Muchas veces se plantea que disponer de unas Fuerzas Armadas bien equipadas y entrenadas es innecesario si no estamos en guerra o no hay un riesgo de que ésta ocurra inminente. Sin embargo, la razón de ser del aparato militar no es ir a la guerra, sino evitarla. Y no solo un conflicto total, sino que debe entenderse que éstas, junto a las Fuerzas de Seguridad, conforman el sistema cuyo objetivo es brindarle seguridad a los ciudadanos y sus intereses, preservando su vida, su libertad y sus bienes. Una publicidad de los militares noruegos lanzada en 2018 era clara en este sentido, al preguntar qué es lo que se espera que pase al invertir en defensa y entrenar a los militares constantemente: con ello solo se espera que no pase nada. De la misma manera que un banco tiene el personal de seguridad aun cuando no esté siendo asaltado, su función es, justamente, que en el banco no pase nada.
Pero, además, la razón de ser de las Fuerzas Armadas va mucho más allá de la necesidad de disuadir a otros estados u organizaciones de dañar los intereses de la población, sino también, como dijo el ex Ministro de Defensa de Brasil, Nelson Jobim, la capacidad de defensa es lo que permite “poder decir que no cuando haya que decir que no”. En ese sentido, la defensa es un pilar fundamental de la política exterior de los países y lo ha sido siempre a lo largo de la historia, no solo como factor de disuasión, sino a la hora de negociar acuerdos económicos.
Una nación que puede proteger los intereses de la gente y de quienes quieran invertir en ella, es una nación más atractiva para hacer negocios y eso potencia la economía. Como ejemplo, Suiza se ha mantenido neutral en todos los últimos conflictos, mantiene unas Fuerzas Armadas con una gran capacidad y servicio militar obligatorio. En Suecia ocurre algo similar, poseyendo el país una de las industrias de defensa más desarrolladas del mundo, a pesar de que tampoco participan de ningún conflicto. Pero en ambos países entendieron que, si pueden defender su territorio y darle seguridad a los bienes que allí están, la gente va a confiar en dejar su dinero allí, sea en cuentas bancarias o en inversiones productivas.
En el caso particular de la Argentina, la fuerte presencia militar británica en Malvinas no tiene otra razón de ser que la disuasión, que no es más que la demostración de la resolución que tienen de defender las islas ante un intento de recuperación de la soberanía argentina por la vía de las armas. No debe olvidarse que en 1833 las islas fueron ocupadas militarmente y que fue la capacidad militar de Gran Bretaña lo que disuadió a la Argentina a volver a ejercer la soberanía hasta 1982, cuando equivocadamente se decidió recuperarlas sin tener en cuenta la capacidad de respuesta británica ni su decisión de usar el aparato militar como única vía diplomática ante un conflicto de este tipo. Y es la capacidad de defensa de ellos la que le impide a la Argentina recuperar su soberanía y poder brindar los permisos de pesca y explotación petrolera, entre otras cosas, en un territorio que nos pertenece.
Si bien hoy los conflictos convencionales son muy pocos y de alcance limitado, en el mundo proliferan los no convencionales, que incluyen la guerra asimétrica (terrorismo y guerrillas), el crimen organizado transnacional y la ciberguerra.
Si bien el terrorismo hoy pareciera alejado del país, no hay que olvidar que la Argentina fue blanco de dos ataques terroristas en 1992 y 1994, que en suma dejaron más de un centenar de muertos y una gran cantidad de heridos.
Por su lado, el crimen organizado ha venido creciendo en tamaño, poder de fuego y estructura en los últimos tiempos, además de que ha mutado mucho en cuanto a su manera de trabajar, pasando de estructuras rígidas y piramidales (el capo mafioso y su banda) a organizaciones flexibles, más horizontales, especializadas en una parte del negocio ilegal, que forman parte de una red de organizaciones.
A esto se suma que organizaciones terroristas se han aliado o comparten negocios con grupos criminales como una manera de financiarse, lo que dificulta definir cuándo una organización es puramente terrorista y cuando son delincuentes comunes.
La revolución en el comercio internacional y la tecnología les ha permitido además hacerse cada vez más de armas poderosas y adelantos que les facilitan mucho su operación, volviendo más difícil combatirlas. Crisis humanitarias y la pobreza en muchos países a la vez les facilita mano de obra.
Finalmente, tenemos la ciberguerra, el escenario más nuevo de todos, donde es muy difícil, a veces hasta imposible, determinar quién es el adversario o el autor de un ataque, lo que dificulta, desde lo legal, saber quién deberá combatirlo, hasta no saber si la acción proviene de un actor civil interno o externo, si es otro estado quien lo está promoviendo, o una mezcla entre éstos. El daño que se puede alcanzar hoy con un ciberataque puede ser catastrófico para una nación, ya que puede dañar o destruir los sistemas informáticos de empresas, organismos públicos, centrales nucleares, generar accidentes, etc.
A estas acciones, puramente de seguridad y defensa, se suman otras cuestiones fundamentales, ya que son las Fuerzas Armadas las únicas organizaciones del estado con los medios para asistir a la población ante emergencias a gran escala, gracias a que muchos de sus medios son de uso dual (militar y civil) y a que su organización y estructura les permite asistir a una gran cantidad de gente en situaciones difíciles. Además, se suman cuestiones como el apoyo a las actividades antárticas y el mantenimiento de la presencia en dicho territorio, donde, nuevamente, son la única organización estatal con la capacidad para hacerlo.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es que a nivel global la industria de defensa ha sido uno de los pilares del desarrollo tecnológico, desde la medicina hasta la carrera espacial. Es difícil cuantificar los beneficios que aporta a un país la inversión en industria para la defensa y cuánto de ese desarrollo se termina volcando al sector privado, pero hoy muchísimas de las tecnologías que usamos a diario nacieron de la industria bélica, como por ejemplo internet.
Pero, más allá de todas estas razones, la existencia de una política de defensa refleja que se cuenta con un proyecto de país, con una definición clara de hacia dónde quiere llegar la nación y da una pauta de la determinación del estado de defender a quienes viven o invierten en él.
Aunque la Argentina no participe activamente de ningún conflicto, las potencias toman en cuenta la capacidad militar de los estados a la hora de negociar alianzas, tanto militares como económicas.
En una situación de crisis como la actual, es fácil plantear que hoy no se puede pensar en planes a largo plazo en cuestiones como la defensa, sino en resolver lo urgente, pero esto no nos debe tapar lo fundamental en una nación. Si no se piensa la nación estratégicamente a largo plazo, las crisis se seguirán repitiendo y nunca se terminarán de resolver los problemas. Si se quiere que la Argentina alguna vez pueda ocupar el lugar destacado en el mundo que debería tener, por su tamaño, la riqueza de su tierra y la capacidad de su gente, es fundamental pensar en reforzar todos los pilares que sostendrían esa posición, entre los cuales la defensa es fundamental.
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