Jorge Chávez Dartnell: El peruano que conquistó los cielos y dedicó su vida a la patria
- Angie Rajkovic
- 25 sept
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Por Angie Rajkovic
El 23 de setiembre el Perú celebró el Día de la Aviación Nacional, fecha instaurada en honor a Jorge Chávez Dartnell, pionero universal de la aviación, cuya vida, sacrificio y amor profundo por el Perú lo convirtieron en un símbolo eterno que trasciende generaciones.
Nacido en París en 1887, hijo de inmigrantes peruanos, Jorge Chávez creció lejos de la tierra de sus padres, pero con un profundo sentimiento de orgullo y pertenencia a ella. Aunque vivió lejos del territorio nacional, cada vez que se presentaba como aviador en Europa proclamaba con firmeza: “Soy peruano”. Para él, volar no era solo un acto de destreza técnica, sino un homenaje constante a la patria de sus padres.
Desde muy joven se sintió fascinado por los desafíos de la aviación, una ciencia que recién nacía y que solo estaba reservada a espíritus intrépidos. Se formó como piloto en la Escuela de Vuelo de Reims, Francia, y rápidamente destacó por su valor y pericia. Su hazaña quedó inmortalizada el 23 de setiembre de 1910, cuando, con tan solo 23 años, emprendió el desafío de cruzar los Alpes en un avión Blériot XI, un aparato frágil para las alturas y temperaturas extremas. Antes de despegar desde Brig, Suiza, declaró a la prensa que aquel vuelo sería para el Perú, reafirmando que su espíritu estaba ligado profundamente a la tierra de sus raíces.
Con la bandera bicolor en su uniforme, logró atravesar las cumbres nevadas y acercarse a su destino en Domodossola, Italia. Sin embargo, al aterrizar, la fragilidad del avión cedió y se desplomó. Gravemente herido, Jorge Chávez aún alcanzó a pronunciar la frase que lo haría eterno: “Arriba siempre, arriba”. Falleció cuatro días después, el 27 de septiembre, entregando su vida al cielo y a su patria.

Su cuerpo fue trasladado al Perú y hoy descansa en un solemne mausoleo en la Base Aérea Las Palmas de la Fuerza Aérea del Perú, en Lima, donde reposa junto a su histórico avión. Pero, además, su descanso eterno está acompañado por el del Capitán FAP José Abelardo Quiñones Gonzales, héroe nacional del Perú, quien ofrendó su vida en combate, a la edad de 27 años, durante la guerra con el Ecuador en 1941.
La unión de ambos en el mismo lugar tiene un profundo significado: allí reposan los dos símbolos más grandes de la aviación nacional. Chávez, el pionero que conquistó los cielos del mundo y dedicó su vuelo al Perú, y Quiñones, el aviador que se inmoló en defensa de la patria. Uno representa el nacimiento glorioso de la aviación; el otro, la valentía suprema del sacrificio en combate.
Arriba siempre, arriba: el legado que no muere
Cada 23 de septiembre, al celebrarse el Día de la Aviación Nacional, no solo se recuerda una hazaña aeronáutica, sino también el amor a la patria de quienes decidieron volar más allá de sus propios límites. Desde la Base Aérea Las Palmas, el mausoleo donde Chávez y Quiñones descansan juntos, se alza un mensaje eterno: la grandeza del Perú se sostiene en el valor, el sacrificio y la entrega de sus hijos más nobles.
Ellos son más que héroes: son eternos guardianes del cielo peruano, faros que iluminan el camino de quienes siguen sus pasos. Jorge Chávez, con su audacia juvenil, abrió los cielos del mundo para demostrar que lo imposible era alcanzable; José Quiñones, con su entrega suprema, demostró que el deber con la patria está por encima de la propia vida.
Hoy, el Perú los contempla unidos en la eternidad. Dos alas, dos destinos, un mismo cielo: el de la patria. Chávez y Quiñones nos enseñan que volar es más que elevarse en el aire; es levantar el espíritu, es abrazar la inmensidad, es entregarse a lo más alto en nombre del Perú.
Por ello, cada vez que un avión de la Fuerza Aérea despega hacia el horizonte, cada vez que la bandera roja y blanca flamea contra el viento, allí están ellos: Chávez, con su grito inmortal de “¡Arriba siempre, arriba!”, y Quiñones, con su ejemplo de inmolación, coraje y su frase “¡El aviador llegado el momento debe ir hasta el sacrificio!”.
El Perú no los olvida, porque quienes entregan su vida por la patria jamás mueren. Siguen volando, siguen inspirando, siguen guiando. Jorge Chávez y José Quiñones son eternos, porque el cielo del Perú siempre llevará sus nombres grabados en lo más alto.
