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Foto del escritorSantiago Rivas

China le exigió a Irán que frene los ataques de los hutíes en el Mar Rojo

Es una encrucijada en el conflicto de Medio Oriente y hay que explicar el trasfondo de un reclamo previsible que combina necesidades económicas y estratégicas que van más allá de la economía china.


Por Ignacio Montes de Oca y Santiago Rivas

 

Lo primero que hay que explicar es porqué China puede exigirle a Irán que frene a sus mastines en el Mar Rojo. El motivo central es económico. En 2023, China fue el principal comprador del crudo iraní. De hecho, está comprando un promedio de casi 1,5 millones de barriles diarios. Luego de las sanciones occidentales a Irán por el avance de su programa nuclear y sus agresiones en la región, China fue uno de los pocos países dispuestos a seguir comerciando el petróleo iraní. El año pasado, fue el comprador del 90% de las exportaciones de crudo de Irán. Es así que Irán tuvo ingresos por U$S 22.000 millones gracias a sus ventas de crudo a China y es por lejos su principal fuente de recursos externos.

Pero desde fin de año pasado y coincidiendo con el inicio de los ataques hutíes, algo había empezado a cambiar en China. Para evitar sanciones, el estado chino dejó de comprar directamente el petróleo iraní y dejó el negocio en manos de las "teteras", que son refinerías privadas que absorben el 97% del crudo iraní luego de triangularlo por otros países para evitar que queden huellas estatales. Apenas comenzó a crecer la tensión en el Mar Rojo, las teteras comenzaron a reclamar rebajas de hasta diez dólares por barril sobre el precio del Brent. Era una pérdida grande considerando que el valor de ese indicador rondaba los 80 dólares. Fue una primera advertencia.



A medida que avanzó enero e Irán agudizó la crisis en el Mar Rojo, las teteras chinas comenzaron a recortar los pagos por las compras de crudo iraní. Teherán tampoco se dio por enterado y siguió amenazando el comercio por el Mar Rojo con ataques y secuestros de buques.

Al mismo tiempo, China comenzó a comprar en otras fuentes. Por ejemplo, gracias al relajamiento de las sanciones contra Venezuela por parte de EEUU, aumentó las exportaciones desde ese país. No es nada personal, así se mueven los países protegiendo sus intereses. Ahora China le hace una advertencia pública a Irán. Que se haya deslizado a la prensa y considerando a Pekín como uno de los regímenes con mayor control interno, evita explicar el motivo de la filtración.

Pero hay un par de elementos más. Desde el inicio de la crisis en el Mar Rojo, la circulación por esa vía se redujo hasta un 28%. Considerando que por allí pasa entre un 12% y un 14% del comercio global y que China es la principal nación exportadora, no hay que ser muy sagaz para entender quien se perjudica más.

Tampoco hay que ser un Nobel en economía para comprender cuál es el país más afectado por la duplicación del precio de transporte de contenedores o por el desvío del tráfico por la ruta del Cabo de Buena Esperanza y sus 10/15 días adicionales de navegación.

Pero, además, China se topó con esta crisis en un momento en que su propia economía atraviesa una tormenta. Días atrás el gobierno chino tuvo que implementar un salvataje de 268.000 millones de dólares para apuntalar a su sistema financiera. Todo tiene que ver con todo.

Esta crisis se originó en el sector inmobiliario que mueve el 30% de la economía china con la quiebra de Evergrande y se esparció a otras firmas similares. El otro tercio está dominado por las exportaciones, que en octubre de 2023 ya llevaban un 14,5% de caída interanual.

China acumula problemas, como la baja tasa de productividad, la deflación que reduce su actividad económica interna y ahora además una crisis demográfica que envejeció a su población y promete hacer más deficitario a su sistema de protección social. No, no nos fuimos de tema.



China hace todo por ocultar la dimensión de su crisis. Meses atrás tuvo que cambiar su sistema de medición del desempleo entre los menores de 27 años. Dejó de contar a los estudiantes como tales una vez que la tasa alcanzó al 19% de ese sector de la población. Y, además, debe hacer frente a la restricción tecnológica provocada por la guerra de los microchips que le planteó Occidente y que impacta tanto en su ya golpeada productividad como en la competitividad de los productos que fabrica y exporta. Es decir, una tormenta perfecta.

China se había planteado una estrategia para aumentar su influencia en los asuntos de Medio Oriente. Después de todo, desde allí llega un insumo vital para su economía, como es el petróleo. Irán era una pieza clave en ese juego, y de allí la ruta del petróleo hacia las teteras. Es por eso por lo que el 11 de julio de 2020 firmaron un acuerdo estratégico que incluyó también la colaboración en asuntos militares. Sobre esa base, irán recibió tecnología bélica que, irónicamente, apuntaló la que le proveyó Teherán a los hutíes para que ataquen en el Mar Rojo. También sirvió para que Irán usara a China como plataforma para contrabandear componentes para su industria militar. Es el caso de los motores para sus drones Sahed que son copias chinas de modelos europeos o servos para los flaps de diseño japonés triangulados por la misma vía.

Pekín y Teherán parecían socios armoniosos. Los iraníes incluso se prestaron al juego para que China fuera mediador en el acuerdo de acercamiento con Arabia Saudita de marzo de 2023 que apuntaba a desplazar las gestiones de EEUU en la misma dirección. Pero todo se arruinó.

Irán decidió traicionar a China y, en su obsesión por atacar a Israel, terminó perjudicando a China en su comercio externo en el momento en que Pekín más necesitaba de rutas abiertas para proteger ese tercio de su economía. Comienza a tener otro sentido el reto público.

Además, le provocó otro daño a su principal comprador al exponer la fragilidad de China a la hora de intervenir en asuntos alejados de sus fronteras y que implican un factor militar.

China reaccionó primero con advertencias sutiles, ahora reprende a Irán frente al resto del mundo. Las derivaciones son complicadas. El crudo iraní representa solo el 10% del total que importa China. El otro 40% viene de Rusia, que a su vez es parte interesada en que se sostenga el desastre que armaron los iraníes en el Mar Rojo. Esto expone a Pekín a un dilema estratégico.



Si quiere seguir comprando petróleo barato - a Rusia le descuenta 8 dólares por barril en concepto de compra desesperada -, China tiene que ir en contra de la estrategia de los dos países.

Pero si no lo hace, sus exportaciones se encarecen por los costos asociados a la crisis. Pero si interviene en esa dirección, se termina alineando con el reclamo de Occidente, lo cual es bueno para su economía, pero pésimo para la narrativa que adoptó al endurecer su posición frente a Occidente y en particular en torno a su reclamo por Taiwán.

Aún luego de cosechar el mérito por ayudar a controlar una crisis como la del Mar Rojo, deberá encontrar una fórmula para reemplazar los discursos combativos usados en el frente interno para explicar las dificultades y el reemplazo del consumo atenuado por promesas nacionalistas.

Lo que queda claro es que Irán llevó a China a un dilema y que traicionó a su socio en su afán por construir poder regional y atacar a Israel. Atrapado en su obsesión y la de sus socios rusos para crear más focos de conflicto, le falló a su principal comprador en su peor momento.


El costo de la guerra para China

Ante este escenario, China debe recalcular qué postura tomar. Por un lado, su economía en crisis necesita de occidente, que es el mayor comprador de sus productos manufacturados, donde es competitiva por sus precios más bajos, aunque esta competitividad se empieza a complicar por las acciones de los hutíes que están haciendo subir el costo de los fletes. Por otro lado, la creciente conflictividad en el mundo no le conviene. Esto es porque un mundo en conflicto empieza a direccionar cada vez más de su presupuesto a armas u otros sistemas que le den seguridad, dejando de lado la compra de otros bienes, como los productos tecnológicos de uso civil que produce China. A la vez, un mundo menos seguro, especialmente cuando las vías de comunicación en el mar están en peligro, implica un comercio cada vez más caro.

Actualmente, China aún exporta poco en material de defensa y la venta de armas representa un porcentaje muy pequeño en sus exportaciones, a pesar de sus denodados esfuerzos por tener mayor participación en el mercado global. Exceptuando Pakistán, que le ha comprado armamento en grandes cantidades y de alto valor, como aviones de combate, en general las exportaciones de defensa chinas han estado enfocadas en pequeñas cantidades de productos y mayormente en equipamiento menor. Si bien han mejorado sensiblemente en la calidad de sus productos, aún están muy lejos de la que ofrecen las grandes industrias occidentales, por lo que los compradores generalmente han tomado en cuenta principalmente el precio y cuestiones geopolíticas por sobre las operacionales a la hora de elegir. Sin embargo, la mala experiencia que muchos compradores tuvieron a lo largo de los años ha atentado severamente sus ventas. En material militar, la calidad, el soporte postventa y las capacidades del equipamiento suelen pesar más que el precio de venta, ya que no hay arma más cara (incluso en vidas) que aquella que no sirve cuando se la necesita.


Avión de combate J-10C pakistaní, una de las pocas ventas de aviones de combate que ha logrado hacer China.

Mientras, si occidente gasta en armas, deja de hacerlo en los productos que sí vende China, por lo que el actual crecimiento de la conflictividad en el mundo puede llevar a que vaya disminuyendo la demanda de aquello que China exporta. A la vez, a China se le encarece el petróleo y otras materias primas de las que depende su economía, por lo que los números le cierran cada vez menos.

A occidente la guerra lo complica, pero también la industria de defensa de occidente es enorme y en países como Estados Unidos aporta una parte importante a su PBI, por lo que a occidente la guerra no le viene tan mal como muchos creen.

China inicialmente apostó a un bando, junto a sus socias Rusia e Irán, pero hoy ve que Rusia sigue estancada en Ucrania e Irán en el fondo juega su propio partido, que termina afectando a los intereses chinos.

Así, China deberá pensar si sigue apoyando a los que quieren guerra y correr el riesgo de que eso golpee fuerte su economía o dejarlos solos, acercarse a occidente y esperar algunos años más antes de volver a sus planes contra occidente.

Con su reto que suena a amenaza, China parece haber recordado el camino del crecimiento a tasas chinas. Mientras aumentaba su presupuesto militar a una tasa del 7% anual, se obnubiló con el juego estratégico sin medir las consecuencias a largo plazo del belicismo. Habrá que ver ahora si este gesto de China es una reacción permanente que influirá en la estrategia desestabilizadora de iraníes y rusos. En todo caso, los números y las circunstancias lo obligan a dejar el pragmatismo, dejar de ser tan panda y volver a ser un dragón.

PS: China debe revisar sus alianzas estratégicas y medir si seguirá concentrándose en las materias primas baratas o recuperará los mercados que se les cierran por hutíes, socios violentos y compradores dispuestos a seguir penalizando su complicidad. China se retó a sí misma.


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