Por Ignacio Montes de Oca
Las tropas rusas tardaron 13 horas de neutralizar a cinco supuestos integrantes del ISIS atrincherados en un departamento en la ciudad de Karabulak, en la Republica de Ingusetia. Parece una noticia menor, pero vamos a desentrañar todo lo que esconde este incidente.
La presencia del ISIS en Rusia es antigua, pero desde hace dos años comenzó a mostrar más actividad y a surgir en nuevas regiones. En agosto de 2021, 8 ingusetios afiliados a ISIS fueron arrestados y encarcelados por planificar atentados y colectar explosivos. En agosto de 2022 el médico Beguadin Gatukiev fue arrestado por prestar apoyo al ISIS. Hay otros incidentes ocurridos en la vecina Chechenia desde 2015 y el Departamento de Estado de EEUU ya identificó a grupos del Estado Islámico operando en esa región. En julio de 2023, Rusia condenó al daguestaní Abdurakham Abdurakhamanov a cinco años de prisión por enviar dinero a las arcas del ISIS. Otros seis daguestaníes fueron sentenciados en 2022 a prisión por enrolarse en las filas del grupo integrista islámico. En el oblast de Pyatigorsk, dos hombres fueron arrestados en junio de 2023 por planificar un atentado contra el edificio del ministerio de asuntos internos. Se les decomisaron explosivos y panfletos del ISIS. En septiembre, hubo otro arresto similar. Más al norte, en la República Rusa de Kalmykia, la justicia condenó a siete individuos en septiembre de 2023 por integrar una célula del ISIS creada en 2013. En mayo de 2023, Nurali Kurbanov fue sentenciado en Sochi, en el Krai de Krasondar, por financiar al ISIS.
La presencia del ISIS en una región muy extensa se corrobora con el arresto de miembros del ISIS en Georgia en diciembre de 2022 y en Azerbaiyán en 2023. Son detenciones recientes que indican que el grupo fundamentalista está activo en el Cáucaso. Aunque la filiación de los insurgentes con el ISIS no fuera cierta, no cambia en mucho las cosas. En todo caso las agrava porque implica que además del grupo integrista hay un resurgimiento del movimiento insurreccional en la región y que éste no se agota en Ingusetia. Aunque administrativamente Ingusetia y Chechenia son identidades separadas, en la realidad son parte de un mismo escenario. Es por eso que el ISIS se despliega en ambas zonas bajo un mismo sello, el Qawqaz Wilayah o Estado Islámico del Cáucaso.
Cuando ocurrió la Masacre de la Escuela de Beslán en 2004, esa falsa división quedó en evidencia. En el secuestro de 1.118 personas entre maestros y niños, de los cuales 334 fueron asesinados y 784 heridos, actuó un comando de 30 terroristas chechenos e ingusetios. Tan unidas están las cuestiones ingusetias y chechenas que durante las dos guerras de Chechenia las operaciones rusas tuvieron que incluir a las bases de los separatistas en Ingusetia. Por eso, todo lo que sucede en una zona, repercute en la otra.
Hay otros antecedentes que unen a ambos pueblos. En 1944, Stalin acusó a los integrantes de ambas comunidades de colaboracionismo con los nazis. Acto seguido, encerró a 496.000 personas en trenes y los arrojó en los gulags más apartados de Siberia. El pogromo checheno e ingusetio, que además incluyó a grupos menores de tártaros y daguestaníes resultó en la muerte por hambre o maltratos de 180.000 deportados. El regreso desde los gulags se hizo con un deseo de venganza hacia los rusos que nunca pudo conjurarse.
Para peor, a su regreso los deportados encontraron que parte de las propiedades habían sido entregadas a colonizadores rusos o a osetios, una etnia con la que los chechenos e ingusetios tienen una inquina histórica que generó una breve guerra entre 1989 y 1992. Este enfrentamiento, conocido como el Conflicto de Prígorodni Oriental, provocó 500 muertos y el desplazamiento de 60 mil ingusetios y 9 mil osetios. Es por eso que el incidente de Karabulak influye también sobre los ingusetios en Georgia.
En 1992 las tropas rusas intervinieron a favor de los osetios y facilitaron la expulsión de miles de ingusetios, otra afrenta que explica el incidente de ayer. El otro factor es la mayoría cristina ortodoxa de los osetios y el curso de colisión con los grupos islámicos. Es por identidad religiosa ortodoxa que Rusia favoreció a los osetios y luego usó la excusa de la protección de esa etnia y las minorías rusas para invadir Georgia en 2014. Como vemos, un tiroteo en Ingusetia permite profundizar y unir cuestiones que parecen alejadas entre sí.
Los osetios son parte de una entidad histórica aún mayor denominada Alania, que cubre una parte del Cáucaso y marcan otra fisura entre grupos cristianos ortodoxos y musulmanes. Al mirar el panorama amplio, se advierte la proyección que tiene una noticia que parece menor.
Ahora la vamos a complicar un poco más aún al incorporar a este lío a Turquía, que siempre tiene un rol que cumplir cuando sucede algo en el Cáucaso. Ankara le dio asilo al gobierno ingusetio en el exilio, integrado por el Congreso de Ancianos.
El Congreso de Ancianos influye tanto en Ingusetia como en Chechenia y otras regiones en donde el sistema de gobierno tradicional se basa en los “Tujum”, que rigen a veces en paralelo con las instituciones modernas e incluso por encima de ellas.
Los 70.000 ingusetios en Turquía son una comunidad que evitó la asimilación y conservó sus tradiciones e idiomas. Eso les permitió construir un polo independentista más organizado que el que lograron construir la diáspora chechena y daguestaní. Es por eso que la situación de los ingusetios a la luz de su grado de organización y el apoyo turco tiene un grado diferente de importancia incluso cuando su número de desplazados es menor al millón de exiliados y desplazados chechenos y daguestaníes. La comunidad extranjera ingusetia estuvo involucrada en el apoyo a las protestas de marzo de 2018 en el krai de Stavrapol a favor de la autonomía de Ingusetia y que concluyó con la condena a cinco años para sus participantes. Muchos acaban de cumplir su sentencia.
El problema para Putin es que, si bien el gobierno ingusetio en el exilio no está necesariamente conectado con el ISIS, ambos parecen haber aprovechado la creciente debilidad rusa para controlar su flanco en el Cáucaso y eso es una pésima señal para Moscú. Es importante entender que tanto por el costado religioso de la mayoría sufista ingusetia o por la dimensión nacionalista de los que abordan la resistencia a Rusia desde una perspectiva meramente política, el surgimiento de la violencia es una mala señal para Moscú.
Si conectamos este incidente con el desafío de una importante cantidad de rusos al acudir al funeral de Navalny, empezamos a entender que las turbulencias dentro de Rusia debieran empezar a considerarse como un factor de análisis cada vez más importante.
Otra señal es la reciente conferencia de paz entre armenios y azeríes auspiciadas por la Unión Europea. Tras la traición de Putin que resultó en la entrega de Arstaj a Azerbaiyán, Rusia fue desalojada como potencia gravitante en la región. Es más, los acuerdos de ventas de armas de Francia a Armenia y el apoyo de Alemania y EEUU a Ereván junto al alineamiento de Bakú con Turquía marcan otro hito en la dilución de la influencia rusa en otro conflicto entre ortodoxos y musulmanes en la misma región.
Esta ensalada de eventos tiene un componente adicional, porque el Consejo de Ancianos emitió una condena a la ocupación rusa de Crimea al salir en defensa de los ucranianos tártaros que fueron borrados de la península tras la ocupación rusa. Recordemos que la comunidad tártara de Crimea apenas llega hoy al 15% de la población de la península, luego de la limpieza étnica iniciada por Stalin en 1944 y que desde la anexión rusa del 2014. Putin persigue por diferentes medios a sus integrantes.
A su vez, esa coincidencia es sugerente a la luz del nombramiento al frente del ministerio de defensa de Ucrania de Rusetm Umerov, un oficial con raíces de la comunidad tártara de Crimea, en donde se originó ese pueblo de origen túrquico. La sincronicidad de los hechos es tal que, el pasado 27 de febrero, la Rada (Parlamento) ucraniano aprobó un pedido de los exiliados ingusetios para condenar las deportaciones de 1944 y reconocer el derecho ingusetio para crear un estado independiente de Rusia.
Parece que nos fuimos de tema, pero en realidad estamos rondando sobre la misma idea y es la existencia de tensiones cada vez más explicitas contra la ocupación o la presencia rusa en diferentes escenarios. El tiroteo es un indicio. Rusia está en un momento complejo. Su fuerza está desplegada en Ucrania y no hay resto para afrontar otro levantamiento como el de Chechenia o el de Daguestán. Incluso regresar a los 20.000 chechenos es imposible en este contexto.
Por otro lado, Putin creó un trasfondo peligroso al armar a miles de chechenos cuya fidelidad está atada al resultado de la guerra en Ucrania. En caso de debilitamiento el perro que alimentó y entrenó puede morderle la mano. Incluso la misma figura de Kadyrov, su embajador ante el universo musulmán ruso puede verse afectada por un resultado en el frente. Las tensiones históricas son muchas y las cuentas que nunca fueron saldadas siguen enterradas bajo la bota rusa.
Hay que prestar atención a la insurgencia interna y los movimientos separatistas. Ingusetia, con apenas 450.000 habitantes, es solo uno de los tantos conflictos que podrían reanudarse si el esquema de control creado por Putin muestra fisuras. El llamado a confrontar con Rusia es coherente con un debilitamiento de la capacidad rusa de control y con una menor disponibilidad de capital militar para dedicarlo a reprimir un conflicto interno que demanda una gran cantidad de recursos. Durante la primera guerra de Chechenia Rusia tuvo que movilizar 40.000 soldados, en la segunda, 100.000. En la de Daguestán, 17.000 tropas. Una insurrección en momentos en que el frente ucraniano consume tropas como Hulk camisas nuevas.
Putin controló la situación en Chechenia al entronizar a Kadyrov como regente. Le dio herramientas para imponerse por sobre otros jefes tribales y previamente desarrolló un programa de exterminio que acabó con la vida de 50.000 chechenos contrarios a su presencia. El problema es que, como toda autocracia fundamentada en un líder, la arquitectura de control político y represivo de Rusia en la región se basa en un hombre fuerte que cuando desaparece pone en riesgo todo el sistema de poder. Ya lo vimos el año pasado cuando, a raíz de la internación de Kadyrov en Moscú y las imágenes que lo mostraban hinchado como el muñeco de Michelin, comenzó a debatirse la sucesión chechena con la incertidumbre sobre el futuro del control ruso.
Rusia verá hacia 2030 como la población musulmana se convierte en mayoritaria. No es un asunto menor para un imperio que desde hace siglos tiene su centro de poder en el área ortodoxa cristiana y eslava de Moscú y San Petersburgo.
Lo que sucede en Ingusetia tiene mucho que ver con las políticas de rusificación forzada que aceleró Putin desde la invasión de 2022 y que buscan desplazar las tradiciones regionales. Además de religión, hay una reacción nacionalista de fondo. Por eso es que, más allá de si hubo o no terroristas del ISIS implicados, la sucesión de eventos indica que Rusia tiene un frente interno turbulento y el tiroteo de Karabulak debiera ser anotado dentro de otras actividades partisanas contra Putin.
No se trata solo de la Legión Rusa que opera a favor de Ucrania o de las incursiones de mayo de 2023 que se adentraron 42 km dentro de Rusia. La explosión de trenes en la línea Baikal Amur hacia China en diciembre es parte de lo mismo. Lo que se cuece en el fondo es una serie concatenada de hechos que sugieren que hay actores diversos que operan de un modo que solo sería posible si se percibiera una debilidad creciente de Putin derivada del resultado ucraniano. Hay actores grupales y nacionales que podrían dudar de la capacidad del líder ruso de atender tantos frentes y que el descontento que estaría encontrando fisuras en el mapa represivo para colarse. A pesar de la propaganda la economía rusa volcada hacia la guerra, la realidad de una crisis en el ingreso y el sistema de rusificación aunado a una tradición de control brutal son los elementos que conjugados saltan a la vista en estos incidentes.
Por supuesto que un tiroteo en Ingusetia no alcanza para poner en riesgo la estabilidad de Putin en el poder. Pero sí para indicar que algo sucede en Rusia. Y que ya son muchos los que se le animan enterados de una debilidad que el Kremlin busca ocultar. La ironía del asunto es que, así como Putin invocó la historia y el derecho de defensa de los eslavos para justificar el separatismo, esa misma idea puede convertirse en una excusa para tomar las armas de parte de aquellos que viven dentro de su imperio.
Desde el exterior, ya sea que se trate de Turquía, Ucrania u otros estados, la solidaridad con las “minorías oprimidas” les sirve para alentar a secesionismo e independentismos que solo necesitan que la guerra en Ucrania cree las condiciones para resurgir.
Algo se mueve en el Cáucaso; el ISIS, un independentismo que busca la oportunidad para expresarse y Putin ocupado en una guerra que le impide aplicar soluciones drásticas como en el pasado e impedir el avance de otras potencias por ese flanco. Y es así como un tiroteo en una ciudad de Ingusetia, que la mayor parte de los que leen jamás había sabido de su existencia, nos abrió el panorama a una serie de hechos que están sucediendo en los estratos más escondidos de la realidad.
PD: Ingusetia es la más pequeña entre las unidades territoriales de la Federación Rusa. Es curioso que una entidad diminuta pueda convertirse en un problema enorme para Putin, que no termina de entender que el tamaño es lo de menos.
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