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“Una empuñadura celeste y blanca” - Segunda parte

Por Luis Briatore*


¡A ponerse en situación!

Para analizar en detalle estos testimonios históricos, plasmados en un ya ajado papel fotográfico en blanco y negro, nos trasportaremos con la imaginación en tiempo y espacio a ese escenario dantesco.

Imaginaremos sujetar esta misma “empuñadura” metálica y anatómica. Lo haremos amoldando con suavidad la palma de la mano derecha a una agradable forma, mientras que, con la izquierda, y el brazo casi extendido, empujaremos el comando del acelerador al tope, aplicando máximo empuje.

Depositaremos nuestro cuerpo gentil, atado por varios correajes, en una cabina de un delta que está volando extremadamente bajo, deslizándose por debajo de una capa de nubes bajas y con mucho viento arrachado en superficie, el que causa un movimiento turbulento.

A nuestro paso y con la vista clavada al frente, vemos como las crestas de las olas de un mar que se presenta enfurecido ante tanta injusticia, arañan las alas de un vuelo fugaz, en un avance que ya es imposible de contener.

A la derecha observamos tierra por primera vez, son las Islas Salvajes que nos indican que llevamos el rumbo correcto. Nos encontramos ingresando por el punto más al Oeste de las Islas Malvinas. Viramos por derecha colocando un rumbo general 110° hacia la Isla Borbón. En un par de minutos sobrevolamos la Isla Gran Malvina evitando zonas de vuelo prohibidas.



Ingresamos en una zona de estribaciones bajas, en las inmediaciones de Howard. La elevación de terreno hace que se acerque peligrosamente la base de un bloque compacto de nubes bajas. De repente cambia el pasaje abruptamente, ingresamos de lleno al “Callejón de las Bombas”, el Estrecho de San Carlos, el campo de combate de la batalla aeronaval.

Ante nuestros ojos, aparece gran parte de la flota británica, que se encuentra desparramada a lo largo y ancho del estrecho.

Perdida la sorpresa, misiles y obuses explotan por doquier alrededor del bólido piloteado con maestría y coraje por un valiente cazador. Los ataques vienen desde diferentes flancos, intimidación que no cambia el destino de lo inexorable.

Pompones negros y rojos sacuden la trayectoria de un delta que se mueve superando los 1000 km/h. Con un dominio hábil de una firme muñeca que actúa por convicción, buscamos con premura el objetivo más redituable.

Con en el blanco elegido a la vista, nos zambullimos fascinados hacia un buque que hace fuego con todo lo que tiene sin lograr batirnos. Delante de la puntiaguda nariz que corta el aire helado, vemos como la metralla enemiga pica delante nuestro, levantando géiseres de agua helada.

Columnas de espuma blanca salpican con fuerza el ya opaco parabrisas, castigado por un salitre que dificulta la visualización.



Con la mandíbula trabada, escuchando el jadeo de una respiración que se acelera cada vez más y que hasta aturde, los segundos se trasforman en minutos.

Inmutables y concentrados, sin sacar la vista de la fortaleza flotante, ingresamos en un infierno de fuego, transitando un camino de espinas que no tiene vuelta atrás.

La cruz de cañones se encuentra en franco avance, a solo unos centímetros por debajo de la línea de flotación del barco pirata, el que viéndose en peligro y ya sin escapatoria, desea huir de un mar que no le pertenece.

El dedo índice comanda el impulso inicial del ataque a bordo de un rápido espejismo, que se relame ante la oportunidad de hacer historia.

Al presionar la cola del disparador, instantáneamente, debajo de los pedales, sale una línea de espuma blanca que se extiende al frente, similar a un reguero de pólvora. En simultáneo, como el rugido de un león hambriento que con ferocidad inicia el ataque a su presa, se escuchan potentes detonaciones de la munición de 30 milímetros. Cientos de proyectiles son escupidos desde las bocas de un par de certeros cañones, que buscan solo justicia soberana.

Una línea blanca zurce el océano en un rápido avance, hasta que se topa abruptamente contra una superestructura de duro metal.

La munición explosiva hace mella en la invicta cubierta. Los marineros entrados en pánico apuntan hacia un casi invisible triángulo, el que muestra los dientes con desafiante agresividad, exhibiendo ante el enemigo un perfil difícil de batir.

Atormentados por la desesperación, atónitos ante tanto atrevimiento, los súbditos británicos intentan defender inútilmente a su buque, contemplando el ataque de un demonio de metal que viene directo a destruirlos.



Como piloto de combate y guerrero argentino, ya nada nos importa. La visión periférica se pierde totalmente. Con máxima concentración, en un paso fugaz, ingresamos a través de un túnel imaginario. La retina se clava en el objetivo a batir.

Cuando el punto amarillo, al que llamamos piper, toca a la línea de flotación, el ansioso dedo pulgar por fin entra en acción. La yema del dedo cubierta por una fina capa de cuero húmedo, en el momento exacto, hunde el botón negro semicircular ubicado en la parte superior de la empuñadura.

En ese mismo instante, los ganchos que sujetan a un par de zepelines verde oliva llenos de explosivo se abren por completo.

Las bombas quedan en libertad. Se desprenden comenzando la caída en una suave parábola que va directo al blanco.

Los alambres de frenado quedan en el avión, y al caer las bombas, liberan los molinillos de las espoletas que comienzan a girar como un ventilador enloquecido. ¡Ha comenzado la cuenta regresiva!

En un par de segundos se alinea el tren de fuego y, acto seguido, se produce el impacto contra la estructura de la moderna y amenazante fragata misilística.

Con una maniobra temeraria, protagonizando lo que vivió aquel valiente guerrero alado, esquivamos las antenas que se interponen en el camino, mientras la trayectoria en el aire sufre un brusco desplazamiento. Con una fuerte y cercana explosión percibimos que las bombas acaban de impactar.

La puntera del ala roza la proa del buque, en momentos que efectuamos un viraje violento, donde el traje anti “G” presiona al máximo piernas y abdomen.

El cuerpo se tensa por completo, buscando mitigar el costo de una exigente y peligrosa maniobra de escape.

Sin tomar conciencia de que todavía estamos con vida, sin saber si es una pesadilla, nivelamos las alas y pegados al agua percibimos con extrema preocupación cómo la metralla de otros buques rodea la silueta del indemne delta.

Al girar la cabeza por izquierda llegamos a ver una inmensa bola de fuego roja que nos sacude. No podemos creer lo que estamos viendo, nuestro querido numeral es derribado a la salida del ataque por un pendenciero misil inglés.

Mientras empujamos el acelerador al tope, rezamos y no paramos de llorar. Apenas podemos visualizar al frente, ya nada tiene importancia en la vida.

No hacemos más que pensar en ese joven que formamos con tanta dedicación y al que admirábamos por su valentía y garra guerrera.

Aunque estamos todavía en peligro, no podemos recuperarnos emocionalmente y salir del shock. Todo lo que está sucediendo es difícil de soportar, a sabiendas que lo peor es rendirse ante la adversidad.



Los tanques eyectables comienzan a vibrar. Recién en ese instante tomamos conciencia de que hemos alcanzado el peligroso transónico en vuelo bajo.

De inmediato retrasamos el acelerador. Reflejo instintivo que nos anoticia de que el alma bajó en ese momento a la tierra. Instante en el que tomo conciencia de que soy un piloto de combate y debo regresar con vida a la base.

En la frecuencia de radio se escuchan enloquecidos gritos de “Viva la Patria”, que se entremezclan con comunicaciones de diferentes avisos de alerta por parte del Radar de Puerto Argentino, el que busca desesperadamente salvar vidas que se encuentran sobrevolando la zona del cruento combate.

El velocímetro marca 600 nudos (1100 km/h). El Delta navega con rumbo Oeste pegado al agua. Turbados, giramos el cuerpo hacia ambos sentidos una y otra vez, buscando con desesperación el fantasma de un posible agresor.

Pasan casi diez minutos a máxima velocidad cuando se rompe el silencio de radio.

Lo que más deseamos es comunicarnos con lo que queda de la escuadrilla.

Logramos hacer enlace en primer lugar con el numeral 2 y, a posteriori, con el jefe de sección. Luego de esta comunicación, ante la ausencia para siempre del número 4, permanecemos todos en un lúgubre silencio. Luto que perdurará por el resto de la navegación.

Ya fuera del alcance del fuego enemigo, ascendemos a máxima potencia buscando cuidar el escaso combustible remanente.

Debajo de un incómodo traje anti exposición, un río de sudor empapa un cuerpo contracturado que suplica tocar tierra.

Aparece de repente reflejada en el vidrio de un instrumento, la última imagen de la familia toda antes de la partida, recuerdo que alivia el vuelo en soledad. La foto permanece, sin quererse ir de ese pequeño habitáculo.

Los sentimientos se enfrentan en un duro combate contra el cumplimiento de los procedimientos, en el momento que es necesario gobernar con lucidez a la veloz máquina.

Ya no existe preocupación porque suceda una peligrosa emergencia camino a casa, pues eso no es nada ante todo lo que acaba de suceder.

Luego de tocar tierra y dominar al agotado Mirage, una multitud de mecánicos nos reciben formando un cordón a ambos costados de la calle de rodaje. Los incondicionales, los últimos en despedirnos y los primeros en acogernos, saben de la ausencia para siempre de un guerrero.

La alegría de haber sobrevivido se neutraliza y hasta pasa a un valor negativo por el intenso dolor del que ya no está.

Detenido el motor, un ejército de mamelucos azules revisa y reaprovisiona con rapidez a un exhausto avión de combate, el que, en poco tiempo, recibirá a otro valiente jinete para una segunda oleada.

La escuadrilla, a paso cansino, intentando recuperarse de todo lo acontecido, y luego de despojarse de la armadura de caballero del aire, pasará en poco tiempo a la cola de las tripulaciones que esperan salir en una nueva misión.

Envueltos en un alto grado de estrés, los tres valientes guerreros dan por concluida una dura jornada de la maldita guerra.


Cineametralladora Omera empleada por los IAI M5 Dagger para filmar los blancos en sus ataques.


Reflexión

Haciendo un esfuerzo de imaginar en primera persona lo que sentía el piloto dentro de una pequeña cabina en medio de tanta adversidad, podremos darle una verdadera dimensión a esta hazaña histórica, la de combatir por nuestras Islas Malvinas, y así, podremos entender por qué a estos austeros y valientes hombres de armas se los llama héroes o, mejor dicho, patriotas.

Con la ayuda del sentido común también podremos obtener otro tipo de conclusiones, no tan favorables para un argentino, relacionadas a estas sucesiones de proezas, por el debido reconocimiento que nunca llega.

Si demostraron una entrega total defendiendo nuestra bandera, despojándose de lo mundano, perdiendo la vida y su familia por una vocación de servicio, defendiendo nuestro suelo patrio, respetando un juramento sagrado, ¿Por qué sufrir un castigo silencioso a lo largo de tanto tiempo, en la misma tierra que los vio nacer y a la que defendieron dando la vida con honor?

Si somos uno de los principales pilares de la sociedad argentina, que lo da todo sin pedir nada a cambio, ¿Por qué el reconocimiento se escucha con más fuerza fronteras afuera?

Líneas escritas y meditadas con honesta sinceridad, sin ánimo de protesta, apelando a un baño de realidad, de algo que he percibido desde mis inicios como militar y que nunca pude lograr entender ni digerir como argentino.

Miro hacia atrás y veo un retroceso continuo, en el que somos atacados y también ignorados de manera persistente por propios y, a pesar de ello, nunca hemos bajado los brazos.

Agachando la cabeza y en silencio, buscamos cumplir con honradez nuestra función específica, orientados por un juramento al que jamás hemos renunciado, preparándonos cada día más, para servir de la mejor manera posible a nuestra querida Patria.

También visualizo una luz de esperanza, al palpar que todavía tenemos lo más importante, “el recurso humano”, infinidad de mujeres y hombres que siguen el camino iluminado por el legado de los que cayeron, por nosotros, por Dios y por La Patria.

Somos testigos de cómo los medios tecnológicamente aptos para defender el cielo soberano se van agotando, envueltos en una degradación continua y, con mucho pesar y absortos, vemos que no llega la tan necesaria reposición, siempre prometida.

“La esperanza nunca se pierde, porque siempre se tiene la esperanza de encontrarla” (Carlos Arturo Arregoces Álvarez - Literario).

Para cerrar, gritare bien fuerte una potente frase buscando invocarla.

“VIVA LA PATRIA”


Para darle más de valor a esta gesta y a sus valientes protagonistas, mencionaremos un detalle que nos debe hacer sentir orgullosos como argentinos:

¿Sabías que los aviones de combate argentinos son los únicos en el planeta que tienen pintados debajo de sus cabinas “kill marks” o siluetas de buques hundidos?

Otros países, principalmente las potencias militares, solo tienen pintados aviones, objetivos terrestres o helicópteros, pero buques y fragatas de gran porte, solo la República Argentina.




* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.

Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).

A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.

En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.

Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.

Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.


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