El arte del engaño en la guerra aérea: Casos que marcaron la historia
- Ángel Rojo
- 30 jun
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Por Ángel Rojo
Hay muchas definiciones para el engaño. Según la Real Academia Española es la “falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre”. En cuanto a la acción es “inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas”. Las historias sobre el engaño se remontan a los primeros poemas épicos de la guerra, en el que un gran caballo de madera entregado a los troyanos como trofeo de victoria permitió a los soldados griegos escondidos dentro entrar en la ciudad. Donald Daniel y Katherine Herbig en su libro “Strategic Military Deception” describen el engaño militar como la tergiversación deliberada de la realidad hecha para obtener ventaja competitiva.
Por su lado, la doctrina de la OTAN describe el engaño militar como medidas deliberadas para inducir a error a los responsables de la toma de decisiones de una manera ventajosa para los objetivos del comandante.
Mientras, la doctrina rusa y china también hace hincapié en el engaño. Las actividades de engaño ruso famosamente encapsuladas en el concepto de Maskirovka, término ruso que significa disfraz o camuflaje, pero que tiene un significado más grande. El tema central de Maskirovkas es la presentación de una falsedad creíble para ocultar la verdad. Por su lado, las raíces del engaño en la doctrina china se remontan a las ideas y escritos de Sun Tzu
El acto de engañar deliberadamente al enemigo tiene una larga historia y un valor duradero en la guerra. Sin embargo, las nuevas tecnologías y los conflictos en curso están remodelando la forma en que se planifican y llevan a cabo el engaño militar.
En cuanto a la guerra aérea, la velocidad y la tecnología son importantes, pero la capacidad para manipular la percepción del enemigo a través del engaño ha demostrado ser un factor decisivo. Desde maniobras estratégicas que confunden la inteligencia hasta señuelos tácticos que provocan emboscadas, el engaño se ha utilizado para cambiar el rumbo de batallas y guerras. Este artículo analiza cinco ejemplos históricos destacados, mostrando cómo distintas formas de engaño - visual, electrónico y doctrinal - han influido en el resultado de conflictos aéreos.
1. La Guerra de Yom Kippur (1973): Engaño estratégico y percepción errónea
El 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria lanzaron un ataque sorpresa contra Israel en lo que se conoce como la Guerra de Yom Kippur. Durante meses previos, Egipto realizó movimientos militares rutinarios que fueron interpretados erróneamente por la inteligencia israelí como ejercicios normales. Esta repetición intencionada creó una falsa sensación de seguridad en Tel Aviv, que no anticipó el estallido de hostilidades.
Las fuerzas egipcias y sirias desplegaron tropas y equipos en posiciones que parecían inofensivas pero que, en realidad, estaban preparadas para el ataque. La percepción errónea generada por esta normalización del despliegue fue el núcleo del engaño estratégico, que permitió a Egipto y Siria lograr la sorpresa inicial.
Israel mantenía una doctrina de disuasión basada en la rapidez de movilización y la superioridad aérea. Sin embargo, el éxito del engaño árabe reveló una vulnerabilidad crítica: la dependencia excesiva de patrones predecibles y de supuestos sobre el comportamiento enemigo. Este error de percepción se agravó por un sesgo cognitivo conocido como "la concepción", una creencia profundamente arraigada en que Egipto no atacaría sin contar con capacidades aéreas ofensivas más avanzadas. Esta creencia errónea contribuyó a la inacción de la inteligencia israelí incluso cuando se acumularon indicios claros del ataque inminente.
El caso demuestra cómo el engaño estratégico no requiere ocultamiento total, sino manipulación eficaz de las expectativas del adversario. Al explotar rutinas reconocidas y reforzar interpretaciones convenientes, los planificadores egipcios y sirios lograron una de las sorpresas tácticas más efectivas del siglo XX.
Las operaciones aéreas en la Guerra de Yom Kippur: desarrollo y resultado
Las operaciones aéreas durante la Guerra de Yom Kippur fueron una pieza central del conflicto, tanto por su impacto directo en el campo de batalla como por las lecciones que dejaron para el futuro del poder aéreo. El conflicto, que estalló el 6 de octubre de 1973 con un ataque sorpresa de Egipto y Siria contra Israel, puso a prueba los límites de la superioridad aérea israelí en un entorno densamente defendido.
En las primeras horas de la guerra, la Fuerza Aérea Israelí (FAI) se vio sorprendida. El ataque tuvo lugar durante Yom Kippur, el día más sagrado del calendario judío, y muchas unidades se encontraban en estado de mínima alerta.
A pesar de ello, la ofensiva inicial incluyó a más de 200 aviones egipcios participando en un ataque aéreo de apertura. En uno de los primeros enfrentamientos cerca de la Base Aérea de la FAI en Sharm el-Sheikh, en el extremo sur de la Península del Sinaí, dos F-4E Phantom II israelíes habrían atacado a una gran formación 20 MiG-17F de la Fuerza Aérea egipcia y sus ocho escoltas MiG-21MF en su camino para atacar las posiciones israelíes en la zona. Al final de la breve batalla de seis minutos, se confirmó que siete MiG fueron derribados según cuenta la versión israelí. Los MiG restantes se retiraron y los Phantoms israelíes regresaron a su base.
Egipto y Siria, por su parte, habían preparado meticulosamente sus ofensivas, desplegando no solo fuerzas terrestres sino también una densa red de defensa aérea compuesta por misiles superficie-aire (SAM) como los SA-2, SA-3 y SA-6, así como cañones antiaéreos móviles como los ZSU-23-4. Estas defensas estaban integradas en un sistema que limitaba severamente la libertad de maniobra de la aviación israelí.
SA-2 SA-3 SA-6
En los primeros días del conflicto, la FAI sufrió pérdidas importantes al intentar apoyar a las fuerzas terrestres sin haber neutralizado previamente las defensas antiaéreas enemigas. Especialmente en el frente sur, sobre el Canal de Suez, los cazabombarderos israelíes fueron derribados en cantidad por la cortina de fuego egipcia. Esta situación contrastaba con la experiencia de guerras anteriores, en las que Israel había dominado rápidamente el espacio aéreo.
A pesar del revés inicial, la respuesta israelí fue rápida. En el frente norte, sobre los Altos del Golán, la aviación logró frenar el avance sirio mediante ataques concentrados sobre sus formaciones blindadas. En el sur, sin embargo, el avance egipcio logró consolidarse al abrigo de su paraguas antiaéreo, lo que obligó a Israel a adaptar su doctrina. Las tácticas aéreas evolucionaron: se intensificaron los vuelos a baja altitud, se introdujeron operaciones nocturnas y se emplearon misiones de guerra electrónica para detectar y suprimir las baterías SAM.
Con el correr de los días y una vez estabilizado el frente, la FAI recuperó la iniciativa. Comenzó a realizar ataques estratégicos de largo alcance, especialmente contra infraestructuras sirias, incluidos objetivos cerca de Damasco. Simultáneamente, el puente aéreo organizado por Estados Unidos - la Operación Nickel Grass - permitió a Israel reabastecerse rápidamente de aviones, misiles aire-aire y bombas de precisión, compensando sus pérdidas iniciales.
Hacia la segunda mitad de octubre, la Fuerza Aérea Israelí había restablecido la superioridad aérea en ambos frentes. Esto permitió apoyar eficazmente la contraofensiva terrestre, cruzar el Canal de Suez y cercar al Tercer Ejército egipcio, así como repeler los últimos intentos sirios de avanzar en el norte.
Resultado y lecciones aprendidas
Al finalizar la guerra, Israel había logrado recuperar el control aéreo, pero a un costo elevado. Se estima que la FAI perdió entre 102 y 114 aeronaves, una cifra significativa para una fuerza con recursos limitados. Más allá del resultado militar, la guerra tuvo un profundo impacto doctrinal.
El mito de la invulnerabilidad aérea había sido desmantelado. La guerra demostró que una fuerza aérea, por avanzada que sea, no puede operar con libertad si no se suprimen primero las defensas antiaéreas enemigas. Además, dejó en evidencia la necesidad de integrar estrechamente el poder aéreo con la inteligencia, las fuerzas terrestres y las capacidades electrónicas.
A partir de esta experiencia, Israel -y otras potencias - replantearon su doctrina aérea. Nacieron conceptos como SEAD (Suppression of Enemy Air Defenses) y se invirtió en capacidades de guerra electrónica, aviones especializados y misiles de precisión. La coordinación inter fuerzas se volvió indispensable, y el rol de la aviación pasó de actuar en solitario a ser parte de un sistema de combate conjunto.
2. Supresión de defensas aéreas en 1973: Engaño táctico y camuflaje
Durante la Guerra de Yom Kippur, uno de los mayores retos que enfrentó la Fuerza Aérea Israelí no fue solo la sorpresa del ataque coordinado por Egipto y Siria, sino la densidad, sofisticación y astucia del sistema de defensa aérea egipcio. A lo largo del frente del Canal de Suez, Egipto había levantado lo que se conocería como la “muralla SAM”, una estructura escalonada de defensa antiaérea que convirtió el espacio aéreo en una trampa mortal.
Este escudo aéreo no era simplemente una acumulación de baterías de misiles tierra-aire: era un sistema profundamente integrado, diseñado con inteligencia táctica y basado en principios de camuflaje, movilidad y engaño pasivo. Las principales armas del sistema eran los misiles soviéticos SA-2, SA-3 y SA-6 - cada uno con un alcance y altitud distintos- combinados con cañones antiaéreos como el ZSU-23-4 y MANPADS como el SA-7, creando capas superpuestas de fuego. Esta intercalación aseguraba que cualquier aeronave que descendiera para evitar un tipo de misil quedara expuesta a otro tipo de amenaza más cercana.
La innovación egipcia residió no solo en la cantidad de medios desplegados, sino en su empleo táctico. Las baterías SAM estaban ocultas en posiciones camufladas, algunas móviles y otras falsas, lo que confundía tanto a la inteligencia israelí como a sus pilotos. Las unidades antiaéreas se reubicaban periódicamente, y muchas lanzaderas permanecían en silencio - sin emitir señales de radar - hasta el momento de atacar, dificultando aún más su localización. Era una forma de guerra pasiva, paciente, pero letal.
Frente a este entramado, la FAI se encontró en desventaja. A diferencia de guerras futuras, en 1973 Israel aún no contaba con capacidades avanzadas de guerra electrónica ni con aviones especializados en SEAD (Supresión de Defensas Aéreas Enemigas). Sus pilotos, formados en tácticas de combate abiertas y ofensivas, se enfrentaron a un entorno en el que la invisibilidad del enemigo y la imprevisibilidad del terreno cambiaron las reglas del juego.
Los intentos iniciales de neutralizar estas defensas resultaron costosos. Las incursiones a gran altitud fueron rápidamente detectadas y repelidas por los SA-2 y SA-3; los vuelos a baja cota, teóricamente más seguros, exponían a los aviones a los cañones automáticos y a los MANPADS, ocultos en zonas urbanas o entre unidades terrestres. Los egipcios, asesorados por oficiales soviéticos, habían creado un sistema que no solo derribaba aviones, sino que anulaba la libertad de maniobra del adversario.
Este modelo de engaño táctico - basado en el uso inteligente del terreno, en posiciones falsas y en el camuflaje - demostró ser tan eficaz como un sistema tecnológico avanzado. En los primeros días del conflicto, la aviación israelí no logró penetrar con éxito esta muralla defensiva, lo que impidió un apoyo aéreo decisivo a sus fuerzas terrestres, sobre todo en el sur.
Una lección estratégica silenciosa
Lo que en apariencia era una defensa convencional resultó ser un ejemplo moderno de guerra de negación del espacio aéreo. Sin necesidad de igualar tecnológicamente a su adversario, Egipto logró imponer restricciones operativas a la aviación israelí gracias a una combinación de camuflaje, movilidad y engaño táctico. Fue una lección silenciosa pero poderosa: en la guerra moderna, ver no siempre es atacar, y atacar no siempre es destruir.
La supresión de defensas aéreas ya no podía basarse solo en bombardear coordenadas fijas. A partir de Yom Kippur, quedó claro que era necesario desarrollar inteligencia táctica en tiempo real, capacidades electrónicas para detección y supresión de radar, y una doctrina de combate profundamente integrada. Lo que se aprendió, a sangre y fuego, en los cielos del Sinaí sería la base sobre la que años más tarde se edificarían doctrinas como el SEAD y el DEAD (Destruction of Enemy Air Defenses), pilares de la aviación moderna.
3. Operación Bolo (Vietnam, 1967): Señuelo táctico magistral
En plena Guerra de Vietnam, la Fuerza Aérea de Estados Unidos enfrentaba una amenaza persistente en el cielo del norte vietnamita: los veloces y ágiles cazas MiG-21. Estas aeronaves, operadas con gran habilidad por pilotos norvietnamitas, rara vez entraban en combate directo con los cazas estadounidenses. Su estrategia era selectiva y astuta: atacaban únicamente cuando identificaban a los F-105 Thunderchief, bombarderos tácticos pesados y menos maniobrables, normalmente desprovistos de escolta. Con rápidos ataques sorpresa y retirada inmediata, los MiG lograban infligir pérdidas sin asumir grandes riesgos.
MiG-21 F-105
Frente a esta amenaza asimétrica, el coronel Robin Olds - veterano de la Segunda Guerra Mundial y comandante de la 8ª Ala de Cazas Tácticos - concibió una maniobra audaz e innovadora: engañar al enemigo para forzarlo a salir de su zona de confort y exponerlo a una emboscada aérea. Así nació la Operación Bolo, ejecutada el 2 de enero de 1967.
La clave del plan era simple en concepto, pero brillante en ejecución: hacer que los cazas F-4 Phantom II simularan ser F-105. Esto implicaba replicar exactamente el patrón de vuelo, el perfil radar, las rutas de ingreso, las frecuencias de radio y hasta los códigos de llamada usados por los bombarderos. Incluso se adaptaron los equipos electrónicos para emitir las mismas firmas que los F-105, engañando tanto a los radares enemigos como a los controladores de vuelo norvietnamitas.
Aquel día, los F-4 despegaron como si fueran una típica misión de bombardeo. El clima era marginal, con nubes bajas que ocultaban parcialmente el movimiento aéreo, lo que favorecía el engaño. Como estaba previsto, los MiG-21 despegaron para interceptar a lo que creían era otra misión rutinaria contra objetivos estratégicos. Pero esta vez, en lugar de aviones pesados y vulnerables, se encontraron con cazas plenamente armados, volando en formación táctica, listos para el combate.

La emboscada fue ejecutada con precisión quirúrgica. En cuestión de minutos, los F-4 derribaron seis MiG-21 sin sufrir una sola baja, una de las mayores victorias aéreas estadounidenses en la guerra hasta ese momento. La sorpresa fue total. Los controladores vietnamitas tardaron en reaccionar y, cuando intentaron retirar a los MiG restantes, ya era demasiado tarde.
Bolo quedó en la historia como una operación ejemplar de camuflaje táctico y señuelo aéreo, una lección que perdura en la doctrina de combate actual. Fue uno de los primeros casos en que la guerra aérea se libró tanto en el espacio físico como en el espectro de señales. Su legado influyó directamente en el desarrollo de estrategias de supresión y engaño electrónico, utilizadas más tarde en conflictos como la Guerra del Golfo o Kosovo.
4. Guerra del Golfo (1991): Guerra electrónica y señuelos
La Guerra del Golfo, y en particular la Operación Tormenta del Desierto, marcó un hito en la historia militar por la manera en que la tecnología y la innovación táctica redefinieron la guerra aérea. La coalición liderada por Estados Unidos enfrentó un desafío formidable: neutralizar las densas y sofisticadas defensas aéreas iraquíes, herederas de la doctrina soviética y reforzadas durante años con radares, misiles tierra-aire y sistemas antiaéreos de última generación para la época.

Frente a esta amenaza, la estrategia de la coalición fue una combinación sin precedentes de guerra electrónica avanzada y el uso masivo de señuelos físicos, un esfuerzo coordinado para desorientar y destruir la red enemiga sin exponerse a pérdidas innecesarias.
Antes de que los cazas y bombarderos penetraran el espacio aéreo iraquí, se desplegaron una serie de dispositivos diseñados para simular ataques reales. Entre estos, los drones y misiles modificados jugaron un papel clave. Estos vehículos no tripulados, muchas veces pequeños y de bajo costo, imitaban las firmas radar, las trayectorias y los patrones de vuelo de aviones tripulados, engañando a los sistemas antiaéreos iraquíes y provocando la activación prematura de sus defensas. Así, las baterías de misiles y radares eran obligadas a revelar sus posiciones y consumían munición valiosa persiguiendo falsos objetivos.
Simultáneamente, las unidades de guerra electrónica de la coalición emitían interferencias controladas y pulsos de ruido sobre las frecuencias de radar y las comunicaciones enemigas. Estas acciones dificultaban la coordinación iraquí, bloqueaban sus canales de mando y control, y reducían la eficacia de sus sensores. Con este enfoque, la coalición pudo paralizar en tiempo real la red de defensa aérea, dejando al enemigo ciego y descoordinado.
El ataque SEAD (Suppression of Enemy Air Defenses) comenzó con los señuelos y drones, diseñados para atraer el fuego enemigo. Una vez que las baterías antiaéreas se activaban y localizaban, llegaban las unidades especializadas - incluidos aviones F-4G Wild Weasel y F-16 - equipados con misiles antirradiación AGM-88 HARM, capaces de destruir los radares emisores con alta precisión.
A medida que la campaña avanzaba, la combinación de interferencia electrónica y el despliegue de señuelos se intensificaron, desintegrando poco a poco la capacidad defensiva iraquí. Los operadores de las baterías, confundidos y sin saber si enfrentaban ataques reales o simulados, sufrían una constante presión que minaba su moral y su eficiencia. En cuestión de días, la red de defensa aérea de Irak colapsó casi por completo, allanando el camino para la libertad de acción aérea de la coalición.
La guerra electrónica y el uso táctico de señuelos en la Guerra del Golfo supusieron una revolución en la forma de afrontar las defensas aéreas. Se confirmó que la superioridad aérea no solo se gana con misiles más rápidos o aviones más ágiles, sino también con el control del espectro electromagnético y la capacidad de engañar y desorientar al enemigo.
Además, la Operación Tormenta del Desierto mostró la eficacia de la integración interarmas y multidominio: drones, aviones tripulados, guerra electrónica y misiles antirradiación actuaron en sincronía para neutralizar un sistema complejo sin necesidad de ataques masivos directos.
Desde entonces, esta combinación se ha convertido en un estándar en las operaciones aéreas modernas, inspirando desarrollos posteriores en guerra electrónica, drones kamikaze y sistemas de señuelos avanzados que siguen evolucionando en conflictos actuales.
5. Guerra de Kosovo (1999): Engaño visual y electrónico
La campaña aérea de la OTAN contra Serbia en 1999 representó uno de los conflictos más sofisticados en cuanto a la aplicación de tecnología y tácticas de guerra electrónica y engaño visual en la historia moderna. Frente a la abrumadora superioridad tecnológica y numérica de las fuerzas aliadas, las fuerzas yugoslavas recurrieron a métodos ingeniosos para proteger sus sistemas de defensa aérea y prolongar la resistencia ante los ataques.
Los yugoslavos desplegaron una red compleja de señuelos y réplicas de armamento. Con recursos limitados, construyeron falsos lanzadores de misiles, cañones antiaéreos simulados y emisores radar falsos que imitaban el funcionamiento de sus sistemas reales. Estos señuelos, hechos a menudo con materiales simples pero efectivos, estaban estratégicamente distribuidos para atraer el fuego enemigo y desviar ataques de los objetivos verdaderos.
Estas tácticas de engaño se desplegaron en áreas clave, especialmente alrededor de las principales ciudades y bases aéreas estratégicas. En varios puntos críticos, estas falsificaciones lograron engañar a la inteligencia y a los sistemas de reconocimiento de la OTAN, provocando que los ataques fueran dirigidos contra blancos falsos o que las baterías reales fueran defendidas con éxito debido a la dispersión y confusión.
Uno de los episodios más significativos fue el derribo del avión furtivo F-117 Nighthawk, una nave considerada prácticamente invulnerable debido a su tecnología stealth. Este suceso evidenció que, a pesar de la avanzada tecnología de sigilo, el enemigo podía explotar vulnerabilidades mediante tácticas de engaño electrónico y visual, en combinación con un sistema integrado de defensa aérea.

Frente a este desafío, la OTAN respondió con una combinación de guerra electrónica avanzada y tácticas flexibles de operación aérea. Se incrementaron las emisiones de interferencia sobre frecuencias clave para desactivar o confundir los emisores radar falsos. Además, se modificaron las rutas de vuelo y los perfiles de ataque para evitar los puntos sospechosos y reducir la exposición a las defensas antiaéreas reales.
Esta dinámica generó un ciclo continuo de acción y reacción: por cada nuevo tipo de señuelo o técnica de engaño que introducían las fuerzas yugoslavas, la coalición desarrollaba contramedidas electrónicas o tácticas que a su vez eran contrarrestadas por nuevas adaptaciones enemigas. Este juego de gato y ratón evidenció la naturaleza evolutiva de la guerra moderna, donde el engaño y la contrainteligencia juegan roles centrales en la supervivencia y la eficacia operativa.
La Guerra de Kosovo subrayó que la superioridad tecnológica no garantiza la invulnerabilidad absoluta. El uso inteligente de tácticas de engaño visual y electrónico puede nivelar el campo de batalla, obligando a las fuerzas dominantes a invertir en capacidades de detección avanzada, guerra electrónica y flexibilidad operativa.
Este conflicto sirvió como una importante lección para las fuerzas aéreas modernas, mostrando que el éxito en el dominio aéreo depende no solo de la tecnología, sino también de la capacidad de anticipar y neutralizar las estrategias de engaño del adversario, en un entorno donde la innovación táctica es constante y la adaptación, obligatoria.
Tabla comparativa: Tipos de engaño en conflictos aéreos clave
Conflicto | Engaño Visual | Engaño Electrónico | Engaño Doctrinal / Táctico | Resultado / Impacto |
Yom Kippur 1973 | Movimientos repetidos | Limitado | Falsa percepción estratégica | Sorpresa inicial a Israel |
SEAD 1973 | Posiciones falsas SAM | Bajo nivel de guerra electrónica | Uso de sistemas móviles | Alta resistencia egipcia, muchas pérdidas |
Operación Bolo 1967 | Disfraz de perfil radar | Imitación de comunicaciones | Emboscada táctica organizada | 6 MiG derribados, victoria decisiva |
Guerra del Golfo 1991 | Señuelos físicos (drones) | Perturbación radar y comunicaciones | Ataques simulados múltiples | Colapso defensivo iraquí |
Kosovo 1999 | Réplicas de armas, señuelos | Emisión controlada de radares | Manipulación de rutas y tácticas | Derribo del F-117, tácticas mejoradas |
Otros ejemplos - Escuadrón Fénix en Malvinas
Durante la Guerra de Malvinas en 1982, la Fuerza Aérea Argentina empleó diversas tácticas de engaño para confundir y desgastar las defensas británicas. Una de las más destacadas fue la creación del Escuadrón Fénix, integrado por aeronaves civiles y militares de transporte, cuyos perfiles de vuelo, en términos de velocidad, altitud y firma radar, eran similares a los de los cazas argentinos.
Estas aeronaves realizaban vuelos en rutas y perfiles de navegación que imitaban los de las escuadrillas de combate, simulando aproximaciones reales. Al acercarse a una cierta distancia de las posiciones británicas, los aviones del Escuadrón Fénix se retiraban y regresaban al continente, generando señales engañosas que inducían a los británicos a creer que se avecinaba un ataque aéreo y ocultando la verdadera ruta de aproximación de los cazas. Esta estrategia buscaba saturar los sistemas de alerta temprana y defensa aérea del enemigo, obligando a mantener un estado de alerta permanente y provocando un desgaste operativo significativo.
Aviones Lear Jet simulando una formación escalonada (foto izquierda) y realizando reabastecimiento en vuelo (foto derecha)
Táctica de "Shadowing" o "Piggybacking"
Una anécdota ilustrativa de este tipo de tácticas proviene de un ejercicio operacional realizado por la Fuerza Aérea Argentina en la década de 1990. En dicho ejercicio se enfrentaron dos fuerzas simuladas: una operando desde la base aérea de El Plumerillo y la otra desde Villa Reynolds. El objetivo era practicar operaciones ofensivas y defensivas en un entorno realista.
Durante una de las misiones, una escuadrilla de cuatro IA-58 Pucará despegó desde Villa Reynolds para llevar a cabo una incursión simulada sobre El Plumerillo. Con el fin de engañar a los radares, las aeronaves adoptaron una formación cerrada y volaron a una velocidad de aproximadamente 220 nudos, imitando el perfil de vuelo de un Fokker F-27, una aeronave de transporte habitual en la Fuerza Aérea.

Este engaño funcionó: los operadores de radar interpretaron el eco como el de un avión de transporte, sin detectar la amenaza real. En el momento preestablecido, la escuadrilla rompió la formación en secciones, descendió a vuelo rasante para evadir la cobertura radar y adoptó rumbos divergentes, ocultando así su verdadera dirección y objetivos de ataque.
El concepto de esta táctica es que los cazas vuelen extremadamente cerca por debajo o lateralmente de un avión de transporte o comercial para confundirse con su firma radar o bien, imitar su perfil de vuelo (velocidad, altitud, rumbo).
El objetivo es evitar ser identificado como amenaza por los radares enemigos, haciéndose pasar por una aeronave no hostil.
Esta táctica también fue contemplada por la OTAN durante la Guerra Fría donde algunos planes de ataque incluían el uso de rutas aéreas civiles o incluso "enmascaramiento" de vuelos por aviones comerciales para ocultar el acercamiento de cazas a territorio del Pacto de Varsovia. Sin embargo, nunca se confirmó la ejecución real de este tipo de misión con escoltas volando pegados a aviones comerciales.
En el conflicto Irán-Irak (1980-88) se sospecha que algunas misiones de infiltración iraníes utilizaron perfiles civiles o rutas comerciales para acercarse a objetivos iraquíes. Si bien no está documentado el uso de cazas ocultos en aviones de transporte, sí se usaron tácticas de engaño similares.
También existe el rumor de que, durante la Guerra del Golfo en 1991, cazas iraquíes intentaron esconderse cerca de vuelos civiles para evitar ser detectados o interceptados, pero tampoco hay evidencia sólida de su implementación.
Consideraciones finales
Los casos presentados demuestran que el engaño es un componente esencial de la guerra aérea moderna. Más allá de la tecnología y la potencia de fuego, dominar la percepción del enemigo y manipular sus expectativas puede inclinar la balanza de un conflicto.
El engaño puede adoptar formas visuales, electrónicas o doctrinales, y a menudo combina varias en una estrategia integral. Así, el cielo no solo es un campo de batalla físico, sino también psicológico, donde la astucia y la creatividad son armas decisivas.