Desde hace tiempo que se habla en todo el mundo de la guerra híbrida, la cual es uno de los tipos de guerra no convencional, donde se reúne la acción de un estado junto a la de organizaciones no estatales, contra otro estado. Estas organizaciones no estatales suelen ser terroristas, bandas criminales o agrupaciones políticas afines a la ideología del estado agresor. También actúan por afinidad racial, religiosa o cultural.
El primer problema con la guerra híbrida es que en general comienza por acciones que parecen ser más bien un problema de seguridad y no de defensa, cuesta identificar que hay un enemigo externo detrás de todo y, aunque los servicios de inteligencia lo identifiquen, cuesta mucho más comunicarlo, ya que a veces es muy difícil de demostrar, como para poder hacer una acusación formal.
Ese es el primer punto a favor que tienen los países u organizaciones que deciden atacar a otro estado por medio de la guerra híbrida. Su objetivo, en general, no es la ocupación de dicho país, sino la instauración de un gobierno afín a sus intereses y que responda a ellos. En general se cita al caso de los insurgentes en Ucrania, apoyados por Rusia, pero hasta ahora en América Latina se venía viendo como una hipótesis que, si bien es tenida en cuenta por los militares, no es así por los políticos.
Sin embargo, la región ha sido uno de los primeros escenarios globales en donde ocurrió este tipo de guerra, con los grupos guerrilleros apoyados por Cuba que aparecieron en toda América Latina desde los años 60, usando agrupaciones políticas, medios de comunicación, el sistema educativo y hasta la guerra de guerrillas y el terrorismo. La estrategia cubana, que debió replegarse tras la caída de la Unión Soviética, no fue totalmente dejada de lado, sino que fue mutando a la luz de la experiencia aprendida. Entendieron que la lucha armada por sí sola no alcanzaba para la toma del poder para la instauración de una dictadura, sino que era necesario primero generar en la gente una cercanía hacia sus ideas, adoctrinándola y aprovechando los innumerables errores que ha cometido la derecha en toda la región.
Pero, además, se generó un cambio importante en el objetivo de la lucha. Así como en los años 50 y 60 muchos de ellos efectivamente peleaban por mayor igualdad en el continente, muchas veces con cierta legitimidad, en aquellos países donde la izquierda pudo alcanzar el poder comenzó a ver los beneficios que éste les permitía tener y se volvieron tiranías aristocráticas, que ya no querían darle derechos ni igualdad a sus gobernados, sino que estos estén a su servicio. Los casos de los Castro en Cuba y Ortega en Nicaragua son bastante claros, a los que luego se sumó el chavismo en Venezuela. La izquierda, formada en general por sectores de clase media pero extremadamente resentidos con la sociedad, tiene como objetivo obtener los beneficios y el nivel de vida de la clase alta, pero sin alcanzarlo por medio del trabajo, sino simplemente quitándole todo a la clase alta (y luego también a la clase media y a la clase baja).
Sin el apoyo de la URSS, la llegada del chavismo al poder les permitió gozar nuevamente de la financiación para sostener su riqueza, pero luego encontraron un aliado mejor, que no depende de las oscilaciones del precio de los commodities, que además de financiación les provee los medios para desestabilizar a las sociedades y capturar estados. Ese aliado, por su lado, requería de apoyo en los gobiernos para no ser perseguidos. Estos son los narcotraficantes y el crimen organizado trasnacional.
Los gobiernos considerados de derecha en América Latina se caracterizan por una mano más dura y la persecución del delincuente, mientras que la izquierda lo justifica, sobre la base de su falta de oportunidades y que el delincuente no es malo, sino que es una víctima del sistema. En el gobierno, la derecha es menos proclive a darles espacio, a pesar de que muchos gobiernos de derecha han participado del narcotráfico y han sido extremadamente corruptos, mientras que la izquierda cada vez más los vio como aliados, generándose una simbiosis. El narcotráfico le aporta dinero a la izquierda y, en muchos casos, la fuerza de choque. La izquierda en el poder hace la vista gorda a la delincuencia o directamente forma parte de ella. O, en los casos en donde no llegan al poder, como ha sido en Colombia, la guerrilla de izquierda se ha convertido en el cartel que maneja gran parte de la droga, además de manejar otros negocios como la minería ilegal, trata de personas, tráfico de armas y animales, etc.
La estrategia que hoy manejan es clara, intentando por un lado la toma del poder a través de elecciones, aunque para eso a veces recurran a desestabilizar primero a los gobiernos que se les oponen o aprovechando las falencias de una derecha que no ha entendido los cambios en el escenario latinoamericano en los últimos 50 años.
Por otro lado, cuando no logran la toma del poder por elecciones, apuntan a distintos tipos de lucha, desde el terrorismo, como ocurre en Colombia a la desestabilización de los países, como hoy ocurre en Chile, Ecuador y Perú.
Para ello se valen en general del descontento de la población, aprovechando que la clase política ha fracasado en toda la región (y en todo occidente) para prometerle espejitos de colores a los que están enojados. En la primera década del milenio, se valieron de los altos precios de los commodities para regalar dinero, generando una falsa idea de crecimiento económico que en realidad significaba la dilapidación de los ingresos del país para mantener un statu quo. En lugar de invertir para un crecimiento sostenido en el tiempo, se entregó el dinero para que la gente consuma y así esté contenta. Era la primera parte del “pan y circo”. Y del circo se encargaron los medios de comunicación y las redes sociales, manteniendo a la sociedad entretenida al máximo y sin pensar en lo que realmente ocurría.
Frente a este panorama, toca ver lo que hoy está pasando en la región. Luego de más de quince años del nuevo milenio en que el llamado “socialismo del Siglo XXI” mantuvo el poder en la mayoría de los países, sin lograr ninguna mejora sustancial en cuanto al nivel de vida ni en reducir la desigualdad en las sociedades, a la par de crecer en corrupción, violación de los derechos y reducción de libertades, a partir de 2015 comenzó un retroceso, con la victoria de candidatos más hacia la derecha (aunque en muchos casos hicieron gobiernos de centroizquierda), especialmente en Argentina, Chile, Perú, Paraguay (país que hizo su cambio de rumbo ya en 2012), Colombia y Brasil, al tiempo que candidatos más cercanos a la izquierda en Ecuador y El Salvador se alejaron de la izquierda tradicional en sus gobiernos. A esta situación se sumó el deterioro cada vez mayor de la crisis con la dictadura chavista en Venezuela y la posibilidad cada vez más cierta de un colapso, que le significaría también al castrismo la pérdida de su financiación.
Además, el crimen organizado trasnacional encuentra en esa situación una pérdida de poder, del santuario que hoy representan estos países y de la posibilidad cierta de que gobiernos alejados del socialismo del Siglo XXI sean más duros en perseguirlos.
Así, el castrochavismo ha lanzado su ofensiva en toda la región a través de una guerra híbrida. Por un lado, apoyando de manera cada vez más abierta a la guerrilla colombiana, que luego del circo del fallido proceso de paz, ha decidido volver abiertamente a la lucha armada, que nunca abandonaron. Hoy, dicha guerrilla abiertamente se financia con la venta de droga y la minería ilegal, una buena parte de la cual sale a través de Venezuela.
Por otro lado, el castrochavismo ha apoyado a grupos locales, desde lo ideológico y económico hasta con entrenamiento y el envío de personal, en países como Ecuador y Chile, para generar las crisis que se ven en estos días. Si bien hay un componente claro de descontento social y fallas en las medidas de los respectivos gobiernos, esto ha sido usado por dichos grupos para generar el caos, de la misma manera que en la Argentina ocurrió en 1989 y 2001, cuando se usó la crisis y la ineficiencia de los gobiernos para acelerar su caída a través de un caos organizado.
La crisis en Perú también se puede relacionar a estas políticas, mientras que, en México, la actitud del gobierno en Culiacán demuestra una connivencia con el accionar del narcotráfico, desde la pésima planificación de la operación para capturar al hijo del Chapo Guzmán como la decisión final de liberarlo, dejando a los narcos el control de la capital de un estado. Mientras tanto, en Bolivia, lo sucedido en las elecciones pasadas genera muchísimas dudas, en un escrutinio por demás desprolijo y de dudoso resultado.
En la Argentina, al tiempo que esperan ganar las elecciones, no han generado grandes problemas, aunque es de prever que, en caso de perder el kirchnerismo, se vaya por la misma vía, generando el caos, como ya infructuosamente se intentó en el año 2017. La negativa por parte de Alberto Fernández a considerar al gobierno de Maduro como una dictadura, deja entrever una postura favorable hacia dicho gobierno, que es sostenida por prácticamente todo el partido que representa. Lo mismo es posible que suceda en Uruguay luego de las elecciones del domingo. A todo esto hay que sumar la actividad tanto en la Argentina como en Chile de la RAM como foco de insurgencia apelando a la causa de los pueblos originarios.
Por ahora, el escenario es el de la generación de disturbios y actos de terrorismo, excepto en Colombia y Perú, donde se ha vuelto a la lucha armada, pero los distintos modos de acción revelan que hay un objetivo: la toma del poder por todos los medios. Los políticos de izquierda con el objetivo del usufructo del estado para beneficio personal; el crimen organizado para gozar de impunidad a través de la instauración de gobiernos corruptos que debilitan a quienes deberían perseguirlos y cuyos gobernantes son parte del negocio criminal.
A esto se suma el objetivo adicional del castrochavismo, que incluye por un lado generar crisis en los países que hoy presionan para el fin de la dictadura chavista, obligándolos a enfocarse en su frente interno, mientras que a la vez buscan recuperar poder y apoyo en la región, ayudando a instalar regímenes adeptos a su doctrina. El crimen organizado, mientras, busca ganar poder en toda la región y facilitar su trabajo, lo que les permite reducir riesgos, bajar sus costos y agrandar sus organizaciones.
Lo fundamental es comprender que hoy no se trata de una guerra ideológica entre socialismo y capitalismo, sino entre un grupo de criminales y la sociedad, donde los primeros intentan la captura del estado para usarlo en beneficio propio y sin importarles el perjuicio que eso genera en la sociedad. La lucha no es entre izquierda y derecha, sino que es una lucha de valores, por las libertades y en la defensa de las instituciones republicanas y democráticas. No se trata de defender un partido u otro o un candidato, sino de determinar si se quiere vivir en una democracia o caer en una dictadura liderada por delincuentes.
La guerra híbrida ya es una realidad en toda América Latina y se está desarrollando en estos días a lo largo de todo el continente.
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