China con el control de las variables más importantes. Negociar con su principal adversario económico y militar requiere tener encaminado el dilema tecnológico de Taiwán.
Se comprende así la respuesta de la viceprimera ministra y principal negociadora arancelaria taiwanesa, Cheng Li-chiun, ante la presión de EEUU: “no discutimos este tema y no aceptaremos tal condición.” Le avisan a Trump que debe cambiar el chip negociador antes de ir a Pekín.
PS: Xi Jinping ya conoce Alaska. Hizo una escala el 7 de abril de 2017 en un viaje oficial a una cumbre con Trump en Mar o Lago. Es un dato nada interesante que no aporta mucho, pero por alguna razón se me vino a los dedos.