Trump y Erdogán llegan hacen un reparto de roles que excluye a Netanyahu. La respuesta de Israel puede ser devastadora en Gaza
- Ignacio Montes de Oca
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Por Ignacio Montes de Oca
Trump y Erdogan tuvieron una conversación telefónica que puede indicar hacia donde se dirige la política de Medio Oriente y hasta donde puede verse condicionado Israel en sus planes para el futuro inmediato. Analicemos lo que surge de este mensaje. En el comunicado de Trump difundido en la red TruthSocial hay un indicio claro: el temario incluyó las cuestiones de Siria, Gaza y Ucrania. De este modo, el presidente de EEUU habilitó a Turquía como actor determinante en los tres frentes de conflicto. Erdogan logró ser validado por Trump en Siria, en donde Israel continúa actuando como promotor de los rebeldes drusos en el sur. Hasta hoy Netanyahu había desautorizado el rol turco. Ahora deberá admitir que injerencia tras la habilitación de EEUU.
Lo mismo sucede con Ucrania. Al borde de fracasar la mediación entre Ucrania y Rusia, Trump parece haberle cedido el turno a Turquía para intentar una salida al conflicto “europeo”, en el cual Erdogan quiere intervenir como árbitro desde febrero de 2022. Erdogan tiene ventajas cruciales con Trump. Maneja el paso del Bósforo que es una llave para que Rusia aproveche el Mar Negro y también ya tomó una posición que le facilita ser aceptado por Ucrania: sostiene que la integridad territorial de Ucrania no se negocia. En Medio Oriente, Erdogan se ha convertido en el defensor de los palestinos contra la injerencia iraní. Como en Siria, recibe el apoyo de las monarquías petroleras sunitas para desplazar la yihad promovida por Teherán y establecer un nuevo modelo político. Ese modelo implica negociar salidas políticas con apoyo financiero de los petrodólares, que Trump también busca aprovechar. Los sauditas han prometido U$S 600.000 millones a la economía de EEUU. Erdogan fue siempre un mercader político astuto.

El presidente turco participa en un esquema más amplio que incluye a Turquía como un actor significativo, pero no exclusivo. Cuando Arabia Saudita medió en las negociaciones entre Rusia y Ucrania, y Omán entre Estados Unidos e Irán, se concibió una nueva configuración de poder. Qatar, un aliado tradicional de Turquía, parece haber superado sus diferencias con sauditas, emiratíes y los países seculares como Egipto. Poco notaron como los países de la región comenzaron a coordinar sus políticas exteriores e involucrarse como conjunto ante los conflictos. Tanto en los conflictos de Siria y Palestina, como en la exportación de gas, la fijación del precio del crudo o la negociación con Europa por los flujos migratorios, una entidad sunita está coordinando sus respuestas ante otros centros de poder con creciente eficacia.
Turquía, en su condición de puente entre Asia y Europa, con su ansiedad neo otomana intacta y como miembro de la OTAN, cobra cada vez más protagonismo en esa entente sunita. La habilitación de Trump suena a admisión de ese rol y es coherente con su propio retiro estratégico.
Para Israel la habilitación de Turquía es una pésima noticia en todo sentido. Si Trump era considerado afín a Israel, Erdogan es, sin disimulos, afín a los palestinos y anfitrión de Hamas. Darle entidad anula todos los intentos israelíes para alejarlo de la cuestión palestina. Puede que esto sea interpretado como una nueva deserción de Trump. La fábula de la ocupación de Gaza por EEUU y la limpieza étnica para construir un resort cargado de dorado, colores pastel y rostros del líder, fue un aviso. Israel siempre consideró Gaza como asunto propio. Trump también hizo un cambio de rumbo al enviar a Adam Boehler a negociar con Hamas la liberación de los rehenes o a Witcoff a hacer lo mismo con Irán por la cuestión nuclear, excluyendo a Israel en ambos casos. Netanyahu ya está perdiendo la paciencia con el contorsionismo.

En Gaza y en el ataque a Irán, Trump le pidió -o le ordenó según se quiera ver- que frene sus ímpetus militares para darle espacio en su rol de pacificador. Israel ya vio cómo pasaron más de cien días sin que la situación haya cambiado a su favor en los frentes de conflicto. Por el contrario, la caída de un misil hutí cerca del aeropuerto Ben Gurión el sábado pasado y la ola de incendios intencionales en Israel demostró que la solución de los bombardeos no es eficaz y que la cabeza de la hidra sigue intacta, negociando para ganar tiempo.
En ese contexto, Israel anunció una nueva movilización de reservistas para una futura ofensiva sobre Hamas en Gaza. La operación ya recibió el nombre de “Carros de Gedeón” y buscará otra vez obtener una derrota definitiva del grupo terrorista. Si se lee en un marco más amplio, el anuncio de un ataque definitivo en Gaza busca quebrar el inmovilismo político en el que se sumió Israel desde la llegada al poder de Trump. Se suponía que el fin de la era Biden iba a terminar con esa clase de condicionantes desde EEUU. Para la ofensiva se movilizarían unos 70.000 reservistas, que serán destinados a reemplazar tropas más veteranas desplegadas en Cisjordania. De esto se desprende que no se prevén grandes enfrentamientos en el este palestino y hay motivos para ello. Abu Abbas, el jefe de la Autoridad Palestina que gobierna con su partido Fatah las zonas palestinas en Cisjordania, emitió una condena contra Hamas en lo que pareciera ser un acople al esfuerzo militar israelí en Gaza. O, en todo caso, la búsqueda de aprovechar una oportunidad.
La idea de una limpieza étnica en Gaza ya fue descartada y Fatah sabe que alguna fuerza política deberá reemplazar a Hamas. El desmantelamiento de ese grupo político terrorista le abre la posibilidad de controlar también Gaza. Cuenta con el apoyo de los países árabes para lograrlo. De todos modos, también deberá contar con el acuerdo de Israel porque el ministro Smotrich ya avisó que el plan militar incluye la ocupación permanente de partes de Gaza y la creación de zonas deshabitadas en la frontera israelí para prevenir otro 7 de octubre. Además, Israel notificó que la ONU ya no será admitida en Gaza y que la asistencia humanitaria entrante será administrada por empresas israelíes con la supervisión de su ejército. También se prevé un traslado forzado de los gazatíes a zonas designadas por Israel en Gaza.

El plan israelí es atacar las zonas donde se concentran los refugiados de Gaza, las milicias de Hamas y los 59 rehenes cautivos. Se realizará tras la gira de Trump por Medio Oriente del 13 al 16 de mayo que incluiría a Israel, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita.
El anuncio de Israel tiene el formato de una advertencia: si la gira de Trump y las negociaciones que tendrán lugar en sus encuentros con líderes regionales no conducen a la liberación de los rehenes, se dará la orden para lanzar una ofensiva contundente en Gaza.
Trump quiere recuperar el rol de componedor entre Israel y los árabes como en su primera presidencia y vender armas. Pero esta vez las coronas petroleras tienen una agenda diferente. Tras la Cumbre del 25 de febrero para tratar el futuro de Gaza, hay un tema urgente sobre la mesa. Por más que Trump quiera evadir el tema, Arabia Saudita pidió que en las conversaciones se excluya el tema de la normalización de las relaciones con Israel. La situación en Gaza está ocupando un lugar mayor al del regreso a los Pactos de Abraham que Trump quiere revivir. Esa preocupación tiene origen en la situación actual en Gaza. Para Netanyahu y sus partidarios, el 7 de octubre fue el origen del desastre. Sin embargo, los indicios de hambruna y la posible matanza por una ofensiva israelí afectan a otras audiencias y líderes extranjeros.
Con el 90% de la población desplazada, sin acceso a energía ni servicios sanitarios adecuados, atención médica insuficiente y al menos 11 ejecuciones atribuidas a Hamas durante la búsqueda de alimentos, la presión internacional ha aumentado considerablemente. Esta situación fue parte de la conversación entre Erdogan y Trump.
Desde octubre de 2023, se estima que las muertes en Gaza superan los 50.000. El bloqueo total de Israel desde el 2 de marzo y el corte de energía han empeorado la situación civil. Las imágenes de devastación y escasez de alimentos están afectando la posición del gobierno de Netanyahu. Las críticas a Israel afectan los planes de Trump para presentarse como mediador y explican tanto el aparente alejamiento con Netanyahu como el anuncio unilateral de una ofensiva en Gaza y la habilitación de Erdogan como nuevo actor dentro de la trama.
Los líderes de Estados Unidos e Israel difieren en su enfoque hacia Irán. Trump prefiere negociar para limitar su programa nuclear, mientras que Netanyahu quiere eliminarlo completamente. En reuniones en Omán, Trump propuso un acuerdo para monitorear el uso pacífico del programa. Esta postura componedora de Trump contrasta con las amenazas de campaña de un ataque militar para impedir que los ayatolas anuncien que tenían armas nucleares. Netanyahu estaba tan feliz con esa postura como lo está ahora desencantado con la nueva política de Trump.
Aunque la reunión de Roma fracasó cuando la comitiva iraní no apareció en la cita, luego el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi dijo que “Si el objetivo de Washington en las negociaciones es evitar que adquiramos armas nucleares, entonces un acuerdo es posible”. Teherán persigue el objetivo de evitar un ataque de EEUU a sabiendas que uno de Israel no podría lograr alcanzar las instalaciones clave de su programa nuclear y que un veto norteamericano puede conjurarlo con idéntica eficacia. Netanyahu, también lo sabe. El otro objetivo de Irán es que se relajen las sanciones en su contra. Para ello cuenta con el apoyo de los países sunitas que ahora están acercándose a Irán chiita con el objetivo de lograr que limite su agresividad y la de sus proxies por la vía política.
No se trata de pacifismo. Un conflicto en Irán podría afectar el comercio de hidrocarburos. Participar en un ataque podría generar una respuesta iraní sobre sus refinerías y petroleros. Una fuga nuclear en una central dañada podría provocar daños significativos en la región. Pero más allá de la influencia sobre el precio del petróleo o los ingresos de los que dependen todos estos países, el efecto de la respuesta israelí al 7 de octubre es considerado como una desproporción por la mayoría de los líderes del mundo islámico de la región. Existe la posibilidad de que una crisis humanitaria en Gaza y el avance de Israel fuera de sus fronteras generen un enemigo común entre chiitas y sunitas, reduciendo las diferencias entre ellos. La superioridad militar conseguida por Israel puede tener implicaciones políticas.

El ver cómo se alinean tantos países y factores en su contra puede haber influido para que Netanyahu ordenase una ofensiva final sobre Gaza que expresa al mismo tiempo un grado de hastío con los tiempos y maniobras de Trump y ante las críticas externas. Pero también Netanyahu debe resolver la cuestión de los rehenes y de la existencia de Hamas en Gaza de una manera definitiva por motivos internos. Ya lleva más de 200 días de promesas fallidas. Si quiere revalidar su liderazgo, debe darles un cierre a ambas cuestiones.
Una ofensiva en las áreas de Gaza que aún no están bajo control israelí puede poner en peligro la supervivencia de los rehenes. Por otro lado, no llevar a cabo dicha ofensiva no soluciona el problema y las negociaciones para liberar a los rehenes están estancadas. Por eso la presión contra Netanyahu también viene de los familiares de los rehenes, que se convirtieron en una fuerza política poderosa que cuestiona desde el 7 de octubre el enfoque del gobierno del Likud y los llamados militaristas de sus aliados de la extrema derecha nacionalista. Acusan a Netanyahu de priorizar los objetivos militares y prolongar la guerra por motivos políticos personales y partidistas, descuidando la liberación de los cautivos en Gaza para evitar cuestionamientos de sus aliados que lo sostienen en el cargo.
El plan de Netanyahu para Gaza tiene otros detractores. El jefe del Estado Mayor israelí, Eyal Zamir, advirtió que la operación podría poner en peligro la vida de los rehenes. Ese aviso tiene que ver con la constancia de sectores que reclaman pensar estrategias no militares. De los 147 rehenes tomados en octubre que recuperaron su libertad vivos, 105 lo lograron por medio de negociaciones, 34 en intercambios de prisioneros y 8 por medio de la fuerza militar. Otros 74 fueron asesinados durante su cautiverio o en intentos de rescate. El temor de los familiares es el destino de los que quedan vivos de los 59 rehenes restantes y que una ofensiva total sobre lo que resta de Gaza los empuje a un destino trágico antes de poder ser rescatados. Es improbable que Netanyahu puede salir indemne de ese escenario.
Hay otros desafíos frente a una ofensiva total. Las imágenes de la devastación una vez resuelta la amenaza de Hamas obligarán a un proceso de reconstrucción del cual Israel deberá hacerse cargo si decidiera permanecer como potencia ocupante o anexar ese territorio. Los países árabes ofrecieron U$S 53.000 millones para reconstruir Gaza. Israel deberá permitir que esos fondos lleguen o encontrar una manera de apoyar a los habitantes de Gaza después de la ofensiva. Alguien deberá pagar la factura por la devastación o la catástrofe será total. Israel ha gastado aproximadamente U$S 67.000 millones entre octubre de 2024 y enero de 2025 en los frentes de Gaza, Líbano, Yemen, Siria, Irán y Cisjordania. Esta suma representa una parte significativa de su presupuesto anual central de U$S 206.500 millones, especialmente considerando la posibilidad de que la violencia se prolongue.
Mientras tanto es previsible que el conflicto siga de todos modos porque dos millones de gazatíes confinados bajo control militar, con muchas armas disponibles aun y viviendo en condiciones de miseria y devastación, son el caldo de cultivo para la insurgencia con o sin Hamas. El problema del “día después” luego de lograda la erradicación de Hamas es un tema que aún no se ha examinado de manera profunda. Controlar a dos millones de gazatíes en esas condiciones requiere de un despliegue militar permanente y costoso en dinero y vidas.

Desde octubre de 2024, murieron aproximadamente 844 soldados israelíes en Gaza, incluyendo los que fueron asesinados el 7 de octubre. Esta cifra es más alta que los 654 soldados caídos durante la Invasión al Líbano de 1982 en un periodo de tres años. Una ofensiva completa como la que se prevé incrementará esa cifra, y una ocupación militar en condiciones extremas para los residentes de Gaza, en un contexto de desplazamientos, probablemente llevará a un aumento de ese número, independientemente del futuro de Hamas.
Luego hay que considerar otros frente, Netanyahu afirmó que las tropas no se retirarán del Líbano debido a la amenaza de Hezbollah. Aunque el jefe del ejército libanés instó a las facciones rebeldes a entregar sus armas, el grupo proiraní es demasiado poderoso para acatarlo. Netanyahu ha intensificado las tensiones en Siria apoyando a los drusos separatistas y extendiendo la ocupación de los Altos del Golán. En Cisjordania, se espera ver si la situación empeora con el posible anuncio de anexión por parte de Smotrich. Aun cuando Israel no se apropie de esa zona a la que llama Judea y Samaria, la anunciada ampliación de las colonias judías para 2025 podría tener un efecto similar y extender la insurgencia. O generar más apoyos a esa violencia al hacer desaparecer de hecho a Palestina.
Esto nos devuelve a la conversación entre Trump y Erdogan. El elevar al líder turco vuelve al primer plano la cuestión palestina y la necesidad de resolver su status, o al menos plantear un plan alternativo a la rebelión crónica contra la presencia de Israel. Esa demanda es apoyada por los países árabes que se encolumnaron detrás de Erdogan. Tanto consenso parece haber influido en la decisión de Trump para darle al líder turco una voz respaldada por las coronas petroleras sunitas de la región a expensas de su alianza con Israel. Israel debe responder militarmente para mantener su estatus como principal potencia regional. Una ofensiva en Gaza es necesaria para resolver la cuestión de los rehenes y el desafío de Hamas. Netanyahu solo confía en las armas al verse en creciente soledad. Ahora entra en escena Erdogan invitado por Trump e Israel deberá recalcular todo su esquema que hasta hace poco se basaba en un respaldo irrestricto de los EEUU. Una ofensiva en Gaza tiene sentido, pero también las consecuencias lógicas que va a provocar.