Por Ignacio Montes de Oca
Seis días de la entrada ucraniana a Rusia La última medición indica que Ucrania controla 611 km2 de territorio ruso y que otros 337 km2 están en disputa. En total suman 948 km2. Aun no pasó una semana y la incursión se convirtió en una invasión que jaquea a Putin
Vamos a ponderar su significado a partir de la medición que hace @escortert (https://x.com/escortert), a quien recomiendo seguir. Desde enero Rusia tomó 1.122 km2 de Ucrania y unos 100 km2 en agosto. Ucrania se acerca en menos de una semana al logro de Rusia en 8 meses y medio. Ucrania no se contentó con una incursión en Kursk. Sus tropas irrumpieron en varios puntos de la frontera con el oblast ruso de Belgorod y lograron asentarse también en esas zonas. Es una victoria adicional porque sucedió luego de Kursk y las guarniciones rusas estaban avisadas. Ucrania entró en Belgorod por los pasos de Poroze, Bezimeno y Kolotlikova con diferente fortuna y logró ampliar la zona de control en otro oblast más. Pero el objetivo estratégico fue demostrar que lo de Kursk no era una acción aislada y puso a toda la frontera rusa bajo riesgo.
Ahora Kiev le avisa a Moscú que toda su frontera está en la mira y quizás por eso gobernador de Belgorod, Vyacheslav Gladko, ordenó la evacuación de otros 11.000 habitantes del distrito de Krasnaya Yaruga. Cada evacuación lleva implica una humillación para Putin. Ya hay 77.000 evacuados y la cifra es del domingo, por lo que se supone que debe ser más elevada. Cada uno de ellos recibirá 10.000 rublos, unos U$S 120 del gobierno ruso y los desplazamientos se aceleran porque el avance ucraniano no se detiene desde hace seis días.
No se trata solo de la sensación que se esparce en Rusia de una derrota inesperada cuando más se creía que todo iba bien en la marcha imperial que les propuso Putin. Implica además enviar más tropas desde otros frentes y dispersarlas en una zona más extensa aún. Rusia no puede disimular la bancarrota estratégica y su error de cálculo al haber dado a Ucrania por vencida. A esta altura queda claro que Zelensky tomó por sorpresa tanto a Putin como a sus admiradoras, que en las primeras horas de la incursión dieron por fallida a la invasión.
Allí hay una consecuencia: el quiebre de la narrativa rusa respecto a la inutilidad del apoyo militar a Ucrania por la inevitable victoria rusa. Dado que en Occidente el apoyo de la opinión pública es crucial para justificar la asistencia a Kiev, es un golpe cruel para Putin. Figuras como Orban y Fico en Europa se habían montado en la idea de que apoyar a Ucrania es un derroche de dinero porque Rusia estaba “condenada al éxito”. El control de la válvula que conduce el petróleo hacia esos países en Sudzha por parte de Ucrania le quita calor a esa postura.
Hay otro quiebre de relato en la idea de que Ucrania es un títere de Occidente. Algo se venía insinuando desde que se negó a frenar los ataques a las refinerías rusas pese al reto de sus patrocinadores y el riesgo de escalada. O que no puede pasar a la ofensiva sin apoyo externo. Lo cierto es que el grueso de la ayuda de EEUU aún no ha llegado y en parte el faltante fue cubierto por los ucranianos con recursos propios y la asistencia de los europeos y otros aliados. Es una señal para quien fuera que sea electo en noviembre para dormir en la Casa Blanca.
Es por eso que lo que sucede en Rusia se va a sentir también en la campaña electoral de EEUU. Trump compró la idea de la Rusia invencible y la asoció con la necesidad de entregar territorio ucraniano a Putin para lograr la paz. Habrá que ver si ahora sostiene su propuesta. Desde la vereda opuesta, la administración demócrata de Biden puede exhibir el avance ucraniano en Rusia como una media positiva dentro de la campaña, más aun cuando avaló desde el silencio el uso de las armas enviadas a Kiev dentro del territorio de Putin. Ahora falta algo más.
El permiso por ahora se limitó al uso de blindados y artillería, pero Zelensky pide ampliarlo al uso de armas de mayor alcance para alcanzar objetivos en lo más profundo de la retaguardia rusa. Por ahora Washington y los europeos se resisten a dar esa autorización. El argumento ucraniano se basa en la reciprocidad. Horas atrás Rusia usó misiles norcoreanos para atacar objetivos civiles en Rusia y la prensa informó que Rusia le pidió a Irán que postergue su ataque a Israel porque necesita de su arsenal de misiles en el frente ucraniano.
Por ahora Occidente se mantiene firme y Ucrania trabaja sobre la idea de adelantar el frente, es decir, acercarse a los objetivos si no puede llegar a ellos con las armas que dispone o tiene autorizado usar. En ese rango entró la central nuclear de Kursk. El incendio provocado por Rusia en una torre de enfriamiento de la central de Zaporozhie es un incidente que no puede ser casual ni ser disociado de la proximidad de Ucrania a la central de Kursk. Putin no quiere saber nada con canjes ni perder el monopolio de la advertencia. Esa es una de las claves políticas de la acción militar de Ucrania; actúa en espejo para exponer a Putin y a Rusia tanto en sus debilidades militares como en sus contradicciones argumentales. Todo lo hecho por los rusos ahora es parte del repertorio de imitación de Ucrania.
Si Rusia irrumpe en territorio ajeno, Ucrania se autoriza a hacerlo. Lo mismo vale para la presión en varios puntos del frente, el ataque a instalaciones estratégicas o la inclusión de una central nuclear como objetivo de ocupación. Es golpe por golpe, pero sin imitar a Bucha. Putin no puede denunciar masacres como lo que sucedió en esa localidad en febrero de 2022 o la de Izium en septiembre de ese mismo año. Ni mostrar una ciudad convertida en una gran escombrera como lo hizo Rusia en Mariupol, Bakhmut y más recientemente en Vovschansk.
La ciudad de Sudzha habitada por 6.600 habitantes, sufrió daños menores durante la toma ucraniana. En alginas localidades, el daño incluye el bombardeo de Rusia sobre sus propias localidades en donde detectó tropas de Ucrania. Kiev sabe el valor de la imagen. No se trata de hacer una distinción entre buenos y malos sino de un análisis racional. En Occidente y a diferencia de las autocracias, el presupuesto va detrás del argumento y no es lo mismo represalia que venganza. La opinión pública es otra trinchera que hay que conquistar.
Ver lo que sucede en Medio Oriente hace innecesario explicarlo y de allí que, más allá de las cuestiones militares, que son importantes, no hay que perder de vista la batalla comunicacional en la que los métodos y objetivos son tan importantes como los logros bélicos.
No se trata de convencer a Putin, que aun con parte de su territorio ocupado no cambia sus hábitos y reservó misiles para lanzarlos contra las ciudades ucranianas. En Konstainovska, un misil golpeó un centro comercial y mató a 11 personas. En Kiev, murieron otras 2 en otro ataque. Esa cantidad de víctimas civiles ucranianas desde el 6 de agosto supera las 12 informadas por Rusia durante el avance ucraniano. Putin permanece habitando en su universo personal sin reaccionar aun ante la gravedad de la crisis que afronta ni del error que lo llevó a afrontarla.
Hay señales de su debilidad como el refuerzo de la guardia en el Kremlin y su soledad externa. Xi Jing Ping hace cuentas, Irán está ocupado odiando a Israel, Maduro dibujando actas y Kim Jong Un grabando coreografías de K-Pop. Nadie le envía siquiera un giftcard por 1 tanque. El nombre “Kursk” persigue a Putin como una espada de Damocles desde que perdió aquel submarino con 118 tripulantes a bordo en agosto de 2000, cuando apenas llegaba al poder. Agosto y Kursk son una pésima combinación para Putin y aun no llegamos a la mitad del mes.
Ucrania lleva recolectados al menos 600 prisioneros rusos en Kursk y Belgorod. Esa cifra que equivale a los que se rindieron en Ucrania desde mayo. Hay un factor común en ellos que explica en gran parte la profundidad y velocidad del avance ucraniano: la falta de preparación. Putin dejó en su frontera tropas de menor valor y con una instrucción escasa. Que las defensas rusas se hayan desmoronado con tanta facilidad solo se explica por el tremendo error que cometió el dueño del Kremlin al subestimar la verdadera capacidad de su enemigo. O quizás volvió a fallar su sistema de inteligencia, el mismo que le aseguró que Ucrania se rendiría en febrero de 2022 al divisar las primeras columnas rusas. Rusia tiene un problema de inteligencia en todas las interpretaciones posibles de esa afirmación.
A casi una semana de la incursión, aun no arribó el grueso de las fuerzas extraídas de los frentes del Donbás y Zaporozhie. Bielorrusia movió sus divisiones a la frontera con Ucrania en lo que se supone un movimiento para cubrir la partida de fuerzas rusas hacia el este. Ucrania acumuló fuerzas en la zona de Semenivka frente al oblast de Briansk, cerca de la triple frontera con Rusia y Bielorrusia y en el camino del refuerzo ordenado por Moscú. Aun no hubo un ataque; Kiev juega al gato y al ratón, pero con un oso ruso y una papa bielorrusa.
Por ahora se vio llegar a las Regimiento Tik Tok de las fuerzas Akhmat del checheno Kadyrov, para espanto del ganado ovino y caprino de tres oblast. No parecen ser tan efectivas porque no lograron frenar a los ucranianos y aportaron su número al capital de prisioneros de Ucrania.
Una semana de ocupación es mucho tiempo político para Putin, independientemente de cómo termine esta incursión ucraniana. Rusia ya perdió la iniciativa estratégica y la posibilidad de demostrar que tiene un aparato militar capaz de defender su integridad territorial. Tampoco pudo sacar a relucir, como otras veces, su órgano nuclear. Una semana atrás lo exhibió en unas maniobras diseñadas para intimidar a sus adversarios, pero queda claro que no lo logró. El poder convencional es lo que cuenta. El resto, es material para psiquiatras y cineastas.
Los territorios no se toman hablando de arsenales nucleares ni con la amenaza de usarlos. Lo comprobó Ucrania, que en 1991 entregó sus ojivas a cambio de no ser invadida por Rusia. Lo que vale para ocupar terreno es la tropa. Ucrania lo está explicando hace una semana. Las armas atómicas tampoco impiden las invasiones al territorio de una potencia nuclear. Las pruebas están a la vista y la incursión ucraniana vino a tirar toda la estantería que atesoraba las biblias del pensamiento realista. Lo que está sucediendo, arrasó con más de una teoría.
Para peor, luego de agitar la idea de estar defendiéndose de la OTAN, Rusia está siendo humillada por una nación que vendió como pronta a ser derrotada y aun no logró presentar ninguna evidencia de participación directa de un miembro de la organización atlántica en la intrusión.
Interrogado sobre la posibilidad de negociar, Putin rechazó cualquier conversación para un cese el fuego a sabiendas de que todo cambió y que su plan para que se le admitiera el principio de “lo que hurto, me lo quedo” lo dejaría en una posición insostenible dentro y fuera de Rusia.
Pasaron dos años y medio de la “inminente victoria” en Ucrania y hasta ahora Putin acumula más reculadas que avances. Del 33% del territorio ucraniano que logró controlar, retrocedió al 17% y con un costo en bajas que alcanzaría el medio millón de soldados. Y ahora, es invadido.
Rusia tuvo 15.000 muertos en Afganistán y de 5.500 a 15.000 en Chechenia. Pero en aquellos conflictos no hubo territorio ruso ocupado por otro país con el agravante de que las muertes rusas en Ucrania, de acuerdo con la verificación de Madiazona, superaban las 100.000 en junio. La desproporción de bajas se agrava porque se trató de conflictos que duraron más que los 902 días que pasaron desde el inicio de la segunda invasión a Ucrania; la incursión en Afganistán duró diez años. El conflicto checheno acumuló 12 años de combate.
Vamos a otro antecedente que es importante para entender tanto la fragilidad de la posición de Putin como su nerviosismo. Los cambios políticos más profundos a lo largo de la historia de Rusia se dieron como consecuencia de derrotas militares acompañados de perdidas territoriales. En 1906, tras perder con Japón las batallas de Port Arthur y Tsushima, Rusia debió ceder la península de Liaodong, Port Arthur y la mitad de la isla de Sajalín y reconocer la preminencia del imperio japonés en una vasta región terrestre y marítima en el Extremo Oriente.
Cuando Rusia se retiró en la Primera Guerra Mundial, tuvo que firmar el Tratado de Brest- Litovsk y perder el control sobre 2,5 millones de Km2 a favor de Polonia, Turquía, Austria – Hungría y Alemania, junto al reconocimiento de la independencia de Finlandia, Ucrania y Georgia. La derrota frente a Japón y el descontento previo por la marcha de la guerra condujo al fin del absolutismo del zar y la creación de la Duma. La derrota en 1917 a la Revolución de Octubre, el fin del zarismo y la creación de la URSS. Putin sabe de historia rusa tanto como el resto.
En 1989, la derrota en la carrera armamentista y económica con Occidente condujo a la implosión de la URSS y la disgregación del imperio soviético. Putin conoce bien ese proceso porque lo presenció y lo condujo al poder. También conoce el destino que sufrieron sus dirigentes. Nadie sostiene que Kursk llevará a la partida del poder de Putin o la disgregación territorial. Pero el hombre del Kremlin sabe que Rusia no tolera perdedores en el poder y es allí donde la invasión ucraniana golpeó fuerte las shariki de Putin. Es una amenaza directa a su poder.
Pero el proceso de erosión en la reputación de Putin es innegable y la degradación de su sistema militar quedó en evidencia. De los tres días a Kiev pasamos a una semana de invasión a territorio ruso. Putin creó un ejército para Blockbuster y ahora ve el resultado en Netflix. Esa degradación solo sería posible de revertir con una derrota categórica de la incursión ucraniana y la toma de alguna localidad estratégica en Ucrania. Aun así, quedarían dudas sobre el futuro de Rusia como potencia. Lo de Kursk y Belgorod tiene implicancias a largo plazo.
Si no puede defender su propio territorio, difícilmente pueda sostenerse que Rusia tiene la capacidad para amenazar a los países de la OTAN o arriesgarse a entrar en Polonia, Finlandia o los países bálticos de acá a un lustro o más, dado en nivel de pérdidas que ya viene encajando.
Todas las promesas que hizo Putin de revertir la decadencia estratégica rusa y devolverle el sitio de potencia de primer orden fueron puestos en dudas por la tardanza en conquistar Ucrania y el coste que estaba asumiendo. En Kursk, esas promesas fueron invadidas por más dudas.
Con sus 71 años, Putin deberá esquivar el embate de la edad y la oposición que pudiera surgir desde la nomenklatura, no se sabe cuál es más cruel, antes de volver a tener la capacidad de hacer una propuesta creíble de expansión. La cuestión atómica no sirve, es un viagra retórico.
De hecho y aun sin saber cómo termina esta parte de la historia de la invasión rusa a Ucrania que se convirtió además en la invasión ucraniana a Rusia, vemos como los cimientos de lo que estábamos acostumbrados a analizar desde febrero de 2022, fueron conmovidos. Nadie puede decir qué va a pasar con la invasión a Rusia porque nadie presagió lo que sucedió hace apenas seis días. Solo es posible analizar lo que cambió a partir de entonces y el futuro lo están construyendo los que pelean en el frente y conduciendo a los países en pugna.
PS: por ahora tenemos una versión de La Guerra de los Seis Días en clave ucraniana. Putin perdió casi 1.000 km de Rusia y sabe que está en juego algo más que su reputación. Quizás no quiera ver por la ventana lo que se le avecina en el futuro por razones de público conocimiento.
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