El Sistema Shahed ruso y la transformación de la guerra aérea en Ucrania
- Ángel Rojo
- 17 sept
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Por Ángel Rojo
La guerra en Ucrania, que ya se ha prolongado por más de tres años, ha sido escenario de una acelerada innovación tecnológica en el ámbito aéreo. Entre los múltiples vectores de ataque empleados por Rusia, los drones Shahed —de origen iraní pero ensamblados y adaptados a la industria militar rusa— se han consolidado como una de las herramientas centrales para la ofensiva estratégica. Este artículo, basado en Inteligencia de Fuentes Abiertas (OSINT), explora la teoría y el modelo del denominado Sistema Complejo de Lanzamiento Shahed, y analiza su aplicación práctica en dos ataques masivos registrados en julio y septiembre de 2025, entre los muchos realizados. A partir de ello, se evalúan las implicaciones tácticas, operacionales e industriales para Ucrania y para la seguridad europea en general.

El concepto del Sistema Shahed no debe entenderse únicamente como la suma de drones de ataque, sino como una arquitectura ofensiva integrada que articula logística, movilidad, saturación y engaño. La hipótesis central planteada en informes OSINT previos es que Rusia opera este sistema a través de brigadas aéreas independientes, apoyadas en un entramado de “complejos de lanzamiento” dispersos a lo largo de más de 1.000 kilómetros del frente. Cada complejo estaría compuesto por almacenes, centros de ensamblaje y operadores, ubicados en instalaciones camufladas y protegidas. Los drones Shahed son entregados desde centros industriales, almacenados y montados en sistemas de estanterías dentro de camiones comerciales modificados, que se desplazan por la red de carreteras de la Ucrania ocupada y de las regiones fronterizas rusas. Esta movilidad permite a los lanzadores adoptar posiciones variables, dificultando la detección previa y aumentando la probabilidad de penetrar las defensas aéreas.

El análisis de patrones de lanzamiento entre junio y julio de 2025 ofrece un marco para comprender esta lógica. En el ataque del 12 de julio, en el que Rusia desplegó 597 drones Shahed, se identificaron aproximadamente 77 rutas de vuelo, lo que implica un promedio de 7,7 drones por trayecto. Dado que cada camión puede portar unos cinco drones, se estima la participación de más de un centenar de plataformas móviles. Particularmente significativo fue el despliegue en el sector de Jersón, donde los lanzamientos se distribuyeron en un tramo de 125 kilómetros, con intervalos de apenas 6 a 7 kilómetros entre cada unidad. Este patrón permite deducir la existencia de un complejo de lanzamiento situado unos 60 a 70 kilómetros detrás del frente, fuera del alcance inmediato de drones ucranianos pero lo suficientemente cerca para sostener operaciones de saturación.

El sistema también integra el uso de drones señuelo o “Shahed-Imitator”, cuyo propósito es forzar el empleo de misiles interceptores de alto costo. De los 597 drones contabilizados en julio, se ha sugerido que apenas 319 contenían cargas explosivas reales, lo que revela un componente de engaño estratégico y de desgaste económico contra las defensas aéreas de Ucrania y de sus socios occidentales. Este factor convierte al Sistema Shahed en un arma no solo de destrucción física, sino también de presión psicológica e industrial.
La relevancia de este modelo teórico se confirmó en la práctica con el ataque del 6 de septiembre de 2025, considerado uno de los más masivos desde el inicio de la invasión. Esa noche, Rusia lanzó 805 drones Shahed junto con 13 misiles de distinto tipo, dirigiéndolos contra múltiples ciudades, entre ellas Kiev y Kryvyi Rih. Las defensas aéreas ucranianas lograron interceptar 747 drones y cuatro misiles de crucero, una tasa de éxito destacable, pero insuficiente para impedir que 56 drones y nueve misiles alcanzaran 37 objetivos estratégicos y simbólicos. El saldo incluyó víctimas civiles, daños a infraestructura energética y administrativa, así como un impacto psicológico dirigido a quebrar la moral de la población. Incluso la ciudad natal del presidente Zelensky fue alcanzada, lo que refuerza el carácter de guerra híbrida y psicológica de este tipo de ataques.

La comparación entre el ataque de julio y el de septiembre revela varias tendencias preocupantes. En primer lugar, el volumen de drones lanzados se incrementó de forma notable, lo que sugiere que la producción industrial rusa de municiones merodeadoras ha entrado en una fase de aceleración. En segundo lugar, se observa un cambio en la composición de los ataques: mientras que en julio se empleó un número mayor de misiles, en septiembre estos fueron relativamente escasos. Esta variación podría explicarse por la degradación de la flota de bombarderos estratégicos rusos, sometida a mantenimiento deficiente y a los golpes de Ucrania contra aeródromos y depósitos en Crimea y el mar de Azov. La destrucción de un buque lanzamisiles en esta última zona refuerza la hipótesis de que Moscú está compensando sus limitaciones con un mayor peso relativo de los drones Shahed.
El ataque del 6 de septiembre también plantea un cambio en la lectura operativa. Más allá del daño directo, el incremento de la intensidad de los ataques aéreos podría estar anticipando un preludio de operaciones terrestres a gran escala en el Donbás. Tanto fuentes ucranianas como rusas en redes sociales sugieren que Moscú busca aprovechar esta fase antes de que las condiciones meteorológicas del otoño, con el barro característico de la región, limiten la movilidad de blindados y artillería. En este sentido, los enjambres de drones Shahed no serían un fin en sí mismos, sino parte de una campaña de preparación, desgaste y dislocación destinada a allanar el terreno para nuevas ofensivas.
En este marco, el incidente del 10 de septiembre de 2025 en Polonia introdujo una nueva dimensión al conflicto. Varsovia denunció hasta 19 incursiones de drones en su espacio aéreo, algunos procedentes no solo de Rusia, sino también desde Bielorrusia, lo que marca una ampliación geográfica del empleo del sistema Shahed. En respuesta, Polonia desplegó dos cazas F-35, dos F-16 y helicópteros Mi-24, Mi-17 y Black Hawk, con el apoyo de aeronaves de Países Bajos e Italia bajo el mando aéreo de la OTAN. El hecho no solo provocó daños materiales —un vehículo civil resultó afectado—, sino que fue calificado como una “violación sin precedentes del espacio aéreo” y desencadenó llamados a activar los mecanismos de defensa colectiva de la Alianza.


El análisis doctrinario sugiere que la estrategia rusa se apoya en tres pilares. Primero, la movilidad descentralizada de los complejos de lanzamiento, que permite sostener ataques simultáneos a lo largo de un frente extenso. Segundo, la saturación deliberada de las defensas aéreas, combinando drones reales y señuelos para agotar los recursos de interceptación. Tercero, la guerra industrial prolongada, en la que la producción en masa de municiones baratas busca superar a los sistemas defensivos más costosos y complejos. Esta combinación sitúa a Ucrania ante el desafío de adaptarse no solo en el plano militar, sino también en el económico y tecnológico.

En paralelo, Kiev ha respondido con un esfuerzo acelerado de innovación nacional. Para 2025, más del 60% de su arsenal ya proviene de producción propia, con énfasis en drones y sistemas de defensa aérea de bajo costo. Este proceso ha convertido a Ucrania en un laboratorio de defensa contemporánea, cuyas soluciones podrían redefinir los paradigmas de seguridad en Europa. No obstante, la asimetría industrial con Rusia sigue siendo considerable, y el ritmo de apoyo occidental será determinante para sostener el equilibrio en el mediano plazo.
Las implicaciones del Sistema Shahed trascienden el teatro ucraniano. La reaparición de la lógica de la guerra industrial señala un retorno a escenarios donde la capacidad de producción masiva y la resiliencia logística son tan relevantes como la maniobra táctica. En este contexto, los drones Shahed representan el punto de convergencia entre cantidad, saturación y accesibilidad tecnológica. Se trata de un fenómeno con resonancias globales: múltiples países observan en Ucrania no solo un campo de batalla, sino un laboratorio de la guerra futura, en la que los enjambres de sistemas baratos pueden neutralizar o, al menos, desgastar a plataformas mucho más sofisticadas.

En conclusión, el Sistema Complejo de Lanzamiento Shahed constituye una de las innovaciones más significativas de la guerra en Ucrania. Lo que comenzó como un modelo teórico elaborado a partir de inteligencia de fuentes abiertas ha encontrado confirmación en ataques masivos como los de julio y septiembre de 2025. La articulación de movilidad, saturación y engaño no solo ha permitido a Rusia sostener una ofensiva persistente, sino que ha impuesto a Ucrania y a sus aliados occidentales la necesidad de respuestas igualmente innovadoras. En última instancia, la guerra en Ucrania demuestra que la resistencia y la adaptación —en el plano industrial, tecnológico y psicológico— serán factores tan decisivos como el control territorial. El Shahed, más que un dron, se ha convertido en un símbolo de la guerra contemporánea: una guerra de enjambres, de desgaste y de producción, donde el campo de batalla se mide tanto en kilómetros como en cadenas de montaje.



