Eduardo Rotondo cubrió la Guerra de Malvinas como fotógrafo y camarógrafo, dando una mirada distinta y mostrando a aquellos que combatieron como nadie lo hizo. Tuvo el valor de quedarse hasta el final y salir de las islas luego del cese del fuego. Hoy, cuenta su historia en su libro Malvinas – Los ojos de la guerra, que acaba de ser editado.
Por Santiago Rivas
Eduardo Rotondo fue de los muy pocos que cubrieron la Guerra de Malvinas, dejando para siempre la gesta a través de sus imágenes, tanto de video como fotografías. Además, fue el último corresponsal de guerra argentino en dejar las islas, luego de la caída de Puerto Argentino. A fines de 1982 editó un libro y un documental con sus imágenes, llamados ambos Alerta Roja. Sin embargo, el tesoro documental que generó durante sus días en las islas necesitaba estar disponible nuevamente junto con la historia de Eduardo en esos días que, como a todos los que participaron de la gesta, lo marcaron para toda su vida.
El nuevo libro no solo contiene las fotografías que fue tomando en Malvinas, sino también la historia de ellas y suma la posibilidad de ver también los videos, a través de códigos QR en distintas partes del libro que llevan a poder ver 56 videos que el autor ha subido a la web.
En una larga charla con Eduardo, hablamos de su libro, su historia antes de Malvinas y sobre la guerra.
Pucará Defensa: Vos habías sacado Alerta Roja en 1983 ¿Cómo fue el proceso para sacar este nuevo libro?
Eduardo Rotondo: La idea nace cuando hace 2 años Netflix decide hacer una serie de mini capítulos de distintos acontecimientos que ocurrieron en la Argentina. De hecho, actualmente lo está haciendo. Lino Palacio, que es productor de Torneos y Competencias y había sido uno de los productores, compañero de mi hijo y que aparte es el coautor del libro, presentó un proyecto para hacer un documental sobre Malvinas. Y propone viajar a Malvinas a Max Hastings, que era el corresponsal de guerra británico, y a mí, y que allá juntos recordáramos los momentos vividos y recorriéramos los lugares. Y de paso, pasar los vídeos que había grabado en aquel entonces y lo que él había fotografiado. Nos pusimos en contacto con Max Hastings, le gustó la idea, pero a último momento dicen ‘no vamos a hacer los documentales, de Malvinas. Pero ya se había hecho toda una investigación y entonces Lino me propone hacer un libro. Le digo, ‘mirá Lino, yo soy reportero gráfico, no soy periodista y en este momento sacar un libro de fotografías es muy costoso’, porque no quiero cometer el mismo error que cometí en el 83, que, por bajar un poco los costos para que el libro fuera accesible, no usé papel ilustración. Y entonces, a los 3 o 4 años el libro se volvió amarillento y empezaron a desaparecer los colores reales en las fotos empezaron. Entonces me dijo, ‘vamos a hacer el libro igual, yo voy a escribir los capítulos’. Empezamos a hacer el libro hace dos años. Mi hijo, que es camarógrafo, tuvo la idea de poner los códigos QR y cada capítulo tiene un video y así la gente entiende mejor. Fuimos armando el libro de a poco y cuando ya lo teníamos listo fuimos a una editorial. A la editorial le gustó, pero a los cinco días recibieron una visita y los amenazaron si publicaban el libro. Así que empezamos a buscar tres o cuatro editoriales en Capital Federal y la amenaza la habían recibido todas. Terminamos conectándonos con una imprenta en La Plata, que dijo que sí. Hubo que remasterizar las diapositivas, limpiarlas, porque muchas de ellas tenían puntitos negros de hongos, los vídeos eran un poco más fácil, pero la fotografía para mí era lo más importante, en función de que los soldados se vieran en cada una de las fotos.
Realmente yo estoy muy conforme con el libro. No podíamos divulgar que estábamos haciendo el libro ni dónde se estaba haciendo, porque corríamos el riesgo de que esta imprenta sufriera lo mismo. Así que recién cuando tuvimos las cajas con los libros pudimos decir “sale Los ojos de la guerra”. Una semana muy movida porque el mismo día que la imprenta nos entregó los libros viajé para Buenos Aires, encontré a mi hijo, fuimos a retirar los libros y de ahí en adelante programar todas las actividades que se iban a realizar en función del lanzamiento del libro en la Feria del Libro, la Universidad de Lanús, la Facultad de Lomas, y al “bunker” Malvinas Siempre, que es un lugar donde hacen ropa afín a Malvinas. El dueño es un veterano de guerra.
Hubo dos momentos muy especiales en estos 11 días que estuve en Buenos Aires. En una de esas dos reuniones en el búnker vienen tres uniformados y se sientan a escuchar la charla y a ver los vídeos que pasamos. Cuando termina, se acercan, uno era oficial con una jerarquía bastante grande. Me dice “¿no se acuerda de mí? Usted nos fue a dar una charla a los Cascos Azules, para los cursos de periodistas en zona de combate. Yo era el segundo jefe y lo que usted contó, cómo lo contó, me encantó”. Me dijo que era lo que los alumnos necesitaban, una vivencia para que ellos supieran. Y me dice “¿no se atreve a dar una charla en el Estado Mayor General del Ejército?”. Programamos, me mandó un vehículo a buscarme, me llevaron hasta el Estado Mayor y ahí me encontré con una sorpresa muy grande, porque en el hall central había unas puertas de madera muy altas, se abrieron las puertas, lleno de soldados que empezaron a aplaudir.
PD: Yendo para atrás en el tiempo. Antes de Malvinas, ¿Cómo fue tu experiencia como camarógrafo en Centroamérica y tus inicios?
ER: Yo empecé muy joven, como fotógrafo y camarógrafo para una casa de fotografía en Lomas de Zamora, Fotolog. Cada vez que ocurría algún accidente o algo en la comisaría de Lomas, el comisario era conocido, llamaba a La Plata para pedir el fotógrafo forense, pero tardaba dos días en llegar, así que había negociado con Fotolog para que haga las fotografías. Después de varios días, me dicen “hay un aviso en el diario buscando un reportero gráfico para mandarlo a Centroamérica a una agencia nueva”. Me presento en la agencia y me dicen, “nos sirve, pero los cupos para toda Europa ya están cubiertos, nos queda nada más que Centroamérica, que se atreve a ir”. Les dije que sí, yo ya sabía lo que estaba pasando en Centroamérica. Me dicen que iba a tener que hacer un curso de corresponsal de guerra, porque dos de los tres países que iba a cubrir, Guatemala y El Salvador, pedían que los periodistas que fueran allá fuesen corresponsales de guerra. Porque al ser corresponsal de guerra, vos te hacés responsable de lo que te suceda. Si bien tenés el beneficio de que podés estar junto a las tropas o donde está el conflicto, también tenés la contra de que si te pasa algo, el responsable es uno y no el país donde te ocurre.
Ellos mismos averiguaron, fui a Campo de Mayo, hice un curso en el Ejército. En aquel entonces cada fuerza tenía su curso de corresponsal de guerra.
Y de ahí me mandaron para Centroamérica por 15 días y me quedé 3 meses, porque era muy difícil. Eran los comienzos de que la televisión se abría un poco al exterior y mostraba lo que pasaba fuera de Argentina, con gente que fuese Argentina para un noticiero. En cuanto se aclimataron en los tres países a ver mi presencia y a saber que yo trabajaría para un canal con un noticiero importante que era 60 minutos, empecé a recibir material como para poder cubrirlo. Cuando empecé a mandar el material de video me dijeron, “lo vamos a dejar en Centroamérica”, y le dije “bueno, pero tengo que ir a buscar a mi familia, tengo una esposa y dos hijos”. Volví a Buenos Aires y nos fuimos a vivir a Guatemala. Yo desde ahí iba a los distintos países a cubrir, a El Salvador y Nicaragua, pero Guatemala se había puesto también muy fea.
Por una casualidad conocí Costa Rica, que es como normalmente la llaman la “Suiza Centroamericana”, es un mundo aparte, así que me mudé con mi familia a Costa Rica y desde ahí iba a Guatemala, Nicaragua, El Salvador, y así fui cubriendo por cuatro años. Como al canal le exigían que el camarógrafo y el periodista tenían que ser del canal, el canal decide que el camarógrafo voy a hacer yo y que el periodista me lo iban a mandar, así que primero me lo mandaron a Leonardo Shocrón. Con el que estuve un año y medio trabajando. Y después lo mandaron a Nicolás Kazansew.
Cada cuatro o 5 meses me llamaban y me decían “andate con tu familia unos días de vacaciones”. Yo, como quedaba cerca, iba por lo general a Miami. Me llamaba la atención, entonces un fin de año que volví, voy a la Agencia y les pregunté por qué cada cuatro meses me mandaban unos días de vacaciones. Me dicen “vení al control”, voy al control y le dicen al operador, “ponele cuando vuelve de las vacaciones”. Me pone un video y me dice “¿a cuánto estás de dónde están disparándose?”. Digo: “una cuadra y media”. “Y pasale cuando le decimos que se tiene que ir de vacaciones”. Me pasa otro video y estaba en el medio de la manifestación, empiezan a volar la molotov y Shocrón está en el medio y yo estoy al lado de él y nos caen las Molotov cerca, me dice “por eso te damos las vacaciones”.
No te ibas dando cuenta y cada vez ibas metiéndote más. Lo mismo le pasaba a Shocrón. Cuando nos íbamos a Panamá a editar, en cuanto veía las imágenes me decía “¿por qué no me dijiste que atrás mío estaban empezando a disparar”. Le decía “era la nota”.
PD: ¿Y cómo volviste para ir a Malvinas?
ER: Y en marzo de 1982 la agencia me dice, cerrá todo y venite con tu familia para Buenos Aires. A mí me llamó la atención, les pregunto, “¿para qué quieren que viaje de vuelta?” Me dicen “cuando vengas te vas a enterar”.
Llegué el 28 de marzo, fuimos todos a la casa de mi suegra y el 2 de abril, cuando ocurre la recuperación de las islas, me llaman y me dicen, “ahora ya sabés para que te habíamos mandado llamar”. Y así fue como pude ir a Malvinas, viajé 3 veces y la última me quedé hasta el final.
Cuando Menéndez, a las 20:55 de la noche firma la rendición, yo decido quedarme un poco más, hasta tanto me estuvieran buscando. Y el 15 salgo, pero sin el casco. El casco lo usé nada más que el 14 de junio. El 15 salgo sin el casco y la campera que usaba, que era la misma que usaban los kelpers, la había comprado en el West Store, o sea que mientras no abriera la boca, era un kelper con una camarita de fotos. Y entré a sacar fotos a los soldados británicos para mostrar el equipamiento que cada uno traía, lo único negativo de ellos eran los borceguíes. Los mejores borceguíes eran los de la Marina, porque tenía la lengüeta pegada hasta arriba, era un poco más difícil que te entrara agua, porque cuando caminabas en la turba y te quedabas parado en un lugar, entraba a brotar agua.
PD: ¿Cómo fuiste cubriendo la guerra? ¿Cómo fueron tus viajes a las islas y cuando ya te quedaste hasta el final?
ER: La primera vez fui a Comodoro Rivadavia, era un loquero, estaban todos los periodistas y los aviones que salían de Comodoro Rivadavia eran aviones comerciales que les habían quitado las butacas, pero no llevaba periodistas, así que decidí irme hasta Río Gallegos. En Río Gallegos, no había nada, de ahí despegaban solamente los Hércules, pero iban cargados. Estuve como tres días dando vueltas por ahí hasta que un día para una camioneta de Felfort y bajan un huevo de Pascua gigante, era el 7 de abril, y le dicen al piloto del Hercules “necesitamos que este huevo llegue a Malvinas para que el 11, que era domingo de Pascua, los soldados puedan, aunque sea, tener un pedacito”. Y el piloto le dice, “cómo está el Hercules cargado hasta atrás, yo pongo el huevo ahí. Ahora, si llega entero, no sé”. Yo escucho y como ya hacían tres días que me veían, le digo al piloto “si me llevas, yo me siento arriba de un cajón de municiones, agarró el huevo de Pascua y lo voy sosteniendo hasta que llegue”. “Bueno”, dijo el piloto.
Así que voy esa primera vez, estoy tres días filmando, todavía no había pasado nada, y me vuelvo al continente para dárselo a la agencia, porque con esas imágenes la agencia iba a poder negociar. Todos los medios de televisión extranjeros estaban todos en el Hotel Sheraton, porque ahí estaban controlados. Ahí se interesa la televisión norteamericana, la ABC. El productor Frank Manitzas dice “me gustaría que vaya de vuelta, pero con un periodista que hable inglés”. Así que nos volvemos a contactar con Nicolás, que en ese momento estaba sin trabajo y dijo que sí. Inmediatamente fuimos a Río Gallegos, no hizo falta esperar, cuando lo vieron a Nicolás me dieron a elegir el Hércules que quiera. Fuimos a Malvinas, estuvimos dos días haciendo reportajes en inglés y algunos en español, y después los traducía. Cuando volvimos les mostramos el material. Frank Manitzas dice “las imágenes me gustan, los reportajes no son los bélicos que yo esperaba”, o sea, era más notero que otra cosa. Igual no había mucho para preguntar porque todavía no habían empezado los combates.
Entonces, dicen, “queremos que viaje, pero solo y que haga nada más que sonido ambiente”. Yo hasta ese momento venía usando VHS profesional. Cuando estoy por salir para Río Gallego viene Frank Manitzas en persona, y me dice “este es tu nuevo equipo y me da una mochila y una cámara Sony 1800. Los cassettes solamente se podían grabar 25 minutos, la casetera llevaba dos baterías de moto y la cámara llevaba una batería de moto más. Me dieron el cargador, me dieron una mochila para poder llevar la cámara y me dijeron “tenés que grabar con esto que tiene la calidad que nosotros queremos y está en NTSC. Así que mientras iba en el avión hasta Río Gallegos y después de Río Gallegos a las islas iba leyendo el manual. Porque, si bien las botoneras eran bastante parecidas, yo soy zurdo y me costaba trabajo manejar todo con la otra mano.
Como yo era fotógrafo de toda la vida, siempre fui con una cámara de fotos.
PD: Aunque ahí fuiste solo como camarógrafo
ER: Y tenía una misión muy difícil porque lo que yo filmaba los norteamericanos al otro día se lo daban a los británicos. Entonces, las cosas que yo filmaba las tenía que ser sin delatar, por ejemplo, posiciones o el estado del aeropuerto.
Así que viajé la tercera vez, me hospedé en el hotel Upland Goose, donde estaban los periodistas menos los de Télam, porque ellos habían alquilado una casa porque habían llevado una teletipo y una radiofoto. Ellos sacaban fotos blanco y negro, revelaban en el baño de la casa, mandaban ese mismo día la fotografía por ese nuevo aparato y las recibían en el momento en Buenos Aires.
Cinco días después que empezó la guerra, recibió Menéndez una orden y les secuestraron el aparato para mandar las fotos. Yo sacaba las fotos y junto con los cassettes mandaba uno o dos rollos de fotos. Cuando el 1º de mayo ocurre el primer ataque, una orden de Buenos Aires, dice que los periodistas que están en Malvinas quedan en Malvinas, pero que no entra nadie más.
Antes del 1º de mayo, la gran mayoría de los periodistas iban en el vuelo que llevaba a Galtieri o a Lami Dozo o Anaya y volvían con él en ese vuelo.
Así que, cuando se presenta esta encrucijada del 1º de mayo quedaban Télam, ATC, que era el canal del Estado y yo que que trabajaba para el exterior. Cuando Menéndez me llama, me dice, “Mire, con usted voy a consultar a Buenos Aires, porque usted en realidad trabaja para un canal del exterior”. Como a la hora y media, me dice, “dicen que sí, que se quede acá, pero que tenga cuidado con lo que vaya a filmar, porque usted es argentino, va a sentir la guerra de otra manera y les va a entregar el material de otra manera”.
Y entonces empezamos a trabajar. Cuando salíamos a la mañana del hotel yo le preguntaba a Nicolás, para dónde iba, y Nicolás me decía, “voy para el aeropuerto”, entonces yo le decía, “bueno, yo voy para el otro lado”. En los primeros días Nicolás hacía dedo y le paran los camiones, los jeeps, las ambulancias. Yo hacía dedo y el chofer me saludaba, hasta que me conocieron y se enteraron de que yo trabajaba para la cadena norteamericana.
Al tercer día, cuando reciben los primeros dos rollos después del 1º de mayo me llaman de la agencia y me dicen que la revista Gente está interesada. Les digo que sí, pero que con una cámara sola no podía hacer nada, así que me dijeron que averigüe si podía comprar otra. Yo me había llevado una cámara con un teleobjetivo, pero tenía el inconveniente de que no sacaba fotos de cerca. Era una Nikon F10 que todavía la tengo. Me fui al West Store que vendía de todo, me encontré con la sorpresa de que la mayoría de los productos eran argentinos. Argentina e Inglaterra mantenían un contacto permanente no solamente comercial, la juventud de las islas terminaba sexto grado y venía para el continente o se iba para el Uruguay a seguir el secundario.
En el West Store veo la Nikon F10, les pregunto si la tienen con un gran angular y me dicen que sí. La compro y andaba con dos cámaras de fotos, la cámara de video, la mochila y un bolso con las baterías de repuesto.
Empecé a sacar fotos, Gente me pedía que tenía que hacer diapositivas porque la calidad cuando se pasaba a papel era superior que el negativo color. Así que sacaba fotografías cuando podía y cuando no, filmaba. Cuando volví de Malvinas el 18 de junio me encontré con que me estaban esperando en Comodoro Rivadavia y en un Learjet me trajeron a Buenos Aires, me llevaron directamente al Sheraton HP para que entregara los dos rollos con el final de la guerra a Franck Manitzas, que estaba re contento, porque nadie tenía ese material.
Después me llevan a editorial Atlántida para entregar los 3 rollos y mientras estoy esperando que me sirven un café y me traen las ediciones de Gente anteriores. Cuando las empiezo a ojear y empiezo a ver las tapas, que decían “Estamos ganando”, “seguimos ganando” y cuando yo miraba las fotos y digo, “pero estas fotos no son mías”. Cuando llegó el momento de entrar le digo al que era mi jefe “yo el material a la revista Gente, estos tres rollos, no se los doy. Yo no sé si fue autocensura o los obligaron a hacer censura, pero esto no es lo que estaba pasando en Malvinas. Estas fotografías, aparte no ser mías, no son la realidad, porque si al menos hubieran usado mis fotos, hubiéramos mostrado a los soldados como realmente estaban”, que no estaban sucios, estaban sucios a propósito porque se pasaban grasa en la ropa para que cuando lloviese la ropa fuera impermeable y no les mojara la ropa interior.
Y entonces me dicen, “hablemos de precio”, y yo les digo, “no tiene precio. Esto no tiene arreglo, prefiero tirar los tres rollos al piso y pisarlos y que se velen, que dárselos a ustedes”. Entonces me preguntan qué quiero y les digo que cuenten la verdad, que cambien la tapa de la revista, “La guerra que no vimos, la verdadera guerra” y así lo hicieron. Les di los tres rollos y publicaron las fotografías de los cuatro últimos días, sumadas a algunas fotos de antes.
Después Manitzas me dijo que quería que siga siendo camarógrafo y me mandaron a Chile, que estaba Pinochet. Ahí estuve tres años más trabajando, hasta que un día un carabinero que andaba a caballo con un bastón y cuando avanza, estábamos un grupo de periodistas y yo lo estoy filmando y me quedo como medio embelesado viendo que viene el caballo. Y reacciono recién a lo último, que me tira con el palo, pongo la cámara y pega el palo en la cámara y la rompe. En ese momento volví a Buenos Aires y dije, “hasta acá”.
Después empecé a trabajar en televisión, trabajar en un móvil de video, me contacté con Sony Music y armé un móvil para hacer recitales y mi último trabajo fue con Juan Alberto Badía en Imagen de Radio. Después vendí los equipos y me vine a vivir a la costa.
PD: ¿Cómo fueron estos últimos días en Malvinas?
ER: El 13 de junio, a media mañana, Menéndez nos manda a llamar y nos dice, “los ingleses están del otro lado de los montes. En una hora o una hora y media está llegando el último Hercules, ya despegó desde Río Gallegos, así que por favor los invito a que se retiren”. Los de Telam no lo pensaron dos veces, dijeron vamos a buscar los equipos porque no los iban a dejar ahí. Les dijeron en que galpón estaban, fueron a buscar los equipos, pero cuando llegaron al aeropuerto el Hercules había partido. En el caso de Nicolás, él pidió quedarse y Menéndez le dijo, “tenés un problema gravísimo, vos disparaste un cañón y salió por televisión. En cuanto los ingleses vengan para este lado, al primero que van a buscar va a ser a vos y no las vas a pasar bien. Así que, resignado, se tuvo que volver con Lamela en ese Hercules.
Cuando me toca el turno a mí le digo, “discúlpeme, usted tiene mi acreditación en su escritorio, yo me voy a quedar”. Me dijo “¿sabes a lo que te exponés? a partir de ahora quedas bajo tu responsabilidad”. La gente que trabajaba en la gobernación eran kelpers que supuestamente no hablaban español, pero cuando llegamos al hotel, Mr King, que era el dueño del hotel, nos llama y nos da la factura para que le paguemos. Nos quedamos mirando, porque nosotros pagábamos una vez por semana, pero ahora sabía que nos teníamos que ir. Yo le digo “se la pago a la factura, pero yo me quedo”. “¿Cómo que se va a quedar?” me pregunta.
Me ocurre el 13 a la noche una cosa increíble. Ya el 13 el bombardeo era permanente, no paraba en ningún momento, se combatía en los montes y tanto la artillería naval como la terrestre no paraban de disparar. Y la terrestre nuestra tampoco. Y como a las 21 se corta la luz en el hotel. Y yo me quería morir, porque iba a poder sacar fotos, pero no iba a poder firmar porque las baterías no estaban cargadas.
Me asomo como puedo, porque no podíamos salir del hotel, había una orden de que todos los kelpers tenían que tener sus ventanas tapiadas. Y me encuentro con que las luces de mercurio de todo Puerto Argentino estaban prendidas. Agarré la cámara de fotos para sacar una foto pero no podía sacarla ni siquiera con la mínima velocidad, la tenía que poner posición Bulbo, que mientras tuviera apretado el disparador la cámara iba a tomar, pero eso necesitaba un trípode.
Me apoyé como pude en un lugar, puse la cámara y saqué en bulbo más o menos haciendo el cálculo de cuánto podría tardar y la solté. La foto salió un poco fuera de foco, creo muestra todo Puerto Argentino a oscuras menos la luz de mercurio. En ese momento no le presté atención, pero después me di cuenta de que ese sabotaje había sido hecho para que tanto la artillería naval como la terrestre ubicara donde estaba Puerto Argentino y que todo donde no estaba iluminado por la luz de mercurio estaban todos los argentinos. La luz volvió como a las 4:30 h de la mañana, puse a cargar las baterías, pero no se llegaban a cargar. A las 6:00 h de la mañana salí, había empezado a salir el sol, agarré la batería a medio cargar y salí. Ahí fue donde filmé las calles nevadas, el combate ya se estaba dando a la altura de los montes. Podía filmar a lo sumo un cassette de 25 minutos y me quedaba sin batería, así que, de donde estaba, volvía al hotel, ponía a cargar esa batería y me llevaba las otras que tampoco estaban cargadas en su totalidad. Eso me limitaba un poco lo que filmaba.
En el momento donde se decreta el cese del fuego, cuando llega el secretario de Jeremy Moore a negociar me cruzo con Max Hastings, el corresponsal de guerra británico.
PD: Dónde hacen las famosas fotos de cada uno
ER: Un capo, había estado en todas las guerras, nos sacamos una foto cada uno y prometemos publicarla. Yo en Alerta Roja la publiqué y él en su segundo libro. Después algunos ingleses intentaban pasar a Puerto Argentino, así que yo decido avanzar, meterme entre las filas británicas, pedirles permiso y filmarlos, sacarle foto al primer grupo de todos, que eran dos. Este yo todavía no estaba muy seguro, si bien andaba con el casco que me identificaba como corresponsal, así que me puse la cámara bajo el brazo y la dejé prendida. Hablo con ellos, eran paracaidistas británicos y me preguntan dónde queda Puerto Stanley. Yo le digo, “esto es Puerto Argentino”, uno de ellos hace una seña, como diciendo “¿por esta porquería vinimos a pelear?”, porque realmente era un pueblito. El otro que se ríe y se vuelve y yo lo saludo y ahí es donde recién me pongo la cámara al hombro.
Lo que había ocurrido es que ese día los ingleses habían avanzado casi hasta la gobernación y el hospital quedaba del otro lado. Así que mientras estaba el cese del fuego, decido ir al hospital a ver cómo estaba, así que me meto entre la las fuerzas británicas cuando agarró la calle para ir al hospital. De atrás de una de las casas salen dos comandos que estaban agazapados y nos piden agua o chocolate. No teníamos ninguna de las dos cosas. Llego al hospital, estaban todos los médicos con el guardapolvo, pero esta vez estaban con el casco blanco con la Cruz Roja puesta. Ya estaban todos afuera, me dijeron “quedate tranquilo, está todo bien, evacuamos a los a los heridos, los pudimos subir al Irízar. Lo único que no pueden traernos heridos acá porque estamos con los británicos alrededor”. Quiero entrar a la gobernación y no me dejan ni a mí ni a los 20 corresponsales británicos que habían llegado. La reunión de Menéndez era a puerta cerrada.
Los corresponsales de ellos estaban uniformados igual que los soldados, hasta tenían casco, no estaban identificados los cascos, pero no tenían correaje ni armamento. Y lo único que los identificaba eran las cámaras de fotos que tenían colgando. El camarógrafo de ellos venía un día atrás, así que todo eso no lo pudo grabar. Los ingleses pensaban el 14 a la noche, ingresar a Puerto Argentino desfilando y como el camarógrafo de ellos no estaba esperaron hasta el 15 al mediodía, que llegó y entraron desfilando y salieron los Kelpers con las banderas.
Uno de los corresponsales se va hasta el hotel y le regalan una botella de whisky, así que vuelve con esa botella de whisky en el bolsillo. Yo lo grabo. Y estaban hablando como que no lo podían creer. A los pocos minutos vienen cinco o seis civiles, porque no estaban uniformados, también con cámaras de fotos y un kelper que hablaba bien español y que hablaba siempre conmigo. Me hice ‘periodistas’, claro, eran los periodistas asimilados, no eran corresponsales de guerra. En aquel entonces se utilizaba la palabra asimilado para los que no habían hecho el curso.
Cuando nos enteramos de que Menéndez firma la rendición me vuelvo para el hotel. Cuando llego al hotel, soy el único argentino dentro del hotel. King me mira, le hago señas, me da la llave de la habitación y me voy a la habitación. Todo el 14 a la noche la pasé levantado cargando baterías. El 15 a la mañana decido salir, pero sin el casco, a sacar fotos. Cuando vuelvo, la hija de Mr. King, que estaba estudiando el secundario en Comodoro Rivadavia, me dice en español “lo están buscando a Kazansew, no para saludarlo, y están buscando al camarógrafo que ayer estuvo filmando, creo que para pedirle los cassettes”. Me dice “Si bajas, ya están los soldados, así que escapate por la ventana”. Yo estaba en un primer piso, que era bajitos. La ventana daba al depósito de basura que era metálico, el salto era poco y me dice “el jeep del hotel tiene la llave puesta. Si te vas con el jeep, lo único que te pido es que te acordés que tenés que manejar ahora por la derecha y no por la izquierda”.
Así que, como puedo, desarmo el equipo de video, lo meto en el bolso que tenía, un bolso de la Marina que me habían regalado, guardo el casco, una o dos pavadas más y me subo, salto, voy al Jeep. Le digo al capitán del Yehuin “mire, necesito que despache este bolso que tiene dos cassettes y tres rollos de fotos” y me dice “es difícil, porque cuando llegamos al Irízar hay un médico argentino, un médico de la Cruz Roja y un médico británico. Subimos a los heridos que tienen un tarjetón que dice que ya han sido revisados. Va a ser difícil poder despachar este material. Si quieres déjamelo y veo en qué momento lo puedo subir”.
Le digo “OK, le dejo el material” y me pregunta qué iba a hacer. Le digo “nada, voy a volver al hotel a devolver el Jeep” y me dice “te van a agarrar los ingleses y te vas a comer unos cuántos cachetazos hasta que digas qué hiciste con el material”. Me dijo “te doy un overol de los marineros que están arriba del barco y quédate. El jeep déjalo, que ya alguien lo va a venir a buscar”. Y así fue, de un momento al otro el Jeep ya no estaba más. Agarra el bolso y me dice “es tu responsabilidad, así que agarré los dos cassettes, me los puse entre medio del overol y guardé los rollos de fotos y me quedé arriba el Yehuin.
Íbamos al Irízar y solamente podíamos subir a los heridos. Ninguno de nosotros podía subir. En ese ínterin llega el chófer del general Menéndez con un baúl de madera verde y le dice al capitán del Yehuin “este baúl dice el general que lo suban al Irízar o lo tiran al mar, no acá, dentro de la bahía.
El Irízar termina de subir los 420 heridos el 16 al mediodía y, una vez que estaban todos, tanto el médico de la Cruz Roja como el médico británico bajan para que el Irizar zarpe. Cuando zarpa el Irízar digo, “bueno, chau”. Lo que tenía el Irízar era que no estaba dentro de la bahía como había estado el Bahía Paraíso, por su calado. Así que cuando zarpa el Irízar, el capitán del Yehuin toma la decisión de acercarse al Irízar, yo creo que era para llevar ese baúl. El capitán del Yehuin le habla al capitán del Irízar por radio y le dice, “tengo unos amigos que necesitan subir y tengo un regalo para darle”, porque arriba del Yehuin se habían venido tres curas y parte de la gente de Prefectura. Y el capitán del Irízar le dice, “yo no puedo parar los motores, porque si paro los motores, los británicos que están todos alrededor se van a dar cuenta. Lo que puedo hacer es tirar una red y el que se atreva a subir, que suba y después a lo último, tiramos otra red, meta todas las cosas adentro de esa red y la subo”.
Ahí recibí un curso ultrarrápido de 10 segundos que me lo dieron los de Prefectura de en qué momento yo tenía que saltar y cómo aferrarme a la red. Yo no sabía que tenía esas aptitudes, pero del miedo que tenía encima lo pude hacer. Y llegué a la cubierta de vuelo y ahí me senté y me puse a llorar. Terminaron de subir al resto de la gente y cuando viene la red viene el bolso mío con la cámara, la videocasetera, y el baúl.
Se acercó un enfermero y me acompañó a un camarote, me pegué una ducha y ahí pude avisar al continente que estaba vivo y que estaba yendo en el Irízar que llegaba aproximadamente el 18 de junio a Comodoro Rivadavia.
Ahí quedó la historia del baúl. Un año después un día pido hablar con Menéndez, estaba reacio a dar notas y me dice que vaya a charlar un rato. Y lo primero que le pregunto, “díganme general. ¿Qué había dentro de ese baúl?” y me dice “por un lado había documentación secreta que le había sacado al gobernador británico. Y, por otro lado, estaba la bandera de ceremonias de la gobernación, que yo no quería que cayera en manos británicas”.
Los muchachos de Telam que estuvieron en Malvinas, lamentablemente fallecieron todos. El año pasado Telam decide publicar una serie de fotografías, van los archivos y había algunos negativos que nunca habían visto la luz. Esos negativos tenían la fotografía de Eduardo Ferrer, que era el fotógrafo de Telam desde arriba del Irízar, que había sacado la foto cuando el Yehuin, está llegando, mostrando la cubierta donde estaba yo. Y esa foto la descubrí después de 40 años porque la publicaron. Este eso cerraba mi historia, porque estábamos mirando la red para ver cómo subir.
PD: En 2001 volviste a Malvinas
ER: Ese viaje fue no solo en que me encontré con Max Hastings, él estaba igual, yo estaba hecho pelota. Pude ir a los lugares donde ellos habían estado porque salíamos en dos Land Rover a recorrer toda la zona y la única exigencia que yo había puesto para viajar era que me permitieran ir con una cámara de video. Así que filmé en los lugares donde ellos estaban y vi que no la habían pasado tan bien como muchos argentinos se creen.
PD: Es interesante porque ellos reconocen lo que les costó y lo mal que la pasaron. Siempre ha sido más de un problema de acá la desmalvinización, porque los ingleses siempre dicen que fue una guerra muy difícil.
ER: Cuando volví al continente me encontré que los argentinos estaban con el mundial de fútbol y Malvinas ya había pasado. Entonces yo decía, ‘qué extraño no, porque los soldados no tienen la culpa de haber perdido y si hubieran analizado contra quién estábamos combatiendo, se habrían dado cuenta que, tarde o temprano iba a ser muy difícil mantener las islas’.
PD: Fue una experiencia muy fuerte haber estado ahí, en la parte más compleja en la rendición y el escapar después.
ER: Yo podría haberme ido el 13 de junio. Pero me parecía que después de haber seguido a esos soldados y, sobre todo, de haber visto con la valentía con que combatieron, no me voy a ir, porque alguien tiene que mostrar cómo terminó todo. Y cuando el 14 pasó lo que pasó yo me dije, “ahora me doy cuenta por qué me quedé”. En un momento estaba en la loma de la gobernación, aún se seguía disparando. Ya a esa altura no solo recibíamos disparos de los británicos, sino que recibíamos disparos de los Kelpers, que nos tiraban con carabina 22 desde las ventanas. Los veo a los soldados que vienen replegándose y me llamó la atención que no venían arrastrando los pies, que es un síntoma de haber llegado hasta un punto límite. Eran Infantes de Marina y entraron cantando la canción del infante.
Lo que pasa es que algunos todavía tenían municiones y otros habían disparado hasta la última pieza o hasta la última munición, y no había manera de reabastecerlos.
Y una de las cosas que no te conté fue que, en los primeros cinco días, a la noche cuando nos juntábamos en el hotel, después de comer, venía lo que nosotros habíamos llamado el interventor, el capitán Rodríguez Mayo. Y tanto Triki Lamela, que era el camarógrafo de Nicolás, como a mí, me decía, “quiero ver”. Entonces entraba a mirar por el visor lo que habíamos filmado, decía, “esto hay que borrarlo” y le decíamos “pero si lo borramos queda sin pulso y me queda el pedazo”. Así por cinco días. A mí me hacía borrar menos que a Triki, pero igualmente dos o tres veces tuve que borrarlo, hasta que al quinto día le digo a Lamela. “vamos a plantarnos y decirle que dejamos de trabajar si no nos dice cuáles son las pautas, porque salimos, nos exponemos para que después el tipo a la noche nos borre”. Lo vamos a ver y dice “lo que pasa es que cuando ustedes hacen una nota dicen ‘soy el soldado clase 62, José López del Regimiento Patricios, estoy acá en el monte Dos Hermanas’ y eso es información”. Nos miramos y le dijimos “¿eso es todo?”, y le dijimos que entonces antes de empezar la nota les decimos que digan nada más su nombre y que digan “desde algún lugar de Malvinas”. Nos dijo que le parecía bien, lo queríamos matar, en lugar de decir por qué nos hacía borrar el material para que buscáramos una solución, solamente decía “bórrenlo”.
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