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No, ni Rusia ni China venden a la Argentina lo que la Argentina quiera

Por Santiago Rivas


Aunque muchos se entusiasman con la posibilidad de comprar armas en Rusia y China, hay que entender que ninguno de los países venderá lo mejor que tienen sin pedir demasiado a cambio. El país debe analizar hasta cuánto está dispuesto a entregar para poder rearmarse.


Desde ya antes de que se conociera el esperado veto británico a la compra del KAI FA-50 muchos planteaban, con más o menos razones, la necesidad de hacer un giro en la elección de proveedores de armas desde occidente hacia Rusia o China, argumentando en general que esos países no solo disponen de equipos iguales o mejores a los occidentales, sino que no tienen ninguna restricción para su venta.

La realidad no deja de ser muy distinta y no tan positiva como creen quienes defienden esa postura. Es cierto que la Guerra de Malvinas sigue teniendo un sabor tremendamente amargo para el orgullo británico, al punto de que a casi cuatro décadas aún siguen buscando la destrucción de la capacidad militar argentina, para que nunca pueda ocurrir una segunda guerra por las islas, lo cual no ha estado en la mente de ningún militar argentino ni en la de ningún político serio del país. Como he planteado en columnas anteriores, la política británica no ha servido más que para alimentar la retórica belicista y épica de quienes en la Argentina solo buscan tener más poder o tapar sus errores políticos. Lamentablemente, Gran Bretaña ya no tiene políticos ni estrategas como antes.

Esta realidad obliga a la Argentina a buscar otros proveedores, es totalmente cierto, y fuera de occidente no hay muchos y es cierto que en aviación solo Rusia y China tienen sistemas de armas completos para ofrecer (aviones de combate más todos sus sistemas asociados). Pero con ellos no todo es color de rosa y no es cierto que la Argentina pueda ir de compras a ambos países y llevarse lo que quiera.

Primero, las ventas de equipos militares son la operación comercial más sensible para cualquier país, ya que está entregando con ellos conocimientos y tecnología que, en manos equivocadas, puede significar que se pongan en evidencia debilidades en el sistema de defensa del país productor de las armas, además de que estos puedan ser adoptados por sus adversarios. En otras palabras, entregar tecnología implica entregar la manera de que alguien pueda estudiar sus fortalezas y debilidades y también trazar un panorama del estado evolutivo de la industria bélica de ese país. Cuanto más avanzado sea el equipamiento exportado, más se están abriendo las puertas de los conocimientos que se han adquirido.

Ha habido ya muchos casos, como fueron el de Egipto con Anwar Sadat, que giró del bloque soviético hacia Estados Unidos, Irán luego de la revolución, en que el nuevo gobierno cedió a sus nuevos aliados el acceso al material comprado en Estados Unidos.

A eso se suma la posibilidad de que el comprador pueda, incluso, emplear ese equipamiento contra el vendedor, como hizo la Argentina en Malvinas empleando armas británicas o Irak en la Guerra del Golfo con material francés y de otros países de occidente.

Por eso, lo primero que mira un vendedor de armas es cuál es la política del comprador y qué tan estable sea ésta. Si el gobierno del país comprador cambia de ideología de manera constante, como es el caso de la Argentina desde los años ’40, o si no tiene una visión clara de qué rumbo quiere tener, si no tiene políticas de estado ni visión de largo plazo, la confianza para venderle material es casi inexistente.

En la Argentina, existe desde los años 30 un constante cambio de rumbo ideológico de los gobiernos, incluso hasta de los propios gobernantes durante su tiempo en el poder (como fue el caso de Perón en sus tres gobiernos, entre el nacionalismo de la “tercera posición” en los años ‘40, el acercamiento a Estados Unidos en los ’50 y al socialismo en los ’70 para terminar volviendo al nacionalismo en sus últimos días). A eso se suma que ninguno ha tenido un proyecto de país ni una visión clara de hacia dónde debía ir la Argentina, lo cual facilitó esos constantes cambios de rumbo, que se dieron principalmente por conveniencia y no por convicción.

Vemos desde hace 80 años constantes cambios de rumbo según sea la fuerza política que gobierne, desde el peronismo, el radicalismo, los militares y, en los últimos años, las alianzas de centroderecha o centroizquierda y el kirchnerismo. La debilidad de todos los gobernantes en los últimos 40 años y la falta de continuidad en las políticas de estado lleva a que la confianza que generan en el exterior sea poca o nula. El miedo de que la tecnología que incorpore un material comprado por la Argentina sea compartida con los enemigos del proveedor por el gobierno siguiente, al cambiar de bando, es enorme y no solo en Inglaterra y Estados Unidos, sino también en China y Rusia.

El primer paso para que la Argentina pueda acceder a equipamiento militar de primera línea, entonces, radica en que el país tenga una política de estado clara, consistente, realizable y de largo plazo. En un mundo polarizado, donde la Argentina necesita comprar equipamiento desde las grandes potencias, porque no puede producirlo sola (porque falta la tecnología, el conocimiento y la capacidad económica para financiarlo), obligatoriamente debemos mostrar una postura clara hacia uno u otro bloque si queremos que ese bloque nos abastezca.



Primer prototipo del caza chino Chengdu JF-17 Block III.


¿Qué se necesita para comprarles?

¿Se puede comprar equipamiento sin alinearse con las políticas del bloque al que pertenece el proveedor? Es posible y ha ocurrido, pero en esos casos se puede dar por una de estas razones: Ese bloque está buscando la forma de atraer al país hacia su lado (el caso de Perú en los 70 con la Unión Soviética) o solo alejarlo del bloque al que está alineado; porque ese país ha entrado en conflicto con el otro bloque (el caso de las ofertas soviéticas durante la Guerra de Malvinas); o solo se provee material de segunda línea, sin la última tecnología y en cantidades limitadas que no representen un riesgo. Hoy, es muy probable que China acceda a vender material de primera línea a la Argentina solo porque espera mayor alineamiento político con ellos y el compromiso de la Argentina con China sería excluyente antes de que vendan cualquier tipo de equipamiento. Lo importante es ver cuál es el costo para la Argentina de hacerlo.

Hay que tener en cuenta que las grandes potencias están en constante negociación entre ellas y saben que abastecer sin límites a un país periférico (como la Argentina), alterando el equilibrio regional o generándole problemas a las potencias oponentes va a generar la reacción de esa potencia (por ejemplo, la entrega de aviones F-5E Tiger II a Honduras ante la posibilidad de que la URSS entregue MiG-21 a Nicaragua, llegándose luego al acuerdo para que la URSS finalmente no entregue dichos aviones).

El ejemplo más extremo y claro se dio en la Crisis de los Misiles, en donde la URSS frenó la invasión estadounidense a Cuba amenazando con ocupar Berlín occidental, pero a cambio accedió a retirar los misiles de la isla, así como los bombarderos Il-28 (que Fidel Castro soñaba con incorporar a la Fuerza Aérea Revolucionaria). Así se puede ver que entre 1961, cuando la URSS comenzó a entregar armas a Cuba, y 1990, cuando dejó de hacerlo, solo les envió armas con capacidad defensiva, pero ningún arma estratégica: nunca les dio bombarderos, ni submarinos nucleares ni misiles balísticos. Tampoco aviones de ataque como podría haber sido el Su-24 ni interceptores como el Su-21 o el MiG-25, los cuales sí estuvieron disponibles para otros países. La razón era que Cuba podía defenderse, pero no le darían armas que Estados Unidos pueda considerar una amenaza. Los soviéticos mantendrían feliz a Fidel sin enfadar a los estadounidenses. En otras palabras, hasta en plena guerra fría, el abastecimiento de armas a los propios aliados estaba condicionado por cuestiones políticas y para mantener el equilibrio.

La oferta de F-16V Block 70 a Colombia, donde Estados Unidos incluso le hizo saber a la FAC que estaba dispuesto a venderles el F-35 Lightning II, es una clara respuesta a la recuperación hecha por Rusia de la flota de Su-30Mk2 venezolanos y a la confianza en la posición política de Colombia.



Si bien muy avanzados para América Latina, los Su-30Mk2 venezolanos no eran la versión más sofisticada cuando fueron vendidos. Foto: Erwin Fuguet.


¿Se puede acceder a material de primera línea sin un compromiso político? De ninguna manera. Incluso se pueden ver casos en los que, a pesar del compromiso político, como ocurre en Venezuela con Rusia, el material entregado no incorporaba la última tecnología. Por ejemplo, los Su-30Mk2 no eran la versión más avanzada que estaba produciendo Sukhoi, pero Rusia solo accedió a vender dicha variante, con sistemas menos sofisticados, a pesar del total alineamiento de la dictadura chavista.

Cuando la Fuerza Aérea Argentina estudió por primera vez el caza chino Chengdu JF-17, la fuerza consultó por el muy superior Chengdu J-10, recibiendo como respuesta que ese avión no estaba disponible para la Argentina. Si bien China ha desarrollado una versión de exportación, simplificada, el problema no radica en si quieren exportarlo o no, sino en que China no está dispuesto a entregarle el caza más avanzado que tienen en servicio a un país con una política errática como la Argentina, donde ninguna fuerza política (ni oficialismo ni oposición) tiene una ideología clara ni un proyecto de país, sino que actúa según su conveniencia.

Hoy la Fuerza Aérea Argentina espera negociar el Block III del JF-17 y ver qué, de todo el equipamiento que el país solicitó, China está dispuesta a vender, pero aún no se sabe qué tecnologías hoy estaría dispuesta China a entregar ni a qué costo (no económico, sino político).

En el caso de Rusia, más allá de que tampoco accedería a venderle a la Argentina su última tecnología, la realidad es que en aviación de combate el país se ha quedado rezagado, sin grandes desarrollos nuevos en materia de sistemas para las aeronaves que se estén fabricando en serie, mientras que su caza de quinta generación recién inicia su producción en serie. Rusia ha ofrecido el MiG-35, cuyos costos operativos están muy lejos de lo que la Argentina puede pagar, mientras que también ha ofrecido versiones del Su-30 y MiG-29, en general ya lejos de la primera línea tecnológica y con costos operativos prohibitivos. A eso hay que sumar que Rusia recién ahora empieza a mejorar muy lentamente el soporte logístico a sus clientes, que ha sido una pesadilla y una de las mayores causas de que muchos países opten por no comprarles material.



China ya produce en serie la versión biplaza del JF-17, que se ha vendido a Pakistán y Myanmar.


Es la política, no el dinero

En otras palabras, el dinero no es lo único que cuenta a la hora de ir a comprar sistemas de armas, sino que, por sobre todas las cosas, es la política y la confianza lo que prima. ¿China o Rusia nos van a vender su última tecnología? No. ¿Están dispuestos a vender grandes cantidades de armas sofisticadas a la Argentina? No mientras la Argentina no tenga un compromiso político firme y de largo plazo apoyando sus posiciones.

Para que un proveedor acceda a vender tecnología, fundamentalmente se le deben dar garantías de que eso no será usado en su contra, sea de manera directa o porque se dará acceso a esa tecnología a una tercera parte. También va a querer otros beneficios, políticos o comerciales y, en el caso de la Argentina, donde China sabe que no tenemos prácticamente otra opción, es muy probable que a mayor tecnología requerida el precio a pagar, tanto político como en ventajas comerciales para ellos, se incremente exponencialmente.

Ahora, la Argentina debe pensar hasta qué punto le puede convenir alinearse con el nuevo imperialismo chino o seguir aliada a los viejos imperialismos occidentales. Si pensamos en su sistema político, con una dictadura con capitalismo de estado, la respuesta es un “no” rotundo. Si miramos los gobiernos que existen en los países aliados a China, en general dictaduras, estados fallidos o democracias debilitadas, la respuesta es otro “no”. Si creemos que podemos mantener una democracia capitalista y con libertades mientras nos alineamos por completo a una dictadura, somos bastante ingenuos.

Es probable que, en este nuevo escenario de guerra fría, ahora entre occidente y China, con Rusia actuando cerca de China (no porque sean amigos, sino porque ambos son enemigos de occidente), los chinos estén más dispuestos a armar a la Argentina, porque podría inclinar la balanza del equilibrio regional a su favor y abrir un nuevo frente en la puja contra occidente. Por ejemplo, armar a la Argentina para que aumente su presión en Malvinas podría forzar a los británicos a desviar esfuerzos para aumentar la protección de las islas, en lugar de enfocarlos en contener el crecimiento chino. Abrirle muchos frentes de conflicto es una manera efectiva de debilitar al oponente hasta hacerle insostenible su economía y su capacidad de dar pelea.

Pero eso no será gratis y la Argentina debe pensar primero si está dispuesta a pagar el costo político que pueda pretender cobrar China.

La Argentina, por su lado, debería comprender que esa posibilidad también es una carta de negociación con los británicos, que, si piensan de manera estratégica, podrían ver que en el escenario que viene es mejor sumar aliados y eliminar pequeños conflictos para tener menos frentes abiertos y poder contener con efectividad a su mayor amenaza. Las demás potencias occidentales deberían entender lo mismo y colaborar para que eso suceda.

Se puede argumentar que la Argentina hoy es irrelevante en el escenario global, pero mucho más lo era Cuba en 1962 y, sin embargo, fue la crisis en Cuba la que estuvo más cerca de llevar al mundo al holocausto nuclear. Nadie sabía dónde quedaba Vietnam hasta que pasó a ser el centro de la guerra fría en los ’60 y lo mismo había ocurrido con Corea en los años ’50, luego fueron Afganistán, Siria y muchísimos otros países que pocos sabían ubicar en el mapa. La historia nos muestra desde hace 70 años que es en los países periféricos en donde se termina decidiendo la puja entre las grandes potencias.

Como ya aprendimos al menos desde la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se divide en dos, los países periféricos no pueden apuntar a terceras posiciones, porque no tienen el poder de valerse por sí solos y dependen de comerciar con las grandes potencias y los aliados de éstas. Solo las potencias que tienen áreas de influencia y países aliados pueden elegir hacer lo que desean (hasta cierto punto). Si no se está entre las grandes potencias (y la Argentina nunca lo estuvo, solo fue una potencia regional con alcance limitado), la única opción es alinearse a uno u otro bando, para poder comerciar en todos los aspectos dentro de esa área de influencia. Lamentablemente, las naciones menos relevantes deben aceptar las reglas de juego de los grandes e intentar crecer para poder negociar desde una mejor posición, como han hecho países como Japón o Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial.



El Chengdu J-10 era preferido por la Argentina, pero hasta ahora China indicó que no está dispuesto a venderlo al país debido a la tecnología que incorpora.


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