Rusia aumenta su apoyo a Maduro
- Ignacio Montes de Oca
- hace 2 horas
- 15 Min. de lectura

Por Ignacio Montes de Oca
Cuando todos creían que Maduro estaba aislado, apareció Putin para respaldarlo. El 28 de octubre llegó a Venezuela el segundo avión de la empresa rusa Aviacon Zitotrans con pertrechos militares y quizás personal militar. Vamos a analizar el rol de Rusia en esta crisis.
El aterrizaje del IL 76 de Zitotrans con una escala previa en La Habana fue el segundo tras el arribo de un vuelo similar el 28 de octubre. La empresa basada en el enclave de Ekaterimburgo pertenece al empresario Leonid Savelyev vinculado al FSB, el servicio secreto ruso. Es la misma empresa que opera con el grupo mercenario Wagner. Sus vuelos trasladaron a 400 miembros de esa empresa a Venezuela en 2019 en plena crisis por la “Operación Libertad” contra Maduro y en julio de 2024, para reforzar la represión en los días previos al fraude electoral. Vale mencionar que los aviones de Zitotrans son las que abastecen de armas rusas y con fondos de los Emiratos Árabes Unidos a las Fuerzas de Acción Rápida de Hemedti en Sudán a través del aeropuerto de Bosaso en la región rebelde somalí de Puntlandia. Todo se conecta.
Al mismo tiempo, la Duma, el parlamento ruso, confirmó por orden de Putin el Tratado de Asociación Estratégica firmado en mayo con el chavismo. A partir de su entrada en vigor y por 10 años permitirá ampliar la cooperación militar y servirá para acelerar los envíos de armas. El acuerdo fue firmado en mayo, pero Putin decidió informar a Trump que iba a respaldar a Maduro al hacerlo entrar en vigor. Esta decisión es clave porque le da a Venezuela algunas herramientas para hacer frente a un ataque de los EEUU y un respaldo político en un momento crucial.
En sus protocolos se incluye el intercambio de información de inteligencia y pone a disposición de Caracas el sistema satelital GLONASS ruso. Hasta ahora el chavismo carecía de medios para saber que sucede más allá de unos kilómetros de su costa y de un sistema de alerta tempana. Los 24 satélites del GLONASS junto al sistema Resurs P, Lotos S1 y los satélites Kosmos y Luch pueden darles información en tiempo real de la flota de EEUU, detectar lanzamientos de misiles, recopilar información de inteligencia y servir para guiar misiles con mayor precisión.

Con la ayuda rusa tiene un tiempo de advertencia y capacidad para saber de los movimientos de la flota y en las instalaciones de EEUU. Rusia aporta además la base de inteligencia electrónica de Cerro Mokorón en Nicaragua inaugurada en 2017 en la zona de Laguna de Nejapa. Opera además otra instalación en Bejucal, Cuba. La estación fue cerrada en 2002 y reabierta en 2014 y modernizada con apoyo de Rusia y China. En julio de 2025, el director del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, Sergei Naryshkin, visitó la isla para negociar su ampliación.

Rusia reforzó en octubre su personal militar a Venezuela para activar la instalación de rastreo electrónico en Paramacay y vigilar la base de EEUU en Roosevelt Roads, Puerto Rico. También en Manzanares, en Isla La Orchila y en Apure, en donde opera un contingente ruso desde 2022.

El pacto permite también el traspaso de tecnología militar. Maduro podrá contar con las mejoras para los drones Sucre 200 de diseño iraní que produce desde 2009 e incorporar las mejoras introducidas por Rusia a partir de la experiencia obtenida en los ataques a Ucrania.
No es la primera vez que Putin sale en defensa de Maduro. En julio de 2024, cuando crecía la controversia por la proscripción a los candidatos opositores y se avisaba de un fraude electoral, Rusia organizó una gira de una flota militar que paso por Cuba y recaló en Venezuela. La flota estaba integrada por el submarino nuclear Kazan armado con Kalibr y la fragata Almirante Gorshkov equipada con misiles hipersónicos. En esos días, el Kremlin hizo circular el rumor que podría desplegar misiles Oreshnik en Venezuela para presionar a favor del chavismo.

El 23 de octubre, mientras se ratificaba el acuerdo ruso venezolano y aterrizaban los aviones de Zitotrans, Maduro mencionó la existencia de 5.000 misiles antiaéreos portátiles Igla en manos de las fuerzas chavistas. Aquí es donde lo militar comienza a confluir con lo político. El Igla enviado a Venezuela es la versión “S” (o SA24 en le nomenclatura de la OTAN) con un alcance de 6 km o 3.500 metros de altura y está diseñado para combatir helicópteros, aeronaves y drones que vuelan a baja altura. Requiere un mínimo de entrenamiento para lanzarlo. El problema no es su efectividad, sino su cantidad y la posibilidad de representar un riesgo para las acciones aerotransportadas que pudiera están planeando Trump. Asociado a ello, la posibilidad de causar bajas en los atacantes con sus consecuencias políticas evidentes en EEUU.

Ese es un punto crucial porque no se trata de impedir, sino de obstaculizar y hacer que el precio de una acción contra el chavismo tenga un coste político inadmisible. Este no es un factor menor con las elecciones de medio término de los EEUU a menos de un año de distancia. Ese cálculo influye en la medida de lo que hará Trump para evitar una derrota política futura. Es decir, si pondrá hombres en el terreno o solo drones y misiles a sabiendas de los diferentes resultados que lograría con uno y otro tipo de opción. E incluso si finalmente hará algo. La ecuación es sencilla. Cuanto más tarde y más le cueste a EEUU terminar con el chavismo peores serán las perspectivas para Trump. Además, la Ley de Guerra le da 60 días para acabar la tarea y otros 30 para retirarse. Si debe seguir, debe pedirle permiso a un Congreso esquivo.
Los demócratas se oponen a una guerra en Venezuela. Pero también hay republicanos que quieren evitar que EEUU se involucre en una batalla sin final a la vista. Esa fue una promesa de campaña y ver a las tropas de EEUU empantanadas en un Vietnam caribeño va en sentido contrario.
De algún modo, Putin le está devolviendo a los EEUU lo sucedido en las semanas previas a la invasión a Ucrania. Así como Ucrania recibió los Javelin y los MANPADS para frenar a los helicópteros rusos en Hostomel y a las columnas blindadas en Kiev, Rusia quiere repetir escenarios. Se trata de aumentar el riesgo que deberá afrontar los EEUU y dilatar el tiempo para completar los objetivos. La clave está en garantizar una resistencia que vaya más allá de los 60 días, independientemente de la “extracción” o eliminación de Maduro y otros popes de la dictadura.

Para abonar esa idea vamos a otra noticia. Luego de 20 años de espera, Rusia abrió por fin la fábrica CAVIM de fusiles AK 103 en Maracay, Aragua. El timing es perfecto porque desde allí saldrán también 70 millones de municiones anuales para alargar la guerra contra los EEUU. Un misil Tomahawk alcanza para cerrar la línea de producción de Maracay cuya apertura estuvo postergada desde 2006, cuando se acordó que la rusa Rostec comenzara a operarla luego de la firma de un acuerdo entre Chávez y Putin. El mensaje de Moscú es “podemos alargar la crisis”. Putin avisa que está dispuesto a darle los medios al chavismo para prolongar una batalla con medios militares básicos. Sabe que Trump ordenó salir de Iraq y Afganistán horrorizado por una guerra interna que no se resolvía con armas avanzadas, sino con infantería en el terreno.
La tecnología tiene buena prensa, pero las bajas las aporta la infantería, que es la que toma el control real sobre un territorio. Sin importar si se busca el cambio de régimen o frenar a los carteles, no se puede lograr un cambio de la realidad desde la consola de un bunker en Texas.
Trump sabe que la eliminación de figuras prominentes tampoco resuelve el fondo del asunto. Cuando ordenó liquidar a Soleimani en enero de 2020 con un dron, no consiguió afectar al régimen de los ayatolas en Irán. El Cartel de Sinaloa sigue a pesar de la prisión del Chapo Guzmán. También que las imágenes de las bolsas negras regresando a los EEUU puede ser tan devastadora como una guerra civil con soldados norteamericanos envueltos en una pelea interminable. Esa es la apuesta de Maduro y Putin, más allá de las coreografías verbales. Las milicias bolivarianas causan gracia con sus problemas odontológicos, gerontológicos y nutricionales. También las fuerzas armadas dedicadas más a reprimir y traficar que a prepararse para ser una fuerza de combate efectiva. Sin embargo, no hay que subestimar su potencial.

Hay una cuestión matemática y es que, de acuerdo con los números de las actas reales, el chavismo recibió 3,3 millones de votos. Suponiendo que la mitad lo haya hecho por conveniencia o temor, aún queda un número importante de partidarios de la dictadura en el terreno. Se le debe sumar unos 200.000 efectivos de las fuerzas armadas y de seguridad. Salvo que haya una rebelión, y aun así una proporción ya está demasiado comprometida por su participación en la represión o en las actividades marginales del Cartel de los Soles para pasarse de bando. Para eso hacen falta tantas armas como las que van a producirse en CAVIM y los Igla distribuidos de apuro y que probablemente sean más numerosos gracias a los aviones de Zitatrans. Se trata de darle tiempo y capacidad de obstaculizar los objetivos de los EEUU en Venezuela.

Allí entran también los mercenarios de Wagner, que además de ser la guardia pretoriana de Maduro, sirven como refuerzo de entrenamiento para las fuerzas bolivarianas. Todo aporta para servir de estorbo a los propósitos de Trump o para hacerle reevaluar sus planes en Venezuela. Pero también le sirven a Putin para negociar. En la medida que frustran una parte de los planes de Trump le dan una plataforma para obtener réditos en caso de querer conversar sobre su grado de apoyo al chavismo. De eso se trata también porque además Putin tiene algo por perder. La petrolera estatal rusa Rosfnet tiene participación en cinco empresas mixtas con la también estatal, pero venezolana, PDVSA (Petromiranda, Petrovictoria, Petroperijá, Boquerón, Petromonagas) y procesa 105.000 barriles diario de crudo por un valor de U$S 67 millones mensuales.
Gazprom, también controlada por el Kremlin, comparte desde 2023 proyectos de gas en la Faja del Orinoco, de plataformas off shore con PDVSA y por medio de Gazprombank financia la prospección y extracción de minerales por parte de compañías rusas en el Arco del Orinoco.
Rusoro Mining es la empresa rusa que opera en los yacimientos de oro en Las Cristinas y Brisas en el Arco del Orinoco. Allí comparte la explotación con empresas chinas. Quienes le proveen de seguridad son precisamente los voluntarios de Wagner y otras compañías de seguridad rusas.
Trump se entera de que Putin está dispuesto enfrentarlo en Venezuela. Hubiese bastado que no envíe los aviones, que el acuerdo estratégico de mayo siguiera sin ser ratificado o que la fábrica de municiones siguiese inactiva como en las últimas dos décadas para decir lo contrario. Aquí es donde ese apoyo condujo a Trump a una trampa política. La presión sobre Maduro en el Caribe podría funcionar si el chavismo se sintiera aislado. Pero con el respaldo ruso y las medidas tomadas por Putin para favorecerlos hay cambios sutiles en el panorama.
Si esa presión iba a conducir a un derrumbe interno del chavismo o a una rebelión, es probable que la intervención de Rusia tenga un efecto aliviador respecto a la presión de Washington. El hecho de sugerir un Vietnam tiene que cambiar los planes elaborados por Trump. Es aquí donde entra el factor personal y en los objetivos del presidente de EEUU. Partamos de la meta que se fijó Trump respecto al Premio Nobel de la Paz. Atacar Venezuela, involucrarse en una lucha larga o iniciar una guerra civil son la receta contraria para obtenerlo en 2026.

El comité de Noruega que lo entrega viene de premiar a María Corina Machado por sus esfuerzos para devolverle a Venezuela la democracia por medios “pacíficos” y esa es otra línea de demarcación que Trump no puede manejar. Es entonces donde la jugada de Putin tiene aún más sentido. Con gestos mínimos Putin le creó a Trump un predicamento. Ya no se trata solo de llevar a Maduro a una corte de los EEUU o a un crematorio. Tiene que terminar con el chavismo de un modo categórico y sin extender las acciones en el tiempo. Rusia busca arruinar esos planes.
Con la muerte de Hugo Chávez quedó claro que la desaparición del líder no termina con la dictadura. Los negocios marginales y la posibilidad de una represalia si pierden el poder funcionan como estímulos para resistir la entrega del poder. La ayuda de Putin, como anabólico. Bombardear con misiles a los palacios, bases y narco instalaciones puede ser insuficiente acabar con las cabezas de la dictadura o para asegurar el fin del problema. Por eso María Corina Machado insiste en reclamar un compromiso en el terreno para terminar con el chavismo.

La flota de EEUU es una imagen poderosa y sus misiles y drones una maravilla de la tecnología y la precisión. Pero la devastación no asegura el propósito político. Con apoyo externo suficiente, puede ser incluso un potenciador de la resistencia por la vía del nacionalismo desatado.
Es por eso que el plan aprobado por Trump debe asegurarse al mismo tiempo un cambio de régimen, que evite una guerra crónica, con o sin EEUU, cumplir sus deseos noruegos y además respetar los plazos de la ley de Guerra y los condicionantes de las elecciones de medio término.
Es un dilema para Trump: Si no ataca, entonces deberá asumir el coste político de un movimiento militar ampuloso pero infértil; pero si ataca debe llegar a un objetivo demostrable pero no sabe si es posible hacerlo en un plazo de tiempo aceptable y sin bajas excesivas.
Si Putin busca generar imágenes que amenacen la reputación de Trump, nada mejor que desplegar una densidad de armas suficiente para hacerle repensar ese costo de una acción militar. Allí los S300 o los Su-30 tienen un valor relativo. La guerra de guerrillas no los necesita. Esa es precisamente la apuesta de Maduro y hacia donde apuntan los recursos militares y de inteligencia que le provee Putin. El tiempo de advertencia suficiente tiene tanto valor como la guardia personal que le envió en forma de mercenarios del grupo Wagner, inmunes a rebeliones.
Hay que recordar que desde que Prigozhin cayó literalmente en desgracia el 23 de agosto de 2023, Wagner es controlado por el Kremlin y que su presencia en Venezuela responde a una línea directa del Kremlin tanto como la presencia de las empresas de armas Rostec o Rosoboronexport. Putin también controla la Duma, que aprobó el acuerdo de cooperación estratégica, la flota rusa que visitó Venezuela en julio de 2024 y los vuelos de Zitotrans. Por lo tanto, se puede descartar cualquier abandono de Rusia a sus aliados chavistas frente a las amenazas de EEUU.
Putin le avisó que Venezuela es parte de su señorío. Y que en caso de quererla va a tener que negociar o pagar un coste, que puede ser más elevado si la operación convierte al águila en un halcón negro caído y Trump es arrastrado a una guerra tan larga como la de Ucrania.
Putin también obtiene una ganancia inmediata ante su público interno en tiempos de problemas energéticos y hartazgo ante la guerra. Nada mejor para la narrativa rusa y sus elucubraciones de potencia neo zarista que mostrar su fuerza al otro lado del globo. El refuerzo ordenado por Putin, que le permite presentarse como parte interesada, cuestionar la viabilidad de una acción militar y conservar su presencia y la de sus empresas en Venezuela con alguna fórmula que haga que puedan seguir operando en el mismo ecosistema que Chevron.
China también entra dentro de ese cálculo porque tiene aún más inversiones involucradas con el chavismo. Ya advirtió, en coordinación con Moscú, que considera inadmisible la "interferencia externa”. Por eso Xi Jinping intenta negociar una salida política que evite un ataque.

Queda un último factor. Si la flota es un ejercicio de bullying y Trump no está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias para no perder el Premio Nobel que ya recibió Obama, es previsible que sigamos viendo una guerra psicológica y una costosa operación antinarcóticos. Descifrar a Trump no es una tarea que puedan hacer Maduro, Diosdado o Padrino López. Carecen de la inteligencia necesaria para hacerlo, en todos los sentidos posibles del término. Pero Putin tiene esa capacidad y lo viene demostrando con suficiencia desde hace casi un año. Esa habilidad es central porque desarticularía el juego de amenazas y la guerra psicológica desarrollada por el ala dura de la Casa Blanca encabezada por Marco Rubio. Saber hasta dónde está dispuesto a llegar Trump o cuáles son sus objetivos puntuales son el insumo político clave.
Desde julio, hace cuatro meses, vemos buques, aviones y tropas de EEUU que se van acumulando en el Caribe. Incluso se espera la llegada del portaviones USS Gerald Ford que se suponía ya debía haber arribado a la zona y aun navega a velocidad de selfie cerca de Malta. Todo indica que habrá una acción militar. Nadie mueve tanto poderío ni gasta tantos recursos solo para acabar con unas lanchas que bien podrían haber sido destruidas con un dron basado en una de las bases ya existentes. Tanta demostración debe tener un sentido práctico. Si el objetivo es forzar un cambio de régimen sin llegar a las armas, es un escenario muy diferente al de una invasión, pero también distinto al de un bombardeo solo sobre instalaciones usadas para el narcotráfico. Por eso es tan importante conocer los planes de Trump.
Ese es el aporte fundamental de Moscú a Caracas. De allí el chavismo puede trazar sus planes inmediatos. De cada escenario depende el nivel real de preparación militar y el grado de violencia política que van a desplegar. O si deben llamar a Grenell o enviar mensajes a Rubio.
Además, Edmundo González sigue siendo un presidente en el exilio que no figura en el libro de visitas del Salón Oval. Ese es otro indicio que pone en tela de juicio el peso de la democratización dentro de los planes de Trump. El presidente legítimo venezolano sigue esperando. Esto a su vez pone en duda que el objetivo sea necesariamente un cambio de régimen. Si se logra ponerles un freno a los envíos hacia los EEUU es viable pensar en una convivencia, forzada, pero posible al fin. De ser un amante de la democracia, Trump no tendría emires en su ducha. Dentro de esas especulaciones están los deseos de Trump como presidente, pero también sus aspiraciones personales, que tienen una entidad similar a la hora de la toma de decisiones. Y también sus necesidades políticas, porque al final de cuentas sigue dependiendo del voto.
En el instante en que Trump inicie un ataque en Venezuela es posible que su nombre sea borrado de la lista noruega, salvo que logre erradicar a la dictadura de un modo incruento para el pueblo venezolano y también para sus propios votantes, que pesan aún más en su consideración.
Ese factor depende de lo que suceda a 10.000 km de Caracas. La tegua en Gaza es el argumento principal para que Trump reclame el Nobel junto a la idea de haber frenado ocho guerras, sin contar los combates fronterizos entre Albania y Malasia, por supuesto. Pero si la tregua es destrozada en Medio Oriente, perdido por perdido puede que Trump abandone la cama con John y Yoko y decida vestirse de guerrero. Algo está sugiriendo en sus amenazas a Hamas y al gobierno nigeriano. O con la orden de reiniciar las pruebas nucleares. También tiene que ver el manoseo de glúteos que le hace Putin y que en Alaska alcanzó proporciones de amasado. Ahora Putin se le pone enfrente en Venezuela e interrumpe sus planes de sacar a Maduro mediante el bullying y la demostración de fuerza. Alguna vez tiene que reaccionar.

Pero Trump tampoco quiere llegar a las elecciones de 2027 con una guerra irresuelta e impedido de regresarle a Venezuela un millón de inmigrantes ilegales e ilegalizados por la caída del parole humanitario. Putin sabe que la ira de Trump podría reanudar la ayuda de EEUU a Ucrania. Ese es un riesgo mayor, pero también una oportunidad, porque una guerra prolongada consumiría recursos que se restarían en el escenario europeo, aunque sean pagados por otros. Los Tomahawk que pide Ucrania son los mismos que podrían usarse contra el Cartel de los Soles.
El espejo ucraniano se repite. Si EEUU le sigue dando información de inteligencia a Ucrania ¿Por qué no lo haría Rusia con Venezuela? ¿Tomahawk por Oreshnik? Para Putin es una tentación enorme el negociar que el Mar Caribe no se convierta en uno Negro para Trump. China no envió armas pese al pedido de Caracas. Pero tampoco debe hacer mucho más que seguir financiando al chavismo con la compra de petróleo y sus inversiones. También le conviene a sus planes sobre Taiwán que una acción de EEUU en Venezuela se empantane.
Con un esfuerzo mínimo -una votación, un par de aviones y datos de inteligencia – Putin se posiciona para negociar con Trump para que no repita el error que cometió él mismo en Ucrania. Todo lo dicho por el presidente de EEUU sobre esa guerra puede volverse en su contra. A fin de cuentas, el poderío de EEUU está puesto a prueba y la irrupción de Putin cambió los términos de la ecuación. Trump debe resolver el dilema pronto o sentarse con Putin para ver qué hace con Maduro, el chavismo y con sus promesas electorales. Y con Ucrania, también.

Lo que está en juego para la Casa Blanca no es poco, más allá de Trump. Hablamos de su relación con Rusia, de su capacidad para proyectar su potencia militar en el hemisferio propio, de la lucha contra las drogas y hasta qué punto el aislacionismo tiene un sentido práctico. Queda claro que las 250 toneladas de cocaína que trafica el Cartel de los Soles a los EEUU, pero también a Europa, son apenas un capítulo introductorio en la gran película de la batalla de Trump contra las drogas. Sin el chavismo, el 92% del tráfico de cocaína seguirá intacto.
Si inicia en Venezuela deberá seguir con otros países productores y de tránsito para hacer efectiva su promesa de acabar con el flujo de drogas a los EEUU. Esto incluye a México, Colombia y casi todas las naciones de América Central y el Caribe por donde pasan sus rutas.
La extensión del desafío le da a la desmesura del despliegue militar una proporción más adecuada. Pero advierte que por un lado debe haber acciones efectivas para ser creíbles, pero por el otro que Venezuela es solo una escala y que no puede empantanarse en esa primera fase. En tanto, todos los días hay más novedades de despliegues ostentosos y discretos de unos y otros. Hallar una salida al entuerto que se está armando a medida que pasan las semanas se está convirtiendo en algo tan difícil como hallar una igla (aguja en ruso) en un pajar.
