La guerra Rusia-Ucrania en 2025: dinámica militar, innovación tecnológica y desafíos estratégicos
- Ángel Rojo
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Por Ángel Rojo
La guerra de Ucrania contra Rusia, iniciada en 2014 con la anexión de Crimea y transformada en una invasión a gran escala en febrero de 2022, ha evolucionado en un conflicto prolongado que combina elementos de guerra convencional, guerra de desgaste y una dimensión tecnológica sin precedentes. El análisis de conversaciones entre expertos, como el profesor Phillips O’Brien de la Universidad de St. Andrews y el analista ucraniano Mikola Bereskov, permite comprender mejor las dinámicas actuales del campo de batalla, las respuestas adaptativas de Ucrania, así como los dilemas estratégicos de Europa y Occidente frente a un escenario cada vez más complejo. Este artículo examina las principales dimensiones del conflicto en 2025: el estancamiento en el frente terrestre, el papel decisivo de los sistemas no tripulados, la evolución de la guerra aérea estratégica, la moral ucraniana frente a la presión rusa y el debate sobre el rol de los aliados internacionales.

El frente terrestre: avances mínimos y guerra de desgaste
En términos estrictamente militares, los últimos meses han demostrado que, pese a los intentos rusos de romper las defensas ucranianas, no se han producido avances estratégicos significativos. Rusia ha logrado pequeñas ganancias territoriales en sectores localizados, particularmente en Donetsk, pero estas se consideran marginales en la historia de campañas militares. Desde el punto de vista operacional, no ha existido ningún “punto de quiebre” que comprometa la estabilidad de la defensa ucraniana.
Una de las razones principales de este estancamiento reside en la evolución de las tácticas ucranianas frente al uso masivo de vehículos aéreos no tripulados (UAV). Las Fuerzas Armadas de Ucrania han adoptado un modelo de defensa que evita la concentración masiva de tropas en la primera línea, ya que la proliferación de drones de reconocimiento y ataque convierte cualquier aglomeración de soldados en un blanco inmediato. Esto explica por qué Rusia logra infiltraciones locales: Ucrania opta deliberadamente por posiciones defensivas menos pobladas, priorizando la preservación de su capital humano frente a ataques mecanizados o de artillería.
El resultado es una dinámica de “guerra de desgaste” en la cual Rusia sacrifica grandes cantidades de infantería en ataques de infiltración a pequeña escala —grupos de dos o tres soldados—, mientras Ucrania responde con sistemas de artillería, drones y rotaciones controladas. La incapacidad rusa para explotar estas infiltraciones con medios mecanizados más pesados refleja tanto limitaciones logísticas como la eficacia de la estrategia defensiva ucraniana. El episodio de Dobropilia ilustra esta tensión: un avance ruso inicial fue rápidamente neutralizado gracias a la movilización de brigadas mecanizadas ucranianas, demostrando la resiliencia del sistema defensivo.

Innovación tecnológica y el papel de los drones
El rasgo más distintivo del conflicto actual es la centralidad de los UAV en todos los niveles de la guerra. Según testimonios de comandantes de brigada, la base de la defensa ucraniana depende de operadores de drones capaces de realizar reconocimiento, ataques de precisión, minado a distancia e incluso tareas logísticas. La importancia de estas plataformas ha obligado a Rusia a desarrollar tácticas específicas para detectar y neutralizar operadores de UAV mediante triangulación de señales y ataques a antenas de comunicación.
Iniciativas como el proyecto “Drone Fall” de la organización ucraniana Come Back Alive han permitido derribar más de 3.000 drones rusos en menos de un año, lo que refleja el esfuerzo de la sociedad civil en la defensa tecnológica del país. Al mismo tiempo, la adaptación rusa hacia el uso de micro-unidades de infantería demuestra que el campo de batalla es un espacio de constante innovación y contra-innovación. En este sentido, el conflicto se asemeja a un laboratorio bélico donde la capacidad de adaptación tecnológica determina la supervivencia.

Los F-16 y la movilidad de la fuerza aérea ucraniana
Otro avance clave ha sido el esfuerzo por integrar cazas occidentales, particularmente los F-16. El desafío inicial residía en la infraestructura: los F-16 requieren pistas y bases aéreas sofisticadas que serían objetivos prioritarios para los misiles rusos. Sin embargo, proyectos como el “Project 61” han permitido diseñar unidades móviles de mando y control que dotan a los F-16 de mayor flexibilidad operativa, reduciendo su dependencia de aeródromos fijos. Este enfoque, denominado “agile combat employment” o empleo ágil del combate, refleja cómo Ucrania ha logrado transformar limitaciones en oportunidades, adaptando plataformas occidentales a su propio contexto estratégico.
La capacidad de Ucrania para operar sistemas avanzados en condiciones adversas desmiente la narrativa inicial de que el país no estaría en condiciones de manejar armamento complejo. Por el contrario, en algunos casos ha demostrado operar de manera más eficiente que las fuerzas armadas de países desarrollados.

La guerra aérea estratégica y el “rango extendido”
A medida que el frente terrestre permanece relativamente estático, la guerra aérea estratégica ha adquirido protagonismo. Desde 2024, Rusia intensificó sus ataques con UAV y misiles, alcanzando entre 5.000 y 6.000 aparatos lanzados por mes en 2025. Estas ofensivas, que combinan drones kamikaze, misiles de crucero y señuelos, buscan saturar las defensas aéreas ucranianas y desgastar la moral civil mediante ataques a infraestructuras energéticas.
La respuesta ucraniana ha sido igualmente significativa. En agosto de 2025, se observó un aumento de ataques contra refinerías rusas, parte de una estrategia más amplia para golpear nodos logísticos y de producción militar. El desarrollo del misil de crucero FP-5 Flamingo, con un radio de acción ampliado y un CEP (error circular probable) estimado de 14 metros, representa un salto cualitativo en la capacidad de disuasión ucraniana. Aunque su despliegue masivo aún depende de la producción industrial prevista para 2026, su mera existencia plantea un dilema a Rusia: ya no posee la ventaja exclusiva en ataques de largo alcance.
Estos ataques buscan no solo infligir daño material, sino también crear una “simetría del terror”, es decir, establecer un equilibrio disuasorio que limite la capacidad rusa de atacar infraestructura crítica ucraniana sin esperar represalias.

Moral de la sociedad ucraniana
La moral de la población ucraniana se mantiene resiliente pese a la intensidad de los ataques aéreos. La vida cotidiana en ciudades como Kyiv se ha adaptado a la rutina de refugios nocturnos y reconstrucción constante. Los ciudadanos perciben los bombardeos como parte de una campaña rusa destinada a quebrar la cohesión social, pero reconocen que aceptar las condiciones impuestas por Moscú equivaldría a la desaparición del Estado ucraniano.
Las encuestas reflejan una disposición hacia un compromiso negociado, pero no a costa de la soberanía, la seguridad ni la integridad territorial. En este sentido, la moral ucraniana depende tanto del convencimiento interno de que la resistencia es la única opción viable como del apoyo tangible de sus aliados occidentales.
Europa, Estados Unidos y el dilema del apoyo militar
El apoyo internacional constituye otro eje fundamental del conflicto. Mientras que Europa ha incrementado sus compromisos financieros y logísticos, Estados Unidos ha reducido progresivamente su implicación, particularmente bajo la administración de Donald Trump. Las restricciones estadounidenses a que Ucrania utilice armas de largo alcance con componentes norteamericanos dentro de territorio ruso limitan la efectividad de los ataques estratégicos ucranianos.
Europa, por su parte, enfrenta un dilema estructural: necesita desarrollar autonomía estratégica en defensa, pero a corto plazo depende de la adquisición de armamento estadounidense para sostener a Ucrania. Este círculo vicioso subsidia la industria militar norteamericana, impidiendo que Europa destine suficientes recursos a su propia investigación y desarrollo. La fragmentación del complejo militar-industrial europeo añade una capa de dificultad, ya que cada Estado prioriza sus intereses nacionales.
En este contexto, Ucrania percibe a Europa como un socio comprometido, aunque insuficiente, y a Estados Unidos como un aliado indispensable pero cada vez más errático. La diplomacia itinerante del presidente Volodímir Zelensky consiste en equilibrar expectativas internas y presionar a los aliados externos para que aumenten su apoyo, consciente de que la resiliencia ucraniana, por sí sola, no basta para sostener el esfuerzo bélico.

Conclusiones: una guerra de innovación y resistencia prolongada
La guerra en Ucrania en 2025 se define por una combinación de estancamiento y dinamismo. En el frente terrestre, el conflicto se estabiliza en líneas relativamente inmóviles, mientras que en el aire y en el dominio tecnológico la innovación constante redefine las reglas del juego. Los drones, tanto de reconocimiento como de ataque, han desplazado a la infantería como el actor central del combate, obligando a repensar doctrinas militares tradicionales.
Ucrania ha demostrado una notable capacidad de adaptación: desde la construcción de sistemas móviles para operar F-16 hasta el desarrollo de misiles de crucero propios. Sin embargo, su resiliencia depende de un delicado equilibrio entre la moral interna y el apoyo externo. Europa se ve obligada a asumir un rol más protagónico, mientras que Estados Unidos aparece como un socio cada vez menos confiable.
En última instancia, el conflicto revela no solo la lucha por la soberanía de Ucrania, sino también un reordenamiento del sistema internacional de seguridad, donde la innovación tecnológica, la cohesión social y la capacidad de los aliados para adaptarse determinarán no solo el desenlace en el este de Europa, sino el futuro de la guerra en el siglo XXI.