Lecciones del poder aéreo en el conflicto de Ucrania: Desafíos y tácticas para la superioridad aérea
- Fernando Báez
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Este artículo ha sido redactado a título personal y su contenido es de exclusiva responsabilidad del autor.
Por el vicecomodoro Fernando Báez – Fuerza Aérea Argentina
Hace más de tres años comenzó uno de los conflictos modernos más violentos y prolongados desde la Segunda Guerra Mundial: la guerra entre Ucrania y Rusia. Si bien se trata de un enfrentamiento con antecedentes, fue a partir del inicio de la denominada “Operación Especial”, en febrero de 2022, que el conflicto escaló hacia una guerra abierta entre dos estados fuertes respaldados por grandes potencias, con consecuencias devastadoras tanto en pérdidas humanas como materiales.
Este conflicto, mayormente convencional, ha reavivado un debate dentro de los círculos de estudio militar: el enfrentamiento entre estados dotados de fuerzas armadas organizadas, entrenadas y equipadas para operar de forma coordinada en ambiente multidominio. Esta forma de guerra, que pensadores contemporáneos como Martin van Creveld consideraban prácticamente relegadas al pasado desde 1945, salvo contadas excepciones, ha retomado un lugar central en el análisis militar contemporáneo.
En este contexto, el presente artículo tiene por objeto reivindicar el rol del componente aéreo en un ambiente donde la proliferación de drones, con diversas características, ha ocupado el centro de la escena, generando la impresión de que pueden reemplazarlo. Sin embargo, los hechos demuestran que, si bien los drones son herramientas sumamente útiles y revolucionarias, no pueden, al menos todavía, sustituir las capacidades decisivas del poder aéreo tripulado.
Introducción
Desde el inicio de la campaña, el empleo del poder aéreo quedó en gran medida relegado a un segundo plano. Rusia, que contaba con aproximadamente 350 aeronaves disponibles para apoyar la operación, se vio imposibilitada de actuar de forma decisiva debido a la eficacia de las defensas antiaéreas ucranianas y a su limitada capacidad para enfrentarlas mediante operaciones aéreas complejas respaldadas por tácticas efectivas y capacidades adecuadas de guerra electrónica. Más sobre este tema puede consultarse en el artículo de David A. Deptula y Christopher J. Bowie, The Significance of Air Superiority: The Ukraine-Russia War, publicado por el Mitchell Institute en julio de 2024, donde se analizan las razones tácticas, doctrinarias y operativas detrás del fracaso ruso para obtener superioridad aérea y sus implicancias en el estancamiento del conflicto
Por su parte, Ucrania no contaba inicialmente con los medios necesarios para imponerse en el aire frente a un adversario con ventajas claras en el combate más allá del alcance visual. No obstante, más de tres años después, la recepción de cazas F-16, Mirage 2000-5 y otras aeronaves con capacidad de alerta temprana y comando y control (C2) podría modificar ese escenario, al mejorar significativamente su capacidad de combate aéreo.
Este avance, sumado al desgaste acumulado de la aviación rusa —como advierte el informe The Russian Air Force Is Hollowing Itself Out (RAND, 2024)—, podría ofrecer a Ucrania oportunidades para lograr superioridad aérea, siempre que consiga también neutralizar las defensas antiaéreas enemigas, que siguen siendo un obstáculo difícil de afectar.
El auge de los drones
En el presente análisis, el término “dron” se emplea de forma amplia para referirse a sistemas aéreos no tripulados (UAS, por sus siglas en inglés), abarcando tanto aeronaves reutilizables como municiones merodeadoras u “one-way attack” (OWA). Estos últimos, a diferencia de los UAV convencionales, están diseñados para impactar el objetivo y destruirse en el proceso. Cabe señalar que este artículo no pretende realizar un análisis minucioso de la clasificación de los UAS, sino emplear la denominación “dron” con un criterio funcional para describir su papel en el conflicto. Siguiendo la clasificación de la OTAN, el texto se centrará en UAS Clase I y OWA, que incluyen desde cuadricópteros tipo FPV (First Person View) empleados a nivel táctico, hasta plataformas de mayor autonomía y capacidad de carga, como los Lancet o Shahed-136.
Bajo esta definición, el conflicto en Ucrania se ha convertido en un escenario donde estos sistemas han adquirido un protagonismo sin precedentes, pasando de ser simples medios de reconocimiento a verdaderas armas de precisión. Su evolución es vertiginosa, superando tanto la capacidad de adaptación de los adversarios como la velocidad con la que se desarrollan las contramedidas. Son económicos, pequeños y pueden operar en enjambres que saturan las defensas enemigas o dispersos, lo que hace que sean muy difíciles de detectar y derribar. Además, muy importante, su pérdida no implica bajas humanas. Según sus características, tienen la capacidad de atacar tanto en la línea de contacto como a cientos de kilómetros dentro del dispositivo enemigo, con cargas explosivas que varían desde una simple granada hasta decenas de kilogramos.

A pesar de sus prestaciones, también presentan debilidades. En particular, las cargas explosivas de los drones no suelen ser significativas. Por esta razón, han demostrado ser sumamente efectivos principalmente contra objetivos “blandos”, como refinerías, o recientemente, contra aeronaves estratégicas estacionadas en tierra durante la brillante operación Spider Web.
Aunque resultan útiles para ejecutar tareas puntuales o generar atrición, los drones no constituyen el medio más adecuado cuando se busca afectar extensas porciones del territorio enemigo o atacar donde las fuerzas adversarias se encuentran aferradas o concentradas. Si bien pueden infligir múltiples y continuos golpes que provocan desgaste, desarticular grandes unidades de combate, como exige la guerra convencional, requiere un volumen y un poder de fuego que sólo puede ser proporcionado por el poder aéreo tradicional.
Consecuencias de la ausencia de superioridad aérea
La guerra en Ucrania se desarrolla en un entorno altamente contestado, caracterizado por una negación del espacio aéreo (air denial). Este fenómeno, vinculado al concepto de A2/AD (Anti-Access/Area Denial), implica que ambos bandos intentan impedir que el adversario utilice el espacio aéreo con libertad. Tanto Rusia como Ucrania disponen de sistemas integrados y redundantes de defensa antiaérea, lo que limita la acción de las aeronaves enemigas sobre el territorio controlado.
El caso de las defensas antiaéreas ucranianas resulta particularmente interesante, ya que no solo lograron sobrevivir al intento inicial de ser neutralizadas por la aviación rusa, sino que además han desarrollado tácticas efectivas e ingeniosas que integran sistemas de la era soviética con tecnologías occidentales más modernas. Incluso han empleado estos recursos con fines ofensivos, pese a que, por su naturaleza, no fueron diseñados para tal propósito. Emboscadas antiaéreas que han logrado dañar o derribar aeronaves de alto valor operacional son prueba de ello. A modo de ejemplo, pueden mencionarse el inédito derribo de una aeronave de alerta temprana A-50 Mainstay y de un bombardero estratégico Tupolev Tu-22M3 Backfire, ambos mientras operaban sobre territorios bajo control de la Federación Rusa.
Como consecuencia de la efectividad de las defensas antiaéreas, ninguna de las partes ha logrado establecer superioridad aérea, lo que ha contribuido al estancamiento del frente en muchos sectores o a que los avances se produzcan de forma lenta, costosa y sangrienta. La maniobra terrestre, donde recae el esfuerzo principal de esta guerra en particular, se ve restringida: los asaltos son rápidamente detectados por la densa presencia de drones, detenidos por campos minados y destruidos por artillería, misiles y drones, antes de alcanzar sus objetivos. La situación se asemeja a una versión moderna de la guerra de trincheras de la Gran Guerra.
Frente a esta realidad, ambos bandos han recurrido al empleo de bombas planeadoras para atacar objetivos que resultan inaccesibles para aeronaves tripuladas operando desde posiciones alejadas del frente. Rusia ha llevado la delantera en esta táctica, adaptando bombas de propósito general con kits de planeo y guiado. Esto le ha permitido atacar el frente con relativa seguridad y una profundidad aproximada de hasta 40 km, concentrando en determinadas posiciones un volumen explosivo capaz de demoler las defensas ucranianas y facilitar avances. Tal fue el caso de la toma de Avdiivka (feb, 2023), donde el uso de este tipo de armamento contribuyó a quebrar la resistencia defensiva.

No obstante, esta táctica es limitada al entorno inmediato del frente y responde a la designación de objetivos previamente identificados. La capacidad de proporcionar apoyo de fuego aéreo cercano a las tropas aferradas en combate sigue siendo una debilidad mutua. Esta acción requiere un posicionamiento próximo al frente, que facilite la identificación tanto del enemigo como de las fuerzas propias. Esta falencia es cubierta por la artillería de campaña, que ofrece volumen de fuego, pero menor precisión, o por drones tácticos, que, aunque precisos, poseen cargas explosivas reducidas. También, con una efectividad muy cuestionada, aeronaves Su-25 y modernos helicópteros Mi-28, Ka-52, entre otros, lanzan salvas de cohetes en modo balístico partiendo de un vuelo a muy baja altura, buscando batir zonas de concentración de fuerzas enemigas. Lejos de lograr efectos, esta táctica demuestra en gran medida la ausencia de un poder aéreo contundente, preciso y oportuno para apoyar a las fuerzas empeñadas en el combate.
Por último, aunque las bombas planeadoras amplían el alcance de ataque, su uso sigue limitado a una profundidad de aproximadamente 40 km, lo cual, si bien es significativo, deja fuera de su alcance a objetivos de valor operacional como fuerzas de reserva, nodos logísticos y centros de C2. Incluso, si las armas antiaéreas son adelantadas hacia el frente, la profundidad efectiva desde la cual pueden lanzarse estas bombas puede ser aún menor, lo que restringe aún más sus capacidades.
La vigencia del poder aéreo
Tal como postuló Robert A. Pape en su obra Bombing to Win, existen distintas formas de emplear el poder aéreo, siendo la más efectiva la estrategia de denegación: atacar directamente a las fuerzas enemigas para impedir que alcancen sus objetivos militares y facilitar a las propias alcanzarlos.
Las guerras convencionales obligan a concentrar medios para generar efectos decisivos sobre el adversario; así es como suelen operar los ejércitos en este tipo de contextos. Sin embargo, lo que por un lado representa una fortaleza, también constituye una debilidad: esas concentraciones se convierten en blancos rentables para ataques aéreos. Para poder alcanzarlos desde el aire, es indispensable suprimir o destruir las defensas antiaéreas enemigas (SEAD/DEAD). En el caso del conflicto en Ucrania, por diversas razones, ninguno de los participantes ha logrado degradar dichas defensas lo suficiente como para otorgar seguridad a su componente aéreo.
Históricamente, accionar contra las defensas antiaéreas y abrir el paso a los medios aéreos ha requerido el dominio del espectro electromagnético, el cual constituye la columna vertebral de cualquier sistema integrado de defensa antiaérea (IADS, por sus siglas en inglés). Además, se requieren medios tecnológicos y tácticas que no suelen estar al alcance de fuerzas aéreas con recursos limitados, como por ejemplo misiles antirradiación, equipos de interferencia o incluso aeronaves furtivas. De hecho, muy pocos países cuentan con las capacidades necesarias para este tipo de misiones, que a diferencia de otras operaciones donde se busca evitar el contacto con las armas enemigas, consisten precisamente en ir en su búsqueda para neutralizarlas.
A modo de referencia, la USAF creó durante la Guerra de Vietnam escuadrones aéreos Wild Weasel, específicamente concebidos para llevar a cabo misiones SEAD/DEAD, enfrentando de forma deliberada las defensas antiaéreas enemigas.
En este contexto, la revolución tecnológica impulsada por los drones podría resultar especialmente útil, desempeñando un rol clave como herramienta en operaciones SEAD/DEAD, abriendo corredores seguros para que los cazabombarderos puedan operar con mayor libertad en apoyo a las fuerzas en superficie, creando condiciones para lograr la superioridad aérea local.
Existen sólidas evidencias que demuestran la capacidad de los drones para favorecer la operación del componente aéreo. Tal como se destaca en el artículo “Ukrainian SEAD Operations: Lessons for Western SOF” (Irregular Warfare Initiative, 2024), Ucrania y Rusia han integrado exitosamente drones y otros medios en misiones SEAD, demostrando su efectividad, en coordinación con inteligencia y fuerzas especiales. Si bien el evento más significativo y reciente respecto al empleo de drones ha sido la destrucción de medios aéreos estratégicos rusos en tierra, ubicados en bases muy alejadas del teatro de operaciones, estas acciones representan un impacto concreto: niegan al enemigo el uso de sus aeronaves y degradan su capacidad ofensiva. Sin embargo, el desafío no consiste únicamente en negar la superioridad aérea del adversario, sino también en obtener la propia. Esto exige, además de combatir eficazmente contra los medios aéreos enemigos, también neutralizar sus defensas antiaéreas. Si bien los drones ofrecen capacidades que hasta hace poco solo estaban al alcance de algunas potencias, no se debe caer en el error de pensar que, por sí mismos, son suficientes para neutralizar las defensas del enemigo. La tarea sigue requiriendo un profundo entendimiento del espectro electromagnético y la capacidad de operar eficazmente a través de él, con el fin de identificar, ubicar y explotar las vulnerabilidades de los sistemas de defensa aérea y sus sensores asociados. Tal dominio, combinado con el empleo de drones y otras capacidades vinculadas con el apoyo de inteligencia artificial, abren nuevas posibilidades operacionales que deben ser exploradas y, eventualmente, desarrolladas dentro de una doctrina y una estructura de medios que los integre eficazmente.

En síntesis, afectar un sistema integrado de defensa antiaérea exige un compromiso a nivel operacional que priorice esta tarea de forma conjunta dentro del plan de campaña. Su neutralización, a través de tácticas que contemplen el uso de drones, demanda un nivel de coordinación y planificación comparable, o incluso superior, al de la operación Spider Web, dado que se trata de un sistema redundante, disperso, con múltiples capas y desplegado en profundidad. No obstante, lograr su degradación podría ofrecer una ventaja decisiva, al generar espacios que permitan al poder aéreo operar con mayor libertad en apoyo a la maniobra terrestre, aspecto fundamental en conflictos donde la necesidad de ocupar y defender territorios es determinante.

Conclusión
La guerra en Ucrania demuestra que, a pesar del protagonismo de los drones, el poder aéreo tradicional sigue siendo esencial para lograr efectos decisivos en el campo de batalla. Los sistemas no tripulados han aportado tácticas valiosas, pero no reemplazan la capacidad de generar superioridad aérea ni de desarticular grandes fuerzas enemigas.
La falta de control del espacio aéreo ha favorecido un escenario de air denial, limitando la maniobra terrestre y forzando el uso intensivo de drones y artillería. Sin embargo, la aviación tripulada posee el alcance, volumen de fuego y precisión necesarios para operar en profundidad y alterar el curso de una campaña convencional que se caracteriza por el altísimo desgaste de las fuerzas que intervienen.
En este contexto, los drones deben verse como un complemento, no un sustituto. Integrarlos eficazmente requerirá desarrollo doctrinario, tecnológico y operativo, pero la necesidad de un poder aéreo robusto, coordinado y ofensivo sigue plenamente vigente.