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Foto del escritorSantiago Rivas

¿Casualidad o intención contra la Fuerza Aérea Argentina?

Un gran amigo francés siempre decía a los amigos, a modo de broma, “todo lo que digas será debidamente sacado de contexto y usado en tu contra”. Él lo decía como una amenaza inocente entre nuestros chistes, pero es algo que hoy más que nunca ocurre en la sociedad. En el escenario de guerra híbrida, la destrucción de un enemigo o su debilitamiento para poder imponerle nuestros intereses, no necesariamente requiere de acciones abiertas o violentas, sino que puede alcanzar con lograr que la población de ese país adversario se vuelva contra las instituciones que lo defienden, o contra la gente más valiosa de ellas.

En la guerra de Malvinas, los británicos planearon la Operación Mikado, en una idea alocada y prácticamente suicida para matar a los pilotos de los Super Etendard del Comando de Aviación Naval, además de destruir a los aviones. Sabían que era casi imposible que el personal del SAS que se esperaba que participe de la operación pueda salir ileso de la misma. Hasta que las pocas posibilidades de éxito llevaron a que la misión finalmente se cancele.

Hoy no es necesario pensar en matar a los pilotos, alcanza con arruinarles la carrera para que sea el propio estado quien los separe y deje a la fuerza sin capacidad de combate.

Desde hace mucho se sabe que lo más valioso de las Fuerzas Armadas es su personal, ya que comprar material es algo que se puede hacer rápidamente si se cuenta con el dinero para hacerlo, pero formar personal calificado, por más dinero que se tenga, lleva años, y tampoco deja de ser barato.



Guerra híbrida

La Argentina ha venido sufriendo desde hace muchos años una constante guerra híbrida por parte de su principal adversario, Gran Bretaña, una guerra de muy baja intensidad pero que no ha cesado nunca, que ha ido desde la obtención de apoyo por parte de políticos, periodistas y otros referentes de la sociedad, hasta el embargo directo de armas. Políticos de izquierda que han atacado a las Fuerzas Armadas por los excesos cometidos en los años 70, otros liberales que las ven como un gasto en su incomprensión de la realidad, donde la defensa es fundamental para el desarrollo económico, periodistas que relativizan la actuación británica contra la Argentina (como ejemplo, este artículo que justifica el embargo británico y lo relativiza, con información parcializada) o alaban y justifican sus acciones, como ha sido el caso de una periodista del diario Clarín, entre otros. También le han servido los discursos con retórica agresiva pero vacía, de algunos políticos, que llevan a justificar las actitudes británicas. Otros, como hemos visto recientemente, con algunos políticos y una opinóloga, que directamente defienden de manera abierta la posición británica.

Todo eso ha ido hacia dos objetivos: El primero es la destrucción de la capacidad defensiva de la Argentina, como una manera de reducir el costo de la defensa de Malvinas por parte de los británicos (es más barato comprar políticos y periodistas que mantener miles de soldados y una gran cantidad de equipos en un territorio a 13.000 kilómetros de su país). El otro objetivo es intentar meter en la sociedad argentina la idea de que hay que abandonar el reclamo de soberanía por Malvinas. El primer objetivo fue casi alcanzado, pero no han logrado tener éxito en el segundo, y el tema Malvinas sigue siendo central en la identidad de la enorme mayoría de los argentinos.

Y en estos tiempos la sociedad reclama cada vez más una recuperación de las Fuerzas Armadas, reconociendo además su importancia en la defensa de los intereses de la sociedad, no solo ante enemigos convencionales, sino ante otros distintos, como ha sido la pandemia o son los desastres naturales y la depredación pesquera. Y de a poco comienzan a verse medidas en ese sentido, aunque más lentamente de lo que deberían.



En tiempos en que la Fuerza Aérea Argentina ha comenzado a avanzar con paso firme en la recuperación de su aviación de combate, en lo que sería el mayor paso en muchos años en la recuperación de la capacidad de defensa de la Argentina, se ven distintas acciones que generan la sospecha de una intensificación de esa guerra híbrida.

La guerra híbrida tiene como una de sus características principales la dificultad para poder identificar si lo que sucede es parte de una campaña o son hechos aislados, y también de poder identificar a quién la lleva adelante, excepto con un eficiente trabajo de inteligencia. También, por su modo de acción, el que la lleva a cabo fácilmente puede negar su participación.

Hace poco, hablando con una autoridad de la Fuerza Aérea Argentina sobre la negociación con China por los aviones de combate JF-17, estuvimos de acuerdo en que, si dichas negociaciones avanzaban al punto de la firma de un contrato, sin que Gran Bretaña pueda impedirlo, la fuerza debía esperar una intensificación en esa guerra híbrida y en que muy seguramente vayan a atacar directamente a sus autoridades, de manera de deslegitimizar sus acciones y apuntar a que sean removidos de sus cargos. También era esperable que vayan contra su personal, que es lo más valioso de la fuerza, para desestimularlos y, eventualmente, llevar a que los más valiosos dejen la institución. De nada sirve tener los mejores aviones si la fuerza se queda sin pilotos de caza.

No pasó mucho tiempo de eso cuando empezaron a surgir distintas denuncias, sospechosamente comenzando por la unidad de caza más importante de la fuerza, que afectaron directamente a ese personal más valioso.

Es difícil saber hoy qué tan de cierto hay en las acciones de las que se acusa a ese personal y qué tan graves puedan haber sido, eso será trabajo de la justicia y llevará tiempo. Pero el daño se ha logrado y se ha debilitado a una unidad que sería una de las receptoras de los futuros aviones de combate.



Poco después también surgieron denuncias sobre supuestos abusos en el Liceo Aeronáutico Militar (que llevaron al suicidio a uno de sus directivos) hechas por un periodista que siempre ha sido hostil a la fuerza, en tiempos donde se busca cerrar los liceos militares o sacarlo de la órbita de las fuerzas, y sobre supuestas fallas de seguridad en una de las Brigadas Aéreas, mientras se pedía que se separe de vuelo a pilotos de combate por realizar vuelos a baja altura durante un despliegue (lo cual puede ameritar una sanción, pero no al punto de que la fuerza pierda algunos de sus pocos pilotos de caza).

Y, sospechosamente, las denuncias tocan temas que hoy están en la agenda de la corrección política, lo que obliga a los políticos y medios de comunicación (casi siempre correctos en el discurso, solo en eso) a tomar partido sin siquiera esperar una investigación. Es el punto perfecto para golpear a cualquier institución o persona que se busque desacreditar.

¿Es posible decir que todo obedece a una acción concreta para debilitar a la Fuerza? No, es imposible de demostrar, pero la suma de acciones en un período tan corto de tiempo, justo cuando se avanza en una recuperación de capacidades tan grande genera muchas sospechas. Sobre todo, cuando se percibe un patrón en el tipo de acciones de baja intensidad realizadas a lo largo de muchos años y que siempre han apuntado a los dos objetivos citados arriba. Tal vez todo esto último, ocurrido en tan poco tiempo, sea casualidad, pero en la política, tanto local como internacional, pocas veces las cosas suceden por casualidad.

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