Cuando en 1959 la revolución cubana tomó el poder con Fidel Castro a la cabeza, la gran mayoría de sus integrantes no apuntaban a una revolución socialista, sino a la constitución de un sistema republicano y democrático, y uno de los primeros destinos de Castro para obtener apoyo fueron los Estados Unidos. Sin embargo, desde el país del norte vieron como una amenaza las políticas reformistas del nuevo gobierno y negaron cualquier ayuda, mientras toleraban la actividad de los grupos que apoyaban a Batista. La actitud de Estados Unidos les dio argumentos a los sectores comunistas de la revolución, liderados por Raúl Castro y Ernesto “Che” Guevara, para ganar poder e ir hacia el comunismo. La incapacidad del gobierno de Dwight Eisenhower de ver que las expropiaciones de Castro contra algunos propietarios estadounidenses, que se habían beneficiado con Batista, eran un mal mucho menor que lo que pedía venir, y su postura de que podían desprenderse de Castro con facilidad, llevó a que hoy toda América siga pagando las consecuencias de una Cuba que pasó a ser el pie de la Unión Soviética en el continente y sigue siendo el sostén para las dictaduras de izquierda en la región, como son los casos de Nicaragua y Venezuela.
La postura de Gran Bretaña hacia la Argentina, a más de 38 años de la Guerra de Malvinas, de mantener un estricto embargo de armas, demuestra hoy la incapacidad de la política y los estrategas de dicho país por comprender que su actitud puede generar una amenaza mucho mayor para ellos, pero también un gran mal para la mayoría de los argentinos. La publicación, por parte del ministro de defensa de Argentina, Agustín Rossi, de la carta de KAI donde indican que Gran Bretaña no ha autorizado la exportación de los seis componentes británicos en los aviones FA-50 lleva al estado público algo que es bien conocido por quienes estamos en el ámbito de la defensa, que es la vigencia del embargo de armas y el fuerte lobby británico para impedir cualquier venta de armas a la Argentina, así como también ha sido el lobby realizado dentro de la Argentina en pos de la destrucción de las Fuerzas Armadas.
Lo llamativo, por un lado, es que Gran Bretaña no mantuvo una posición así durante tantos años contra adversarios supuestamente más difíciles, como fuera, por ejemplo, Alemania. En parte se justifica por la errática política exterior e interna de la Argentina, que no genera confianza, pero también esa política tiene, entre sus muchas causas, el apoyo que muchos dan a políticos que expresan el resentimiento hacia las potencias occidentales por las acciones de éstas.
A diferencia de lo ocurrido con Alemania luego de la 2º Guerra Mundial, donde los aliados occidentales apoyaron la reconstrucción del país y se ganaron la confianza de los alemanes, la política de Gran Bretaña hacia la Argentina fue solo la de buscar un beneficio económico, pero sin dejar de considerar al país como un enemigo desde lo militar. Si bien hubo algunas acciones de acercamiento, en general desde 1982 primó la hostilidad y la desconfianza desde Gran Bretaña. Desde entonces, el país europeo ha intentado (y logrado en casi todos los casos) bloquear cualquier reequipamiento de la defensa argentina, especialmente en cuanto a sus armas con capacidad estratégica o de proyección (portaaviones, submarinos, buques de desembarco, aviones de transporte estratégico, capacidad de reabastecimiento en vuelo para la aviación de caza, entre muchos otros ítems). También ocurren situaciones como la negativa a devolver la rueda lenta para la propulsión del destructor ARA Heroína, embargada en Gran Bretaña y que ha llevado a que el buque no pueda volver al servicio.
Un problema mayor En un escenario donde el mundo vuelve a estar polarizado y está ya inmerso en una nueva guerra fría, las tensiones aumentan y poco a poco todas las naciones irán tomando partido por uno u otro bando, con mayor o menor fuerza. En esto, ya vemos desde hace tiempo el creciente interés de China por la Argentina, desde lo comercial y también, en menor medida, desde la defensa. La Argentina no solo puede significar para China una base en el otro lado del globo, que le permitiría la posibilidad de tener presencia en la región, sino que un rearme argentino sostenido por China permitiría que Gran Bretaña, hoy uno de los países que más abiertamente ha criticado a China por la crisis del COVID-19, deba desviar su atención hacia la amenaza que la Argentina podría generar en torno a Malvinas. Como ya se aprendió en la guerra fría, las potencias van a preferir golpear a sus adversarios a través de conflictos con terceros países y no de manera directa. La postura británica actual solo sirve para los intereses de aquellos sectores que en la Argentina buscan una alianza completa con China, lo cual no solo tiene su lado en lo económico y militar, sino en la importación de un modelo político, más parecido al cubano o venezolano que a las democracias occidentales. Lo que se ve en su posición es una falta de visión estratégica, que al actuar penalizando al país favorecen a aquellos más radicalizados, de la misma manera que la negativa de Estados Unidos a apoyar a Castro favoreció el crecimiento de los comunistas y generaron un problema mucho peor. En el escenario actual, a la Argentina le conviene mantenerse alineada con occidente, pero no puede hacerlo si se mantendrá como un paria en cuanto a su capacidad para defender sus intereses, e inevitablemente deberá apoyarse en el otro bloque. Es cierto que, por un lado, la Argentina precisa generar confianza, pero eso se logrará en gran parte cuando nadie se sienta tentado a apoyar a los sectores radicalizados y cuando, en cambio, son los más centrados y confiables los que tienen el poder.
Gran Bretaña debe comprender que no podrá mantener su postura intransigente de manera eterna, sin que eso suponga un gran riesgo de que la Argentina se alinee con los enemigos de los británicos, y que debe mirar el bosque más allá del árbol. Deben ver que, así como en la 2º Guerra Mundial la posición argentina fue de vital importancia para ellos, abasteciéndolos de materias primas, en el nuevo escenario mundial y ante una tensión cada vez mayor, con un futuro incierto, el rol que la Argentina juegue para uno u otro bando, puede tener una gran importancia, no solo regionalmente, sino que puede tener implicancias globales, como en toda la guerra fría se vio que ocurrió con muchos países periféricos (Cuba, Vietnam, Afganistán, etc.).
Una postura de acercamiento hacia la Argentina debería apuntar a asegurarse la posición del país hacia occidente y con una mirada de largo plazo, que busque solucionar de una vez el problema de fondo (el reconocimiento de la soberanía argentina en Malvinas) sin que eso tenga un costo político demasiado grande, sino que, al contrario, permita sumar a la Argentina como aliado de las potencias occidentales y asegurar el control de occidente de un área vital como es el Pasaje de Drake y la proyección antártica. El reequipamiento de las Fuerzas Armadas de la Argentina no solo debería apuntar a fortalecer a un potencial aliado, sino a favorecer, dentro de la Argentina, a los sectores más centrados con los cuales sería factible negociar la resolución del conflicto de una manera que favorezca a todos los intereses en juego. El apoyo que Gran Bretaña ha dado a sectores políticos argentinos que no han hecho más que poner el famoso “paraguas” sobre la cuestión Malvinas, no hace más que patear el problema hacia delante, pero sin brindar una solución. La dilatación del conflicto solo genera unos magros beneficios de corto plazo a algunos, pero un hartazgo cada vez mayor en diversos sectores argentinos y una mayor justificación de aquellos que plantean soluciones más radicales.
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