Por muchos años, Estados Unidos tuvo un rol hacia América Latina que se podría definir como de cierta perversión. Por un lado, planteaba el desarrollo, con ayudas de todo tipo, pero por otro lado lo impedía, al sofocar cualquier intento de desarrollo que pueda significar cierta autonomía para alguno de los países. A la vez, en el sector de la defensa, mientras apuntaron a ser los grandes abastecedores de la región, siempre se esforzaron en que ese equipamiento no tuviera una capacidad de generar un desequilibrio y muchas veces se negaron a brindar a los países de la región lo que estos demandaban. Así, apostaron a dos estrategias: la entrega de material de segunda línea (sea por viejo o porque su capacidad era de segundo orden) y a la entrega de sistemas de armas incompletos (por ejemplo, la venta de aeronaves o buques sin munición o con armamento en cantidades ínfimas). Esto apuntaba a reducir o eliminar la capacidad de los países de la región para entrar en guerra entre ellos o para significar una amenaza hacia naciones extrarregionales. Tenía cierta lógica, ya que América Latina tuvo una gran inestabilidad política desde los tiempos de su independencia y no fueron pocos los gobiernos que intentaron lanzarse a la guerra para incrementar su poder. En general esos intentos siempre estuvieron limitados por la falta de capacidad de sus Fuerzas Armadas para sostener conflictos de grandes proporciones.
A esto se sumó el apoyo que muchas veces Estados Unidos dio a golpes de estado y algunos dictadores, con efectos muy negativos en la imagen que América Latina tenía sobre el país del norte. También, una falta de comprensión de la mentalidad latinoamericana siempre estuvo presente en las políticas estadounidenses, reduciendo muchísimo el impacto que algunas acciones bien pensadas tuvieron en la imagen que los latinoamericanos tienen sobre Estados Unidos. En general, esta imagen es mala en un gran porcentaje de la población y, quienes tienen buena imagen, admiran más bien la calidad de vida, pero no las políticas estadounidenses, que en general se han visto como imperialistas (lo cual ha sido siempre el comportamiento de todas las grandes potencias).
Esa realidad lleva a muchos a ver con buenos ojos el ingreso de China y Rusia en la región, con el ingenuo planteo de que aliarse a ellos no implica adoptar sus modelos políticos. Si bien China hoy no fomenta la adopción del comunismo, ya que en los hechos ellos tampoco lo practican, sí fomenta un modelo similar al de ellos, pero más acorde a sus intereses. Este es un capitalismo de estado, donde una élite tenga el poder absoluto y el manejo de los recursos, ejerciendo un fuerte control sobre la población que no puede más que obedecer y someterse. Como todas las grandes potencias cuando apuntan a sacar el mayor rédito de sus “asociados”, en los países donde hacen negocios fomentan un sistema de corrupción que les permita obtener mayores beneficios y poder extraer más recursos sin demasiados controles. Hoy eso se puede ver en la región, donde los gobiernos que más fomentaron lazos con China en cuestiones de infraestructura, seguridad y defensa son aquellos con más sospechas o casos comprobados de corrupción y donde hay políticos que aspiran al poder total. A lo largo de los últimos años, además, se ve que las ofertas de inversiones y asistencia china han sido enormes, pero pocas las que se concretaron y aún menos las que redundaron en beneficios reales (en el área de defensa se pueden citar, por ejemplo, radares vendidos a Ecuador y que luego no funcionaron o el proyecto de producción en Argentina del helicóptero Z-11, pero han sido muchos más en otras áreas, como centrales nucleares e hidroeléctricas o el canal bioceánico en Nicaragua). También se ve en la política activa que tuvo China hacia América Latina en asistencia por la pandemia de Covid-19, donde no solo en general se entregó menos material que el prometido o vendido, o no se cumplieron los cronogramas de entrega de vacunas, sino que en muchos casos el material entregado no cumplía con estándares de calidad o era directamente inservible.
Rusia, por su lado, ha tenido una política similar de promesas y ofertas que luego tampoco se traducen en realidades o solo llegan a ser verdades a medias, como ocurre con las entregas de vacunas, cuyo cronograma no se ha cumplido y en Brasil se ha discutido la calidad de las mismas.
A esto se suman muchos mitos en el área de defensa, como supuestas ofertas de armamento ruso o el de que ni Rusia ni China tienen restricciones a la venta de equipos. Sin embargo, basta analizar el mercado mundial de armas para ver que no existe ninguna entrega por parte de ambos países de material de primera línea a otra nación en los últimos años. En el caso de Rusia hay que agregar que casi todo el material que poseen en producción deriva de desarrollos de la era soviética, con actualizaciones que están lejos del estándar occidental, mientras que, en el caso de China, para la exportación hasta ahora ha ofrecido casi en su totalidad equipos que ellos no usan y son de segunda línea. Entre ambos hay que destacar que China ha avanzado mucho más rápidamente en la producción en serie de equipo moderno, mientras que Rusia en general solo ha producido prototipos o series muy pequeñas.
El avance de China y Rusia en América Latina se puede decir que obedece, por un lado, a las malas políticas llevadas adelante por Estados Unidos y algunas potencias europeas, como Gran Bretaña. Por otro lado, por el surgimiento de movimientos populistas en la región, que se apoyaron en China y Rusia para sostenerse y avanzar en políticas autoritarias o de debilitamiento de las instituciones, cuyos máximos exponentes son Cuba, Venezuela y Nicaragua, pero que también se han visto en Argentina, Ecuador, Bolivia y otros países. Además, la retracción de Estados Unidos durante la era Trump dejó el camino abierto a rusos y chinos para ocupar los espacios que quedaron libres. También, fuertes campañas de propaganda realizadas por ambos países llevaron a que mucha gente los vea como potencias inofensivas y amigables, pasándose por alto la falta de libertades que existe en sus países o que en el escenario internacional han sido iguales a aquello que se critica de las potencias occidentales: Rusia ocupando Crimea y entrometiéndose en asuntos internos de Ucrania y República Checa, entre otros. China manteniendo la ocupación del Tibet, amenazando a Taiwán, apoyando a Pakistán en su disputa con India, ocupando espacios ilegalmente en las islas Spratly o apoyando el saqueo de los mares a través de su flota de pesqueros financiada por el estado, entre otros casos.
Estados Unidos llega tarde
El fuerte avance de Rusia y China en América Latina es algo de lo que ha alertado el pasado 16 de marzo el almirante Craig Faller, jefe del US South Command, ante el congreso estadounidense. En un informe de 23 páginas (www.nodal.am/wp-content/uploads/2021/03/SOUTHCOM-2021-Posture-Statement_FINAL.pdf) plantea que Estados Unidos debe tomar acciones urgentes para recuperar los espacios perdidos. “Esta región es nuestro vecindario, directamente vinculado a nosotros en todos los ámbitos. Una amenaza para nuestros vecinos es una amenaza para Estados Unidos; y una oportunidad para nuestros vecinos es una oportunidad para que juntos fortalezcamos nuestro vecindario” sostiene en su informe.
Además, plantea cómo el debilitamiento de los gobiernos latinoamericanos, debido a la pandemia, a algunos desastres naturales, malas políticas y la presión de China y Rusia, ha servido también para el fortalecimiento del crimen organizado transnacional y de los grupos terroristas (en este caso principalmente en Colombia). Además, plantea los ya sabidos problemas generados en la región por la dictadura en Venezuela y cómo la dictadura cubana mantiene su influencia corrosiva en la región, apoyando el surgimiento de gobiernos autocráticos.
“Las amenazas a la seguridad en el hemisferio occidental, nuestro vecindario compartido, exigen una sensación de urgencia. El crimen organizado transnacional amenaza nuestra patria estadounidense. También vemos que el aumento de la influencia de la República Popular China no es solo un problema del Mar de China Meridional, es un problema global y requiere una solución que incluya a nuestros socios y aliados. Cuando nuestro vecindario es fuerte, también lo es nuestra seguridad nacional. Ya no tenemos dos océanos para mantener a raya a nuestros adversarios: su actividad maligna está llamando a nuestra puerta, creando inestabilidad en una región ya frágil, permitiendo que el crimen organizado transnacional se afiance en un intento de debilitar las democracias y perpetuar la corrupción. Debemos apoyar a nuestros socios” afirmó Faller con contundencia en las conclusiones de su presentación.
Si bien Faller plantea que Estados Unidos lidera la región en ayudas económicas y ha dado un gran soporte durante la pandemia, a la vez de que es el país que más aporta en América Latina en cuanto al entrenamiento y formación de personal militar, falla al no entender la dinámica del pensamiento latinoamericano, donde el “parecer” pesa más que el “ser”. Así, la propaganda ha logrado más efecto que las acciones concretas, debilitando la imagen de Estados Unidos.
Estados Unidos no ha comprendido tampoco que en muchos países las Fuerzas Armadas mantienen cierto resentimiento por las constantes limitaciones que Estados Unidos aplica a la entrega de equipamiento de primera línea. Eso lleva a que muchos busquen proveedores alternativos y, mientras Europa se ha vuelto un proveedor caro y con una oferta más limitada, China y Rusia tientan con sus espejos de colores. Una constante que se escucha en militares de toda la región es que el material estadounidense casi siempre supera en calidad al resto y su operatividad es mayor debido a una cadena logística y apoyo postventa muy bien desarrollados, pero que casi siempre se entrega con limitaciones en cantidad y complementos (armas, sistemas electrónicos, sensores, etc.), lo que muchas veces lleva a que ese equipo prácticamente no pueda cumplir la función para la que se lo compró.
Si Estados Unidos quiere recuperar el terreno perdido, debería partir de una visión holística de la situación, que vaya desde el apoyo a América Latina contra el crimen organizado y el terrorismo, el apoyo a los sectores políticos democráticos y con valores republicanos, como también la ayuda para reconstruir los sistemas de defensa contra todo tipo de amenazas. Además de las acciones que viene realizando deben esforzarse en apoyar las instituciones democráticas para construir gobiernos más estables y sólidos, para contrarrestar a los gobiernos populistas y autocráticos, para que la región pueda tener un desarrollo sostenible. Así pueden alcanzarse gobiernos más confiables, con los cuales se puedan iniciar programas de provisión de equipamiento militar con menos limitaciones, de manera que desde las Fuerzas Armadas se vuelva a pensar en Estados Unidos como fuente de equipamiento de primera línea y a gran escala. Además, deben trabajar en contrarrestar la propaganda rusa y china y sus campañas de desinformación en la región.
¿Qué conviene a América Latina?
Ahora, para la región, que ha padecido en gran medida las desacertadas políticas estadounidenses por décadas, ¿es conveniente que Estados Unidos intente recuperar terreno? Todo dependerá de cómo lo haga y para qué. Si es para volver al statu quo de hace 40 o 50 años, no sería una ganancia. Si es para construir una relación más madura y basada en la defensa del sistema democrático y republicano occidental, ayudando a sostener a las instituciones frente a las dictaduras y autocracias que promueven China, Rusia y sus aliados regionales, la región podría ganar mucho.
¿La región puede actuar independientemente de las potencias en un mundo cada vez más polarizado? Mientras América Latina tenga instituciones débiles, un escaso desarrollo tecnológico e industrial, economías frágiles y sea dependiente de exportaciones e importaciones, va a depender de sus lazos con las grandes potencias. En el mundo actual, alinearse con unas no implica romper con las otras, pero sí implica internamente potenciar un modelo político y económico, entre un sistema democrático y republicano que defienda las libertades individuales y otro autocrático y autoritario donde el estado tome decisiones sobre la vida de las personas. Lo que América Latina debe priorizar hoy es la defensa de un sistema democrático y republicano de gobierno, donde los ciudadanos puedan gozar de sus libertades y sientan que las instituciones funcionan. Ante eso, el sistema occidental es el único que promueve ese estilo de vida y eso lleva a que la región deba acercarse más a las naciones que comparten esas ideas.
Estados Unidos tiene la oportunidad de reconstruir lazos con América Latina, pero debe cambiar en gran parte su visión hacia la región, entender cómo hoy una parte de la población latinoamericana ve las políticas estadounidenses y actuar de una manera pragmática en función de esa realidad. También debe comprender que Rusia y China no juegan con las mismas reglas y sus intereses predatorios son bastante similares a los que Estados Unidos tuvo en el siglo XX y que apuntan a lo mismo: sostener dictadores a cambio de que estos les permitan depredar los países. La única manera de que Estados Unidos se vuelva a ganar la confianza de la región es demostrando que ellos no esperan recuperar el espacio para actuar de la misma manera.
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