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Una sensación distinta, la de volar al atardecer

Por Luis Briatore*


Al “atardecer” se lo conoce como la hora dorada y la hora azul, o también, como la hora mágica.

Diversos nombres que surgen al observar la tonalidad de la luz que encapsula todo el paisaje. Lapso en que percibimos un toque distintivo en el ambiente que nos circunda.

Si tenemos la fortuna de encontrarnos en el aire en medio de esta postal, confirmaremos lo expresado. Nos terminaremos de convencer que realmente es una hora mágica, y que el disfrute que implica volar comenzará de una manera totalmente diferente.

Al coincidir la puesta del sol con la permanencia en el cielo, tendremos la certeza de que el más pesado que el aire navegará en un mar de aceite, dentro de una masa de aire extremadamente calma, situación adornada con un paisaje de ensueño.

En esos pocos minutos el cielo adquiere diferentes tonalidades, frías o azules en la hora azul, y cálidas o doradas en la hora dorada.

Con la nariz bien arriba, en un ascenso sostenido, podremos prolongar por unos minutos más este hermoso espectáculo.

Son instantes en que sucede algo mágico. Mientras en la superficie de la tierra llegó la oscuridad total y ya no se distingue ningún detalle orográfico, a medida que ascendemos, apuntando a un sol que quiere esconderse, prolongamos la agonía de un apacible atardecer, lo hacemos mediante un veloz avance de una flecha voladora que apunta a un horizonte todavía en llamas.



Son momentos indescriptibles, acompañados de unos matices que desaparecerán en poco tiempo, cuando se esconda la última pisca de sol y dé lugar a la prolongada oscuridad de la noche.

Además de un paisaje diferente, el comportamiento atmosférico presenta cambios que nos agradan y favorecen al mismo tiempo. Ante la ausencia del sol, la masa de aire se convierte en estable, haciendo más placentero y suave aún el vuelo.

Este fenómeno, que no es mágico sino atmosférico, surge ante la ausencia de radiación solar. A partir del horario del crepúsculo disminuyen apreciablemente los movimientos en la masa de aire, como así también en la superficie de la Madre Tierra, fenómeno que se produce al enfriarse más rápido el aire que circula sobre ella.

El resultado del contacto de los gases con el suelo frío, provoca un brusco cambio de temperatura, que a su vez genera una inversión térmica. En otras palabras, la diferencia de grados entre las capas superiores y las inferiores, que se inicia en estos horarios y perdura a lo largo de toda la noche, es tan grande, que provoca un bloqueo, el que impide la circulación del aire. Todo tipo de corriente ventosa encuentra una fuerte oposición, y se frena abruptamente, haciendo que el vuelo sea mucho más placentero ante la ausencia de cortantes indeseadas y turbulencias molestas.

En pocos minutos entraremos de lleno en la noche y, si tenemos la fortuna de que nos visite la luna, el show de hermosas sensaciones continuará.

Cuando la luna nos acompaña, el abanico de posibilidades en el aire para un inquieto piloto de caza se multiplica.



En más de una oportunidad, al mando de un avión de combate, con ayuda del satélite natural de la tierra, hemos ejercitado acrobacia en formación entre un par de aviones, y eso es gracias a la luz proporcionada por una enorme esfera, que nos regala una tenue luminosidad, para que podamos hacerlo. Otra destreza que podemos practicar en estas condiciones de luz, es aproximar a la pista a 360 Km/h al mando de un Mirage, aterrizando sin faro, o con faro y sin balizamiento, como parte de un adiestramiento que, con destreza, se desafía en forma abierta y con seguridad a la oscura noche.

Como verán, el vuelo guarda muchos secretos y sorpresas, y a medida que los vamos descubriendo, confirmamos la veracidad de las sabias palabras del famoso genio, “Leonardo da Vinci”, quien, vislumbrando un futuro, donde en algún momento el hombre llegaría a dominar una obsesión, el cielo, expresó:

“Una vez hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al cielo, porque ya has estado allí y allí deseas volver”




* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.

Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).

A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.

En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.

Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.

Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.



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