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Turquía e Israel van camino a una confrontación que es inevitable

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Por Ignacio Montes de Oca

 

Turquía cortó el tráfico comercial, aéreo y marítimo con Israel y se deteriora más la relación entre los dos países. Como placas tectónicas que acumulan presión, el enfrentamiento parece inevitable. Revisemos los puntos calientes y el motivo de esta enemistad estratégica. Israelíes y turcos fueron aliados hasta tiempos recientes. El comercio bilateral era robusto: Turquía le exportaba bienes por U$S 5.000 millones a Israel e importaba por U$S 1.740 millones. Turquía fue uno de los primeros países musulmanes en reconocer a Israel en 1949. Además, colaboraron para frenar la influencia iraní en la región y actuaron juntos al reforzar militarmente a Azerbaiyán para su ofensiva sobre Armenia en 2020. El acuerdo de paz entre azeríes y armenios en Washington por Trump y Erdogan, puede poner en jaque energético a Israel.


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La petrolera estatal azerí SOCAR abastece el 40% del petróleo que importa Israel y provee a las refinerías de Haifa y Ashdod, de la cual depende gran parte del combustible que consume. Azerbaiyán tiene buenas relaciones con Israel, pero las que tiene con Turquía son mejores. Azerbaiyán se mantuvo neutral ante el 7 de octubre. Una manifestación pro-palestina en la oficina de SOCAR en Estambul en junio de 2024 fue el formato ideal para una advertencia. Luego de ese incidente, Bakú reclamó por primera vez la existencia de un estado palestino. El riesgo para Israel es que Turquía corte el paso del crudo por el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan que pasa por su territorio y que la presión sobre Azerbaiyán la obligue a acudir a otros proveedores más lejanos y costosos como Brasil, Kazajistán y Gabón. La otra cuestión es el gas.


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Israel tiene gas suficiente y de hecho lo exporta, pero aquí también tiene un vínculo con la azerí SOCAR que podría verse influida por la presión turca. Esa compañía opera en el yacimiento israelí de Taimar junto a Chevron y con la israelí NewMed y la británica BP en el de Leviathán. Erdogan no necesita presionar mucho porque ya encontró un punto de vulnerabilidad de Israel y es por eso que en octubre de 2023 anuncio la cancelación definitiva del proyecto de gasoducto para exportar el gas israelí a Europa con el evidente perjuicio económico a los inversores.


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Esa cancelación nos conduce al segundo foco de tensión. Israel se vio obligado entonces a reforzar el trazado de un segundo gasoducto de 1.900 km, el EastMed, para sacar su gas a través de Chipre e ingresarlo a Europa a través de Grecia. Aquí hay otra disputa estratégica clave. Chipre, Israel y Grecia excluyeron a las empresas turcas del EastMed y su paso por la Zona Económica Exclusiva del Mediterráneo que los turcos le disputan a los griegos y se superpone con reclamos de Ankara reforzadas por una delimitación marítima reciente entre Turquía y Libia. Turquía y Grecia son adversarios históricos y el esquivar el nodo gasífero que está construyendo Erdogan para reemplazar a Rusia como proveedor implica plantearle un desafío abierto a Ankara. No solo porque fortalece el peso económico griego, también por la cuestión de Chipre.


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Turquía invadió el norte de Chipre en 1974 con la excusa de proteger a la población de origen turco y logró una separación de hecho del sur habitado por los pobladores de origen griego. Turquía controla hoy el 38% de la isla. El gobierno de Chipre buscó entonces la ayuda de Israel. Israel firmó en 2013 un acuerdo para estacionar sus aviones en la base militar chipriota Papandreu y un acuerdo similar para desplegar buques miliares en la isla. Desde entonces Chipre se convirtió además en una base para que las empresas israelíes aumenten su vínculo con Europa.


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De nuevo interviene el gas porque también en esos años se descubrieron yacimientos de gas en Chipre y en junio de 2013 Turquía envió buques de su armada para bloquear las actividades del barco noruego de prospección sísmica Ramform Sovereign alegando que estaba operando en su ZEE. El incidente no pasó a mayores, pero muestra hasta qué punto Turquía e Israel vienen enfrentándose y ahora esa pugna puede hacerse más fuerte en el tercer foco de choque, en Siria. También hay gas involucrado, pero además hay otros factores decisivos y de peso similar.

Turquía quiere ser el regente de Siria y para ello se alió con Qatar. Con Al Assad fuera, ahora es posible revivir el proyecto para construir un gasoducto que atraviese Siria y pueda conducir el gas de North Dome, el mayor yacimiento del mundo y compartido con Irán, hacia Europa. De concretarse, no solo pondría a Siria más sólidamente bajo la órbita turca. Además, le daría la protección europea y con ello se consolidaría un reemplazo de Al Assad por un actor con recursos políticos y económicos crecientes. Y además consolidaría la proyección regional catarí. A Netanyahu no le interesa ni un poco que surja una Siria fuerte y menos aún que tenga las garantías de seguridad europeas alimentadas por su apetito de gas. Pero menos aun que se avance en un proyecto que a la vez refuerce a turcos y cataríes. Vamos a profundizar en esto.


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Qatar es un aliado histórico de Irán y fue la vía que usó para eludir el bloqueo de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto entre junio de 2017 y enero de 2019. El motivo esgrimido para el bloqueo fue el respaldo de Qatar a Hamas y la Hermandad Musulmana. La acusación tuvo sustento porque el circuito financiero de Qatar fue una de las fuentes principales para que Irán abasteciera de fondos a Hamas. Que la dirección política de ese grupo terrorista tenga un santuario en Doha, la capital catarí, hace innecesario profundizar en ello. Esto nos conduce a la otra zona de fractura entre Turquía e Israel. El 7 de octubre de 2023 Netanyahu prometió exterminar a Hamas y erradicarlo de Gaza y quizás nunca pueda cumplir su promesa por causa de Erdogan. Esta es una de las cuestiones más de fondo de la disputa en curso.


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Esa capacidad de supervivencia de Hamas obedece a la impunidad que logró Qatar tras prometerle a Trump inversiones por 1,2 billones y regalare un avión de 650 millones. Derrotado Irán y con Hamas acorralado en Gaza queda la cúpula política y las inversiones que sostienen al grupo. La cúpula política de Hamas aun reside en Qatar pese a que se anunció más de una vez su expulsión. Desde allí continúan liderando al grupo terrorista que además está presente en el sur libanés y en Cisjordania. Está muy lejos de ser aniquilado y puede volver a Gaza en el futuro.

Turquía es otra de las plataformas para que tanto los lideres de Hamas como sus cuadros subalternos circulen con libertad, Erdogan se negó a calificarlos como terroristas y prefiere llamarlos “grupos de resistencia” para otorgarles otro santuario tan inaccesible a Israel como Doha. Y al igual que Qatar, Turquía protege las inversiones de Hamas que le sirven para seguir adelante con sus actividades y planificar su reconstrucción luego de la debacle militar en Gaza. El entramado de empresas de Hamas que operan bajo su amparo es muy extenso y, por ahora, intocable.


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Antes de ser muerto en Teherán, solo el líder terrorista Ismail Haniyeh manejaba una fortuna de U$S 4.000 millones. En este hilo de 2024 cuento como se mueve el dinero de Hamas en Turquía: https://x.com/nachomdeo/status/1752078366801318326

Israel nunca se animó a llevar allí sus misiones de eliminación como las que ejecutó en Teherán y Beirut. Turquía es un miembro de la OTAN y cualquier ataque en su territorio podría disparar el Articulo 5°. Israel es aliado de EEUU, cabeza de la OTAN, y conoce el límite político que se le impone. Pero también sabe que Trump se asoció con Erdogan para mantener el control sobre conflictos como el de Siria, El Líbano, la disputa entre Armenia y Azerbaiyán y que las inversiones personales del presidente de EEUU en Qatar desaconsejan además meterse con el emirato y sus amigos.

El Grupo Trump construirá un campo de Golf en Qatar con una inversión de U$S 3.000 millones aportada en parte por el fondo estatal Qatari Diar. No invirtió aun en Israel, pero sí lo ha hecho en Turquía en donde se levantan las Trump Towers Istanbul en el barrio Sisli de Estambul. Aquí hay que borronear líneas de separación. Al igual que Qatar y Turquía, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos también alojan inversiones de Hamas. Y compraron una idéntica impunidad con sus respectivas Torres Trump y promesas de inversión multimillonarias en los EEUU.

Al mismo tiempo Erdogan es una pieza central en la estrategia de la Casa Blanca para desplazar a Irán de sus puntos fuertes en la región y que Turquía reveló ser un reemplazo y un socio efectivo para evitar que los vacíos sean cubiertos por grupos radicalizados. Qatar, también. Qatar es también un aliado de Turquía. En 2018 inyectó U$S 15.000 millones para frenar la caída de la Lira turca y repitió la maniobra en 2020. Con la derrota iraní frente a Israel, la urgencia turca por combatir su influencia y de Qatar por apoyar a Teherán empequeñeció.

Qatar está reforzando ahora con dinero la posición turca en Siria y allí entra en competencia con saudíes y emiratíes para ver quien tiene más influencia sobre el régimen de Al Sharaah. Siria es entonces otro punto en donde las placas tectónicas turca e israelí acumulan presión. Netanyahu no quiere que Al Sharaah se consolide porque implica que sus adversarios se harán más fuertes. Esto explica por qué lleva varios días bombardeando Siria y la zona de exclusión que le impuso en Sweida en donde prohibió la presencia de tropas bajo amenaza de destrucción.


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El miércoles pasado Israel ejecutó un desembarco helitransportado en la base siria de Al Kiswa al sur de Damasco. En el operativo mataron a 6 soldados y destruyeron equipos militares que, según la versión israelí, habían sido colocados por Turquía para espiar a sus fuerzas en el Golán.

El 22 de marzo Israel había atacado las bases aéreas de Tadmur y T4 en Palmira antes que los turcos tomaran posesión de ellas y destruyó todo el potencial militar que el HTS podría haber heredado tras la caída de Al Sharaah. Eso provocó el refuerzo militar urgente desde Turquía. Recordemos que el avance del HTS sobre Homs que terminó en Damasco fue respaldado directamente por fuerzas turcas y por las milicias del Ejército Nacional Sirio que le responden. Erdogan sabe que esa fuerza le sirve al mismo tiempo como respaldo y advertencia a Al Sharaah.

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Siria condiciona reconocer a Israel y sumarse a los Pactos de Abraham a su retiro de las zonas sirias en los Altos del Golán que invadió en diciembre de 2024 en medio del caos por la caída de Al Assad. El mayor interesado en revivir esos pactos es Trump y a él se dirige el mensaje.

Turquía apoya el reclamo sirio y pide que Israel se retire de todos los territorios anexados unilateralmente en 1981. Días atrás firmó un acuerdo para proveerle a Siria equipos militares, entrenamiento y la logística necesaria para reponer lo destruido por Israel.

Netanyahu no se quedó solo en los ataques y les ofreció su respaldo a los kurdos de Rojava para que enfrenten al nuevo gobierno sirio, en un claro desafío a los planes de Al Sharaah para asimilarlos a su gobierno y a Turquía, que desea terminar con la autonomía de ese enclave. El pedido de Erdogan para que Israel se retire de las zonas invadidas en Siria tiene algo de cinismo. Turquía ocupa 9.000 km2 del norte sirio y con idénticas excusas de seguridad que exhibe Netanyahu. Y también apoyó grupos internos en Siria como lo hace Israel con los drusos.

Netanyahu y Erdogan no pueden acusarse sin caer en la hipocresía. Turquía ocupa zonas del norte sirio e iraquí e Israel en El Líbano y Palestina. Tampoco pueden imputar al otro por su barbarie; los bombardeos israelíes en Gaza tienen un efecto tan brutal como los turcos en Siria. En todo caso, Erdogan y Netanyahu se montaron sobre discursos similares que buscan justificar su expansión territorial apelando a narrativas surgidas en un pasado idealizado divorciadas de la razón y el Derecho. Es imposible debatir sobre legitimidad con fanáticos y melancólicos.


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Erdogan asumió en 2014 con una idea central, recuperar la influencia turca perdida con la caída del imperio otomano en 1929. Netanyahu en una narrativa igual de cuestionable desde el derecho como son sus aspiraciones territoriales derivadas de la idea bíblica del Gran Israel. Vamos a las cifras para entender el nivel de estos delirios expansionistas. El Imperio Otomano en su momento de esplendor dominaba 5,2 millones de km2 en Europa, Asia y África. La actual Turquía tiene 783.562 km2. Erdogan quiere expandir su control e influencia sobre esa extensión.


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En el caso del Gran Israel, la fantasía de radicales como Smotrich y Ben Gvir es expandir el territorio israelí de los 22.072 km2 actuales a 177.000 km2 sumando territorios en Palestina, Jordania, Siria, Egipto, Arabia Saudita, Líbano, Iraq y… Turquía. Volvamos a la racionalidad. El imperio otomano ocupaba las zonas que hoy pertenecen a Israel y Palestina.

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El sueño neo otomano de Erdogan lo lleva a querer recuperar esa influencia y dado que Israel es un obstáculo, optó por abrazar la causa palestina y emprender un plan que conduce a una colisión directa.


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Es por eso que el mismo 7 de octubre apenas se conoció la masacre cometida por Hamas, Erdogan no salió a condenarla y tampoco lo hizo en las semanas siguientes. En su lugar comenzó a explicar la matanza como un acto derivado de la persecución israelí sobre los palestinos. Aunque pidió moderación a ambas partes e incluso se ofreció como mediador, al poco tiempo comenzó a denunciar a Israel por su respuesta en Gaza y a acusar a Netanyahu por genocidio. El 20 de abril de 2024 recibió al líder político del grupo terrorista, Isamil Haniyeh, en su palacio de gobierno. Haniyeh regresó a reunirse con Erdogan en julio, en el mismo día que el presidente turco se reunión con Mahmud Abbas, su par de la Autoridad Palestina. Para ese momento comenzó a quedar clara la intención de Erdogan de convertirse en el soporte principal de los palestinos.

Hamas rige en Gaza y Abbas en Cisjordania. Erdogan nunca quiso considerar a Hamas como terroristas pese al 7 de octubre y optó por justificarlos apelando al discurso de Israel como el causante originario de todos los actos de violencia que protagonizan los palestinos. La acusación no solo quedó en la retórica. Su política incluyo desde el envío masivo de ayuda humanitaria a Egipto para que sea introducida a través del paso de Rafah, como la recepción de heridos evacuados desde la Franja sin distinguir si se trataba de civiles o combatientes.


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Además, su gobierno organizó manifestaciones masivas en apoyo a la causa Palestina en Turquía y facilitó la organización en sus puestos de una flota de activistas integrada, entre otros, por Greta Thunberg, para que ejecuten actividades de propaganda en contra de Israel. Erdogan aspira entonces a convertirse en un “protector” de los palestinos y desplazar el control parcial que tenían los chiitas iraníes sobre una de sus partes. Debilitado Irán en Gaza, Líbano y Siria, Erdogán está recogiendo redes para avanzar en su regreso neo otomano a Medio Oriente. Con un 97% de población turca islámica, le sirve además a sus propósitos políticos internos, reforzados por gestos como la conversión de la antigua iglesia de Santa Sofía en una mezquita, contradiciendo la ley de 1934 que la calificaba como museo. Revisemos el factor religioso.


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Al ser una de las mayores naciones musulmanas y pertenecer al espacio sunita, Turquía puede confluir con otros estados clave de esa corriente en la región, con los emiratos petroleros y con los seculares como Jordania y Egipto, otra clave para administrar la cuestión palestina. El sunismo abarca al 95% de los palestinos. De ese modo es más sencillo desplazar la influencia de los chiitas iraníes sobre ellos y en particular les ofrece a los grupos armados una alternativa para sus discursos basados en el islamismo. La jugada no carece de astucia.

Hezbollah, el grupo más grande de los proxies de Irán, es chiita. Pero con la derrota iraní tiene que buscar otros apoyos y recordemos que se negó a atacar a Israel durante el último intercambio de ataques con misiles y drones. La estrategia de Erdogan le ofrece de oportunidad. Es cierto que turcos y Hezbollah se enfrentaron en Siria indirectamente cuando Erdogan apoyó a algunos rebeldes y los terroristas acudieron por orden de Teherán a ayudar a Al Assad. Pero hablamos de Medio Oriente donde las lealtades duran lo mismo que una bala sin ser disparada.


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El escenario ya está listo; el Departamento de Estado de EEUU detectó empresas turcas que movían dinero relacionado con Hezbollah. Es el caso de Ihracat Ithalat Petrol, sancionada por mover petróleo iraní y tributar a los fondos a Hezbollah y la Guardia Revolucionaria de Irán.

Hay más signos como la advertencia de Hakan Fidan, ministro de RREE de Turquía, a Chipre en junio para que no se involucre en el conflicto en Medio Oriente. Casualmente sucedió al mismo tiempo que Hasan Nasrallah, el entonces líder espiritual de Hezbollah, le pidiese lo mismo. Turquía tampoco considera a ese grupo como un grupo terrorista sino como una “organización de resistencia”, lo que le facilita el acercamiento. Hamas ya está en el redil turco-catarí y otros grupos como la Yihad islámica pueden resolver desde el sunismo el reflujo iraní.

Erdogan participó con los emires, Egipto y Jordania de la rebelión ante la oferta de Trump para convertir a Gaza en una exuberancia turística dorada y deportar a sus 2 millones de pobladores. Netanyahu apoyó la idea, que zozobró dejando ganadores y perdedores nítidos. Así funciona el estilo turco; mientras Israel no acepta interlocutores palestinos, EEUU desprecia el diálogo con la Autoridad Palestina y Egipto, Jordania y los emires se abstienen de hablar en nombre de ellos, Erdogan asume por default la representación y se lleva todo el pozo.


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Ese apoyo buscado no se limita a los grupos terroristas. Asumir el liderazgo sobre la causa palestina tiene un premio aun mayor porque implica llegar a la diáspora de esa etnia. Es un error frecuente creer que la cuestión palestina se limita a sus territorios, a Siria, Jordania y el Líbano. Además, hay 360.000 palestinos en Kuwait, 400.000 en Arabia Saudita, 92.000 en Emiratos Árabes Unidos y 300.000 en Qatar. Hay un total de 9 millones y un tercio están esparcidos en sitios tan dispares como Chile, El Salvador, Honduras, Alemania, Colombia y dentro del propio Israel. En zonas conflictivas como El Líbano y Siria en donde habitan al menos 1,2 millones de palestinos, el cambio de un patronazgo iraní a uno turco le sirve a Erdogan y a los países interesados de la región o de Occidente para conjurar la influencia de Teherán y sumar apoyos propios. Erdogan busca ser un actor necesario en los conflictos de Gaza, Siria, El Líbano y en los territorios palestinos. Su respaldo va más allá de Qatar y los emires. Su reconciliación con Egipto tras la ruptura de 2013 por el derrocamiento del presidente Morsi así lo indica.

Las dificultades de los palestinos para organizarse y sus conflictos históricos le permiten a Erdogan presentarse como mediador, incluso ante grupos moderados que buscan alternativas a la lucha armada promovida por el sunismo frente al yihadismo iraní. Esta figura de Erdogan como interlocutor de todas las corrientes le sirve a los EEUU para confrontar los avances de China, que en julio de 2024 reunió en Pekín a las 14 facciones palestinas para impulsar un proceso de unidad que le daría mayor peso dentro de Medio Oriente.

También le daría un rol mayor en el escenario interno de los países con presencia más o menos significativa de esa etnia y un papel central al momento de discutir la creación de un estado palestino, una cuestión que no se sabe cuándo tomará impulso, pero que sucederá eventualmente.

Cada avance de Turquía es visto como un retroceso por Israel que, pese a su ventaja militar incuestionable, no puede usarla contra los turcos ni contra sus promotores. Y tampoco tiene herramientas políticas para revertir los progresos que hace Erdogan en su estrategia regional. De erigirse como una versión actualizada del sultán que regresa a poner orden en la antigua esfera otomana, Erdogan estaría logrando cuestionar desde la política la superioridad militar de Israel que, irónicamente, perdió fuerza política por un creciente aislamiento diplomático. El avance de Erdogan es quizás la corroboración de ese revés porque muchos de sus logros se basan de aprovechar los resquicios que dejan sus competidores con sus excesos y al ocultar los propios al ofrecer seguridades y una oportunidad de orden que se vende como pan caliente.


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Los ataques israelíes incomodan a Trump que sabe que si no logra aquietar las aguas de Medio Oriente va a naufragar su sueño de obtener el Nobel de la Paz. El de Ucrania ya fue dado por perdido. Erdogan le ofrece a Trump lo que Netanyahu parece negarle con su belicismo desatado. Tiene explicación entonces que Israel busque confrontar a Turquía la zona de contacto directo entre ambos países que es Siria. También el rechazo a cualquier plan de control sunita sobre Gaza a sabiendas que Turquía siempre tendrá un rol en donde sus socios abren la billetera.

Mientras tanto Erdogan en sus discursos y su sistema de propaganda mantiene otra disputa: los israelíes que recuerdan lo sucedido el 7 de octubre y los turcos los confrontan con lo que ocurre hoy en Gaza. De esa disputa dependen lo que los políticos deciden luego en los escritorios. Una encuesta de Quinnipiac de agosto muestra que la mayoría de los norteamericanos desaprueba el apoyo militar a Israel y que el apoyo a palestinos e israelíes estaba casi empatado. Los políticos dependen de la opinión pública que vota. Erdogan también sabe leer encuestas. Cuando Trump dijo que “Israel perdió la campaña de las Relaciones Públicas”, le avisó a Netanyahu que con sus métodos de tierra arrasada y el mantener calientes varios focos más allá de sus fronteras podían estar gestando una victoria militar con una derrota política.

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Eso es lo que busca Erdogan para regresar a la región y hacerse con el botín mayor que es el de la influencia política, un recurso que bien administrado es más potente que cualquier arma. Hay que vigilar todos los frentes, no solo contar soldados o reportar bombardeos y reuniones. Mientras tanto se acumula la presión tectónica entre dos países que supieron ser aliados pero que ahora empiezan a estorbarse mutuamente. No sabemos cuándo ocurrirá el sismo, pero sí que es inevitable porque el nuevo Imperio Otomano y el Gran Israel no entran en el mismo mapa.

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