Fascismo y comunismo: Dos caras de la misma moneda
- Hernán Martínez Soler
- 30 jul
- 3 Min. de lectura

Por Hernán Martínez Soler
El comunismo no es amor, es una masa que usaremos para eliminar a nuestros enemigos
Mao Tse Tung
No discutimos con los que no están de acuerdo con nosotros, los destruimos
Benito Mussolini
En un artículo periodístico un reconocido escritor describía las características del fascismo, entre ellas, a) autoritarismo, b) populismo, c) desdén por los derechos humanos, d) paranoia, e) nacionalismo, f) rechazo a los principios liberales, g) culto al líder, h) comicios fraudulentos o con partido único, i) control de los medios y la lista puede seguir.
El fascismo surge en Italia a comienzos del siglo XX como creación occidental en oposición al liberalismo y al comunismo. En Italia se afianza y desarrolla con Benito Mussolini. En Alemania el nacional socialismo con características similares, aunque el primero se basaba en la exaltación del estado y el nacionalismo y el segundo en la superioridad racial y el antisemitismo.
La Segunda Guerra Mundial con sus horrores los encontró aliados y, al ser derrotados por la fuerza de las armas, los vencedores tomaron la decisión de eliminar la ideología de la faz de la tierra para que nunca más renaciera, cual romanos regando con sal el suelo cartaginés.
El siglo XIX vio nacer las ideas comunistas con Carl Marx en occidente, que se materializaron en 1917 en el lugar donde su autor no lo esperaba, ya que iban dirigidas a la masa proletaria de una sociedad industrial, léase la Alemania o Gran Bretaña de la época y no la Rusia agraria donde los campesinos en su concepción no eran aptos para desarrollar la revolución, lo que en el Manifiesto Comunista, en su comienzo dice :“la sociedad urbana ha rescatado a una considerable parte de la población de la idiotez de la vida rural”. Sea la traducción del alemán al inglés literal o con el significado griego original de “apartamiento de las preocupaciones públicas” lo cierto es que no estaban contemplados por el padre del comunismo, pero el experimento comunista comenzó en Rusia.
Rusia surge en 1945 como una de las potencias vencedoras, su régimen presidido por Joseph Stalin era igual o más despótico que el de los derrotados, pero la historia la escriben los vencedores y se aseguró de quedar fuera de cualquier comparación o cuestionamiento.
De ahí para acá el término fascismo quedó como sinónimo de cualquier totalitarismo execrable mientras que el término comunismo fue exento de tal tratamiento.
Las características arriba descriptas son indistinguibles de una u otra concepción del poder, Hitler pasó a la historia como la reencarnación del diablo mientras que Stalin, salvo para los que sufrieron su yugo, quedó al margen de la consideración general como tal.
Al selecto club de tiranos podemos sumar a Mao en China o a Pol Pot en Camboya, que, al igual que Stalin, ocasionaron un genocidio con sus propios pueblos con una cantidad estimada de muertos similar a los causados por la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de todo, el término “comunismo” no se utiliza como sinónimo del mal como si se usa el término “fascista”, pero los extremos se tocan, cada cual, con sus características singulares, pero con unas particularidades comunes que hacen que uno no sea mejor que el otro tal cual son las enunciadas al comienzo de este artículo.
Podríamos decir que esto se debe básicamente a tres características, una de ellas casi excluyente. Primero, el fascismo abreva en el nacionalismo, por lo tanto esto constituye una limitación para su expansión, de hecho, nunca prosperó una “internacional fascista”, ve a la paz como un estado de debilidad y decadencia contraria a la naturaleza humana donde solo los pueblos más valientes y nobles pueden triunfar. Este es un discurso que solo penetra en determinadas circunstancias y determinadas mentes. Segundo, el comunismo presenta una idea de “esperanza utópica”, un mundo de “felicidad y justicia” que, si bien se mostró que no es tal (los experimentos comunistas todos fueron genocidas) como discurso es más fácil de ser comprado que el fascista. Decía Vaclav Havel (escritor, disidente, tras la caída del régimen comunista en la revolución de Terciopelo, fue el último presidente de Checoslovaquia y primer presidente de la República Checa): “La verdadera fuerza del comunismo no era tanto la fuerza bruta, como el lenguaje con que se disfrazaba”… “es uno de los instrumentos más diabólicos del avasallamiento de los unos y embelesamiento de los otros”. El comunismo es como una religión, único depositario de la verdad y con carácter universal se muestra evangelizadora, sin reparar en los medios para lograr sus fines y una vez logrados… recomiendo la lectura de la obra de Orwell: 1984. Finalmente, la tercera y casi excluyente causa: el fascismo perdió la guerra.
Se puede enfrentar al comunismo sin ser derechista en el sentido estricto de su significado y ser de derecha sin ser fascista o enfrentar al fascismo y no ser de comunista, y ser de izquierda sin ser comunista o enfrentar a ambos, ya que son dos caras de la misma moneda en cuyo nombre se perpetraron las mayores atrocidades y en la actualidad se han desdibujado sus límites, ya que sus ad láteres, que no sufrieron su accionar, por lo general desconocen sus historias y vociferan sus consignas sin saber que en cualquiera de esos regímenes no podrían haberlo hecho y ellos mismos hubieran sido víctimas de lo que creen defender.