La economía rusa cruje por la baja del precio del petróleo y Putin entra en un campo minado
- Ignacio Montes de Oca
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Nacho Montes de Oca
El precio del petróleo ruso cayó por debajo de los 60 dólares por barril y con esto se acelera la debacle económica rusa. Vamos a explicar cómo impacta en la financiación de la invasión a Ucrania y cuáles son los otros rubros en donde a Putin se le achicha la billetera. Sabemos que el 40% del presupuesto ruso se financia con las ventas de petróleo y gas, también que si el valor del barril de crudo se acerca a los U$S 60, Rusia está en problemas. Pero tenemos que explicar por qué sucede esto y sus consecuencias políticas. Rusia tiene un “costo de extracción” de U$S 20 por barril. Si agregamos costos logísticos, tecnológicos e impuestos tenemos el “costo de producción” que se encuentra en torno a los U$S 45. Es el precio de equilibrio o “break-even”. Mas es ganancia, menos, producir a pérdida.
También hay que considerar el precio real de venta y distinguir el petróleo “Ural” ruso del “Brent” que suele ser más alto. Hoy, el crudo ruso se cotiza U$S 56,58 por barril y el Brent a U$S 62,84. La diferencia es crucial porque ahora hay que ver cuanto recibe Rusia por barril. Lo que hacen tanto los chinos como indios que importan casi todo el crudo ruso es aplicar descuentos de entre U$S 1,9 y U$S 2,5 por barril al negociar un punto intermedio entre el Ural y el Brent. Es complicado, pero el barril termina cotizando menos de U$S 60 al final del proceso.
Pero aún falta el costo del transporte desde Rusia hasta esos mercados y, aunque por lo general se negocia entre comprador y vendedor, las sanciones hacen que Rusia se haga cargo del costo del transporte, que suma U$S 10,7 promedio por barril. Es decir que bajan la ganancia final rusa.
Un buque de la flota negra que lleva unos 730.000 barriles por viaje desde Primorsk a un puerto indio tiene un costo de unos 7 millones de dólares por viaje y de 8 millones a China, que además debe sumar un 1,5% de primas de seguros y las comisiones de los intermediarios.

Pero también el estado ruso muerde su parte con impuestos a las exportaciones y al final el valor final puede quedar por debajo de esos U$S 45 de costo de producción. Es decir que se produce a pérdida y los chinos e indios se quedan con la mayor parte de la ganancia del negocio. Chinos e indios terminan pagando por lo general U$S 50 por barril o menos porque usan el precio Ural en una cantidad creciente de operaciones. Cuando el barril Brent estaba a U$S 81 en enero, Putin tenía mucho margen y de allí que se permitiera subir el gasto militar. Rusia había hecho su presupuesto con un cálculo de ingresos de U$S 70 por barril, por lo que ya se entiende el déficit del 1,8% del PBI en 2025. Pero lo más grave es que con el derrumbe del precio de todos los tipos de petróleo sus planes presupuestarios quedaron arruinados.
Todavía falta contar el costo impositivo y eso hace que aparezca un “break even fiscal” que es la diferencia entre ese costo inicial de producción de 44 dólares y los 70 del presupuesto. Dimos muchas vueltas para decir que Putin entró en pánico porque desaparecen sus ingresos. Putin no puede dejar de venderle a China porque es su aliado y sostén económico. Tampoco quiere que India busque otros proveedores. Por eso, incluso cuando produzca a pérdida, debe seguir vendiéndoles. No tiene mercados alternativos y algo parecido le está sucediendo con el gas.
El ingreso por ventas de gas a Europa, su mayor mercado, cayó un 10,7% en 2025 por el cierre de la vía ucraniana desde enero. En 2024 los envíos por medio del Turkstream habían crecido un 14% en volumen, pero cayeron en 2025 y pronostican otra reducción en lo que resta del año. Moscú intentó compensar aumentando las exportaciones de GNL. Aun así, prevén que crezca solo un 3%, que no es suficiente para remediar la caída de producción producto de las sanciones a proyectos como Arctic LNG 2 y los ataques de drones ucranianos a plantas y gasoductos.

Solo en octubre, Ucrania alcanzó la planta de procesamiento de gas de Lukoil en Korobkovsky, Volgogrado, con una capacidad anual de 450 millones de m³ de gas natural y una estación de bombeo en el mismo oblast por donde fluyen 50 millones de toneladas de gas cada año. En septiembre los drones ucranianos dañaron la planta de gas de Astracán, usada para procesar el 66% de la producción de azufre con fines militares. Cada una de estas plantas utiliza equipos industriales occidentales cuyo reemplazo se hace complicado por las sanciones de Occidente. Por eso la empresa estatal Gazprom, responsable de las exportaciones, declaró en marzo una pérdida neta de U$S 12.900 millones en 2024. Deberían caer más si la Unión Europea aprueba el proyecto presentado en septiembre para prohibir definitivamente la compra de gas licuado ruso.
Hay otro factor que explica esas pérdidas es la voracidad fiscal de Putin y su necesidad de cubrir los huecos en el presupuesto. En 2025 aumentó el impuesto de sociedades del 20% al 25%. Esta medida afecta directamente a la rentabilidad de las empresas y su capacidad de inversión. Ya habían tenido que asimilar una tasa de 2,5% para los bienes inmuebles y en 2026 esa rentabilidad se va a ver más golpeada por el aumento del IVA del 20% al 22%. Todavía falta contabilizar los “aportes voluntarios” que deben hacer al Fondo Nacional de Bienestar. El aporte a ese fondo se aumentó del 15% al 20% de las ganancias de las empresas del sector hidrocarburífero e implican entre U$S 100.000 y U$S 120.000 millones anuales que se cobran por medio de impuestos a los Beneficios Corporativos o en tasas a las exportaciones de gas y crudo.
La presión no termina allí porque Putin suele pedirles aportes “voluntarios y especiales”. Este año ya les pidió unos 3.000 millones de euros para emparchar las arcas estatales y que inviertan U$S 48.143 millones en bonos del banco Sberbank para financiar al gobierno central. El Sberbank, manejado por el Kremlin controla el 30% del mercado ruso. Putin lo usa para alimentar su presupuesto por la vía del Fondo de Bienestar Nacional y financiar proyectos militares y otros que considera vitales, como es la construcción del tren entre Moscú y San Petersburgo.

Uno de los rubros del área energética que ya no puede aportar mucho es el de la producción de carbón mineral. Por los embargos, desde 2022 Rusia dejó de recibir 8.000 millones de euros anuales que le vendía a Europa. Ahora la crisis llegó a un estado mucho más grave para el sector. Los rusos tienen que hacerle frente a la competencia de otros productores como Australia y Mongolia, que exportan sin sanciones y a la caída del precio mundial del carbón de U$S 400 en 2022 a U$S 100 en 2025. El sector ruso del carbón acumuló U$S 34.000 millones en pérdidas en 2024. Luego del gas y el petróleo, el carbón es la tercera fuente en importancia de las exportaciones rusas y emplea a 145.000 personas. Se estima que 51 compañías, es decir una cuarta parte de las empresas del sector, cerraron o están a punto de cerrar debido a la crisis.
Además, cayó la exportación de granos. En 2024 la cosecha fue menor en un 15% respecto al año anterior. Pasó de 147 millones a 130 millones de toneladas y, aunque se espera que en 2025 sea de 135 millones, la baja del precio de los commodities implica menos ingresos. En 2024/2025 se exportaron entre 50 y 53 millones de toneladas. De ellos, 42 millones eran de trigo, es decir un 25% menos respecto a los 55,4 millones que en la campaña anterior. En lo que va de 2025 se exportaron 46,4 millones de toneladas de granos, un 24% menos que en 2024. En consecuencia, la recaudación en impuestos a la exportación pasó de U$S 1.750 millones a U$S 971 millones. Los productores tampoco la pasan bien porque el aumento de hasta el 38% en los combustibles redujeron su rentabilidad y la capacidad para invertir en las próximas campañas.
Ese aumento se relaciona con los ataques ucranianos que redujeron hasta un 38% o 2,5 millones de toneladas la capacidad de refinado de petróleo diario e impactaron en otra fuente de ingresos que es la exportación de combustibles que aporta al estado ruso otros U$S 5.000 millones. Esto representa un doble prejuicio porque al sacar 1,5 millones de toneladas de gasolina y 3 millones de diésel del mercado mundial elevaron sus precios globales en 5 a10 dólares el barril. Pero Rusia debe importar ahora combustibles más caros para satisfacer su demanda interna.

Al no poder procesar tanto petróleo, Rusia tiene una abundancia de crudo que a su vez contribuye a derrumbar aún más su precio por la sobreoferta. El sonido de un dron saliendo de Ucrania se convierte en quebranto al llegar a Rusia y su efecto se expande a toda la economía. Hasta octubre las exportaciones rusas cayeron un 8,7% interanual; Rusia resignó ingresos por U$S 40.000 millones. En productos energéticos y minería perdió 35 mil millones. El aumento en el precio del oro y otros productos alternativos atenuaron la caída.
A los oligarcas que rodean a Putin esto puede haberles caído como una patada en el hígado. Este año les aumentó el impuesto sobre la renta personal del 15 al 22% que se suma al incremento del 20% al 25% del impuesto a las grandes sociedades y otro a las Propiedades de Lujo. Aquí hay un problema político porque Putin y sus antecesores desde la Perestroika lotearon la economía para crear a los oligarcas, que a su vez son junto al ejército y el voto el trípode sobre el que está asentado Putin desde que subió al poder en 2001. Al afectarlos, juega con fuego.
Ígor Séchin es uno de los zares del petróleo desde Rosfnet, la mayor petrolera estatal y comparte el oligopolio con Vagit Alekperov de Lukoil. Guennadi Timchenko maneja el gas ruso con sus empresas Novatek y Sibu, Vladímir Potanin es el rey del níquel y el paladio. Alisher Usmanov controla la producción de hierro, Oleg Deripaska la de aluminio, Alexey Mordashov la de acero y Suleiman Kerimov la de oro. Excepto por Kerimov, todos están sufriendo el golpe de la baja en la producción y a todos ellos les tocó pagar por la invasión a Ucrania. Recordemos que los oligarcas rusos vienen de perder U$S 90 mil millones entre barcos, aeronaves y propiedades además de otros U$S 300.000 millones en activos inmovilizados que incluyen bienes del Kremlin y de muchas de las empresas que maneja la elite millonaria de Putin.
Roman Abramovich perdió 10.500 millones, incluyendo el club Chelsea que se vio obligado a vender. Alexei Mordashov sufrió la incautación de su yate, el Dilbar, valorado en unos 800 millones de euros y un par de aviones privados. Son apenas ejemplos del costo para los oligarcas. Putin debe extremar su cuidado y abrir la ventana para refrescar sus ideas o para evacuar las quejas de sus hombres fuertes. Desde que se obsesionó con Ucrania 12 miembros de la oligarquía murieron en circunstancias sospechosas junto a otros 12 altos funcionarios del gobierno. En el mismo periodo hubo 15 generales destituidos por errores de conducción durante la invasión y otros 13 militares de alto rango fueron enjuiciados por corrupción, que es algo así como acusarlos porque les gusta el vodka. Las purgas constantes desnudan una debilidad creciente.

La tercera pata del trípode es el pueblo ruso. Aquí hay que hacer un repaso de la historia para entender cómo funciona esta sociedad y hasta qué punto un revés militar conjugado con una crisis económica y un gobierno atravesado por tensiones pueden dar lugar a escenarios extremos. El 22 de enero de 1905 estalló una Revolución. Rusia había perdido las batallas de Tsushima y Port Arthur con Japón y atravesaba una crisis económica severa producto del esfuerzo de guerra. El levantamiento terminó cuando el zar cedió parte de su poder y crear la Duma o parlamento.
El zar finalmente recuperó el poder y disolvió la Duma en 1906, pero en 1917 se armó un escenario similar al de 1905. Rusia había entrado en la Primera Guerra Mundial y en el frente oriental su ejército estaba siendo diezmado por las fuerzas alemanas y del imperio austrohúngaro. Para ese momento el zar acumulaba 1,7 millones de muertos y 5,9 millones de heridos. Rusia no podía reponer las pérdidas de armas y sus soldados eran masacrados por un enemigo inferior numéricamente. La economía, volcada hacia la guerra, entró en una crisis terminal. Para ese momento la guerra había provocado un caos logístico en Rusia, la inflación comenzó a acelerarse, el gobierno estaba al borde de la bancarrota y en ese ambiente hostil al zar comenzó el proceso revolucionario que terminaría con el zarismo y haría nacer a la URSS.
El fin de la URSS también tuvo que ver con fracasos militares en Afganistán. Además, se le sumó el efecto de una competencia tecnológico militar con Occidente en el marco de la Guerra Fría que desarticuló por completo a la economía soviética. La secuencia se repite. Esto no indica un fin escrito, pero debería prender las alarmas de Putin que sabe que la sociedad rusa tolera muchos sacrificios, pero no a los perdedores. Menos aún si la factura de sus derrotas se traduce en restricciones en la vida cotidiana a cambio de resultados negativos.
Putin lo sabe bien porque llegó al poder criticando el fiasco militar en Chechenia entre 1994 y 1996. Su promesa de aplastar a ese levantamiento cuando era primer ministro por Boris Yeltsin lo condujo a su triunfo electoral en el 2000, el mismo que lo mantuvo en la cima hasta hoy. En las encuestas Putin sigue teniendo apoyo mayoritario de la población rusa. Pero hay un cambio en cuanto a la invasión. De acuerdo con una encuesta de septiembre del Instituto Levada, un 66% de los consultados está a favor de iniciar tratativas de paz para terminar la guerra. Ese sondeo se indica que el 58% de los encuestados dice haberse visto directamente afectado por la guerra. Entre ellos, el 30% afirmó haber perdido a un familiar o conocido. En ediciones anteriores de las encuestas predominaba el triunfalismo y el apoyo a una solución militar.

Lo sugerente es que este cambio se opinión se sincroniza con la campaña de daños de los drones ucranianos en la economía rusa. Pese a la censura y la propaganda, comienzan a recibir más claramente el mensaje por el sonido de las explosiones o mediante los precios en las góndolas. La apuesta de Putin está errada desde el 24 de febrero de 2022 y aun así persiste con el error de buscar una guerra de desgaste a partir de la premisa, igual de falsa, de que el tamaño lo decide todo. Los datos así lo indican a pesar del esfuerzo de su propaganda y sus enrolados. El precio del petróleo es un indicador de la fragilidad de la arquitectura sobre la que se basó la agresión a Ucrania. El resto de los índices a la baja confirman que Putin es el peor enemigo de Rusia luego de Ucrania, que sigue resistiendo tras convertir tres días en tres años.
La historia es un oráculo bastante preciso y Putin deberá consultar los tomos de la historia de Rusia para comprender el peligro que se cierne sobre sus casi 26 años en el poder. ¡Es la economía, estúpido! Vale para los seguidores de Putin; su admirado ya no parece oír consejos.