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Ideas sobre soluciones al conflicto por Malvinas


A 38 años del final de la guerra de Malvinas, asistimos a lo que parece ser un nuevo cambio de rumbo en la disputa, con una anuncio desde la Argentina de generar presión para que se cumpla la Resolución Nº2065 de Naciones Unidas para que ambas partes negocien la disputa por las islas. Sin embargo, la falta una política clara por parte de la Argentina para lograr la recuperación de las islas, como la intransigencia británica a acatar la Resolución Nº2065 de Naciones Unidas, solo han llevado a dilatar el conflicto. Gran Bretaña no ha ganado, en los hechos, más que mantener las islas, pero a un costo considerable que no justifica su decisión desde el punto de vista práctico, sino solamente desde el orgullo y el sentimentalismo. La Argentina, con idas y venidas, no ha logrado en ningún momento un avance en la cuestión, por cuestiones internas, pero también por orgullo y sentimentalismo. Claramente, las políticas llevadas por ambos países han fracasado. Ni siquiera los isleños, que obtuvieron gracias a la guerra el reconocimiento de ciudadanos británicos y la subvención de su modo de vida, se puede decir que sean ganadores, ya que, a pesar de la cercanía al continente, están más aislados que antes de la guerra.

En esta columna no voy a tener en cuenta los planteos intransigentes que predominan tanto en la Argentina como en el Reino Unido, donde se plantea que la otra parte acepte la totalidad de los reclamos de uno, sin dar nada a cambio. Porque la realidad es bastante distinta, nunca se logra terminar un conflicto ni ganar una negociación si no se está dispuesto a ceder algo o dar algo a cambio. Apelar a que Gran Bretaña entregue las islas a cambio de nada o que la Argentina cese en su reclamo, son planteos utópicos que no merecen el menor análisis, ya que ninguno de los dos casos se dará nunca y solo sirven para prolongar el conflicto.

Ahora, el primer punto a tener en cuenta es si a alguno o ambos países les conviene mantener el statu quo de beligerancia y tensión que existe, con altibajos, desde 1982. Si bien a muchos políticos y grupos de interés de ambos lados esta situación les conviene, creo que en general, cuando de trata de los países como totalidad, ni a la Argentina ni al Reino Unido les sirve mantener eternamente un conflicto, pero menos aún en el mundo actual. Por eso, creo que es importante empezar a pensar en ideas para buscar soluciones pragmáticas y aplicables, para terminar el conflicto definitivamente.

Por qué se necesita resolver el conflicto

Hoy vivimos una etapa de la humanidad en la que la tensión entre occidente y oriente se vuelve a acentuar, ya no tanto con Rusia, sino ahora con China, con una puja de intereses en la que, por primera vez, creo que oriente está sacando más ventaja. En ese contexto, Europa occidental sigue más ensimismada con sus problemas internos, al igual que Estados Unidos, lo que debilita las posibilidades de hacer frente a la amenaza que hoy significa China para el modo de vida occidental. A la vez, se está viendo cómo China ha empezado a cambiar una política exterior enfocada en sus cercanías para otra de alcance global. Esto no significa necesariamente que China sea un enemigo, pero hay que tener en cuenta que su visión del sistema político, económico y cultural es opuesta a la que estamos acostumbrados en occidente.

En ese escenario, si los países occidentales pretenden mantener no solo su desarrollo económico, sino cultural y político, basado en un sistema democrático y republicano con libre mercado, deberán dejar de lado muchos de sus conflictos para cerrar filas.

Ese es el primer punto que hoy deben tener en cuenta ambas naciones: la mirada de largo plazo que indique si se justifica mantener un conflicto que entorpece la necesidad de acercamiento entre países de occidente.

Se puede plantear que la Argentina no es relevante en el ámbito de la defensa, pero a eso hay que contraponer que esa irrelevancia se debe en gran parte a la presión británica para que así sea, desde el lobby interno para torpedear cualquier incremento en el presupuesto de defensa o la compra de equipos hasta fuerte la presión que ejercen a otras naciones para que no le vendan productos a la Argentina. Pero, hasta 1982, la Argentina no solo era uno de los mayores actores en la defensa latinoamericana, sino que sus Fuerzas Armadas eran bastante cercanas al Reino Unido, especialmente la Armada y la Fuerza Aérea, a la vez que eran un actor relevante en los conflictos regionales, como fue en la Crisis de los Misiles en Cuba o apoyando a Estados Unidos en la lucha contra las guerrillas en Centroamérica. También, en los vaivenes políticos y económicos argentinos, si bien causados mayormente por situaciones endógenas, también ha existido una cuota de participación externa, fogoneando uno u otro bando para generar inestabilidad. Por eso creo que la resolución del conflicto por Malvinas podría ayudar a mejorar esa situación.

Desde el punto de vista de los isleños, creo que el statu quo actual tampoco es el más adecuado y deben comprender que su pretensión de que la Argentina cese el reclamo es completamente utópica. Por otro lado, dado que no son un pueblo originario de las islas, sino que están allí luego de expulsar a los habitantes argentinos (los cuales, cuando se instalaron, hallaron a las islas deshabitadas luego de ser abandonadas por los españoles), no pueden apelar al derecho de autodeterminación. Si bien es esencial respetar sus derechos e intereses, su opinión y deseos sobre la soberanía de las islas no son determinantes, como no lo serían si una comunidad inmigrante en un país pretendiera que el lugar donde viven pase a ser soberanía de su país de origen. Aceptar la pretensión de los isleños habilitaría a que, por ejemplo, un barrio de inmigrantes en una ciudad de Europa o Estados Unidos, pueda exigir que el lugar donde viven sea soberanía de su país de origen, ya que ellos son mayoría en esa localidad y se deberían respetar sus deseos. También habilitaría a que una o más personas en un país puedan exigir independizar su propiedad de la nación en la que viven, solo apelando a su derecho de autodeterminación en el espacio donde viven. O sea, podría generar una cantidad de conflictos infinita. A la vez, la pretensión británica de respetar la autodeterminación de los pueblos se cae cuando se analiza lo que ellos hicieron en Diego García, cuando poco y nada les importaron los deseos ni los intereses ni los derechos de los isleños (que sí eran originarios) de quedarse en su tierra, de la que fueron expulsados.

Es importante, en ese sentido, que Gran Bretaña y los isleños comprendan que, si bien hoy tienen el poder para ignorar las resoluciones de las Naciones Unidas, eso no significa que el mundo reconozca su postura intransigente ni sus pretensiones. Eso hace que su posición solamente dependa de su capacidad para actuar por la fuerza. En otras palabras, no resuelve el conflicto, solo posterga su solución.

Ventajas

Ahora, hay que tener en cuenta que cualquier resolución del conflicto debe plantear ventajas para todas las partes involucradas, para que se justifique aquello que deban ceder.

Para la Argentina, la soberanía de las islas y su mar circundante es el único objetivo, por lo que alcanzar eso ya sería una ventaja suficiente. Pero, además, le permitiría volver a acercarse a las grandes potencias occidentales desde la defensa, sin las restricciones actuales. El punto está en qué puede ofrecer la Argentina a los isleños y a Gran Bretaña a cambio de ello.

Los isleños, tanto por el resentimiento creado por la guerra como por su visión negativa (y bastante justificada) de la economía y política argentina, no tienen ninguna intención de pasar a formar parte de la Argentina. Pero también hay otras realidades: Una Gran Bretaña luego del Brexit, con una economía que ha ido decayendo y un poder real en el mundo cada vez menor, empezará en un futuro a plantearse cada vez más seriamente la justificación del enorme gasto que representan las islas, especialmente si la Argentina endureciera su postura y complicara la sostenibilidad económica de las islas, o actuando contra los intereses económicos británicos en la Argentina o la región. A la vez, las islas difícilmente podrán estrechar mucho sus lazos con el resto de América Latina, ya que estos países prefieren mantener buenas relaciones con la Argentina antes que con Malvinas, tanto por las ventajas comerciales (las Malvinas, económicamente, son insignificantes) como políticas. También, una posición conflictiva puede llevar a la Argentina a aproximarse a potencias como Rusia y China, que en un mediano o largo plazo podrían apoyar abiertamente las pretensiones argentinas, no tanto por simpatía hacia la Argentina, sino para dañar a Gran Bretaña. A esto se suma que la finalización del conflicto significaría su integración con un continente que está a poca distancia de las islas, pudiendo mejorar las condiciones de la economía isleña.

Sin embargo, aceptar la posición argentina hoy es casi imposible para ellos, aunque podría ofrecérseles cierto estatus de autonomía (por ejemplo, una condición de territorio autónomo como tiene la Ciudad de Buenos Aires, u otro estatus), junto a la mantención de muchas de sus cuestiones culturales (el idioma, por ejemplo) y la posibilidad de contar con la doble ciudadanía durante el período que dure el traspaso (que podría implicar 30 o 50 años de gobierno compartido), para que el acuerdo signifique un mínimo impacto en aquello que desean mantener. Y como ventajas, la posibilidad de una integración definitiva al continente, que abarataría su costo de vida, mejoraría las oportunidades comerciales y facilitaría salir del aislamiento actual.

Para Gran Bretaña, cualquier acuerdo debería apuntar a ventajas por dos áreas: económicas y geopolíticas. En el primer aspecto, se puede pensar en acuerdos de libre mercado que brinden beneficios a sus empresas para hacer negocios en la Argentina y poder contar con ésta para facilitar sus negocios con el Mercosur. Hoy, la situación es completamente opuesta, desde el resentimiento de la población argentina por todo lo británico hasta la presión que a veces ejerce el país para dificultar los negocios británicos en la región. En tiempos en donde Gran Bretaña precisa de buscar nuevos mercados y ser competitiva, cualquier posibilidad de aumentar su influencia en occidente debería ser prioritaria, pero tampoco será sin costos.

Desde lo geopolítico, se podrían alcanzar acuerdos de cooperación en materia de defensa y seguridad, incluyendo el acceso a bases militares, la cooperación en materia de industria de defensa y la apertura del mercado argentino a la industria británica, mercado que ya no contaría con el veto de ellos, sino todo lo contrario. La capacidad de controlar los espacios antárticos, en el Atlántico Sur y alrededor del Cabo de Hornos se vería significativamente incrementada para Gran Bretaña, lo cual es una ventaja importante. No es lo mismo contar con una base militar en unas islas a poca distancia de quien las reclama (y que puede apoyar a cualquier enemigo británico que desee actuar contra sus intereses) que tener acceso a bases en un país aliado de gran superficie y sin enemigos cercanos.

Cuando se analizan los pros y los contras de cualquier acuerdo, se encuentra que, en la mayoría de los casos, los contras están dados por cuestiones emocionales o de orgullo: ninguno de los dos países quiere ceder su reclamo por un territorio por el cual se fue a la guerra y muchos hombres murieron, lo cual es lógico y justificado. Pero, mientras en la Argentina Malvinas es una causa nacional profundamente arraigada en todos los habitantes, en Gran Bretaña no lo es mucho más allá de los veteranos y aquellos ligados al ámbito de las Fuerzas Armadas, siendo, para la mayoría, solo uno de los últimos territorios de ultramar que aún poseen. Hay que tener en cuenta que, mientras duraron las negociaciones entre ambos países entre 1962 y 1982, en varias oportunidades Gran Bretaña tuvo en cuenta la posibilidad de reconocer la soberanía argentina, mientras que la Argentina jamás analizó esa posibilidad en toda la historia del conflicto.

Desde el lado argentino es importante tener en cuenta que cualquier propuesta de aceptación de la soberanía argentina debe contemplar un proceso gradual y de largo plazo (al menos 30 años) y que no se lo muestre como un triunfo de ninguna de las partes, sino como un acuerdo final que beneficie a ambos países en múltiples aspectos, mucho más allá de la cuestión de la soberanía (y que esta sea considerada solo como uno de los tantos ítems de dicho acuerdo).

No se debe olvidar que, aunque sea imposible de determinar con exactitud, el triunfalismo experimentado por la Argentina el 2 de abril de 1982 y las imágenes de la humillación de los Royal Marines rindiéndose con las manos en alto, fueron uno de los aspectos determinantes para que el gobierno británico se embarque en la aventura de recuperar las islas, porque su pueblo no estaba dispuesto a aceptar ese daño en su orgullo. Sin ese triunfalismo, tal vez habría sido otra la historia.

Pero, sobre todo, el punto de partida para cualquier salida negociada es la de buscar de qué manera esa solución signifique ventajas para todas las partes involucradas y no buscar solo ganadores y perdedores. Mientras no se empiece de esa manera, nunca se va a convencer a la otra parte a sentarse a negociar.

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