La derrota en Afganistán deja el peor resultado de la Guerra contra el terrorismo iniciada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero también deja muy debilitado no solo a Estados Unidos, sino a todas las potencias occidentales, mientras China parece ser la gran ganadora.
Por Santiago Rivas
Ayer, 11 de septiembre de 2001, se cumplió el vigésimo aniversario del peor atentado terrorista ocurrido en la historia, que generó un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos y todo el mundo occidental, que continuó hasta el desastre de la caída de Afganistán, con la caída de Kabul el pasado 15 de agosto en manos de los Talibanes, aquellos que en su momento dieron asilo a la cúpula de la organización terrorista Al Qaeda y su líder, Osama Bin Laden. 20 años pasaron y nada cambió o, más bien, nada está mejor que antes. 20 años después, occidente ha salido derrotado de la guerra contra el terrorismo, dejándole, además, el terreno liberado a la nueva potencia emergente para que ocupe ese espacio, como uno más de los que viene ocupando.
En el medio, según informa el proyecto Costs of War del Watson Institute for International and Public Affairs de la Brown University, 929.000 personas murieron, 38 millones fueron desplazadas y se gastaron unos 8 billones de dólares en la “Guerra contra el terrorismo”.
Los talibanes
Muchísimos han sido los errores que llevaron a esta derrota, que tendrá fuertes consecuencias para Estados Unidos y todo occidente. El primero de todos los errores, que occidente cometió, no solo en Afganistán, sino en muchos otros países durante los últimos 30 años fue el de intentar implantar el sistema democrático y republicano occidental en países con culturas y valores absolutamente distintos, en donde la población no estaba preparada para adoptar dicho sistema.
Acostumbrados por miles de años a sociedades verticalistas y donde el líder de turno tuvo siempre la suma del poder pueblos como el afgano no tenían, en su enorme mayoría, interés en vivir en una república democrática. Y esto se da en todas las estructuras sociales de la mayoría de los pueblos de Asia y África, donde la pobreza lleva a la población a preocuparse más por comer y sobrevivir que por cambiar el sistema de gobierno, y donde la falta de educación los lleva no solo a aceptar los mandatos que emanan desde el poder, sino a hacerlo como verdades reveladas por su religión.
Cuando Estados Unidos comenzó a apoyar a los muyahidines afganos en su lucha contra los soviéticos entre 1979 y 1988, lo hicieron principalmente a través de los servicios secretos pakistaníes (Inter-Services Intelligence, ISI) y con apoyo de Arabia Saudita. Los pakistaníes vieron que, para acabar con siglos de luchas tribales en Afganistán había que darles algo en común a todos y, así como en el siglo VII hizo Mahoma uniendo a los árabes, entendieron que la religión era la vía. Así, Arabia Saudita vio la oportunidad para extender el islamismo wahabí, creando madrasas en los campos de refugiados afganos en Pakistán. A la vez, Pakistán atrajo a extremistas islámicos a Afganistán para combatir contra los soviéticos.
Una vez retirados los soviéticos, parte de los ex combatientes muyahidines y quienes en esos años habían sido educados en el extremismo islámico de los wahabíes, conformaron los talibanes.
Cuando Estados Unidos y sus aliados ocuparon Afganistán en 2001, eliminando al gobierno talibán, nada hicieron por cambiar el sistema educativo implementado por los árabes, por lo que una gran parte de los jóvenes afganos, en lugar de ser educados con ideas que les permitan preferir un sistema democrático y republicano, donde se respete la igualdad de derechos, siguieron siendo adoctrinados con las ideas del extremismo islámico. A la vez, los gobiernos que sucedieron en Afganistán tampoco hicieron un esfuerzo por mejorar la calidad de vida al punto de que los afganos los prefieran frente a los talibanes. Por eso, apenas la presencia de Estados Unidos se fue reduciendo, el país fue quedando de nuevo en manos de los talibanes, que ya para 2020 alcanzaban a dominar casi la mitad del país. Lo llamativo es que esta incapacidad por parte de los líderes estadounidenses de comprender las sociedades locales en donde pretenden generar un cambio, se ha dado prácticamente sin excepciones en todas sus intervenciones militares, con el ejemplo más claro en Vietnam. A la vez, el apoyo a gobiernos débiles y corruptos genera instituciones débiles, incapaces de soportar el embate de insurgentes decididos y que logran captar el apoyo de la población. Aunque lo ha predicado durante décadas, el concepto de “ganar corazones y mentes” es algo que Estados Unidos jamás ha aprendido.
La experiencia de ISIS como enseñanza
En 2011, el gobierno estadounidense de Barack Obama decidió cumplir su promesa de campaña de sacar todas las tropas de Irak, dando por finalizado el conflicto iniciado en 2003 con la invasión al país para sacar del poder a Saddam Hussein. A pesar de las advertencias dentro de las Fuerzas Armadas estadounidenses de que el gobierno iraquí aún no era suficientemente fuerte para enfrentar un resurgimiento de la insurgencia en el país, Obama decidió seguir adelante y retirar todas sus tropas.
Así, lo que originalmente era al Qaeda en Irak (AQI), fundada en 2004, reemergió en 2011 y comenzó a ganar poder tanto en Irak como en la convulsionada Siria, que entraba en su interminable guerra civil. En 2013 el grupo pasó a denominarse Islamic State of Iraq and Syria (ISIS) y en junio de 2014 lanzaron una ofensiva ocupando ciudades como Mosul y Tikrit. El 29 de ese mes, su líder, Abu Bakr al Baghdadi, anunció la creación de un califato en los territorios que dominaban en Irak y Siria, donde cometían toda clase de atrocidades.
Casi cinco años, miles de muertos y miles de millones de dólares costó la guerra contra el Estado Islámico que siguió, liderada por Estados Unidos, junto a las fuerzas iraquíes y otros países aliados. Entre agosto de 2014 y septiembre de 2017 solamente, se habían gastado 14.300 millones de dólares. El gobierno iraquí y el Banco Mundial estimaron que la guerra contra ISIS generó a Irak alrededor de 45.700 millones de dólares en pérdidas.
El 27 de marzo de 2019, apenas anunciada la victoria contra ISIS, el general Joseph Votel, jefe del U.S. Central Command (a cargo de las operaciones contra dicha organización), afirmó en una entrevista del Washington Post, “Creo que la lección aprendida de esto es que realmente debemos tener mucho cuidado cuando nos alejamos de nuestros intereses, y si intentamos hacerlo demasiado rápido, ese es el costo”, y agregó la advertencia, con respecto a ISIS que “No deberíamos ver esto como una rendición”, sino más bien como un “esfuerzo deliberado para evacuar a su gente, para arriesgarse en los campamentos de refugiados internos y en las prisiones de las Fuerzas de Defensa Sirias, y tratar de exportar sus capacidades tanto como les sea posible”.
Y a modo de advertencia premonitoria de lo que pasó ahora en Afganistán, Votel afirmó “No deberíamos hacer nada para siempre. Siempre tenemos que mirar el tamaño y el compromiso y asegurarnos de que coincida con nuestro interés. Pero también debemos ser muy cautelosos si nos vamos demasiado rápido”.
Sus palabras parece que nunca fueron escuchadas por el gobierno de Joe Biden, que mantuvo el plan elaborado por Donald Trump de abandonar Afganistán en 2021. La realidad del país asiático, donde los talibanes se mantenían con mucha fuerza en el interior del país y el gobierno local era débil, dejaba ver claramente un escenario catastrófico y aconsejaba buscar una manera más progresiva de abandonar el país. La partida repentina de las últimas fuerzas estadounidenses dio la confianza a los talibanes de lanzar su planeada ofensiva final, logrando que gran parte de las fuerzas militares afganas se rindan sin combatir, en un avance arrollador que en pocos días los llevó a tomar la capital y poco después a acabar con el último foco de resistencia.
El mismo Boeing Vertol CH-46E, Bureau Number 154038, 46 años después, en 1975, aún como CH-46D, evacuando Saigón y luego en 2021 evacuando Kabul. Fue enviado por el US. Dept. of State a Afganistán en 2015, luego de que haya sido dado de baja por el US Marine Corps. En 2020 fue transferido a Red Air Transport Llc, que finalmente lo dejó abandonado en la capital afgana.
Consecuencias
La crisis desatada en Kabul el 15 de agosto recordó a todos la caída de Saigón el 30 de abril de 1975 (hasta uno de los helicópteros CH-46 Sea Knight empleado en Saigón en ese entonces también estuvo presente en Kabul, ahora en manos de Red Air Transport Llc), pero esta caída tiene mayores implicancias para Estados Unidos, occidente y el resto del mundo.
Como primer punto, demuestra, como se dijo arriba, la incapacidad de Estados Unidos de comprender cómo resolver conflictos en naciones con culturas diametralmente opuestas a la occidental. Casi todas las intervenciones militares estadounidenses dejaron en los países implicados una situación igual o peor a la inicial.
Por otro lado, la actitud de Estados Unidos de abandonar a su suerte al gobierno afgano deja la impresión de que la mayor potencia mundial no tiene problema en traicionar a quienes los apoyaron, lo que socava al extremo la confianza en ellos y su política exterior. Difícilmente en el futuro cercano algún gobierno u organización confíe su futuro en el apoyo estadounidense.
Finalmente, los grandes ganadores son, nuevamente, los chinos, que han comprendido como nadie que pueden ganar espacios y expandir su influencia aparentando ser los buenos, sin apelar a la diplomacia de la violencia, sino a la de la billetera. Como cualquier estado imperialista, China tiene poco interés en resolver las cuestiones internas de los afganos, sino en poder sumar al país como uno más en su zona de influencia y sacar a Estados Unidos de un lugar desde el cual estaban cerca de dos aliados de China: Irán y Pakistán, obteniendo el control de gran parte de Asia central y todas sus riquezas.
China, a diferencia de Estados Unidos, comprendió que la ocupación militar permite obtener el control rápido, pero sin bases sostenibles en el tiempo, ya que se logra el encono de la población local contra la potencia extranjera. Pero China piensa en el largo plazo, por lo que ganar espacios de a poco no es un problema.
Ahora, Estados Unidos ha quedado muy debilitado a nivel internacional, con una humillante y desordenada evacuación de Kabul, dejando atrás a miles de colaboradores, que quedaron a su suerte con los talibanes. En el plano interno, Biden también ha quedado debilitado, especialmente ante sus Fuerzas Armadas, mostrándose como un presidente con poco carácter y con poca capacidad para tomar decisiones, manteniendo un plan elaborado un año antes por la administración anterior, sin tener la determinación de aplicar cambios cuando el escenario mostraba que dicho plan era impracticable.
Para el mundo, este escenario plantea un retroceso más de occidente en el escenario internacional, posiblemente irreversible, con una creciente sensación de que las potencias occidentales ya no tienen, como antes, la capacidad de ser los policías del mundo y, además, que la mayor parte de la humanidad tampoco quiere que lo sean. La caída de Kabul se perfila como un punto de gran relevancia, por lo simbólico, en el declive de occidente como poder hegemónico y en el surgimiento de China como el nuevo imperio que apuesta a su imagen de “benefactora de las naciones pobres”.
La falta de líderes en occidente, en contraste con el liderazgo existente en sus dos grandes competidores, como son Rusia y China, es clave para comprender una buena parte de esta debacle. Mientras los gobiernos occidentales piensan en la corrección política y los discursos agradables para ganar una elección, Xi Jinping y Vladimir Putin, entre otros, piensan en cómo fortalecer sus estados para tener poder global y a largo plazo, sin importarles las formas, sino los objetivos.
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